Y era nomás la economía, Donald

El PIB norteamericano se redujo un poquito y Donald Trump se enojó. La conspiración de los Musk Boys y el ataque a la prensa.

La semana pasada, Donald Trump empezó a darse contra la pared de la dura realidad… y no le gustó. Esta semana no pudo definir el tema de las tarifas de importación globales, que nos tienen a todos pendientes. Para peor, llegó la mala noticia de que la economía se redujo un pelito -décimas de un uno por ciento- en el primer trimestre, lo que lo hizo bufar que “eso fue Biden”, sin mayores argumentos. Que un presidente tan imperial se vea reducido a festejar sus primeros cien días echándole la culpa a la herencia, es grave.

Y, como de costumbre con el Donald, no es cierto. Que la economía de Estados Unidos se redujo unas décimas de punto es un tema técnico. La actividad económica se mantuvo parejita, la producción industrial cayó en alguito, los servicios hasta crecieron un tanto. La contracción es un tema contable, porque aumentaron y mucho las importaciones, que registran como una contracción de la actividad neta. Esas importaciones de urgencia fueron para cubrirse de los nuevos impuestos.

Al ver los números en detalle, lo que se nota es que se acabó aquello del “just in time”, la filosofía de no hacer stocks preventivos sino recibir todo “justo a tiempo”, cuando se lo necesita. Si una fábrica usa 77.000 remaches por semana, no tiene un mes o dos de stock guardado y pagado de antemano: cada lunes, de alguna parte le llegan puntualmente los remaches de la semana. Hasta ahorrás en galpones.

El tema con este sistema, que incluye a tiendas que tampoco hacen stock, es que tiene que ser perfecto, porque no recibir esos remaches -o zapatos, o juguetes- te hace perder dinero. Las grandes corporaciones, los grandes importadores, los grandes minoristas perfeccionaron una red de proveedores nacionales e internacionales. Es la famosa cadena de provisión que Trump acaba de destrozar con sus ideas económicas. Hubo una compra a la antigua de remaches, zapatos y juguetes, un pico clarísimo de las importaciones y un crecimiento del déficit en la balanza.

No fue Biden, fue Trump.

El huracán

Lo que por supuesto no detuvo en nada al Donald, que festejó la fecha a su manera, definiendo sus primeros cien días como los mejores, más hermosos jamás vistos en la historia de la humanidad. Los medios hicieron coberturas especiales, análisis, columnas, a favor o en contra dependiendo del palo. En la marea de cosas previsibles se destacó el New York Times por un detalle: el paquete contenía la categoría Imperialismo. El Times es un baluarte del establishment moderado de Estados Unidos, progre en lo social, cauto en lo económico, y más patriótico de lo que parece. Es un diario que nunca, jamás, ve cosas como la invasión a Afganistán o la destrucción de Irak como imperialismo, y siempre las justifica.

Esta vez, el Donald logró que el Times se avive de que hablar de obtener Groenlandia “sea como sea” o decir que Canadá debería ser el estado 51 de la Unión, es imperialismo. Era hora, ¿no?

La postura del diario es también un avatar de la pelea entre Trump y su ciudad natal, que nunca le dio el lugar que él cree merecer, el de empresario respetable. Trump siempre fue un improvisado, un pícaro, que nadie se tomaba muy en serio, y menos el Times. Entre sus pequeñas venganzas estuvo la de suspenderle la aprobación al peaje en Manhattan, aceptado por Biden, y apretar mal a varias firmas legales de la isla. Esta semana se dio un gustazo, el de pararle la obra en la enorme y horrenda Estación Penn al gobierno estatal, y decir que la iba a hacer el gobierno nacional. Sus minions deslizaron que lo hacía para que pasara a llamarse Estación Trump, y la gobernadora declaró encantada que no tiene problema: se ahorra 1200 millones de dólares.

Como la economía no despega como él esperaba y China no le hizo reverencias, Trump se puso hiper activo en lo que sí puede hacer. Esta semana canceló mil millones de dólares que el Congreso había votado para estudios en salud mental. El platal fue aprobado después de la masacre en la escuela de Uvalde, en Tejas, que dejó 19 alumnos y dos maestros muertos a manos de un alumno apenas adolescente. Los fondos eran para tratar de averiguar por qué pasan estas cosas y cómo evitarlas.

También se aceleraron las redadas de inmigrantes flojos de papeles, que esta semana se llevaron a 1100 sólo en Florida. Una curiosidad es que Florida es tan reaccionaria que no sólo puso a sus policías a colaborar con el pogrom, sino que hasta movilizó a sus guardaparques en zonas más rurales. Menos mal que se concentraron en casos en que había órdenes judiciales de deportación y órdenes de búsqueda por crímenes reales, porque el jueves un juez de Texas le prohibió al gobierno usar la absurda Ley de Residentes Enemigos para deportar a nadie más.

Esta ley es de fines del siglo 18 y se usó tan poco que nadie se acordaba que existía. La ley dice que un presidente puede arrestar y deportar ciudadanos de un país con el que Estados Unidos está en guerra formalmente declarada, siempre y cuando tengan 15 años o más de edad, no sean ciudadanos norteamericanos y anden en algo sospechoso. La ley se usó en la primera guerra mundial más que nada contra los alemanes, y en la segunda contra italianos, alemanes y sobre todo, contra japoneses. Franklin Roosevelt se pasó de todas las rayas y puso en campos de concentración a 200.000 personas de ese origen, aunque fueran menores de edad, fueran ciudadanos, hubieran nacido en EE.UU.

Pero lo que tenían en común ambas guerras mundiales era que fueron formalmente declaradas, y la draconiana ley no se usó en las interminables guerras del Imperio contra coreanos, vietnamitas, nicaragüenses o afganos, para mencionar algunos, porque esas guerras nunca fueron formales. Ahora Trump inventó que Venezuela está haciendo una guerra encubierta contra Estados Unidos enviando criminales con órdenes de “desestabilizar” el país, un acto de guerra. Es un argumento absurdo, porque como él no le declaró la guerra a Venezuela, la ley no debería aplicarse. A los jueces les tomó bastante llegar al fondo de la cuestión y se distrajeron en los casos individuales. El tejano, Fernando Rodríguez, es el primero que fue al fondo de la cuestión.

Para sostener estas tonteras sistemáticas y crueles, Trump también ordenó ir contra la prensa, que en el gran país del Norte está bastante desguarnecida legalmente. Cuando un argentino le explica a un colega de por allá que nuestras fuentes están protegidas por la constitución, se te quedan mirando. Con envidia legítima, te cuentan del tendal de periodistas que fueron presos por jueces caprichosos que consideran desacato no entregar a tu fuente. El desacato por allá no tiene fecha de vencimiento: una colega se comió presa casi siete años cubriendo a una fuente que era una nena de once años.

Esta semana, la Fiscal General Pam Bondi le ordenó al ministerio de Justicia que permita a los investigadores de rango federal -el FBI, el ATF y otros- pedir órdenes judiciales para revisarles los teléfonos y los anotadores a los periodistas. Uno se entera que la única protección de los colegas era una orden del Fiscal anterior, Merrick Garland. Bondi la canceló pero tuvo un cuidadito sutil, que el rigoreo sea sólo en casos en los que la fuente es un empleado del Estado revelando cosas que le molesten a Trump.

Al presidente le molestan estas cosas, y cómo. Esta semana finalmente se sacó de encima a Michael Waltz, su asesor en seguridad nacional que se hizo famoso por poner a un periodista en un grupo de la app Signal. El grupo era para seguir en vivo el bombardeo a los houtis en Yemen, nada menos, e incluía la ubicación exacta de portaaviones y buques de guerra. El colega se hizo un picnic con el tema.

Waltz duró porque al Donald no le gusta parecer que hacer algo bajo presión, pero este jueves lo “ascendió” a embajador ante las Naciones Unidas. El puesto es un sapo para Waltz, que pierde acceso al presidente y ni siquiera disfruta de una vacación en alguna buena capital europea, aunque el cargo viene con un flor de departamento en Manhattan. Con Trump al frente, ser embajador ante la ONU es ser un cadete que cada tanto da un discurso.

Totalitarismos

Un grupo de legisladores demócratas denunció esta semana que en estos cien días de trumpismo en gestión, los Musk Boys compilaron una masiva base de datos sobre la población del país. El llamado DOGE, Departamento de Eficiencia en el Gobierno, no tiene existencia legislativa, pero es una realidad que anda pateando puertas, despidiendo gente y cerrando programas oficiales. Elon Musk apareció poco esta semana, porque ya estaba empezando a parecer un ancla y no un aliado, pero sus equipos siguen adelante.

Según los legisladores, una fuente les acercó evidencias de que DOGE “chupó” datos de la Afip de allá, del Pami de allá y del ministerio de Salud, y la está compilando en el Departamento de Seguridad Doméstica, el famoso Homeland. Se supone que los Musk Boys no pueden hacer esto, que tienen que buscar ineficiencias en la gestión y recomendar cortes y despidos. Pero la fuente dice que todos los ven regularmente salir con mochilas con laptops y memorias externas cargadas de información sobre todos y todas.

Este tipo de cosas ponen muy nervioso al norteamericano de a pie, que vio todas las películas distópicas donde el gobierno te controla. Y, claro, está China, que tiene ese tipo de bases de datos hace rato y le suma reconocimientos faciales a escala continental. Nada casualmente, a partir de la semana que viene no se puede abordar un avión doméstico sin uno de los nuevos “documentos profundos”, un registro de conducir con medidas de seguridad especiales. Sin darse cuenta, Estados Unidos perdió el orgullo de ser el único país grande sin un DNI.

La guerra

Este primero de mayo, que no es feriado en Estados Unidos, nos enteramos que ahora sí se va a terminar la guerra en Ucrania. Una enviada de Kiev firmó en Washington un tratado para entregar sus minerales, miti y miti, a los aliados norteamericanos. Es notable, porque los yankees cobran aunque vengan compañías de otros países a hacer el negocio. Aunque sean rusas.


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