Los salarios quedan atrasados, y aunque se recompusiesen mediante incrementos en el futuro, ya tienen la pérdida a cuestas.
Es sencillo concluir que, de sucederse, las modificaciones significativas y persistentes en las condiciones de vida de una población se vuelven el determinante basal del estado que adquiera la política.
Lo cual es la razón de que, cuando los movimientos reaccionarios intentan modificar el curso de la realidad nacional sin poder proponer nada progresivo para la sociedad, apelen a aspectos éticos para posicionarse, relegando la vida material al plano de lo ignorado.
También se explica de esta manera el hecho de que los gobiernos progresistas que no encaran la mejora en el estado de la mayor parte de la población acaben perdiendo adhesión y, de no encontrarse en condiciones de modificar su praxis, sean condenados al disenso permanente que provoca la inconsistencia entre la necesidad de concretar objetivos que se mantienen relegados y la imposibilidad de hacerlo por la carencia de los recursos intelectuales o técnicos que conlleva semejante tarea.
Lo primero es una conducta recurrente en la historia argentina. La “moralina” se utilizó en diferentes ocasiones a lo largo del siglo XX, particularmente por parte del antiperonismo, y también a principios del siglo XXI. Se trató de uno de los principales recursos del antikirchnerismo para criticar a los gobiernos que se desenvolvieron entre 2003 y 2015. También se hacía hincapié en algunas falencias de la gestión económica, algo en lo cual a sus sucesores no les fue mucho mejor.
Lo segundo es uno de los rasgos característicos del fracasado gobierno del Frente de Todos. Pero también de la situación política general, que alcanza tanto al actual oficialismo de la Libertad Avanza –que en este aspecto comparte con el gobierno anterior el presentarse como solución a la debacle que atraviesa el país- como a la totalidad de vertientes que conforman la oposición. Sucede que ninguna de estas fuerzas supo ni sabe cómo trabajar sobre el principal determinante del nivel de vida en Argentina: el salario, que es el ingreso que la fuerza de trabajo percibe por llevar adelante la actividad productiva.
Nada de espontáneo
El estado general del salario es lo que establece las condiciones en las que un individuo reproduce su vida dentro de un país. Esto es parte de lo que hace al sentir y la cultura de cada nación. Un italiano es un italiano porque tiene hábitos y costumbres que le son propios, y que en buena medida se desarrollaron a partir de haber adquirido, progresivamente, la capacidad de acceder a múltiples bienes materiales y culturales. El alcance de lo último no puede disociarse del concepto del salario y su evolución en el tiempo.
Por otra parte, en tanto determinante del volumen de demanda, es un elemento constitutivo del desarrollo capitalista. No es igual la organización de un aparato industrial dirigido a la producción de alimentos, indumentaria básica y viviendas de condiciones mínimas que aquella para la manufactura automóviles, electrodomésticos e incluso bienes de consumo habitual que adquieren un mayor grado de refinamiento.
El segundo tipo de economía tiene como precondición que exista una masa de consumidores para ese caudal de bienes que exceden lo que se podría denominar como “la subsistencia”. Cuando este estado de cosas se verifica, el desarrollo de la industria se vuelve tanto una posibilidad como una necesidad, para satisfacer las exigencias de trabajadores prósperos.
El inicio de este proceso no tiene nada de espontáneo ni es un producto de ninguna fuerza económica inherente al proceso de acumulación capitalista. Desde que se consolidó la economía internacional cuyas principales características perduran hasta la actualidad, durante el siglo XIX, los trabajadores de las economías desarrolladas debieron organizarse y combatir sistemáticamente para participar del proceso de acumulación que experimentaba el capitalismo.
Finalmente fue esto lo que produjo que una parte de la humanidad se habituase no solamente a comer y vestirse, sino también a desplazarse por medio del transporte automotor o entretenerse mirando televisión en sus hogares. La adecuación del aparato productivo a esta nueva realidad persistió porque las naciones desarrolladas se encontraron acuciadas por sus vicisitudes internas y las contiendas con sus rivales, lo que las forzó a modernizarse mediante el proteccionismo comercial y la búsqueda de capital proveniente del exterior. Este tipo de proceso fue experimentado por Estados Unidos, Francia, Alemania y tardíamente, por Inglaterra misma, cuando se vio rezagada frente al resto.
Son 27 años de retroceso
La Argentina también, a lo largo de la década de los sesenta y la primera mitad de los setenta, mantuvo una expansión de su economía durante la cual convivieron mejoras sostenidas en los salarios y un fortalecimiento del sindicalismo como actor político, con una consolidación de las ramas de la industria necesarias para el desarrollo. Los cálculos para esta época indican que entre 1963 y 1973 el poder de compra de los salarios se incrementó aproximadamente en un 30%, y para 1974, luego de la recomposición que Juan Domingo Perón dispuso de los salarios para compensar el retraso al que se expusieron por el congelamiento que requirió el “pacto social” de José Ber Gelbard, se llegó a un nivel equivalente a un 55% más que en 1963.
Sin embargo, el ciclo político que inició con la dictadura de 1976 revirtió dicho progreso. De una parte, se desensambló el entramado industrial que evolucionó durante la década y media anterior. Necesariamente esto fue contracara de un empeoramiento del nivel de vida de los habitantes de la nación. En relación al avance de los precios, los salarios tuvieron una caída en 1975 del 6,2%, luego del efecto que surtió el ajuste de Celestino Rodrigo sobre los mismos, el cuál hubiese sido peor de no haber mediado la reacción de los sindicalistas exigiendo nivelaciones. Pero posteriormente el programa de la dictadura militar los hizo caer 21,5 puntos más, con lo que para 1976 el poder de compra de los salarios equivalía al 62,3% del de 1974.
Los salarios fueron recomponiéndose hasta casi alcanzar el nivel de 1974 en 1980, pero desde entonces sobrevinieron dificultades económicas que persistieron y se ahondaron durante el gobierno radical, y ya los salarios quedaron muy por debajo de lo que eran. En 1990, su poder de compra comparado con el de 1974 era del 52,3%. La convertibilidad permitió inicialmente llevar a una recomposición, que no obstante tuvo su valor máximo en el 62,4% para el año 1993. Desde entonces, los mismos cayeron, llegando a la crisis del 2001 al 46,7% del poder de compra que mantenían en 1974.
Es decir que el advenimiento de la mayor crisis política de la que se tenga registro hasta ahora se produjo después de que los argentinos soportasen a lo largo de 27 años una caída del poder de compra de sus salarios del 54,3%. Ese fue el retroceso al que nos empujó la incapacidad de la dirigencia política de entonces, lo que trajo aparejada una lesión en el entramado social que hoy perdura.
Lo que enseña la historia
El tenebroso pasado argentino que todavía perdura en la memoria de gran parte de la población entraña una lección de la que se debe tomar nota en el presente: si la conducción de los espacios políticos no obra de manera deliberada con el objetivo de impulsar el crecimiento económico y las mejoras sociales, las crisis pueden perdurar y extenderse, sin que exista ninguna fuerza intrínseca que las revierta. Por esa razón, para evitar que los vaivenes políticos que experimentamos en nuestros días deriven en mayores padecimientos, es necesario tomar consciencia de las condiciones que subyacen en su núcleo.
Entre 2017 y 2019, se produjo una caída del poder de compra del salario del 20,5%, debido a la debacle económica que incubó la administración de Cambiemos. La falta de presión de parte de los movimientos sindicales y la pobreza de la política económica del Frente de Todos derivaron en que durante ese gobierno la pérdida continuase, con un pico acentuado en 2023. Hasta octubre de dicho año (último dato disponible) se registra una caída de 5 puntos, con lo cual, durante los últimos dos gobiernos, el poder de compra del salario cayó 25,5 puntos porcentuales.
Este es uno de los principales motivos por el que accedió al gobierno una fuerza política cuyo principal valor es su diferenciación con las dos que gobernaron anteriormente. Sin embargo, el rasgo principal de su política económica es, justamente, el de continuar ahondando la degradación del salario. Esto es más relevante que la letanía de contraer el Estado, que en última instancia es subsidiaria de lo primero.
La devaluación del 118% que ejecutó Luis Caputo al poco tiempo de asumir trajo aparejada un incremento del Índice de Precios al Consumidor (IPC) del 25,5% en diciembre. El incremento del Índice de Precios Internos Mayoristas, que se relaciona con los costos de reposición y se utiliza para anticipar tendencias inflacionarias futuras, dio una variación mensual del 54%, lo que significa que el IPC todavía no absorbió plenamente el impacto de los incrementos de costos.
Con semejante presión de los precios, los salarios quedan atrasados, y aunque se recompusiesen mediante incrementos en el futuro, ya tienen la pérdida a cuestas. No es posible calcularla con precisión en este momento debido a que los datos públicos sobre salarios correspondientes a diciembre recién se conocerán en febrero. Debe tenerse en cuenta que revertir este atraso es una imposibilidad de base, debido a que los medios para lograrlo son incompatibles con la ideología y los objetivos de este gobierno, refractario a cualquier iniciativa que implique una presión persistente del Estado para mejorar la situación económica.
Una primera prueba se encuentra en el hecho de que, entre los principales cambios que el gobierno intenta consolidar con la aprobación del DNU y la Ley Ómnibus, se encuentra una reforma laboral que precariza la situación de los trabajadores y limita sus posibilidades de movilizarse. Esto debería alertar sobre la urgencia de poner la necesidad de recomponer el poder de compra de los salarios y el cimiento de los medios para su defensa en las prioridades de la discusión política. No hacerlo acareará el costo de que el verdadero problema se diluya en la vaguedad de los mitos utilizados por los sectores reaccionarios para eludir la crítica cuando la economía empeora paulatinamente.
Tal accionar debe llevarse adelante mediante un trabajo conjunto de la dirigencia política y la sindical. Los representantes de los trabajadores no tienen la función de diseñar y desenvolver políticas generales, pero sí el rol muy importante de conducir la participación de los trabajadores en el proceso de crecimiento económico, y limitar las posibilidades de acción ante amenazas que surjan de parte de sectores retrógrados que medran en la política argentina. La preparación de un programa integral de desarrollo recae sobre las fuerzas que aspiren a conducir el proceso político en conjunto. Comenzar a elaborarlo en simultaneidad con el aglutinamiento de sus beneficiarios puede ser un camino para encontrar la superación de esta crisis política, evitando recaer en un retroceso aún mayor al acontecido en los últimos ocho años.