El programa libertario cree que depende de millonarios y no de los Estados

Milei cree que depende de personas, de millonarios ultra ricos, de influyentes, y no de los gobiernos. El análisis de Tokatlian y un posible debate interesante sobre los actores mundiales.

En una reciente entrevista radial matutina, el académico de relaciones internacionales Juan Gabriel Tokatlian analizó el discurso que el Presidente Javier Milei pronunció en el 79 Período de Sesiones, de la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York el martes 24 de septiembre. Tal exploración la emprendió en función del eje alrededor del cual se articulan las ideas que animan el discurso.

Tokatlian toma como punto de partida que “Milei expresa en el plano interno y en el plano internacional el mayor intento de replanteamiento general de la Argentina hacia adentro y con el mundo”. Entre los intentos anteriores de lograr el objetivo de reorientar drásticamente la política exterior de la Argentina, de cara a un reordenamiento de la política interna de Argentina, Tokatlian contabiliza cardinalmente que “los hubo con los militares, los hubo con Menem, los hubo con Macri”. En esta aproximación, lo que definiría el comportamiento internacional de Milei se puede resumir en la singularidad del objetivo que persigue en la arena global, conectado con la visión que tiene de dos hechos mundiales clave.

El académico subraya que la diferencia de Milei con esos tres replanteamientos que lo antecedieron se encuentra en la caracterización del actor central de las relaciones internacionales. Al respecto, sostiene que Milei no se dirigía a los 193 países miembros de la ONU que estaban en la Asamblea escuchándolo. Los países como sujetos de la política exterior no están en el radar de Milei. “Mi profunda convicción hoy es que eso le interesa muy poco a Milei; es decir: Milei les habla a personas, les habla a individuos, les habla a intereses, les habla a grupos poderosos. Lo ha venido haciendo de manera sistemática en sus cinco viajes a los Estados Unidos, donde en ningún momento tuvo ningún interés, ningún planteamiento, de hablar con la administración Biden. En sus viajes a Europa, donde no logró ningún acuerdo comercial, ningún acuerdo de inversión”, consigna Tokatlian acerca de esta más que singular concepción del oficialismo libertario del sujeto de las relaciones internaciones.

El académico de relaciones internacionales caracteriza a la coyuntura mundial como definida por la desigualdad y la concentración del ingreso más pavorosa de la historia “y Milei –al modo de ver de Tokatlian- les habla a esos poderosos”. Cita -para respaldar su observación- trabajos de la ONG Oxfam y del Banco Mundial que miden esa inédita concentración de ingresos a escala mundial.

Para Tokatlian, “entonces, acá hay una serie de nuevos actores que no estamos viendo, y que creo que Milei conoce que su punto, su programa, su orientación y el eventual éxito o fracaso de su programa va a depender mucho más de personas, de millonarios ultra ricos, de influyentes, que de los gobiernos”.

La métrica

Una revisión de los datos en los que se respalda Tokatlian y –a su decir- de “una serie de nuevos actores que no estamos viendo” aporta elementos para sopesar si la perspectiva que abraza Milei de las relaciones internacionales –según la estilizó el académico de la Di Tella- tiene algún viso de éxito o marcha indefectiblemente a pegársela contra la pared de la realidad.

Sería una superación curiosa de las contradicciones principales que se mueven –y por las que se mueve- la escena global. La contradicción desarrollo-subdesarrollo y la contradicción nación versus oligopolios se resolvería –en la versión Milei de acuerdo a Tokatlian- terciando desde la nación a favor de las multinacionales, sin ninguna estructura política que ordene a la sociedad civil, que –así- quedaría a la intemperie sin las fronteras. Distópico, es distópico, pero: ¿será tan ridículo y contrahecho cómo suena?

Oxfam en el estudio que cita Tokatlian (“Desigualdad S.A.: El poder empresarial y la fractura global: la urgencia de una acción pública transformadora”), constata que “el 1 % más rico posee el 43% del conjunto de los activos financieros globales (…) Si nos fijamos en las 50 empresas públicas más grandes del mundo, el 34 % tienen a un milmillonario como director ejecutivo o entre sus principales accionistas, con una capitalización bursátil total de 13,3 billones de dólares (…) las “tres grandes” gestoras de fondos indexados (BlackRock, State Street y Vanguard) gestionan en total unos 20 billones de dólares en activos de personas, cerca de una quinta parte de todos los activos bajo gestión, lo que ha profundizado el poder monopolístico”.

Realmente son poderosos, pero hay que tener cierto cuidado con esta métrica. “Capitalización bursátil”. “20 billones de activos” o la facturación de tales o cuales empresas equivalen a unos cuantos PIBs sumados de países, no deben perder de vista que se trata de números que salen de la añeja y siempre confiable técnica contable de la doble partida, de manera que cuando se descuentan los pasivos, los patrimonios netos –que es lo que realmente poseen los inversores- son de muchísima menor cuantía. Digamos que por corriente que sea, no es muy católico comparar la facturación de una empresa con un PIB, justamente porque a la facturación hay que descontarle los costos y los pasivos.

Por otra parte, la riqueza bursátil es riqueza abstracta. Un día en 2006 un grupo de accionistas reunidos en una empresa “poseían” 10.000 m2 de locales comerciales. En 2019 el doble, y su patrimonio se había multiplicado por tres. En 2024, con cuatro veces más metros cuadrados en posesión, se están fundiendo. ¿Razones? Eso de pasarse papelitos (acciones) unos a otros y con el aumento de la cotización bursátil, desde los banqueros que los financiaban hasta los escribanos que registraban sus inmuebles –y, en rigor: cualquier hijo de vecino- todos creyendo que eran más ricos se desmoronó cuando los sistemas de ventas on line, volvieron obsoleta buena parte de la infraestructura física de comercialización minorista.

He ahí una gran contradicción, que sin el Estado redistribuyendo el ingreso a favor de los que menos tienen –cobrando adecuados impuestos, pagando eficientes subsidios- la actividad económica se hunde, incluso si no media una innovación como en el caso de los comercios minoristas. Si ese es el caso, se hunde más rápido pero la nueva asignación de fondos en actividades que si son rentables, por ejemplo: las propias redes electrónicas de ventas, sostenidas también por el efecto redistribuidor del Estado, salvan buena parte del naufragio.

Lo nuevo bajo el sol

Posiblemente, “los nuevos actores que no estamos viendo” a los que alude Tokatlian no lo sean tanto, y el sociólogo especialista en relaciones internacionales haya caído bajo los efluvios del análisis económico neoclásico. Hace poco más de seis décadas que John Kenneth Galbraith manifestó que uno de los talones de Aquiles del enfoque neoclásico del análisis económico (esa idea tan extravagante como vulgar y cualunque, de que los precios y las cantidades se determinan en simultáneo donde se cortan la oferta y la demanda) estaba en que le esquivaban al poder como objeto de estudio dentro de la economía.

Dice Galbraith que “dado que el poder interviene en forma tan total en una gran parte de la economía, ya no pueden los economistas distinguir entre la ciencia económica y la política, excepto por razones de conveniencia o de una evasión intelectual más deliberada. Cuando la corporación moderna adquiere poder sobre los mercados, poder en la comunidad, poder sobre el Estado, poder sobre las creencias, se convierte en un instrumento político, diferente del Estado mismo en su forma y su grado, pero no en esencia (…) La economía no se convierte en una parte de la ciencia política. Pero la política sí debe convertirse en parte de la economía”.

Y con respecto a las corporaciones multinacionales advertía Galbraith hace casi cinco décadas que “La institución que cambia más nuestras vidas es la que menos comprendemos, o, dicho, más exactamente, la que nos esforzamos más en no comprender. Es la corporación moderna. Semana tras semana, mes tras mes, año tras año, ejerce en nuestra vida y en nuestro modo de vivir más influencia que los sindicatos, las universidades, los políticos y el Gobierno. Existe un mito corporativo, cuidadosa y asiduamente divulgado. Y existe una realidad. Ambas cosas guardan poco parecido. La corporación moderna vive en suspensión entre la ficción y la realidad”.

Ficción y realidad

Para deslindar que hay de ficción y que de realidad en la corporación y así agenciarse algún criterio para examinar la factibilidad de los objetivos que se infieren persiguen los libertarios en materia de política exterior argentina, viene a cuento considerar el ensayo de unos años atrás del profesor de sociología política Peter Phillips, titulado: “Giants: The Global Power Elite” (Gigantes: Elite de Poder Global). Los 8.000 millones de seres humanos que actualmente habitan el planeta generan un producto bruto mundial de 100 billones de dólares. Phillips da forma al mastodonte que mueve ese amperímetro.

La columna vertebral son las 17 corporaciones transnacionales de inversión más grandes. Cada una de esas 17 corporaciones con más de un billón de dólares de capital de inversión bajo administración cada una, colectivamente administran más de 41,1 billones de dólares en una red de capitales interconectados que se extiende por todo el mundo e invierten entre sí. Su prioridad fundamental es asegurar un retorno promedio de la inversión del 3 al 10 %. Aunque se trata de cifras de menos de una década, como ordenes de magnitud no pierden vigencia

La élite de poder global (EPG) está conformada por las 199 personas que están en los directorios de esas 17 corporaciones más grandes. Esta trama moviliza la dirección del producto mundial a través de las 389 empresas más grandes del mundo, que así quedan primariamente interconectadas, y por eso se puede decir que es donde se encarna la concentración global de poder. Phillips acude a cuatro categorías para explicar el funcionamiento de esa elite, a saber: Gerentes, Facilitadores, Protectores e Ideólogos.

Los Gerentes son las 199 personas señaladas que administran el capital global.

Los Facilitadores son las agrupaciones gremiales empresarias o de lobby donde la unión hace la fuerza para torcerle el brazo al gobierno o indicarle donde ponerlo, e incluyen entre sus miembros a burócratas y planificadores de políticas que administran el mercado capitalista global. Los más conspicuos Facilitadores son el Group of Thirty (G30), la Trilateral Commission (TC), el Systemic Research Council, el World Economic Forum, el Bilderberg Group y el Council on Foreign Relations (CFR), así como organizaciones de élite de planificación de políticas como el G7, el FMI, la OMC y el Banco Mundial.

Los Protectores son lo que Phillips llama «el imperio militar de EE.UU. / OTAN», que engloba a la CIA y también a los mercenarios. Señala que Estados Unidos mantiene 800 (o más) bases militares en 70 países y territorios en todo el mundo; Gran Bretaña, Francia y Rusia tienen alrededor de 30 bases extranjeras. El autor señala que «la guerra […] cumple una función represiva de mantener a las masas sufrientes de la humanidad con miedo y obedientes”. El verdadero propósito de la guerra contra el terrorismo es la defensa de la globalización transnacional, el flujo sin trabas del capital financiero en todo el mundo y la hegemonía del dólar.

Los Ideólogos, señala Phillips, son los responsables de «casi todo el contenido dentro del sistema global de medios corporativos que está pre-empaquetado, administrando noticias, opinión y entretenimiento». El autor identifica a las seis principales «corporaciones transnacionales de noticias y entretenimiento» y sus ejecutivos clave: Comcast, Disney, Time Warner, 21st Century Fox, Bertelsmann y Viacom / CBS. En el mismo andarivel evalúa a las «empresas de propaganda», incluidas las empresas de relaciones públicas y las agencias de publicidad, tales como Omnicom, WPP e Interpublic Group.

Entre los comentarios que se hicieron de esta obra se sugiere que el Estado Nación no estaba obsoleto y que, bajo un cierto tipo de condiciones anti-globalización, anti-capitalismo financiero, el sistema de poder que Phillips establece bien podría quedar debilitado. De esa eventualidad se hace cargo Hiroko Inoue en la review que de la obra de Phillips redactó para el World Journal of World-Systems Research. Inoue dice que el énfasis de Phillips en el grado de coordinación y consistencia dentro de Global Power Elite y su independencia del poder de la Nación Estado es exagerado. Para Inoue “existe una competencia significativa entre los diferentes grupos de interés dentro de la clase capitalista global. Algunas teorías sociológicas reconocen que la sobreproducción de elites y la competencia entre ellas a menudo conduce a rebeliones lideradas por la elite”. Las teorías sociológicas a las que se refiere son las que por ejemplo pone en juego Peter Turchin, un académico norteamericano de origen ruso, que se define a sí mismo como mentor de la cliodinámica (Clío es la musa de la historia). La cliodinámica combina el análisis de datos históricos con las herramientas de la ciencia de la complejidad para identificar fuerzas estructurales profundas con capacidad para socavar la estabilidad social y la resistencia a los choques internos y externos.

Turchin aplica lo que llama Principio de Superproducción de Elites (PSE). De acuerdo al PSE, la coyuntura económica favorable para las elites hace que crezcan las existentes y los grupos que aspiran a convertirse en elites y elite aspirantes. También se registra un aumento desbocado de los niveles de consumo de elite. Se genera así la superproducción de elites. Cuando los números de elites y la avidez exceden la capacidad de la sociedad para sostenerlas, se desata una conflictiva competencia intra-elites. La crisis de tal proceso la capta Turchin con el Principio de Inestabilidad, según el cual las principales causas de inestabilidad sociopolítica (en orden de importancia) son:

La superproducción de elites lleva al conflicto,

La caída en la pobreza y miseria de las grandes mayorías populares y

La crisis fiscal del Estado.

Las tres flores de la costa

Se podría decir que la crisis política global de la actualidad se sintetiza en las tres causas aisladas por Turchin. Estos tres factores estilizados de crisis parecen localizar adecuadamente dónde se encuentra el David que toda iniciativa política busca para derrotar al Goliat del estancamiento. Trump puso en jaque a las corporaciones para que no resuelvan la crisis a la manera del imperialismo decimonónico, expatriando inversiones. Esto lleva a generar más demanda interna en el centro, para lo cual hace falta aumentar la presión impositiva. Sin esa demanda sostenida proveniente de la seria mejora en la distribución del ingreso, la meta estratégica de Trump –que continúo Biden y habrá que ver hasta dónde eventualmente la sigue Harris- deviene inalcanzable.

El actual candidato Trump quiere bajar los impuestos internos y subir las tarifas aduaneras. Si es pura irrealidad, no es por los fines sino por los medios: las tarifas aduaneras. Además, el potencial auge de la IA y los robots, sin impuestos redistributivos de mucha magnitud, pueden configurar una transición que terminara pareciendo escrita otra vez por Charles Dickens.

Tarifas aduaneras al alza, política fiscal como gran solución, elites que no congenian, todo esto que pasa en el centro desampara las elites de la periferia, las deja sin cobertura ideológica. ¿Es posible que mientras le meten duro a la regulación en el centro, sigan recomendando libre mercado en la periferia? Es posible. Pero eso pone en el centro del ring al Estado Nación y deja como una ensoñación extraviada a la que se infiere es la meta en política exterior de Milei de buscar palenque donde rascarse en corporaciones e individuos.

Galbraith sostenía que la gran tarea política que le permite a la sociedad civil conseguir que la conducción del Estado no se desentienda de administrar la demanda es erigir y mantener lo que llamó el poder compensador. Es configurar el contrapeso que deben ejercer los sindicatos y el Estado -junto a los consumidores y empresas medianas- para poner en caja a las grandes empresas y el poder de la tecno-estructura. La tecno-estructura es el conjunto de técnicos y gerentes que manejan las grandes corporaciones.

Síntomas mórbidos

“La crisis consiste precisamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparecen una gran variedad de síntomas mórbidos”, advertía Antonio Gramsci. El historiador inglés Adam Tooze reflexiona que al preguntarse por la popularidad hoy en día de esa observación de Gramsci, llegó “a pensar que puede tener algo que ver con la forma en que combinan el drama (crisis, nacimiento, muerte, interregno) con un matiz de tranquilidad. Si esto es cierto, es una profunda ironía histórica. Gramsci obtuvo su fortaleza y su fe de su comprensión marxista de la historia mundial. Hoy sus palabras tienen propósitos muy diferentes”.

Y Tozze se inquieta e inquieta al expresar el siguiente miramiento: “Qué es viejo y qué es nuevo, qué es mórbido y qué es vigoroso, cuál es en realidad la lógica generativa subyacente de la historia, son todas preguntas que están en este momento en debate. Estamos, por lo tanto, experimentando una crisis de confianza y un período de incertidumbre que es mucho más profundo de lo que implica hablar de un interregno a la Gramsci. Para ser claros, esto no significa necesariamente más letal o más trágico que la época que truncó la vida de Gramsci. Nuestra normalidad, por catastrófica que sea, puede ser manejable. El reloj ambiental está corriendo, pero la mayoría de nosotros ya no somos pobres. Vivimos más tiempo. Hoy, probablemente, la vida de Gramsci podría haberse salvado. Hay gigantescos recursos tecnológicos de los que podría valerse la gestión democrática y progresista de la crisis. Lo que debemos dejar de lado es el falso manto de confianza y claridad histórica que implica evocar los conceptos de una época anterior. Abandonar el discurso de un interregno puede robarnos la certeza. Pero más que un consejo de desesperación, se trata simplemente de una exigencia de realismo. Lo que promete es la oportunidad de cambiar los fantasmas históricos por nuevos proyectos y la exploración de las posibilidades reales del presente”.

Si las mayorías nacionales no edifican el poder compensador, nos perderemos en la transición a manos de desgracias tipo Milei, que no tienen nada más que mitos peligrosos que ofrecer, como que el Estado nacional dejo de ser el núcleo de la política exterior.

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