El Príncipe quiere inspirar temor

Milton Friedman es, junto a Murray Rothbard, la principal referencia intelectual del Presidente. ¿Sabrá que también existe un tal John Rawls, que pensó la libertad relacionada con la solución de las desigualdades?

En el discurso para inaugurar el 142° período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación el Presidente Milei convocó  a los gobernadores, como es sabido, a firmar el próximo 25 de mayo un “Pacto” con las diez políticas de Estado “que el país necesita para abandonar la senda del fracaso”. La propuesta fue calificada por varios de sus destinatarios como extorsiva, habida cuenta de que los mandatarios provinciales previamente deberían aceptar la manifestación de compromiso del gobierno de avanzar en la dirección trazada en soledad por el propio gobierno, y a modo de “primer paso antes de firmar el Pacto de Mayo” deberían poner la rúbrica en “un preacuerdo y sancionar tanto la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”, como también un paquete de alivio fiscal para las provincias. El presidente repitió que “nuestras convicciones son inalterables”. Y concluyó: “Ordenaremos las cuentas fiscales de la Argentina con o sin la ayuda del resto de la dirigencia política”.

Además de la ceremonia en sí misma, y el colorido de las medidas de seguridad extremas tanto en la calle como en el recinto, la totalidad del discurso de Milei exhibió vocación confrontativa. Fueron notables algunas definiciones ideológicas desbordantes de presunta ironía, como la siguiente: “Les comento que el salario real resulta de la productividad marginal del trabajo y que la misma viene dada por la acumulación del capital. Por eso la tan mentada frase de combatiendo al capital atenta contra la inversión, reduce el stock de capital por habitante y como consecuencia de ello los salarios reales.” El orador había elegido una impostura provocativa, y pareció inspirado en el florentino Nicolás Maquiavelo, gran pensador de la política que en los albores del siglo XVI aconsejaba al Príncipe que, si tenía que elegir entre el amor y el temor de sus súbditos, eligiera siempre que le temieran.

También abundaron las consabidas críticas al Estado, del cual dijo que se puede inferir que “hace todo y todo lo hace mal, generando perjuicio en cada aspecto de la vida social en que se entromete”. Y finalmente redondeó ese juego de ideas: “Tal como señalara Milton Friedman, nada bueno del Estado se puede esperar. Según el padre del monetarismo existen cuatro formas de gastar. Uno puede gastar el dinero propio en uno o en terceros, mientras que lo mismo puede hacer con el dinero de otros. Así la mejor manera de gastar es el dinero propio en uno mismo, ya que uno sabe lo que quiere y cuánto le costó ganarlo. Es decir, se maximiza el beneficio. Por otra parte, cuando se gasta el dinero propio en otras personas se minimiza el costo, mientras que cuando se gasta el dinero de otros en uno mismo se cae en el despilfarro. Por ende, esto se deriva que no hay forma peor de gastar que gastar el dinero de otros en otros. Justamente lo que hace el Estado. Es por ello que a mayor Estado presente, mayor despilfarro y menor bienestar para los argentinos de bien.” En ese momento pudo dilucidarse en el recinto, junto con algunos aplausos, el eco de más palabras de Maquiavelo, pero no ya de El Príncipe sino de otro libro exquisito, Discurso sobre la primera década de Tito Livio, donde el florentino escribió que para funcionar y ser sustentables las comunidades requieren el despliegue de Estados ricos y particulares pobres.

En esa línea se inscriben las hipótesis planteadas por otro norteamericano coetáneo de Milton Friedman, que se ubicó en las antípodas del Nobel de Economía, “padre del monetarismo” y asesor de Ronald Reagan. Para John Rawls debía procurarse, siempre pensando estas cuestiones en el seno del capitalismo, que la competencia se diera en un marco de escasez para que no deviniera necesariamente en beligerancia. Y habida cuenta de la descalificación rutinaria del presidente Milei de la justicia social conviene evocar, aunque sea muy por encima, la concepción de Rawls, para quien ésta sería posible si es equitativa según determinados principios de igualdad, como el derecho común a las libertades básicas y la solución de las desigualdades. Es de una gran riqueza el pensamiento de Rawls, demorado lector de Kant, y que ha merecido que muchos lo consideren una suerte de mentor de Estados liberal-socialdemócratas, o liberal igualitarios, en los cuales el Estado debe estar presente para resolver las necesidades de la sociedad.

En algún otro pasaje el presidente dijo, respecto de la asistencia social, que “nos comprometimos a terminar de una vez y para siempre con el negocio de los gerentes de la pobreza, que usan la intermediación de planes como mecanismo recaudatorio y como recurso extorsivo para manipular a los que menos tienen”. Como es sabido, para el presidente Milei la justicia social es aberrante y violenta; de ahí que prosiguiera en ese tono hasta llegar a otro de los puntos esenciales: “Ahora, si bien no elegimos el camino de la confrontación, tampoco le escapamos. Porque sabemos desde el día que decidimos meternos en política que dar esta pelea no iba a ser fácil. Quiero decirles, sin embargo, que si eligen el camino de la confrontación, se encontrarán con un animal muy distinto al que están acostumbrados.” Otra vez parecieron palabras inspiradas en Maquiavelo, como cuando Milei agregó que “venimos a poner nuestra energía en construir lo nuevo, pero quiero decirles a todos los que están acá y a quienes nos están mirando que si lo que buscan es el conflicto, conflicto tendrán”. Palabras sobrecargadas de audacia, especialmente si las pronuncia quien ejerce la Presidencia en un país donde la crisis y la transferencia de ingresos obliga a las clases y sectores más vulnerables a desprenderse de lo poco que tienen, si tienen algo, para sobrevivir. Palabras audaces e imprudentes, que no serían pronunciadas por quien recordara que Maquiavelo, en El Príncipe, escribió: “Es más fácil olvidar la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.”

En la mayoría de sus intervenciones Milei hace gala de un libertarismo extremo, y para ello requiere negar el aporte de los economistas neoclásicos y plantear la existencia de un mercado sin fallos. Esto es, y entre otras cosas, sin competencia imperfecta y monopolios y oligopolios consecuentes. Todo argumento contrario es cuestión de socialistas o de “zurditos”, expresión que utilizó en otro discurso posterior, el pasado miércoles 6, al visitar el Colegio Cardenal Copello, donde cursó la secundaria. En esa ocasión se permitió una humorada: como dos alumnos perdieron el conocimiento mientras él hablaba, atribuyó el incidente a que había pronunciado la palabra “zurditos”, y sus efectos estaban a la vista porque, según él, no fallan nunca.

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