La imagen de una Argentina que fue esplendorosa no es inocente. El discurso de la prosperidad perdida que adopta Milei fue utilizado por la dictadura de 1976, y sus herramientas anti-inflacionarias por los gobiernos democráticos que se las vieron con la hiperinflación. La principal es el atraso del salario.
El Índice de Precios al Consumidor, el IPC, muestra una desaceleración sobre su pico de incremento mensual en diciembre, que fue del 25,5 por ciento. En enero alcanzó el 20,6 por ciento, y en febrero el 13,2 por ciento. Pero esto se explica por razones sencillas que no consisten en ninguna modificación sustancial de la situación económica: el tipo de cambio oficial tuvo una devaluación a mediados de diciembre del 118,4 por ciento, y desde entonces mantiene una tasa de variación próxima al 2 por ciento mensual, como anunció que iba a suceder el Banco Central. Los salarios se actualizan a tasas menores, evitando que los precios remonten.
Por ahora el Gobierno celebra este derrotero como si se tratase de una transformación definitiva, pero, al igual que los ensayos del período 1976-1990, es cuestión de que los trabajadores intenten recuperar el terreno perdido o que la devaluación del tipo de cambio se dispare para que pierda el control de la situación. Voluntad no le falta: la herramienta tradicional para evitar esto es la fijación de la tasa de interés de referencia por encima de la del nivel de precios. Cuando dispuso la devaluación, el gobierno la redujo del 133 por ciento al 100 por ciento anual. Esta semana la bajó aún más, situándola en el 80 por ciento, por sus éxitos en la lucha contra la inflación. Al “valiente” Milei no le preocupa tentar a la suerte. Y en paralelo el ministro de Economía Luis Caputo pulsea para que ninguna paritaria se acerque, y menos todavía, sobrepase la marca del IPC.
Un economista escribió algo que vale la pena leer atentamente: “La intención de producir transformaciones radicales no es un planteo original del actual gobierno. En la Argentina es una pretensión recurrente de gobiernos, partidos e ideologías. Debe aceptarse como el reflejo de un estado extendido de insatisfacción con respecto a la historia nacional de las últimas décadas. El mito dominante es que el país es intrínsecamente muy rico –como lo demostraron los años que transcurrieron entre 1880 y 1930- y destinado a ocupar una posición descollante en el mundo y de claro liderazgo en América Latina. Ese destino aparentemente se frustró: la Argentina se estancó en su crecimiento y fue perdiendo posiciones en relación a otros países y en particular al Brasil. Sobre las causas de esa frustración no hay acuerdo; cada postura ideológica señala a diferentes culpables: el imperialismo, Perón, la vieja oligarquía, los sindicatos, los políticos, los industriales ineficientes, los judíos, los militares, el carácter nacional, etcétera. Pero el mito en sí, del destino frustrado y de la necesidad de que la Argentina reencuentre su camino hacia su innata grandeza, reúne un consenso mayoritario”.
La cita no se refiere a Javier Milei ni al presente argentino. Es de un trabajo publicado en 1980 por Adolfo Canitrot, titulado La disciplina como objetivo de la política económica. Un ensayo sobre el programa económico del gobierno argentino desde 1976.
Canitrot se refería, en plena dictadura, el discurso de la dictadura. El gobierno actual reedita una idea antigua para justificar los daños provocados por un programa que alteraría “radicalmente” el estado de la economía argentina: que antaño existió una prosperidad cuya evolución quedó obturada por efecto de las distorsiones que introdujo la acción desenfrenada del Estado.
Según este pensamiento, con el retiro de la acción económica del Estado y el reacomodamiento de los precios sin distorsiones (que incluye una relación determinada entre precios y salarios, en la que los segundos quedan por detrás), la economía se re-encausaría por permitirse la acción de las fuerzas de mercado.
Otra cosa que conviene tener en cuenta es que Canitrot, el autor del ensayo, fue un economista que formó parte del equipo con el que Juan Vitale Sorruille desembarcó en el Ministerio de Economía durante el gobierno de Raúl Alfonsín. El documento forma parte de una corriente de material publicado durante la década, en la que primaban dos preocupaciones: las consecuencias de la política del Proceso de Reorganización Nacional, cuyos rasgos permitían detectar su agotamiento, y las posibilidades y condicionamientos para reemplazarla con las ideas presentes en el pensamiento de los economistas argentinos y las características de la estructura política de aquel entonces.
La alocución presidencial
Detengámonos ahora en lo que dice el Presidente Milei. En su alocución transmitida el primero de marzo, con motivo de la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, caracterizó la situación con la que asumió de la siguiente manera: “Luego de más de cien años de insistir con un modelo empobrecedor y habiendo olvidado casi por completo las ideas que hicieron grande, a nuestro país, los últimos 20 años han sido, particularmente, un desastre económico”.
En este discurso, también hizo la siguiente apreciación determinista sobre el salario: “Les comento que el salario real resulta de la productividad marginal del trabajo y que la misma viene dada por la acumulación del capital. Por eso, la tan mentada frase de: “combatiendo al capital” atenta contra la inversión, reduce el stock de capital por habitante y como consecuencia de eso los salarios reales”.
Agregó que: “Esta locura a la que nos ha llevado el populismo ha hecho que el salario promedio – en dólares – al tipo de cambio paralelo, porque el precio es al que hay sea de 300 dólares, cuando en la década de los 90 había llegado a los 1800 dólares, que, pensado en monedas, de hoy, sería de 3.000 dólares. Esto es: el populismo nos quitó el 90 por ciento de nuestros ingresos llegando a un nivel de locura tal, donde un tercio de los trabajadores formales son pobres. Esto es un dato desgarrador, que revela crudamente la brutalidad de la herencia, que hemos recibido y los estragos, que ha producido el famoso modelo del Estado presente”. Y concluyó: “De ser el país más rico del mundo, cuando abrazamos las ideas de la libertad a ser un país donde 6 de cada 10 argentinos son pobres (en alusión a un 60 por ciento de pobres con el que dijo haber recibido el gobierno), mientras la mayoría de los políticos – como muchos de ustedes – son ricos”.
Lo reproducido forma parte de un discurso compuesto por fragmentos en los cuales se alude a un estado desarticulado en sus funciones y capacidades, y una tasa de crecimiento del nivel de precios que para la primera semana de diciembre corría en 4 dígitos anuales. Milei se congratula de haber impedido una hiperinflación con las medidas que adoptó, que algunos observadores consideran inéditas por su orientación y magnitud, lo cual motiva elogios al presidente por su audacia.
Ninguna novedad
Esto es producto de un malentendido. En todo caso, se puede decir que el discurso y la temeridad política –que no es equivalente en ningún sentido a la valentía, ni tiene nada de encomiable– con los que se ejecuta un programa perjudicial de alcance transversal en lo que respecta a los sectores que componen la sociedad y la estructura política argentina son insólitos. El Presidente parece insistir en degradar su apoyo político con más celeridad la que necesariamente implican directrices de estas características insultando y aislando a sus potenciales aliados.
Pero el tipo de política económica es tan similar a las practicadas por los gobiernos de la dictadura militar y sus sucesores democráticos como lo es el discurso de la prosperidad perdida que reconstruye Canitrot:
- El gobierno de 1976 dispuso, al poco tiempo de asumir, una devaluación del tipo de cambio, un aumento de las tarifas de los servicios públicos y un cercenamiento de las retenciones a la exportación, conducente al incremento en los precios de los alimentos.
- El Plan Austral que puso en marcha el equipo de Sourruille durante la presidencia de Alfonsín, tuvo su núcleo en el congelamiento de las tarifas de los servicios públicos, el tipo de cambio y los salarios luego de ajustes previos. También se buscaba congelar los precios, lo cual no se sostuvo y de ahí que no se hayan podido mantener las pautas originales del plan.
- En el tiempo restante del gobierno radical, se intentó retomar las políticas principales del fallido Plan Austral, sin éxito. El gobierno de Menem también encaró en julio de 1989 un ajuste tarifario y una devaluación del tipo de cambio del 150 por ciento con respecto a fines de junio. Se otorgaron incrementos salariales compensatorios, inferiores a la variación de los precios, y se fijaron pautas para ajustes posteriores, a la par que se establecía un sistema de control de precios.
- Algo que caracterizó a la política económica del gobierno de Alfonsín, ya en 1984 cuando estaba a cargo de Bernardo Grinspun, como a la que desenvolvieron el equipo de Sourruille y el gobierno de Menem, fue el intento de mejorar el resultado fiscal mediante la contracción de la obra pública, el retraso en los pagos a proveedores del Estado y el deterioro de los salarios pagados en el Sector Público.
Cada una de las experiencias reseñadas tuvo sus particularidades, pero lo importante son sus similitudes, entre sí y con lo que el gobierno lleva adelante en la actualidad. En todos los casos se presentaron períodos breves de morigeración en el incremento de los precios, por la represión de los factores que lo impulsan. Como la política económica estaba diseñada para que los precios no se modificaran, y se basaba en la permanencia de los salarios en una condición inaceptable desde el punto de vista social, bastaba con que se produjese un impulso por fuera de los límites del control de los planes para que el sistema se disgregara.
El mismo intento de reconstruirlo provocaba el alza inflacionaria, por la “corrección” del tipo de cambio y las tarifas. Los salarios siempre resultaban ser la variable retrasada, pero como también son un componente de los costos que se absorben mediante la fijación de precios, formaban parte del impulso acelerador de la inflación.
Así fue que los militares al final de su gobierno terminaron con una aceleración de la inflación que la llevó a los tres dígitos anuales, que se exacerbó con Grinspun. Los sucesores del último corrieron la misma suerte una vez que se erosionaron los primeros resultados del Plan Austral, y el gobierno de Menem, luego de ajustar el tipo de cambio y las tarifas en sucesivas rondas, acabó en una hiperinflación que casi resulta terminal. La Convertibilidad fue la mejor respuesta que se le ocurrió a ese elenco gobernante para deshacerse del mal inflacionario que no podía controlar, a costa de mantener la situación de la sociedad argentina en las condiciones que se agravaron y finalmente condujeron a la crisis de 2001.
La inflación baja porque los salarios no suben
Teniendo presentes los hechos descriptos, el alcance de la política económica de Milei y el significado de sus acciones es más claro. Su hábito de referirse a una hiperinflación que se evitó revirtiendo las acciones de los gobiernos que degradaron el salario hasta llevarlo a unos niveles insólitamente bajos entraña una curiosa paradoja: el Índice de Precios al Consumidor (IPC) de noviembre del año anterior marcaba una variación anual del 160,9 por ciento. El de febrero de este año anota una variación anual del 276,2 por ciento. Es decir que Milei dice que detuvo una hiperinflación para resguardar el salario, habiendo impulsado la inflación para que se degrade el salario.
Su perorata sobre la productividad marginal del salario, que la mayor parte de la población no comprende, tampoco está exenta de contradicciones. Lo que Milei predica se ancla en una tradición teórica de la economía que le asigna al trabajo y al capital un valor intrínseco y mutuamente independiente. Productividad marginal significa, justamente, el valor que añade cada nueva unidad de un factor de la producción a un volumen de producción determinado sin que varíe el otro.
Es decir que, visto así, el salario no depende de la inversión, sino simplemente del valor del trabajo, justamente su producto marginal. Cómo y qué lo establece es un misterio perteneciente a las artes de la hechicería. En cambio, asistimos a un hecho más concreto, afín a lo que postula la tradición teórica contraria a la que recurre Milei, que es que el salario se determina por los hábitos y la historia de la clase trabajadora, y lo que permiten las circunstancias de la lucha política. En este caso, una pérdida tendencial, por la incapacidad del campo popular de organizarse para prevenir retrocesos del nivel de vida de la población argentina.