El bello durmiente

Episodio VI

Y así iba terminando la cena de las amigas Romina y Natalia en el restó de empanadas. La descompostura y pataleta de la pobre Romina, que, ante la sola mención de Cristina colapsa su sistema nervioso, se calmó gracias al persistente consuelo de su amiga Natalia, cuya angustia no se compara, dado que ha perdido su trabajo y pronto su departamento. Todo va concluyendo en el trayecto del restó a la casa de Romi. Sabemos: Romina vive en un amplio dúplex de la calle Juncal y Laprida. Natalia se instalará junto a su mamá, Stella, en ese nuevo hogar. Las tres vivirán en armonía; las familias se conocen hace treinta y cinco años. La mamá de Romina había muerto hacía dos años, se llamaba Liliana y esta ausencia profundizó algunos rayes de Romina como el de querer transformar sus bienes heredados a verdes y el de sentir el indigno deseo de demoler casas antiguas y monumentos para erigir torres grises, enfermedad global de este capitalismo salvaje.

Las amigas iban en la no muy silenciosa oscuridad de la noche de Barrio Norte caminando ensimismadas, el cerebro ocupado de yerba y cerveza en retirada cuando lo vieron. Estaba sentado en el escaloncito de la planta baja. Las piernas largas adentro de pantalones azul claro -estamos en media estación- y una camisa clara, quizá beige, quizá blanca. Las chicas se quedaron mirándolo a unos metros. De pronto el cuerpo largo se cayó despacito para un costado. No se golpeó, pero se lo veía como desmayado. Romina se alteró, “voy a llamar al 911”.

-No, pará, Romi, dejame ver.-Natalia se acercó despacio al cuerpo caído y lo miró.

– Es él. Es el taxista que me trajo.-Nati se agachó, le sacudió un poco el brazo, le acarició el hombro.

-¡Pará, nena, mirá si es un loco!

-¡Shshsh! Es él. Es el médico taxista que me trajo. Tiene pulso.

Natalia no se había animado a contarle a su amiga durante las empanadas, la descompostura vomitosa, los momentos de silencio y la caminata, que ella había estado pensando en el taxista que la había traído hasta el depto de Juncal. Se llamaba Gustavo, como su papá.

Trató de despertarlo. No había caso. Romina se iba alejando unos pasos para atrás con la llave en la mano.

-Pará, Nati. No sabés quién es.

-Sí, ya te dije. Es el tachero que me trajo. Es un divino.

Natalia se agachó, se fue acercando sin hacer ruido, llegó a la frente de Gustavo y le dio un beso. Un beso sonoro que se hubo oído hasta el octavo piso. El médico taxista abrió los ojos. Ojos color café.

-Soy yo, tu pasajera.

-Ah, sí, hola. Te vine a buscar. Disculpame. Estoy muy cansado. Me caigo.

-Te ayudo.

-¡Pará!- murmuró Romina. No lo conocemos.

-No, dale, ayudémoslo, dale. Vos, subí con nosotras

-Te vine a buscar. Me peleé con mi mujer. No tengo dónde ir. Soy de Chubut. Conozco poca gente.- se fue parando con ayuda.- Soy pediatra en el Fernández. Y alquilo taxi.-contaba mientras subían en el ascensor,- hice guardia ayer y antes de ayer, -decía mientras se caía. Las chicas lo depositaron en un sillón y se pusieron a armar una cama en el living con el colchón de la pieza de servicio y con unas sábanas. Cayó dormido como un bello durmiente.

Mientras la madrugada se azulaba, casi entrando el alba, Natalia bajó la escalera y se fue acercando sigilosa hasta meterse en la cama del médico taxista. Se deslizó con suavidad, le tocó las piernas, le dio unos besos en la frente, le dio un piquito tranqui, puso los labios en el cuello y se acordó de una película de Pasolini que vio con la mamá. Era El Decamerón. Se acordó de la historia de la chica jovencita a la que le matan al amante y ella, ayudada por su nodriza, va de madrugada, le corta la cabeza al muerto, la cargan entre las dos, y muy despacio, con un amor sereno, besa la frente, las mejillas, y con una parsimonia religiosa y medieval, entierra la cabeza de su amado en una maceta.

Un poco más excitada, Nati empezó a besarle el pelo y otra vez el cuello y a darle más piquitos. Pero, nada. Gustavo ni se inmutó. Hasta se puso a roncar. Pobre Nati. Lo contempló dormido, le acomodó las sábanas, le puso unas fundas de sillón a modo de frazada y subió las escaleras a su habitación. Se volvió a acostar.

Los tres durmieron parejo hasta el mediodía.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *