El duelo de payadores de Milei no es como el de Fierro

La célebre payada entre Martín Fierro y El Moreno parece referirse a la actualidad nacional. Pero el Presidente prefiere no tener a otro payador delante, e imagina una pelea permanente con Keynes mientras ve Carmen en en el Colón y recibe tanto abucheos (que simula ignorar) como aplausos.

Hay en la literatura argentina una célebre payada, tal vez la mejor del género, entre Martín Fierro y El Moreno. Ese tenso duelo entre dos gauchos cantantes que improvisaban versos acompañados por sus guitarras, enfrentamiento al que numerosos estudiosos de la cultura popular consideran el antecedente del rap y del trap, fue incluido por José Hernández en la primera edición de La vuelta de Martín Fierro, en 1879. Igualmente famosa, pero no en el plano de la ficción sino de los hechos reales, fue la disputa de dos grandes payadores, el argentino Gabino Ezeiza y el uruguayo Juan Nava, el 23 de julio de 1884 en Paysandú. Combinando sabiamente poesía, narración, música e improvisación, entonces  a Gabino Ezeiza le tocó ganar la partida. Después, a raíz de ese episodio fue estatuido el 23 de julio como Día del Payador.

 Puestos en boca de Martín Fierro y su adversario los versos de José Hernández, cuando en la Argentina parece agotado el tiempo, cuando entre gallos y medianoche la ciudadanía, por ejemplo, merced a un pedido de informes del secretario general de la Asociación Bancaria y diputado nacional Sergio Palazzo supo que parte de las reservas en oro habían sido giradas a diversas entidades bancarias del exterior, se presentan proféticos. Parece agotado el tiempo, aunque algo quede para las especulaciones, para suponer que sin la mediación de ese pedido de informes no se hubiera conocido la decisión del gobierno de remesar al exterior lingotes de oro equivalentes (tal vez) a 450 millones de dólares, ni hubiera salido el ministro Luis Toto Caputo a dar explicaciones, a sostener que “es una movida muy positiva” porque el oro en el Banco Central “es como si tuvieras un inmueble adentro, un edificio: no lo podés usar para nada; en cambio, si tenés ese oro afuera, podés sacarle un retorno”.

También se dijo, como todo parece que sucede al mismo tiempo, que esos lingotes de oro podrían garantizar operaciones de crédito de corto plazo en momentos en que la necesidad de divisas es apremiante, pero a riesgo de perderlos si al vencimiento (que bien puede ser ahora) después resulta imposible honrar ese nuevo endeudamiento, o son embargados si hubiera sentencia en alguno de los tantos juicios que tramita el Estado argentino en jurisdicciones extrajeras. Por eso el diputado Palazzo, luego de analizar varios riesgos y destacar la falta de información oficial clara y detallada al respecto, apeló a la poesía gauchesca, e ironizó: “Es como si llevaras las joyas de tu familia a la calle Libertad.”  

Lo que viene sucediendo en la Argentina, un gobierno presuntamente libertario que aplica un feroz ajuste ultra ortodoxo a máxima velocidad y apenas mal disimulado por un velo torrencial de verborragia ideológica, ha vaciado de tiempo la situación de las mayorías más vulnerables de la comunidad nacional. Luego de la devaluación inicial del 118% y de la serie ininterrumpida de indicadores a la baja de la economía real que desmentirían, a tan sólo siete meses de gobierno, la euforia desbordante de crueldad y el inexplicable optimismo de Milei y sus colaboradores más cercanos, no se visualiza un porvenir sencillamente porque ya no queda tiempo y entonces el porvenir está fundido con el presente, ocupando el centro de la escena. Y esto remite de nuevo a los versos de José Hernández, más precisamente al final de la payada entre Martín Fierro y El Moreno.

Los contendientes se desafían mutuamente con requerimientos difíciles, que van desde la definición del canto del cielo hasta la del canto de la tierra, o del mar, o de la noche. También se lanzan preguntas referidas al origen del amor, a la necesidad de “la ley”, a los motivos por los cuales Dios decidió crear la cantidad, la medida o el peso de todas las cosas. Queda claro que a Fierro esa payada se le hace cuesta arriba porque El Moreno es inteligente, malicioso, y culmina su desafío con una pregunta envenenada que parece imposible. Entona: ¿Cuándo formó Dios el tiempo / Y por qué lo dividió?

 La interpelación suena fatal y definitiva pero Fierro lanza una respuesta que ha sido citada hasta el cansancio, seguida de innumerables interpretaciones y que ahora, frente a los resultados de un gobierno libertario con poco más de siete meses de antigüedad, resulta especialmente seductora: Moreno, voy a decir / Sigún mi saber alcanza: / El tiempo sólo es tardanza /De lo que está por venir; / No tuvo nunca principio / Ni jamás acabará. / Porque el tiempo es una rueda, /Y rueda es eternidad; / Y si el hombre lo divide / Sólo lo hace, en mi sentir, / por saber lo que ha vivido / O le resta que vivir.

Pero lo cierto es que no hay tiempo porque las consecuencias de una serie de decisiones políticas implicaron la parálisis de la obra pública y la rápida caída del consumo por el ajuste de los ingresos de la población, arrojando decenas de miles de despidos tanto en el sector privado como en el público. Y tampoco se puede rozar con los dedos del espíritu algo de tardanza cuando el equívoco equilibrio de las cuentas fiscales requiere la escandalosa licuación de las jubilaciones y los salarios, por ejemplo, y no queda demasiado porvenir si la pobreza está por encima del 50%, la inflación no cede y la recesión se profundiza. Y en ese marco, atravesando una realidad que impide enderezar el sentido de las palabras que le dijo Fierro a su contrincante, amerita advertir que sin embargo el 23 de julio el presidente Milei conmemoró el Día del Payador con música, pero asistiendo a una gala del Teatro Colón para ver la ópera Carmen de Georges Bizet, puesta por Calixto Bieito. Lo que hace Bieito es raro, provocador y por momentos confuso, desplazando a Carmen en el tiempo y en el espacio, y con una escenografía famélica para un escenario despojado; acompañaron a Milei el asesor Demien Reidel, el director de orquesta Pablo Boggiano y la ex vedette, actriz y periodista Amalia “Yuyito” González.

Aseguran quienes asistieron esa noche que Milei saludó con énfasis desde el palco y recibió aplausos y abucheos por partes iguales, circunstancia que motivó que siguiera agitando los brazos como si continuara desplegando una payada imaginaria con la cultura y la realidad cotidiana. Es algo característico del presidente Milei: como usualmente sólo concede entrevistas con alguno de sus periodistas íntimos hasta la confidencia o la promiscuidad publicitaria, siempre debe simular confrontaciones con un ausente o con una presencia fantasmal. Y dado que para payar hacen falta dos que se contradigan, si asegura que “el mundo se salva achicando al Estado para engrandecer a la sociedad” y pregunta al vacío por qué hay quienes defienden todavía la intervención estatal en el libre mercado, lo hace mirando a cámara e imaginando que tiene enfrente a su archienemigo ideológico John Maynard Keynes, quien de ultratumba puntea la guitarra y le responde que el libre mercado es una fantasía teórica y que el Estado no interviene en la economía sencillamente porque es parte de la economía misma.

Entonces el presidente Milei, que no percibe la ironía, lo interrumpe con un rasgueo ensordecedor y le pregunta si conoce los números que brinda Caputo, el mejor ministro de Economía de la historia local. Keynes dice que con los resultados de su gestión a la vista quedaría claro que el Estado en la Argentina viene cambiando una “intromisión” por otra para liberar y facilitar la transferencia de ingresos de los menos afortunados hacia los más ricos, y lo más pronto posible. Agrega que allí están las altas tasas de interés, la sobrevaluación del tipo de cambio y la reducción consiguiente de la competitividad externa, y también las consecuencias que se pueden medir en términos de desempleo, pobreza y miseria, todas penurias para quienes quedan sujetos “al mercado” con la falsa esperanza de un milagro en el “largo plazo”, cuando “estamos todos muertos”. Y pregunta: “¿A usted le parece que ajustar ciertos gastos fiscales y no otros, o poner en marcha una determinada política monetaria, no son fuertes intervenciones estatales? ¿Y que el tema en rigor pasaría por  ver cómo el Estado debe intervenir, o sea, por una discusión política que involucre a toda la sociedad?”

El presidente argentino, ofreciendo su mejor perfil a Jonathan Viale o Alejandro Fantino piensa con serena omnipotencia, hasta que de nuevo mirando a cámara le responde a Keynes. Plantea que dejar en manos de esa “casta” inmunda que son los políticos, o “los chorros de la política”, cuestiones tan relevantes como la conformación y futuro del Estado, condena a los ciudadanos a la miseria. Que la prosperidad de un país resulta del despliegue de un mercado en el que reine la competencia perfecta, más allá de las apariencias y la prédica de quienes señalan lo que no existe, como los monopolios y otras fallas del mercado al estilo de las externalidades y carencias de información. Y concluye: “Me asumo como un topo decidido a destruir al Estado desde adentro. ¿Usted cree que es aconsejable perder el miedo a la libertad, abrir la economía y encomendarse a las fuerzas del cielo?” 

A esta altura de la payada Keynes parece aburrido. Piensa que suponer inútil y parasitario al gasto público es inofensivo, siempre y cuando no fundamente políticas que terminen beneficiando a los más ricos (los rentistas de la deuda pública, los monopolios u oligopolios), en detrimento de los más pobres. También se dice que en medio de una recesión, cuando no hay opciones lucrativas para invertir (y tampoco autorregulación del mercado que valga), la necesidad del Estado es manifiesta para que actúe no en contra de las actividades privadas sino para socorrerlas, con decisiones políticas que  promuevan a los sectores productivos y no al casino financiero. Pero Keynes guarda silencio, piensa que las discusiones escolares siempre lo han aburrido, y que habrá de volver a colaborar con la Argentina cuando la militancia política logre recuperar al tiempo, de manera que lo que tarda se convierta en esperanza de un porvenir mejor para todos.

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