El mal sueño americano

La idea de que se viene una segunda guerra civil en EE.UU. ya está instalada en el imaginario del país. Desde el cine y un flamante bestseller, se especula sobre cómo va a empezar y cómo va a ser.

Si alguien piensa que la grieta es un invento argentino, ese alguien necesita recapacitar. Estados Unidos está fantaseando hace rato con el escenario de una segunda guerra civil, una secesión de Estados de la unión que alzan bandera propia y le hacen la guerra al enemigo odiado, el gobierno nacional. 

La combinación tóxica de fantasías en la web, racismo, milicias, fake news y calumnia impiadosa hacia el rival hace rato que salió de la marginalidad. Demócratas y republicanos, progresistas y neonazis se tratan abiertamente como enemigos de todo lo bueno, todo lo noble, con lo que la idea de que tienen un país en común se marchita. Donald Trump hizo lo suyo. El asalto al Congreso en enero de 2021 fue un ensayo. Ya son muchos los que desean una guerra civil, y muchos más que la temen. Es que en la primera, entre 1861 y 1865, peleada a fusil de chispa, murieron 600 mil. Nadie nunca mató tantos americanos como cuando se mataron entre ellos.

Este jueves se estrenó Guerra Civil, la película de Alex Garland que muestra un final posible de esta idea tremenda. Garland usa un recurso simple y eficiente, el de seguir a un grupo de periodistas en el muy difícil viaje de Nueva York a Washington, cosa de mostrar lo que ellos ven y no meterse en el gasto de una superproducción. Los periodistas son dos fotógrafas, un redactor y “lo que queda del New York Times”, un veterano de otras batallas que debería haberse jubilado hace rato. La idea es que los Estados Occidentales están por tomar la capital y ganar la guerra, y la gran primicia sería entrevistar al presidente, que no habla en público hace semanas.

El viaje es una pesadilla de ruinas, refugiados, hambre, pueblos arrasados, rutas orilladas por blindados quemados, tiroteos y bombardeos que les hacen cambiar de rumbo todo el tiempo. Hay milicianos que fusilan sin más a quien les caiga torcido, hay torturadores, hay ejecuciones de prisioneros. Lo que no hay es nafta, que sólo puede ser comprada con la nueva divisa aceptable, el dólar canadiense. 

Tres de los periodistas llegan, duras penas, a Washington aunque tarde: el ataque ya empieza y lo único que logran es seguir al ejército. La batalla es impresionante, aunque a escala de pelotón, con un toque casi morboso cuando demuelen a cohetazos el monumento a Lincoln. Los periodistas están en el asalto a la Casa Blanca, la recorren entre tiros, encuentran al presidente cuya última custodia es el Servicio Secreto. Y ven cómo los soldados lo matan a sangre fría, “como se merece”, y se dejan fotografiar haciéndolo.

Este presidente es una suerte de Trump, aunque con otro peinado para no ser simplistas. Pero en el nuevo libro del periodista Stephen Marche, llamado directamente La próxima guerra civil, el presidente es una presidente. La primera línea del libro es “los Estados Unidos están llegando a su final. La pregunta es cómo”. Marche es un patriota que no escribe esas palabras sobre su propio país con alegría, pero es un convencido de que realmente el modelo social y político no da más.

Para articular su bronca y ordenar su análisis, el relato se organiza en cinco “informes desde el futuro” en los que se toman eventos ficticios pero plausibles y se analiza el entorno. El primero va a las milicias y la completa falta de diálogo entre opuestos políticos con el caso de un puente, un puente cualquiera en un lugar medio rural, que se empieza a romper. La inspección de seguridad lo clausura, los vecinos se enojan y le reclaman al sheriff local, el sheriff -que al final es electo por el voto, en el raro sistema norteamericano- se pone al frente del reclamo y reabre el puente de prepo. Enseguida es un héroe de la derecha anti gobierno y el pueblo se transforma en un campamento de milicias armadas, desafiantes y haciendo streaming todo el tiempo.

La cosa se pone tan pesada que la presidente manda al ejército, con un general al frente que sabe que, haga lo que haga, es el fin de su carrera. Si es duro, la derecha lo va a crucificar; si es blando, el ala progresista de los demócratas lo va acusar de nazi. El final es una masacre de un minuto, cuando un miliciano hace fuego y los militares responden con lo que tienen, que es mucho. Lo inteligente del relato es que Marche subraya que “por supuesto” que gana el ejército en lo militar, tanto como pierde en lo político: los federales son los primeros en matar, ellos la empiezan, en la visión miliciana.

El segundo informe es sobre el asesinato de la presidente a manos de un pibe perdido, infectado por las teorías conspirativas, solo y sin autoridad paterna. Como en el informe anterior, Marche sostiene su pequeña ficción con una avalancha de números, datos y citas de expertos. El tercer informe es el más inesperado, cuando un huracán fuerza 3 pulveriza Nueva York, causa miles de muertos y deja la ciudad inhabitable. Es una oportunidad de mostrar la burocracia y la lógica económica que hacen imposible prevenir estos desastres, y también de mostrar que, si uno así ocurriera, sería imposible reconstruir. Nueva York, el ombligo del país, moriría en serio y sería un símbolo de impotencia nacional.

El cuarto despacho cuenta un ataque terrorista al edificio del Capitolio, esta vez con un explosivo de alto poder mezclado con polvo radioactivo, una “bomba sucia”. Marche enumera la cantidad de veces que un ataque así se evitó por casualidad, por policías que entran a una casa o galpón por otro tema y encuentran un paquete radioactivo y una bomba a medio hacer. El capítulo es un verdadero catálogo de bellezas del terrorismo de derecha, no sólo de los muertos que ya causa cada año sino de los que puede causar cuando se desate y se sienta validado.

Y el final es el comienzo de la guerra, que empieza cuando el gobierno nacional trata de controlar áreas que se le dan vuelta usando las viejas técnicas de contrainsurgencia. Es un momento brillante del libro que muestra el por qué del fracaso de EE.UU. en ocupar Iraq y Afganistán, para no irse más atrás. La doctrina, se desespera Marche, consiste en entrar a un área, arrestar o matar a los padres y convencer a los hijos de que uno los ama. “Nadie es tan estúpido…” 

Esto de tener que ocupar zonas de Estados Unidos ya se puede dibujar en el mapa. Hay Estados que son unipartidarios, como la Texas republicana y la California demócrata, y muchos otros en camino de serlo. Los mapas explican desde la postura sobre el aborto, el ingreso real, la cantidad de gente que va a la iglesia, la cantidad de hijos, la mezcla racial, para crear un perfecto mosaico de opuestos que no se hablan. Y es un mapa atractivo, con millones de personas mudándose a lugares “donde piensan como yo”.

Fintan O’Toole, el brillante periodista irlandés y alguien que sabe en carne propia cómo es una guerra civil, avisó en una nota para The Atlantic que lo que realmente le preocupa es que se hable tanto del tema: “hay profecías que se cumplen, de tanto repetirlas”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *