La autopercepción anarcocapitalista o libertaria del presidente Javier Milei sirve para disimular un feroz ajuste neoliberal ya padecido en otras ocasiones. En la conmemoración de la Guerra de Malvinas se apreciaron algunos matices de interés.
Para emancipar al hombre los anarquistas propusieron la supresión del Estado, garante y reproductor del sistema capitalista; una utopía. Los así llamados anarcocapitalistas o libertarios, entre otras denominaciones, también proponen encoger o suprimir al Estado, pero con la idea de profundizar la expansión y reproducción del sistema capitalista, vuelto metáfora por el vocablo mercado. Para ello, como es obvio, habrá que reivindicar la libertad individual hasta el éxtasis, aunque en algunas versiones reservando para una suerte de Estado residual la seguridad y la justicia, en caso de no ser posible privatizar inmediatamente a la policía, los tribunales y otros servicios por el estilo. A ver: todas esas rémoras pretéritas quedarían en manos de competidores con financiación privada y no como hasta ahora en manos del Estado monopólico (y encarecedor, por lo tanto) que puede financiarlas cobrando coercitivamente impuestos; una distopía.
No debería llamar la atención que en esta corriente de pensamiento abunden publicistas como Javier Milei que niegan los “fallos” del mercado pero son hipersensibles paradójicamente a los monopolios estatales, siempre al servicio de “la casta” política, y no se cansan de vociferar contra ellos. Desde esa perspectiva habría monopolios privados quizás inexistentes (o fantasmagóricos, según Milei) pero buenos si alguna vez se descubrieran, o quizás invisibles y animados por empresarios que son los verdaderos “héroes” que deberán asumir y dar el combate final contra el Estado y hacerse cargo del panorama histórico subsiguiente.
Por supuesto que Milei no come vidrio, e incorpora en su anarcocapitalismo las heterodoxias necesarias a fin de prolongar las penurias que las políticas en curso implican para las grandes mayorías de la población, en el marco de una recesión creciente, el brusco empobrecimiento de la mayoría de los argentinos, cierres de PYMES y suspensiones en empresas emblemáticas como Acindar, Toyota o General Motors. Ahora bien, ¿cuáles son las principales heterodoxias necesarias que incorpora a su ideario, al menos por ahora? Éstas se pueden reconocer con facilidad, pese al velo de provocaciones como los despidos masivos en el Estado y la manera de gestionarlos y anunciarlos, por ejemplo, o la curiosa agenda internacional donde no faltan enfrentamientos con colegas latinoamericanos o la próxima visita a los EE.UU. para recibir en Miami, de la organización judía ortodoxa y de ultraderecha Jabad Lubavitch de Bal Harbour el reconocimiento de “Embajador Internacional de la Luz”.
La principal heterodoxia, o la omisión temporaria del asunto, viene a cuento de que los anarcocapitalistas más consecuentes postulan suprimir al Estado sin timideces, incluso en lo que hace a la seguridad y la Justicia. No solamente los tribunales y las fuerzas policiales sino también hasta los ejércitos serían motivos de prestación en mercados abiertos donde concurrirían competidores con financiación privada. O sea, no sería descabellado suponer fuerzas mercenarias desplegadas a nivel planetario como las hay ahora, pero infinitamente más numerosas y al servicio del mejor postor, al estilo del famoso Grupo Wagner fundado y dirigido por Yevgeny Prigozhin y participante junto con los ejércitos rusos en la guerra de Ucrania. El caso es curioso e ilustrativo porque viene a demostrar que el libre mercado no está libre del rigoreo de la política, y el bueno de Yevgeny Prigozchin, luego de amotinarse contra el ejército ruso y enemistarse con Putin, eligió viajar en un avión con diez colegas que se estrelló en agosto de 2023.
Ahora bien, en ocasión de conmemorarse los cuarenta y dos años del inicio de la guerra de Malvinas el pasado martes 2 de abril, en el acto tradicional que se realiza en la Plaza San Martín dijo el presidente Milei, entre otras cosas, que su gobierno hará un reclamo por la soberanía de las islas “real y sincero, no meras palabras en foros internacionales con nulo impacto en la realidad y que solo le sirven al político de turno para impostar un falso amor por el país”. Dijo que nadie tomaría con seriedad “el reclamo de defaulteadores seriales corruptos o dirigentes políticos que más que una visión de país lo que defienden es un modelo de negocios”. Destacó que para que una Nación resulte respetada deben darse dos condiciones: “ser protagonista del comercio internacional y también debe contar con Fuerzas Armadas capaces de defender su territorio frente a cualquiera que intenta invadirlo”. Y remató: “Nadie escucha ni respeta a un país que solo produce pobreza y cuyos políticos desprecian a su propias Fuerzas.”
En síntesis, habló de hacer un “reclamo inclaudicable” pero sin mencionar a Gran Bretaña, de nuevo cargó contra la casta política, siempre lista según él para hacer negocios de cualquier cosa, y pidió que “en este 2 de abril inauguremos una nueva era de reconciliación con las Fuerzas Armadas”. Se trató de un planteo heterodoxo desde la perspectiva de un anarcocapitalista consecuente exigido por las circunstancias: la crisis social en curso y la que se avecina no demandarán la supresión sino la existencia de un Estado monopolizando el uso de la violencia mediante las Fuerzas Armadas y las de seguridad que están ahí (de acuerdo con un apotegma del economista liberal clásico, filósofo y moralista Adam Smith) para cuidar a los que tienen de quienes no tienen. Así que el gobierno de Milei podrá jactarse de aplicar la motosierra y despedir a miles de empleados públicos o licuarles los ingresos hasta la inanición, pero habrá de mantener los planteles militares y policiales bien pagos, bien capacitados y mejor equipados. Y podrá seguir desplegando políticas siempre a favor del sector privado y dejando girones del sector público en el camino, privatizando lo privatizable y enajenando soberanía hasta donde pueda, pero preservando para ello al Estado nacional, la instancia política máxima del país.
Milei leyó su discurso y prosiguió, entonces, desconectado de quien lo había precedido en el uso de la palabra, el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Jorge Macri. El presidente Milei consideró importante hablar del “gran General Julio Argentino Roca, el padre de la Argentina Moderna”, sin percatarse de que Macri había centrado su intervención en los combatientes y los héroes de la contienda. Milei dijo que su gobierno proponía “un Estado restringido a sus funciones esenciales y libertad para producir, trabajar, comerciar y circular gracias a ellas”, y agregó que no podía ser sincero el homenaje a los combatientes de Malvinas y las Fuerzas Armadas si el Estado simultáneamente financiaba grupos que no cesaban de desprestigiarlas. Sonó raro, porque pocos minutos antes el Jefe de Gobierno la CABA, Jorge Macri, mirando fijamente el cenotafio a los caídos en Malvinas había dicho: “Creo que hemos logrado, como Nación, ponerlos en el lugar de Héroes y saldar en parte nuestra deuda histórica para con ellos. El gobierno militar los usó como herramienta política de su relato triunfalista. Y, cuando el resultado de la guerra no fue el que nos habían hecho creer, los trajeron escondidos, en la oscuridad cómplice de la madrugada. De hecho, se bajaron de los aviones e iban en colectivos que, ellos mismos describen, tenían las ventanas tapadas con diarios, como si no hubiera que mostrarlos. No nos va a alcanzar el tiempo para pedir disculpas a quienes se fueron como héroes y volvieron escondidos en la madrugada.”
La vicepresidenta, pese a las ambiguas palabras de Jorge Macri primero, que no expresaron una capitulación intelectual sin reservas ante los uniformados que animaron otro de los horrores políticos de la dictadura de 1976/83, y a sus diferencias con el presidente y la ministra Bullrich sobre el papel de las Fuerzas Armadas en materia de seguridad interior, sonreía con expresión de beatitud inundándole el rostro. Y Milei concluyó promocionando la firma del Pacto de Mayo en la provincia de Córdoba, por el cual serán establecidas “diez políticas de Estado del nuevo orden económico argentino y para el que quiero extender una invitación especial no sólo a los miembros del Estado Mayor Conjunto y las Fuerzas Armadas sino también a las organizaciones de veteranos de Malvinas para que sean testigos y estandartes de la nueva Argentina”.
En definitiva, este homenaje y las palabras presidenciales allí vertidas demuestran que el anarcocapitalismo no tiene nada nuevo que ofrecer, además de retórica encendida y una serie de fuegos de artificio que disimulan, o intentan velar, un ajuste feroz y la consecuente transferencia regresiva de ingresos. El sector público, en áreas como la educación y la cultura, o la salud y el sistema previsional, recibirá fuertes golpes, al tiempo que la concentración de la riqueza habrá de aumentar, pero no pudiendo por la propia naturaleza de los hechos prescindir del Estado. De ahí que se caiga de maduro que el modelo habrá de fracasar, aunque se invoque la inspiración en la obra completa de Friedrich von Hayek y se alegue después que la culpa la tuvieron los demás, los que no soportaron el hambre con la dignidad del moribundo.