El ofertismo es el ropaje que viste la mayoritaria parte de la clase argentina que no da pie con bola desde la restauración de la democracia. El Nobel de Economía 2025 sugiere que están globalmente muy acompañados en eso de hacer factible la utopía reaccionaria de estabilizar la sociedad a dos velocidades. La sabiduría convencional es completamente refractaria a las metas del igualitarismo moderno, por cuestiones de intereses de clase revestidos de patina teórica.
En 2025 Philippe Aghion, junto a Joel Mokyr y Peter Howitt fueron galardonados con el Nobel de Economía (en rigor: Sveriges Riksbank Prize in Economic Sciences in Memory of Alfred Nobel). Algunos aspectos del análisis de los premiados y la atmósfera intelectual en la que están inmersos, hacen a los enfoques alternativos con los que abordar el difícil momento argentino. Sirven para sopesar el grado de factibilidad que conllevan, atendiendo que la taba está en el aire y puede salir culo o suerte.
El trío parte de caracterizar que el cambio tecnológico y la innovación impulsan el crecimiento económico sostenido desde la antigüedad. Lo que es relativamente reciente, comparado con toda la historia de la humanidad, es el tipo de crecimiento económico impulsado por la innovación que han disfrutado los países avanzados del mundo durante los últimos dos siglos, y cómo se mantienen esas altas tasas de crecimiento.
El comité que entrega el Nobel de Economía procedió en función de dos interrogantes que se desprenden de ese panorama histórico y que son de primer orden para las economías del mundo: ¿Cómo podría el crecimiento económico convertirse en un fenómeno sostenido? ¿Y qué nos mantiene en la senda actual? Conjeturó que las respuestas halladas por los galardonados de este año han abordado estas cuestiones en investigaciones muy complementarias desde diferentes perspectivas y con distintos métodos. En ellas se impone la visión de que la innovación y el cambio tecnológico son los motores clave del crecimiento económico sostenido. Como tales, merecen todo el respaldo que el Estado puede otorgar.
Respuesta a Trump y ofertismo
El Sveriges Riksbank Prize edición 2025 puede ser leído tanto como un mensaje político contrario a las medidas que Donald Trump ha tomado en materia de gasto en investigación científica y desarrollo tecnológico (I &D) y también como una toma de posición en la lucha de clases -obtusamente reaccionaria, aunque pretenda vestirse de seda- por estar teñidas de un ofertismo recalcitrante.
El 7 de agosto pasado Trump firmó una orden ejecutiva (equivalente a un decreto), titulada «Mejora de la supervisión de las subvenciones federales”, que a los cargos políticos designados al frente de organismos descentralizados les da facultades de supervisión y aprobación sobre todas las subvenciones federales, que antes de la orden ejecutiva no tenían.
En la última década, el Congreso de los Estados Unidos ha concedido anualmente alrededor de 200 mil millones de dólares en subvenciones para la investigación. Las subvenciones para la investigación se las solicitan a organismos científicos federales como la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF) y los Institutos Nacionales de Salud (NIH).
Los programas de investigación propuestos los revisaban y aprobaban o rechazaban los pares, sobre la base de criterios objetivos. La orden ejecutiva del 7 de agosto ahora deja a ese comité de pares como meros asesores que pueden o no ser consultados. Las decisiones finales sobre la aprobación de subvenciones quedaron para los cargos políticos designados. Esos cargos pueden negarse a financiar nuevas subvenciones que no se ajusten a la agenda política de Donald Trump.
“[La orden es] una politización descarada y sin tapujos, al estilo soviético, de la ciencia estadounidense, que sofocará lo que hasta ahora ha sido la empresa científica más destacada del mundo. Hasta esta Administración, la única prioridad general para la financiación pública de la investigación ha sido la excelencia científica. Por eso nuestro país ha tenido tanto éxito en la realización de descubrimientos que salvan y enriquecen vidas”, afirmó Victor Ambros en un comunicado, quien ganó el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 2024 por el descubrimiento del microARN. Ambros, calificó a esa orden ejecutiva como “extremadamente antipatriótica”.
La motosierra, desparecida en acción
La orden ejecutiva del 7 de agosto se inscribe en la ofensiva de la administración Trump contra la investigación científica y las universidades estadounidenses. En febrero, Trump congeló toda la financiación federal para la ciencia y ha recortado puestos científicos de alto nivel en la NASA. También se han recortado fondos para la ciencia climática, temas relacionados con el género e investigaciones sobre tecnologías de vacunas de ARNm.
Eran épocas del auge del DOGE (Department of Government Efficiency: Departamento de Eficiencia Gubernamental) de Elon Musk. El paso del paroxismo del exitoso empresario privado por el sector público fue un gran fracaso. El DOGE del presidente estadounidense Donald Trump, creada en enero y con Musk al frente, se disolvió a fines de noviembre, ocho meses antes de que finalice el mandato para el que fue creado, poniendo fin a una iniciativa lanzada con fanfarria como símbolo de la promesa de Trump de reducir el tamaño del gobierno. Según los críticos, consigna un cable de Reuter, se produjeron pocos ahorros mensurables y descalabros muy pronunciados. De hecho Musk se fue de DOGE a fines de mayo, maldiciendo al gobierno y al propio Trump.
Musk promocionaba regularmente su labor en su plataforma X y, en un momento dado, hizo suyo el símbolo anti Estado del actual gobierno argentino y blandió una motosierra para anunciar sus esfuerzos por recortar empleos gubernamentales. “Esta es la motosierra de la burocracia”, dijo Musk, sosteniendo la herramienta sobre su cabeza en la Conferencia de Acción Política Conservadora en National Harbor, Maryland, en febrero.
“Eso no existe”, dijo a Reuters Scott Kupor, el director de la OGP (Oficina de Gestión de Personal u OPM, por su sigla en inglés), a principios de este mes cuando se le preguntó acerca del estatus de DOGE. Ya no es una “entidad centralizada”, agregó Kupor, en los primeros comentarios públicos de la administración Trump sobre el cese de DOGE. La OGP, ha asumido muchas de las funciones de DOGE –para no decir que la absorbió completamente-, según Kupor y documentos revisados por Reuters. Por cierto, de la motosierra, no se sabe su destino. No la exhibieron más.
Ni en el verso ni en la prosa la DOGE sirvió para algo más que para hacer daño innecesario al empleo público y a la investigación científica. Por puro vicio ideológico. Eso sí: ni se les pasó por la cabeza dejar de subsidiar en gran forma la inversión. Ante los problemas de la falta de usinas para generar electricidad y la necesidad de ganar la carrera de IA –que devora ingentes cantidades de flujo eléctrico- la Casa Blanca ha respondido con urgencia.
En julio Trump, presentó un plan de acción para “ganar la carrera de la IA”, añadiendo que “de hoy en adelante, será política de Estados Unidos hacer todo lo posible para liderar el mundo en inteligencia artificial”. El mentado plan es subsidiarle la construcción de infraestructura de generación y distribución de electricidad para los centros de datos. La discusión hoy –según trascendidos- pasa por aumentar mucho el monto de los subsidios de los que ya están contemplados en el la “bella ley de presupuesto”, al decir de Trump. Los legisladores demócratas que vienen peleando feo con Trump, -shutdown incluido- no se oponen a estos subsidios, pero quieren más impuestos para financiarlos.
A mediados de semana Los inversores se mostraron nerviosos por el gasto en infraestructura de IA, lo que provocó el hundimiento de los tres principales índices bursátiles de Wall Street. El más colisionado fue el Nasdaq, con una fuerte presencia tecnológica. Oracle fue la principal fuente de preocupación, debido a un informe que indicaba que su proyecto de centro de datos de 10 000 millones de dólares había perdido el respaldo de la firma de inversión Blue Owl Capital. Ni el eventual reemplazo en la financiación -según Bloomberg- de Blackstone y Bank of America paró la estampida.
No hay contradicción entre el oscurantismo anti-científico de Trump y el apoyó –por lo visto hasta el momento insuficiente- a la IA. El proceso schumpeteriano, en el que una mejor tecnología o producto revoluciona creativamente a sus predecesores, combinado con mercados donde el ganador se lo lleva todo o mercados de superestrellas, implica que la competencia ya no se centra tanto “en” el mercado si no “por” el mercado.
Están disputando poder de mercado. Una dinámica de mercado que se inclina hacia un actor dominante, cualquier decisión de la autoridad de competencia -permitir o impedir una fusión- determinará la prominencia de dicho actor. En este sentido, la política de competencia es inevitablemente más “política” o determinante que el mercado el que, en realidad, ni pincha ni corta.
También, buena prueba de ello es que las acciones de Trump Media & Technology Group se disparan tras un acuerdo de fusión con una empresa de energía nuclear dado a conocer el miércoles. El holding de Truth Social (la red social propiedad de Trump) se fusionará con TAE Technologies, empresa de fusión nuclear, en un acuerdo que valora la entidad combinada en más de 6.000 millones de dólares.
TAE ha recaudado alrededor de 1.300 millones de dólares de inversores, incluidos Google y Chevron, en medio del creciente interés de los grupos tecnológicos que buscan energía libre de carbón a largo plazo para usos intensivos en energía, como los centros de datos. Las acciones de Trump Media & Technology subieron un 31 por ciento en las operaciones previas a la apertura del mercado tras la noticia.
¿Qué genera el impar connubio de una empresa de fusión nuclear con una de medios de comunicación? La explicación de ambas empresas en el comunicado conjunto de la buena nueva es que están combinando una “infraestructura incansable en línea para garantizar la libertad de expresión de los estadounidenses [con] un gran paso hacia una tecnología revolucionaria que consolidará el dominio energético global de Estados Unidos durante generaciones”. “El dinero hace al mundo girar” cantaba otro dúo: el de Liza Minnelli y Joel Grey en “Cabaret”. ¡Oh Cabaret!
Ofertismo recalcitrante
El ofertismo (o supply-side economics) es un enfoque de política y teoría económica que postula que la clave para el crecimiento económico es elevar la capacidad productiva, incentivando a las empresas (oferentes) a través de políticas públicas con todo tipo de subsidios y reducciones de impuestos y desregulación, y premiando la innovación. Se contrapone a la política y teoría económica que se centra en la demanda agregada (el gasto del consumidor).
El objetivo declamado es que, al haber más producción y servicios, los precios bajen y la economía crezca. Este proceso deja intocada la distribución del ingreso o la empeora ligeramente.
Pero no hay mayor producción si no hay a quien venderle. Vender es mucho más importante que producir en el capitalismo realmente existente. La venta es Moisés y todos los Profetas, sino nadie acumula (invierte) capital.
Por eso el botón de muestra del ofertismo del Sveriges Riksbank, sienta posición en el debate político actual a favor del capital y en contra de los trabajadores. Innecesario y contraproducente, porque el sistema acumula menos y la democracia se reciente. ¿Cuánto avance global más de la derecha ultramontana, les hace falta para dejarse de joder con esta cortada ideológica del ofertismo, si realmente están comprometidos con el crecimiento económico y la democracia?
En el sistema capitalista ninguna persona se puede poner a producir lo que quiera, si no toma en cuenta una salida previa, un poder de compra preexistente, un mercado a donde vender lo manufacturado o cultivado. Pero como ningún poder de compra puede existir sin una producción correspondiente anterior, el sistema se encuentra forzosamente en contradicción con sus propias condiciones de existencia.
En el sistema capitalista, la inversión, es decir el consumo productivo (así le llamaban los clásicos a la inversión) es una función creciente del consumo improductivo (o al consumo a secas). Estos dos consumos son los dos componentes de un agregado dado: el potencial global de la producción. Resultan, por su propia naturaleza, el uno del otro, inversamente proporcionales. O sea: no pueden aumentar los dos a la vez.
Pero sucede que los que tienen el poder de decisión (los empresarios) son incapaces de tratar a ambos consumos de otra forma que no sea como directamente proporcional. Es así como la política económica, esto es el poder del Estado aplicado en este rubro, es insustituible para saldar esta contradicción inmanente.
A pesar de esta contradicción fundamental, el sistema de la economía de mercado no se ha encontrado nunca completamente bloqueado. Esto se debe a que la producción efectiva es constantemente inferior a la producción potencial y puede por lo tanto variar independientemente de esta última. Son estas variaciones, este “ciclo” entre un más y un menos en el subempleo del potencial, esta movilización y desmovilización de la reserva, la que hace posible la variación simultánea en la misma dirección de estos dos componentes asegurando así el equilibrio coyuntural sobre la base misma de un desequilibrio estructural.
Ahí es donde opera la política económica. Si redistribuye ingresos saca al sistema del pantano. Si le da pelota al mito ofertista de la innovación lo hunde en el pantano.
Es que la inversión esta desafiada por una contradicción permanente entre sus estímulos y sus medios. Mientras los estímulos, que dependen de la ampliación del mercado están en lo más alto, los medios, que dependen de la tasa de beneficio, están en lo más bajo, y viceversa.
El sistema no alcanza a superar esta contradicción más que durante el período de ascenso, donde la movilización de la reserva de los factores permite el crecimiento paralelo de los beneficios y de la masa de salarios sin incrementar proporcionalmente sus tasas. Alcanzado el pleno empleo (o mejor dicho la mínima tasa histórica de desempleo) y teniendo en cuenta el hecho de que la tasa de acumulación del capital es superior a la tasa de crecimiento demográfico, la inversión o reproducción ampliada extensiva (sobre la base de una distribución del ingreso que permanece constante), llega a su fin.
Ciertamente, los bienes de consumo no son el objeto exclusivo de las ventas que generan beneficios. Los medios de producción pueden serlo también. El problema es (esto es clave) que en el sistema capitalista, las ventas de medios de producción no pueden servir de sustitutos a las ventas de bienes de consumo; son una función creciente de estos últimos.
El sistema debería entonces para salir, o mantener la expansión del consumo sin crecimiento del empleo, o sea modificando la tasa de remuneración de los factores, o pasar a la reproducción ampliada intensiva disociando el sector de los medios de producción del de los bienes de consumo. La competencia impide a los empresarios hacer lo uno o lo otro. A saber: aumentar los salarios, o perseguir su expansión sin aumentarlos. En consecuencia, la crisis estalla si dejamos el sistema a la intemperie sin la intervención del Estado que ordene con sentido de integración nacional la lucha de clases.
Los salarios además de ser el ingreso de los trabajadores son un costo para los empleadores, que son los únicos que deciden en torno a la asignación de factores. Para maximizar sus beneficios deben disminuir sus costos, o sea mantener los salarios en el más bajo nivel posible, pero los beneficios son proporcionales a las ventas y las ventas proporcionales a los ingresos sociales. Como los salarios no constituyen solamente un ingreso social –si dudas los más importantes- los esfuerzos ex-ante de los empresarios para maximizar los beneficios por la reducción o el estancamiento de los salarios conducen ex post a la minimización de las ventas y de los beneficios. De nuevo, si no media la intervención estatal con un conjunto de instrumentos, entre otros ese que quiere suprimir el gobierno libertario con la reforma laboral, el sistema choca la calesita más temprano que tarde.
Philippe Aghion
El economista francés Philippe Aghion le dice al Financial Times en un reportaje que el medio inglés publicó a fines de noviembre pasado que “ganar el Premio Nobel es muy bueno”. El Financial informa que Aghion tiene una relación cercana y desde hace años con el presidente francés Emmanuel Macron. Aghion insiste en que no es asesor oficial, pero un funcionario del Elíseo le dijo al medio inglés que Aghion proporcionó la “matriz económica del macronismo”.
En el reportaje se comenta que para “Aghion, quien ahora se define como ‘socialdemócrata’, la clave reside en un crecimiento económico inclusivo pero innovador. ‘No podemos distribuir lo que no hemos producido’, afirma”.
Una enormidad que descalificaría a cualquier alumno primerizo de economía no neoclásico. El Nobel está diciendo que no se puede redistribuir el ingreso. Digamos, pasar de que los salarios signifiquen 30 por ciento del PIB (ahí abajo, posiblemente los lleve el gobierno libertario si consigue tener ese tenebroso éxito) al 50 por ciento del PIB. En el primer caso, la economía se cae a pedazos. En el segundo (sucedió a partir de 2003) no para de subir.
“Creo en la importancia de contar con más innovación de vanguardia. Pero, al mismo tiempo, necesitamos abordar el problema del abandono. Necesitamos diálogo social. Y eso no es macronismo, es algo más que macronismo”, dice el economista francés laureado, no haciéndose cargo de las consecuencias necesaria de su recomendación de no distribuir y -al contrario- concentrar el ingreso.
O Aghion es un alma bella o un avezado seguidor de “El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké”, conforme la deferencia de Jorge Luis Borges de alistarlo en su “Historia universal de la infamia”. Suké indujo a un samurái al suicidio. Lo vengaron sus acólitos, obligando a hacer lo mismo al infame Suké. Dieron la vida por ello. Macron no pinta para suicidarse políticamente. ¿O sí?
Aghion recibió el Nobel por su trabajo con Howitt sobre la “destrucción creativa”, que proporcionó pruebas matemáticas para las teorías desarrolladas a principios del siglo XX por el economista austriaco Joseph Schumpeter.
Schumpeter argumentaba que la caída de la actividad económica se debía a que las innovaciones tecnológicas en producto y procesos que años antes impulsaban al alza las ganancias se habían ido difundiendo y al volverse comunes bajaban el nivel general de precios y las ganancias. Pagar la tasa de interés hace el resto. De ahí el nadir. Era menester aguardar a que aparezcan las nuevas innovaciones, las que por vaya a saber por cuáles razones se presentan en racimos, para que el ciclo retome su senda alcista. Aquí y ahora sería cuestión de forzar la innovación mediante la política científico tecnológica y una serie de incentivos y subsidios a las empresas para que reaccionara la producción. De la demanda, en ambos casos, bien gracias.
El final lastimoso de la historia de subsidios a las empresas sin atender la demanda o, mejor dicho, para no atender la demanda y engañarse y engañar que se opta por darle un fuerte impulso a la producción, es bien conocido en la Argentina.
Pero el corazón tiene razones que la razón no entiende y el cariño con la idea de permanecer fieles al libreto de prudentes y serios, impulsa a enunciar que si bien hay que recomponer el consumo eso no puede hacerse en lo inmediato, dado para entonces el previsible grandísimo desbarajuste.
A cambio proponen concentrarse en el lado de la oferta, en este caso sinónimo de las empresas y la producción. Para alegría de Aghion, entre nosotros hay variantes en ese abordaje ofertista no necesariamente divergentes.
Entre ellas, por su alcance y mayor densidad, medidas por el cúmulo de trabajos académicos y la historia que arrastran, están las que ponen el acento en el impulso a lo que llaman a guisa de síntesis: las capacidades tecnológicas. La invocación al folklore PyMe suele ser parte del menú, como si en aras del desarrollo en aquellos pocos lugares que es posible en el capitalismo periférico, se pudiera prescindir de negociar seriamente con las corporaciones multinacionales.
Buscan el milagro de que haya más empresas y más eficientes mientras languidece la demanda. No se resignan a que la primera condición para invertir es que haya mercado, es decir: demanda. Esta es una de las causas, sino la principal de que cuando en la política argentina se discursea sobre desarrollo se hace hincapié en todo tipo de planes productivos referidos a los diversos sectores. En gran medida, además, eso se debe al objetivo subyacente, en el mejor de los casos, de tomar una posición agnóstica y escéptica respecto del posicionamiento en la lucha de clases y en el peor a convalidar la baja generalizada de los ingresos de los argentinos invocando la necesidad de ser competitivos. Estos últimos están afirmando la enormidad de que son los precios mundiales de nuestras exportaciones los que determinan el salario de los argentinos.
Clix antiguo
El ofertismo es el ropaje que viste la mayoritaria parte de la clase argentina que no da pie con bola desde la restauración de la democracia. El Nobel de Economía 2025 sugiere que están globalmente muy acompañados en eso de hacer factible la utopía reaccionaria de estabilizar la sociedad a dos velocidades. La sabiduría convencional es completamente refractaria a las metas del igualitarismo moderno, por cuestiones de intereses de clase revestidos de patina teórica.
De ahí el costo político que se paga por seguir el camino que traza, en vista de que las mayorías nacionales perjudicadas no logran congeniar la refutación necesaria de las patrañas de distintos grado de refinamiento por las rémoras en asir lo profunda y decisiva que es la batalla cultural. A falta de pan, no son buenos los tortazos. Esas circunstancias se verifican en distintos temas como el status del maridaje entre productividad-nivel de salarios.
Tanto en el debate de la reforma laboral como en el interrogante que se les hace a los opositores al oficialismo libertario de cómo harían para mejorar los ingresos populares el concepto de “productividad” campea aquí y allá. Los opositores dicen que primero tiene que aumentar la producción vía aumento de la productividad para mejorar los ingresos populares. No explican, ni se ponen colorados de vergüenza, las razones por las cuales cayeron tanto.
Si los salarios los fijara la productividad, no habría nada que objetar y no proceder en consecuencia sería una necedad, fuente de profundas ineficiencias económicas. Pero la productividad no tiene nada que ver con la fijación del nivel de los salarios. Es, a todos los efectos prácticos, un verso reaccionario.
Un interesante ejemplo de la aparente relación directa del salario con la productividad la desenvuelve Karl Marx en el capítulo 19 del Libro Uno de El Capital sobre “El pago a destajo” que –según razona– “no es más que una forma modificada del salario por tiempo”. Asumamos que en una fábrica se establece el salario de 4 pesos por pieza terminada. Ese número proviene de calcular que un operario medio puede hacer en promedio 10 piezas por jornada, en función de que el salario normal es de 40 pesos diarios. Ahora supongamos que una innovación tecnológica duplica la productividad promedio de 10 a 20 piezas por día de trabajo. Marx señala que ahora la pieza, en vez de 4 pesos, será pagada a 2.
Y es así porque lo que está en disputa política es la fijación de los 40 pesos diarios, en la que no interviene para nada la productividad. Los trabajadores hacen jugar el elemento moral e histórico y piden más salario por jornal. Cuando la óptica reaccionaria acude al argumento de la productividad, lo que intenta es que siga por siempre en 40 pesos diarios o menos. Vender 20 piezas en lugar de 10 aumenta la ganancia.
Saldar las cuentas con la engañifa de la productividad, es un primer paso absolutamente necesario. La política de oferta es tan necesaria como imprescindible pero en tanto sea la que acompaña como una sombra al cuerpo, el crecimiento de la demanda para tornar factible su sostenibilidad.