La “batalla cultural” de hoy debería sortear el fantasma de los estigmas y resignificar el sentido de lo auténticamente nacional y popular.
Al analizar a Milei, y lo que él representa como fenómeno político, parecería existir una coincidencia acerca de la necesaria formación, a lo largo de los años, de un conjunto de condiciones que abonaron el terreno para que el libertario llegara a la presidencia. Desde Y Ahora Qué venimos insistiendo que, sin ese antecedente, naturalmente, no hubiese sido eficaz la estrategia de acumular fuerzas agitando la bandera de la anti-política y emprendiendo su cruzada contra la denostada “casta”.
En los últimos años, el proceso de la estigmatización de las dirigencias “tradicionales”, especialmente del peronismo, de sus aliados y de los movimientos sociales, encontró un campo fértil para cumplir su cometido. Luego de los efectos producidos por las políticas de Mauricio Macri, las expectativas de mejoras depositadas en el gobierno del Frente de Todos, como sabemos, quedaron en buena medida frustradas.
Esa sensación de contrariedad, alimentada por la alta inflación y la caída de los ingresos populares, afectó a las capas más profundas de la población, produciendo un quiebre allí donde el peronismo contaba con buena parte de sus bases de apoyo.
Sin embargo, aunque difícilmente pueda desestimarse la influencia determinante del empeoramiento de las condiciones materiales en el deterioro de la imagen de la dirigencia nacional, la identificación de las causas que llevaron a producir el rechazo visceral a los políticos y a la política, nos obliga a intentar indagar sobre la combinación de un conjunto de factores que, en ningún caso, admiten como válidas las simplificaciones que nacen del economicismo.
Sin restarle significación a los efectos derivados del deterioro de las condiciones materiales (quizás la causa última que explica en el largo plazo la afectación del vínculo de la sociedad con la dirigencia), hay otros factores que merecerían ser considerados con cierto detenimiento. Uno de ellos, a la luz de la percepción de amplios sectores de la sociedad, es el de la tergiversación del significado de los conceptos y las banderas que conformaron históricamente la identidad de los movimientos nacionales y populares.
Dicho en otros términos: las implicancias de la derrota de una “batalla cultural” a través de la cual la derecha extrema logró imponer, en buena medida, su propia narrativa. Lo hizo valiéndose de los errores e insuficiencias de la dirigencia nacional, y haciéndose fuerte en el territorio virtual, donde hoy se dirimen las luchas que influyen de un modo preponderante en la formación de los estados de opinión.
Los significados del “populismo”
El peronismo, junto a sus fuerzas aliadas y a los movimientos sociales, son definidos como expresiones del “populismo”, una relación de identidad, en la mayoría de los casos, socialmente aceptada por propios y extraños.
En los sectores que no reconocen como propia esa identidad, y que representan -según los estudios de opinión- entre un 60 y 65 por ciento de la ciudadanía, al “populismo” se lo asocia con el despilfarro, con el excesivo gasto público, con el déficit fiscal, con el papel desmesurado del Estado, con las mejoras salariales “sin sustento en la productividad”, con la instauración de derechos sociales sobre bases ficticias y con la vagancia.
También, con la subestimación al mérito y el esfuerzo, con el dirigismo, con el rechazo al mercado, con las posiciones anti-empresariales, con el estatismo, con el clientelismo, el paternalismo, los comportamientos antidemocráticos, la manipulación de la pobreza y, como si todo esto fuera poco, con la corrupción.
¿Acaso las experiencias del peronismo, históricamente hablando, se pueden resumir en aquella lista de asignaciones negativizadas sobre el “populismo”? La respuesta claramente es no.
Sin embargo, en el campo de las percepciones, a fuerza de machacar una y otra vez, ésas y otras asociaciones negativas (últimamente los libertarios machacan con la asociación del “populismo” con los términos “socialismo” y “comunismo”), presentes en las mentes de una parte muy importante de la población y no solo en los sectores más encumbrados o en las clases medias, funcionan cumpliendo el papel de un extendido y enraizado prejuicio.
En ese aspecto, actúa con el peso de una “fuerza material” que bloquea y distorsiona la transmisión de narrativas que no sean aquellas que refuercen los propios preconceptos ya instalados. Así, ante la sola mención del término “populismo” se activan, como actos reflejos, reacciones de rechazo. E imponen una barrera que obstaculiza y cambia el sentido sobre la comprensión de cualquier mensaje emitido desde aquella “identidad estigmatizada”, sin que importe el esfuerzo que se haga desde el punto de vista argumental y racional para otorgarle un significado positivo.
Lo curioso es que, al funcionar el concepto de “populismo” con el peso de la carga de un estigma, buena parte de la dirigencia nacional asuma como propia esa calificación, sin evaluar sus consecuencias en cuanto al impacto que provoca sobre un sector mayoritario del pueblo argentino. En tanto, la decodificación del contenido de ese término desvirtúa el significado de lo auténticamente popular, que el peronismo históricamente representó.
Sobre este tipo de mecanismos que, reproduciendo las mismas palabras de Javier Milei, forman parte de la “batalla cultural”, desvirtuando el contenido de lo que un término significa o connota, cobra actualidad la observación que hacía el propio Néstor Kirchner cuando se rehusaba a aceptar el rótulo de kirchnerista. Como es bien sabido el ex presidente consideraba que esa denominación sesgada tenía el propósito de desdibujar la identidad amplia y heterogénea del peronismo y de la alianza política y social que le otorgaba sustento al proceso de recuperación del país impulsado desde 2003.
Uno de los rasgos sobresalientes de la actual crisis de la dirigencia nacional es, junto a otras causas, el no haber sabido enfrentar el proceso de estigmatización a la que fue sometido.
¿Qué se entiende hoy exactamente por populismo? Al igual que sucede con el término “casta”, bajo ese concepto, que posee un tinte decididamente peyorativo, se pretenden englobar experiencias que poseen características bien diferenciadas, poniendo en un cono de sombras el análisis concreto de los procesos que, en cada etapa, explican lo sucedido en el país.
El carácter peyorativo del término populismo deviene de una deformación del concepto de lo popular. La denostación de lo popular no se expresa de un modo abierto y transparente sino de una manera encubierta. Por decirlo así, dando un rodeo. Un rodeo que conduce a establecer una oposición entre el “populismo” y lo auténticamente “popular”. De ese modo, con la excusa de cuestionar al populismo se imponen medidas y programas que conducen a infligir un castigo a lo popular.
Pero no solo eso: como quedó demostrado, se intenta arrebatar desde las posiciones más reaccionarias, hoy expresadas en el liberalismo extremo, la bandera de lo popular sin violentar el “sentido común” establecido. Un síntoma que refleja hasta dónde lograron enraizarse las asociaciones semióticas que sirvieron para negativizar al peronismo y sus fuerzas aliadas, recurriendo a la estigmatización del “populismo” y presentando a éste como la contrafigura a lo genuinamente popular, ahora supuestamente representado por el liberalismo.
Es decir, formando una realidad invertida. Algo que, décadas atrás, era impensado: el sentido común nunca hubiera reconocido una relación de identidad entre lo popular y el liberalismo, y mucho menos aún entre lo popular y el liberalismo extremo del autodenominado anarco-capitalismo. Una realidad que pone nuevamente en primer plano la necesidad de afrontar la “batalla cultural”, cuyo desafío es sortear el fantasma de los estigmas y resignificar el sentido de lo auténticamente nacional y popular.
Hay que leer a Perón… La comunidad organizada y siguen los libros… Después, sos peronistas, que expliquen y justifiquen los que estigmatizan sus dichos…eso sí, que no osen explicar el peronismo si no leyeron a Perón.
Del mismo modo, teniendo la doctrina, no hay batalla cultural, solo estupideces de los ignorantes que no deben ser dueños de nuestro accionar mucho menos jueces de nuestra ética…
Peron si viviera seria liberal. Fue una persona que se amoldo a los tiempos que vivia.
De hecho se pelio con los zurdos guerrilleros.
De seguro seria un liberal nacionalista
El factor determinante que lleva a vuestras válidas conclusiones es el NO PROTAGONISMO POPULAR en el quehacer diario de cada espacio, barrios, clubes, centros de estudiantes, sindicatos etc. Elvque hace sabe y no necesita xxquedar se la cuenten y encuentra el camino para corregir el rumbo siendo parte y sin que se la cuenten.