El mercado está lleno de mitos

La controversia sobre los precios está indefectiblemente asociada a la formación de la distribución del ingreso. El mercado no funciona como lo esperan sus defensores. Alienta la exclusión social y la concentración de la riqueza. Resulta en un crecimiento de la pobreza y la postergación de necesidades colectivas básicas.

Debido a la proliferación de ideas liberales en el ámbito de las ciencias sociales y la política a partir de la década de 1970, extendida desde los países desarrollados hacia los subdesarrollados, se volvió común que los círculos conservadores comenzaran a reivindicar las virtudes del mercado. También que los críticos hagan notar que, cuando en una antinomia postulada frente al accionar del Estado se favorece la primacía del mercado, éste no funciona como lo esperan sus defensores. Alienta la exclusión social y la concentración de la riqueza. Resulta en un crecimiento de la pobreza y la postergación de necesidades colectivas básicas.

Las naciones que hoy alcanzan las categorías de desarrolladas llegaron a su posición por medio de un control del Estado por sobre la actividad económica intenso y persistente, de diferentes formas que comprenden la regulación interna, el apoyo por medio del gasto público a ciertas actividades (entre ellas la educación) y la participación geopolítica activa. Su fuerza es la única que hace a los mercados que luego operan de acuerdo a sus propias leyes.

Sin embargo, con la preponderancia de ideas liberales que se extendió por el mundo a partir de la década de 1970, se volvió común que los círculos conservadores comenzaran a reivindicar las virtudes del mercado, como antinomia del accionar del Estado. 

Aunque en el presente esta reivindicación no sea necesariamente el rasgo distintivo de las nuevas derechas, para Argentina adquiere una importancia especial: su gobierno hace propias las reivindicaciones “ultra” pro mercado,  que combina con provocaciones propias de las derechas actuales.

Las políticas que se suelen denominar pro mercado en realidad consisten en disminuir el poder de compra de la población. Se hace de dos maneras, conocidas en esta comarca. Se afectan precios específicos que inciden en el conjunto de la economía y se disminuye el gasto público en términos reales (es decir, incrementándolo en menor medida que los precios). Y la última reducción suele concentrarse en partidas socialmente sensibles, que componen la mayor parte del gasto, además de que por sus implicancias políticas recortarlas suele ser un fin en sí mismo.

Más que de medidas pro mercado, se trata de políticas deletéreas para con los trabajadores. Por sus efectos contractivos sobre la demanda, redundan en caídas del PIB, y eso resulta en el empobrecimiento de una nación en conjunto. Lo que no quita que sea posible el enriquecimiento simultáneo de un sector o grupo social determinado, si median transferencias hacia ellos por parte del Estado durante un tiempo de cierta duración. Pero el efecto que prima es el de una mayor pobreza, no el de la concentración de la riqueza. Sencillamente, un PIB menor indica que la población es más pobre.

Hasta aquí se trata de hechos. Ante ellos, cabe preguntarse por qué persiste, aunque sea con menor vigor que antes, la defensa de políticas económicas que resultan destructivas al ponerse en práctica. Y también, cuales son las razones por las que en países en los que promotores de este ideario reciben críticas no se elabora un herramental teórico diferente, ni se intenta penetrar en las razones de fondo que explican que la economía funcione de una manera diferente a la que concibe la variante liberal de turno. 

En nuestro caso se trata de ir más lejos que limitarse a aseverar que en Argentina las cosas no funcionan como en otros lugares, especialmente si lo que se dice no funciona en ningún lado.

La distribución del ingreso

En principio, debe explicarse a qué se denomina mercado, un término habitualmente más empleado que comprendido. El uso cotidiano refiere a la interacción entre la oferta y la demanda de un bien o servicio. En la ciencia económica, siempre se consideró que esta interacción tenía el efecto de balancear la ganancia y la producción entre ramas de actividad: un exceso de demanda generaría un alza de precios que conlleva una ganancia inusual, atrayendo inversiones para aprovecharla hasta que la oferta se expanda a niveles adecuados. El exceso tendencial de producción obra en sentido contrario, ocasionando descensos de precios que orientan los recursos hacia otras ramas. En el largo plazo, la ganancia debería tender a un valor similar en todas las ramas, por efecto del movimiento del capital.

La divergencia entre escuelas de economistas se ubica en torno a cómo se determina el precio natural de una mercancía, que es aquel sobre el cual gravita el precio empírico o de mercado, resultante de la influencia que ejercen la oferta y la demanda partiendo del precio natural. Más interesante es notar que la controversia sobre los precios está indefectiblemente asociada a la formación de la distribución del ingreso. 

Aclaremos que se trata de precios relativos, de mercancías comparadas. A los efectos de esta discusión no interesan la forma de medida y los precios absolutos. 

Adam Smith y David Ricardo, los dos economistas de mayor visibilidad dentro de la economía política clásica, habían sostenido que el precio natural de un bien se explica por el tiempo de trabajo que conlleva producirlo, incluyendo dentro de él la utilización de insumos y la amortización de bienes de capital. 

Los salarios se conforman por las necesidades de los trabajadores en relación al costo de vida. De la diferencia entre el valor de la producción, el pago de salarios y los gastos necesarios para la reposición del herramental utilizado en la actividad surge el excedente mediante el cual se expande la economía. En el capitalismo, asume la forma de ganancia.

En el primer tomo de El Capital, Karl Marx desarrolló su teoría de la explotación, cuyo principal hallazgo es que el excedente emerge de la diferencia entre el tiempo de trabajo que el trabajador dedica para su manutención dentro del proceso de producción y lo que resta de este último. Al valor que no es apropiado por el trabajador lo llamó plusvalía.

Para Marx, la explotación, que en este contexto adquiere una connotación técnica antes que ética, conlleva una presión objetiva para buscar los medios de incrementar la intensidad de la producción dentro de un mismo lapso de tiempo, y disminuir la participación de los trabajadores en él comprimiendo los salarios. 

También elaboró una explicación más refinada de los salarios, que pudiese dar cuenta del hecho de que en ellos subyace un componente histórico. La Riqueza de las Naciones, de Smith, se publicó por primera vez en 1776, los Principios de Economía Política y Tributación de Ricardo en 1817, y El Capital en 1867. Durante el período comprendido por la difusión de las tres obras la clase trabajadora de Inglaterra, donde más había avanzado el capitalismo, experimentó fluctuaciones en su nivel de vida, y caídas bruscas al iniciar la revolución industrial, pero de ninguna manera se podía sostener que su nivel de vida fuese inalterablemente de subsistencia. Marx introdujo un valor moral-histórico en el salario, que se forma por hábitos alcanzados en circunstancias específicas, devenidos en necesidad.

El valor moral-histórico del salario y la maximización de la plusvalía por medio de la explotación son los componentes que tornan a la lucha de clases en una característica estructural del capitalismo, independientemente de cómo se manifieste. 

Al ser resultados derivados del análisis clásico desarrollado por los economistas ingleses, se comprende que quienes buscaban defender al capitalismo hubiesen rechazado argumentos que explicasen la necesidad de la confrontación política para la obtención de mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores con un aparato teórico diferente. Recordemos que antes de Marx, existieron socialistas que criticaron las bases del capitalismo y propusieron formas alternativas de administración de la producción.

El aparato teórico divergente fue el análisis marginalista, posteriormente rebautizado neoclásico. Los tres autores que le dieron forma fueron William Stanley Jevons, León Walrás y Carl Menger, en tres obras publicadas independientemente en la primera década de 1870, pero con razonamientos teóricos muy similares, sobre todo entre los primeros dos. 

La principal idea de la nueva teoría es que la determinación de los precios corresponde a la utilidad que los individuos encuentran en las mercancías, genéricamente englobada en un conjunto de gustos y preferencias.

Walrás, en su trabajo Éléments d’Économie Politique Pure (1874) avanzó en una teoría de la distribución del ingreso, que había sido esbozada con más generalidad por Jevons. Sostenía que, como ocurre con los productos, existen servicios productivos que tienen sus respectivos mercados, y se sujetan a la ley de la oferta y la demanda. Vale tanto para el capital como para el trabajo. En consecuencia, su remuneración se establece en función de cómo sean utilizados, según la intensidad que se requiera de ellos por lo que surja en los mercados de bienes y servicios. 

Es decir que actúa una ley económica para poner el precio de los servicios productivos en función de los gustos y las preferencias de los consumidores. A partir de ello es que Walrás dedujo que la distribución del ingreso es un fenómeno espontáneo, y que cualquier acción orientada a alterarla puede fundamentarse en motivos morales, pero desde el punto de vista económico es perniciosa, debido a que el sistema de precios refleja un orden de ingresos que se adecua a las preferencias sociales en forma óptima.

Problemas lógicos

Son varios los problemas lógicos que se derivan de este tipo de conclusión. El principal es que explicar la determinación de la ganancia y el concepto mismo de capital con esta idea se hace imposible. Se fuerza la confusión con los bienes de capital, y se trata de buscar una igualdad en el rendimiento de las diferentes ramas de actividad que es propio de la teoría del equilibrio entre precios, cuando por las premisas mismas del sistema, se niega la existencia de las relaciones sociales de producción, buscando encontrar en bienes necesariamente heterogéneos la homogeneidad necesaria para catalogarlos como factores de la producción.

Sucede que ni el capital ni el trabajo asalariado guardan la menor relación con los gustos de nadie. Son relaciones impuestas coercitivamente y, una vez dadas, funcionan de manera objetiva e independiente de la voluntad de los individuos. La movilización política altera esta base coercitiva, determinante de las condiciones de existencia en las que transcurre la vida social. Y justamente, por su naturaleza, por definición contraria a lo espontáneo, es que se requieren ese grado de movilización y de combatividad. 

Sencillamente, es modificar un orden que favorece más a unos en beneficio de otros. A lo sumo, cuan óptimo o deseable sea el estado de cosas de tal orden en un momento dado se puede discernir en función de lo cuantitativo: cuánto es mejor para cuantos, dentro de los límites del propio sistema capitalista.

Es fácil ver la huella del pensamiento inaugurado por Walras y Jevons en las ideologías conservadoras de nuestros días. Varios economistas inmediatamente posteriores, como Alfred Marshall o Vilfredo Pareto, que continuaron con la consolidación de la teoría neoclásica, se refirieron a los conflictos políticos originados en la distribución del ingreso como antisociales o distorsivos de una situación óptima.

Por oposición, existe una tradición dentro de la teoría económica que acepta la determinación política de la distribución del ingreso, y perfecciona el análisis de los precios sobre esta base, que en la forma expuesta por los clásicos y Marx adolece de imperfecciones que los neoclásicos nunca pudieron subsanar. Recurriendo a ella, se puede dar con la conclusión de que es falsa la idea de que las fuerzas de mercado tiendan a eliminar la pobreza, porque en su funcionamiento la pobreza o la prosperidad son datos de la realidad sobre los que no inciden.  Ese es uno de los grandes mitos sobre el mercado.

El mito del crecimiento

Las únicas fuerzas que pueden sentar las bases para una modificación sustantiva de las condiciones de vida de la humanidad en un espacio de acumulación dado son las fuerzas de la política, cuando se orientan a llevarlas al pico de lo que habilitan las condiciones materiales y técnicas de la producción. 

Hasta la fecha, el espacio histórico y la unidad de análisis macroeconómico por defecto es la nación, dentro de una economía internacional única en la que las naciones tienen intereses divergentes, siendo uno de los principales los mecanismos de explotación que mantienen entre sí. Es decir, como las naciones ricas se apropian de la plusvalía originada en las naciones pobres.

Es importante subrayarlo porque en lo que hace al crecimiento económico, que es la condición básica para la superación del atraso económico y la pobreza en los países subdesarrollados, entra en escena el segundo gran mito sobre las fuerzas de mercado, directamente asociado al primero: la localización óptima de los recursos a la que da lugar la acción del sistema de precios tiende a favorecer su utilización plena en las mejores condiciones, promoviendo el desarrollo de las fuerzas productivas.

Por el contrario, en lo que hace a esta idea aplica también la observación de que las fuerzas de mercado se desenvuelven adaptativamente en un entorno de pobreza o prosperidad. 

Si la estructura productiva de una nación es retrógrada, y se encuentra habitualmente con las trabas a la producción que son propias del subdesarrollo, las fuerzas de mercado reproducirán sus características, manteniendo la expansión en las ramas dinámicas y dejando desatendidas al resto.El economista sueco Gunnar Myrdal introdujo en la obra Teoría económica y regiones subdesarrolladas (1957) el término causalidad acumulativa para referirse a esta suerte de equilibrio del subdesarrollo, que las fuerzas de mercado perpetúan.

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