Un periodista le preguntó a Biden si viajaría a Jerusalén y le hablaría públicamente al parlamento israelí. Biden contestó que sí. La repregunta fue si el presidente esperaría a que lo invite el premier o lo arreglaría por la suya. Silencio.
La guerra feroz de Benjamín Bibi Netanyahu contra Hamas en Gaza está creciendo como problema político doméstico en Estados Unidos. Es año electoral, las primarias confirmaron que se repiten las fórmulas de 2020 y la oposición a la guerra es cada vez más clara entre los votantes demócratas más jóvenes, por no hablar de la importante comunidad de ascendencia árabe.
El dilema del presidente Joe Biden es cómo encontrar una manera de seguir el tradicional apoyo acrítico a Israel, y despegarse de Benjamin Netanyahu, un derechista notorio que gobierna en alianza con lo peor de la derecha israelí. Antes del ataque de Hamas en octubre, la relación entre ambos países estaba en automático, funcionando por los firmes canales institucionales construidos desde 1948. EE.UU. apoyaba a Israel militar, financiera y políticamente, sin necesidad de mucha cercanía, y Biden podía concentrarse en su idea de pacificar Medio Oriente y aislar Irán impulsando más relaciones diplomáticas entre naciones árabes e Israel.
No hacía falta que el presidente y el primer ministro se vieran…
El ataque del 7 de octubre congeló el proceso de pacificación justo cuando parecía inminente que Arabia Saudita, el peso pesado de la región, iba a establecer relaciones abiertas con Israel, que las discretas existen hace rato. Hamas justifica su horrendo ataque, deliberadamente planeado para ser imperdonable e inocultable, diciendo que nadie mencionaba a los palestinos a la hora de negociar. Se olvidan, los extremistas, de que la solución aceptable al conflicto es un estado palestino en el que ellos perderían el poder…
Pero al horror de Hamas se contrapone la ferocidad de la invasión israelí, declarada por más de un miembro del gabinete como una operación contra “animales”. Seis meses después, los demócratas tienen un enorme problema interno, porque las bombas que caen sobre Gaza, las balas que mataron a 30.000 palestinos y los cohetes que demuelen blancos indiscriminadamente son Made in USA, parte del arsenal que rutinariamente Washington envía a Jerusalén.
Biden y sus estrategas electorales, veteranos contadores de porotos, tienen en claro que ganaron en 2020 por puntos, y que varios de esos puntos son los que renovaron el partido eligiendo progresistas como Alexandria Ocasio-Cortez en Nueva York. El “ala izquierda demócrata”, como se la llama convencional, ya está pinchada por lo que ven como flojera del gobierno en temas ecológicas, una agenda central del sector. Gaza les agregó otra bronca.
Y los contadores de porotos saben que las cada vez más frecuentes marchas contra la guerra reúnen a votantes demócratas, no republicanos.
Con lo que se empieza a entender porqué este jueves cayó una fuerte bomba en la interna norteamericana cuando el líder demócrata en el Senado, Charles Schumer, pidió públicamente, en el mismo Senado y en un discurso de los que quedan registrados, que haya elecciones en Israel. Schumer es orgullosamente judío, es el judío con el cargo electivo más alto de la nación, es otro demócrata de Nueva York y llamarlo progresista pondría verdes de bronca a los progresistas.
Pero dijo que “Netanyahu es un obstáculo para la paz”. Y que “el primer ministro perdió al rumbo porque dejó que su supervivencia política fuera más importante que los intereses de Israel”. Y por si no quedaba claro, que “su enorme tolerancia por las bajas civiles en Gaza llevó el apoyo internacional a Israel a una caída histórica. Israel no puede sobrevivir si se convierte en un paria”.
Claro que Schumer, senador por el estado donde vive uno en cada cinco judíos norteamericanos, puso un fuerte contexto de condena absoluta a Hamas y también pidió que se reemplace de una vez a Mahmoud Abbas, el eterno líder de la Autoridad Palestina en Cisjordania. Pero es inédito que un político de su calibre pida elecciones en Israel, explícitamente llamando a reemplazar al premier.
A todo esto, los republicanos refinaron su estrategia de apoyo acrítico a Israel invitando a Netanyahu a hablar este miércoles por zoom en un encuentro partidario de alto nivel en Washington. A último momento hubo un problema de agenda y el premier se disculpó, pero fue reemplazado en persona por el embajador israelí Michael Herzog.
Las radios de Estados Unidos repitieron este jueves 14 de marzo partes del reportaje que Biden dio a la cadena MSNBC en las que habló sobre Israel el domingo pasado. Algo que quedó medio perdido fue una pregunta al final, en la que el periodista le preguntó si viajaría a Jerusalén y le hablaría públicamente a la Knesset, el parlamento israelí. De inmediato, Biden contestó que sí. La repregunta fue si el presidente esperaría a que lo invite el premier o lo arreglaría por la suya. Y ahí ocurrió algo raro: Biden, que es famoso por hablar y hablar, se quedó en silencio por diez segundos y contestó que prefería no dar detalles sobre ese tema.