La brutalidad del efecto empobrecimiento es tan grande que el recurso discursivo que llama al sacrificio en aras de un futuro esplendoroso, previsiblemente, será cada día menos eficaz en la medida que los hechos muestren que su programa no nos conduce precisamente a las puertas del cielo.
El dogma comienza a chocar con la realidad. A medida que esto sucede se va corriendo el velo que ocultaba el carácter ilusorio del “programa” y las promesas con las que el presidente Milei cautivó al electorado. Un electorado decidido, con la misma fuerza, y no sin razones, tanto a castigar a la dirigencia “tradicional” como a proyectar en la figura del actual presidente, una vez transformada en el símbolo excluyente de la anti-política, la esperanza de un nuevo ciclo que pusiera fin al agobio y el hartazgo.
Diversos estudios de opinión muestran, como es más que obvio, que un alto porcentaje del voto positivo a Milei fue la contracara del rechazo a “la casta”. Pero la necesidad convertida en virtud, se sabe, puede conducir involuntariamente a los más graves equívocos, una sensación que comienza a apoderarse de la conciencia de los votantes que lo eligieron no por estar identificados con la ideología del liberalismo extremo sino por representar la opción anti-casta.
Cuando la angustia, la desesperación y el enojo abonan el terreno social para que figuras mesiánicas se transformen en depositarias de una esperanza que se alimenta de la búsqueda imperiosa por cambiar la realidad que oprime ‒aunque eso signifique aferrarse, por imperio de esa misma necesidad interior que nos impulsa, a promesas imposibles de cumplir‒ bien pueden llevarnos a dar un salto al vacío.
Ahora está claro que, apelando a fórmulas discursivas teñidas de misticismo y actuando más que como un candidato como un pastor evangélico, Milei, invocando una y otra vez a “las fuerzas del cielo”, jugó ese juego asumiendo el papel del mesías que venía a impartir justicia. Es decir, presentándose como el destinatario de un poder que está más allá de toda comprensión racional, capaz de imponer un nuevo orden allí donde amplios sectores sienten que en el país que les toca vivir reina la “ley de la selva”.
La representación de Milei personificando a un león amenazante, símbolo de la figura de un rey omnipotente capaz de hacer escuchar su rugido en “la jungla” y dispuesto a “devorar” y “aniquilar” a los responsables de tantos desastres, es decir a “la casta” ‒para usar los términos más repetidos en su campaña‒ no fue, claro está, obra de la improvisación, sino más bien producto de una fina construcción semiótica y una eficaz estrategia de marketing.
De allí que los que creyeron ver en el Milei-candidato sólo los rasgos de un personaje extravagante, que motivaba en la propia dirigencia reacciones sarcásticas plagadas de subestimación acerca de sus posibilidades de convertirse en presidente, se rehusaron a intentar comprender de manera más profunda las raíces sociales del nuevo fenómeno y, por lo tanto, el modo de enfrentarlo.
No se advirtió a tiempo que la fuerza que iba adquiriendo Milei, en rigor de verdad, no provenía de sí mismo sino de una compleja realidad social que lo “utilizó”, a modo de vehículo, es decir, como canal de expresión. Un proceso que fue alimentado por sus estrategias de campaña, aplicando las mismas técnicas de manipulación sacadas del manual de la nueva derecha internacional, mientras la dirigencia nacional siguió el guión de las campañas tradicionales, repitiendo las mismas fórmulas y lugares comunes. O dicho de otro modo, ajenas a la comprensión del nuevo fenómeno que estaba propagándose en todo el país como un reguero de pólvora.
Hoy, cuando Milei ya dejó de ocupar el papel central de antagonista del orden establecido (aunque intente desde lo simbólico sostener esa posición), y su figura representa el vértice del nuevo gobierno que ahora debe dar cuentas por las promesas asumidas, la relación con la sociedad y sus votantes comienza a mutar.
Un amplio sector de la población, que reconoce el brutal impacto de la devaluación, el aumento de la inflación, la caída en picada del poder adquisitivo y la fuerte parálisis de la economía que se viene, aún proyecta la responsabilidad de semejante desmadre al gobierno anterior. Pero el hecho de que Milei sufra las consecuencias de un “efecto boomerang”, o dicho de otro modo, de que se desvanezca el hechizo con el que cautivó a amplios sectores de la sociedad, es una posibilidad que parecería estar en la propia naturaleza del movimiento que lo catapultó a la presidencia.
La contradicción principal se plantea entre la expectativa de cambio y mejoras que amplios sectores depositaron en Milei (más allá del reducido sector que conscientemente se identifica con la ideología libertaria ultraliberal) y la índole de su programa económico-social. La brutalidad del efecto empobrecimiento es tan grande que el recurso discursivo que llama al sacrificio en aras de un futuro esplendoroso, previsiblemente, será cada día menos eficaz en la medida que los hechos muestren que su programa no nos conduce precisamente a las puertas del cielo.
Tampoco parecería sostenible el discurso de la libertad en la medida que, como ya está sucediendo, se instaure en el pueblo el reino de las privaciones. No es mediante la extrema escasez, el empobrecimiento y la exclusión como se amplían los espacios de libertad sino más bien lo contrario.
En ese contexto, no parece casual que a pocas semanas de iniciado el experimento libertario, muchos ya comienzan a plantearse algunos interrogantes sobre la viabilidad política y el carácter realista del proyecto que promete “resetear” de un plumazo la economía y la sociedad argentina. Y, de llevarse adelante, transformar al país en un simple territorio liberado para que las fuerzas del mercado estén a sus anchas.
Si esto es así, bien puede imaginarse que a medida que se vayan agregando nuevos ajustes, como los aumentos tarifarios, y generalizándose las reacciones a los cambios propuestos por Milei a través del DNU, el proyecto de Ley Ómnibus y las iniciativas que aún tienen bajo la manga Luis Caputo y Federico Sturzenegger, las respuestas podrían ser cada día más categóricas, transformando a Milei en destinatario de un extendido rechazo social.
La reflexión viene a cuenta, porque no fueron pocos (incluso algunos reconocidos analistas) los que en medio de la campaña, agregando un nuevo ingrediente a los tantos desvaríos por los que circula el debate político nacional, creyeron ver en Milei, su mística y su capacidad para generar adhesiones en los sectores populares, la posible llegada de un “nuevo Perón”.
Sobre este punto conviene detenerse un instante. Se ha señalado infinidad de veces, algunos para denostarlo otros para exaltarlo, que “el peronismo es un sentimiento”, al significar la naturaleza de un vínculo que a lo largo de décadas sobrevivió a las pruebas más tremendas: el prolongado exilio de Perón, la proscripción, la persecución a sus dirigentes y militantes, las calumnias, la brutal represión y las desapariciones. Pero esa identificación con el líder y su transformación en un mito popular, aun después de su muerte, no había nacido de una mera ilusión sino que tenía un sólido basamento que solo los necios se rehúsan a ver: la revolución social que cambió para bien las condiciones reales de vida (no imaginarias) de millones de argentinos.
La fuerza y la magnitud de esa transformación hizo que la mística justicialista superara la prueba más difícil: el paso del tiempo. Un antecedente que, aunque en otras dimensiones y en otro contexto, explica por qué Néstor Kirchner y Cristina, aún hoy, siguen movilizando los sentimientos de una parte muy significativa de argentinos que vivieron, en carne propia, la experiencia de la etapa de recuperación y mejora de las condiciones de vida y acceso a nuevos derechos, teniendo como telón de fondo la gran crisis del 2001.
En otras palabras, si se permite el término, la base terrenal o material (trabajo, salarios, educación, progreso real) explica el carácter perdurable de los liderazgos que trascienden sus propias fronteras temporales incluso después de haber cumplido sus cometidos históricos. Surgen más que de sus promesas de sus realizaciones, y a partir de allí adquieren la estatura que los eleva a la condición de líderes populares.
Lo que sucede con la mística y el carisma de Milei es de un orden bien distinto. Su popularidad nace de una promesa que está siendo puesta a prueba en condiciones extremadamente difíciles, ya que para la inmensa mayoría de los argentinos, como se decía, nada ha mejorado sino que todo ha empeorado, y las perspectivas son todavía mucho peores.
De allí que la vertiginosidad de su ascenso puede dar inicio, con la misma aceleración, a un movimiento de signo inverso. Y las grandes ilusiones que súbitamente crearon una corriente de optimismo entre sus votantes, bien pueden dar lugar a grandes y repentinos desencantos, en tanto la catástrofe social que ya estamos viviendo signifique un baño de realidad para quienes, de buena fe, fueron obnubilados por las promesas de un presunto salvador que en rigor de verdad no era otra cosa que un simple ilusionista.
Es una realidad eficaz sigamos apoyando y miremos todo lque está logrando
Nuestras riquezas del sur ;la droga nos habré al mundo
Eso deberían a empezar a ver
No es solo el congreso q hay q ver x favor saquense las orejeras se los digo a todos en especial a los políticos egoísta q solo se fijan en su conveniencia
Votamos a Miley y q está gobernando muy bien tiene la capacidad de q más quisieran tener xeso señores diputados si no les gusta Renuncien
URGE VISIBILIZAR LA MANIPULACIÓN DE MACRI CAPUTO QUE ESTÁ ARRASANDO NUEVAMENTE EL PAÍS. NO PERMITIR PODERES EXTRAORDINARIOS NI POR UN DÍA. SINO SERÁ TARDE
Seamos serios. Axel solo piensa en si mismo
Igual que Cristina cuyo hijo no pudo pasar el ingreso a Derecho pero está en el Congreso!! Alberto Fernández está en España Y ES EL PRESIDENTE del P.J!!!! Por pánico sigue allí?
Todo lo escrito es una mentira el peronismo fue bueno en sus primeros años después de la guerra con las arcas llenas de oro hoy el peronismo no representa nada de eso todo lo contrario si seguíamos por el camino de peronistas k terminábamos como Venezuela con una dictadura cruel con millones de argentinos muertos de hambre y otros afuera de este hermoso país manejado por corruptos