El concierto de un tenor italiano que hace “crossover” de clasicismo y pop en el Teatro Colón también sirve de prisma para ver, debidamente descompuesta, la luz enfermiza que irradia el gobierno libertario y soporta la comunidad nacional. Sin incurrir en la tentación de compararlo con otros productos que ofrece la industria cultural, sus precios y la reacción de la demanda dicen algo fuerte sobre el modelo irreversible que pretenden instalar Milei y sus secuaces, y los problemas que habrá de resolver el Movimiento Nacional. También dicen algo las mascotas de Karen.
A mediados de noviembre viene de nuevo Andrea Bocelli, un tenor italiano que nació con glaucoma congénito y quedó totalmente ciego a los doce años, a raíz de un golpe en la cabeza que se dio jugando al fútbol. Para algunos dotado de la voz más hermosa del mundo, ha vendido alrededor de 90 millones de discos y generado más de 16 mil millones de reproducciones en plataformas digitales.
Quien de niño tocara la guitarra, la flauta, el saxofón y la batería, derivó después hacia el canto lírico e incursionó también en el arte popular, siendo objeto de numerosos reconocimientos internacionales, entre los cuales se destacan 6 nominaciones a los premios Grammy, 6 Latin Grammy, un Globo de Oro, siete Classical BRITs, 7 World Music Awards y una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. A los 66 años visita de nuevo a la Argentina, luego de quince años de ausencia, para cantar por primera vez en el Teatro Colón el 17 de noviembre.
Lo que hace Bocelli es armonioso, lindo y cuidado, prolijo en los detalles, serenamente aceptable incluso para quienes animan la cultura antiwoke, y conformista hasta la exasperación. Un espectáculo de buena calidad, un producto para inducir en el público la idea convencional de las bellas artes, del desborde que comúnmente se entiende romántico y desinteresado, aunque su acceso requiera entradas que cuestan muy por encima de la media.
Con el desembolso por una platea para el show de Bocelli, por ejemplo, los espectadores podrían adquirir casi cuatro plateas para el gran abono de ópera en el Colón, que sale alrededor de $250.000 cada una. Esto es así porque para el concierto de Bocelli el precio de un asiento en Palco Balcón Centro llega a los $920.000, apenas algo más que en Platea Balcón, que cuesta $891.250.
Pero es inconducente, sin embargo, establecer relaciones de precios relativos entre diversos géneros, funciones y espectáculos dados en el mismo Teatro Colón. Resulta más ilustrativo pensar en lo que ocurre afuera, o sea, en que hacen falta 2,85 salarios mínimos (cifra establecida por decreto para el mes de agosto en $322.000, otro alarde de “no intervención estatal” del ultra libertario gobierno de Milei) para adquirir un Palco Balcón Centro de $920.000 en el concierto de Bocelli. O que un jubilado con la mínima (que en septiembre, bono de $70.000 incluido, será de $460.277), podrá solventar una localidad en Tertulia 1º Lateral a $465.000 si fue previsor y atesoró $4.723 de sus ingresos anteriores, puso entre paréntesis las exigencias para vivir correspondientes al mes de septiembre, encanutó la totalidad de sus ingresos y se arrastró hasta el día del concierto cultivando, como lo viene haciendo, una onda faquir elevada a la enésima potencia.
Pero las entradas para el concierto del próximo 17 de noviembre, apenas salidas a la venta, se agotaron. Fue tanta la celeridad que fuentes vinculadas a la producción dejaron trascender que tal vez, dado el entusiasmo de la demanda, hubieran podido fijar precios más altos. Y como aseguraron también que hubo un marketing relativamente tímido al momento de tomar las decisiones de fondo (o sea, al momento de fijar el precio de las localidades), la cuestión amerita una mirada más atenta.
Primer interludio: Como las entradas para el 17 de noviembre en el Colón se agotaron en un par de horas, la producción encaró una presentación adicional para el 18 de noviembre en el Hipódromo de San Isidro, con un repertorio algo diferente y pensado para una audiencia multitudinaria. La propuesta consiste en la evocación celebratoria de los grandes éxitos del tenor, con un gran despliegue visual y sonoro, en un formato distinto, con un repertorio que abordará clásicos y pasajes de óperas, y cruces con otros géneros demostrativos de su versatilidad artística. Los precios de las localidades en San Isidro rondan los $450.000 en las ubicaciones VIP, y alcanzan un rango entre $240.000 y $400.00 en todas las distintas categorías de plateas.
Interludio teórico: Lo dicho suena como anillo al dedo de la teoría subjetiva del valor que fuera desarrollada en principio por el vienés Carl Menger, junto con el inglés William Stanley Jevons y el francés León Walras, de forma independiente y casi simultánea a fines del siglo XIX. Obscenos individualistas metodológicos, impulsores de la denominada “revolución marginalista”, estos economistas frecuentados y citados por Milei pensaron que el valor de aquello que se oferta no depende del tiempo socialmente necesario para producirlo ni de cualquier otro indicador objetivo (pensar así es propio de endemoniados), sino de la escasez relativa, el contexto y la perspectiva de los usuarios.
Según ellos, los precios se forman a partir de la siempre relativa escasez de la oferta (que en el caso del concierto para el 17 de noviembre es una constante porque no hay “Bocellis” alternativos ni disponibilidad de más fechas en el teatro, aunque puedan morigerarse los efectos de la cuestión forzando un poco la agenda del artista hasta llevarlo a San Isidro, un día después), y de los deseos de los consumidores. Dicho de otra manera: estos economistas pretenden que los precios de las localidades, como en el caso de cualquier otro bien, se formarían de acuerdo a la escasez o utilidad para la legión de consumidores.
Son explicaciones que parecen más coartadas que apuntes teóricos, no hay duda. Los libertarios –máxima exaltación contemporánea de esa corriente de pensamiento económico– incluso pretenden alinear la existencia de ciertos precios con la de precios internacionales para algunos bienes iguales y con esa característica, como si el deseo de cada uno de los consumidores potenciales operara en consonancia misteriosa con los deseos de la totalidad de los demandantes planetarios. Y como no hay ceguera más perseverante que la ideológica seguirán así, alzando esas banderas, aunque haya bienes globales como el célebre Big Mac con precios que varían de país en país a causa de factores económicos diversos, como el tipo de cambio y el costo de vida, entre tantos otros.
Ahora bien, ¿importa discutir, ante la muy poco probable hipótesis de que surja una reventa de entradas para los conciertos de Bocelli, si es posible que aumente el valor de un bien por el mero hecho de transferirlo a otro propietario que lo valore más? ¿Importa que un mismo bien, un automóvil clásico, por ejemplo, en pocos minutos durante una subasta adquiera más valor/precio por haberse convertido en objeto del deseo de un par de coleccionistas dispuestos a pujar por él? ¿O que algo, por el mero hecho de haber pasado de moda, haya perdido valor? Importa, claro que sí, pero sólo por la conclusión que extraen neoclásicos, austríacos, neoliberales y los miembros de otras cofradías por el estilo, cuando con matices apenas algo menores aseguran que el valor de los artículos se basa en la demanda. Y si eso es así el precio, que en verdad consiste en la manera en que un bien se presenta en el mercado para su intercambio por otro, velaría su origen en la cristalización de un momento específico de la lucha de clases para establecer el salario con el cual se reproduce la fuerza de trabajo y la parte de plusvalor apropiada por el capital.
Que Andrea Bocelli haga sus presentaciones no debería ser motivo de crítica alguna, y feliz de él si agota las localidades con precios muy superiores a la media. Pero importa el fenómeno porque habilita una mirada del vínculo dialéctico entre quienes pagan esas celebraciones y quienes quedan afuera de la fiesta, en un país donde el 50% de los hogares, de acuerdo con el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, al cabo de casi dos años de gestión libertaria son pobres extremos, pobres o empobrecidos. La mitad superior de la pirámide está conformada por el 3% de los hogares de élite en la cúspide, el 27% de los hogares de clases medias integradas, y el 20% de hogares de la vieja clase media que apenas sobrevive temerosa, a sabiendas de estar en la pendiente.
Los estudiosos de estas cuestiones hallan ciertas convergencias en materia de gustos y consumos suntuarios, además, entre los miembros de hogares de élite ubicados en la cúspide de la pirámide y quienes emanan de hogares propios de un sector moderno de la economía con negocios altamente rentables, salida exportadora y personal calificado, pero que solo ocupa el 20% de la Población Económicamente Activa. Este conglomerado convive con otros sectores intermedios orientados al mercado interno, con activos claves pero sin aptitud para la creación de empleo y el desarrollo de nuevas ventajas competitivas. Y por debajo, condenados a la marginalidad, en una franja cada vez más amplia de pobreza, quedan los sectores informales y excluidos, heterogéneos y animadores de la Economía Popular.
En principio no parece conducente para el Movimiento Nacional y Popular criticar solamente la mutua relación entre la existencia de espectáculos como los de Bocelli en el Colón y San Isidro, y una profunda estratificación regresiva del conglomerado social. Tal vez resulte más interesante y productivo proponer y sumar esfuerzos para mejorar las condiciones objetivas de los excluidos, para participar de la lucha política junto con aquellos obligados a tolerar situaciones humillantes.
A manera de epílogo: en el Congreso esta semana volvió Milei a experimentar el amargo sabor de la derrota, aunque la historia con el veto al aumento de los jubilados deba continuar en el Senado. El trámite legislativo pudo ser un consuelo para él, mientras nuevos escándalos por corrupción de muy altos funcionarios aportaban lo suyo al escándalo en curso por la cripto-estafa $Libra.
Sabido es que conforme se aproximan las elecciones las campañas entran en calor y van perdiendo pulcritud, hasta convertirse en verdaderos lodazales intelectuales. Pero tal vez no todo esté perdido: Karen Reichardt, la futura diputada por La Libertad Avanza, amiga de Milei que secundará a Espert en los comicios en la Provincia de Buenos Aires, ex actriz, sex symbol y ex modelo de 56 años, conduce un programa en la Televisión Pública centrado en su amor por los animales. El programa, “Amores Perros”, es una clara muestra de que a falta de humanismo en las autoridades, bien puede ser suplantado por sabias dosis de “perrismo” o “mascotismo”.
En su programa del 19 de agosto la (casi con seguridad) diputada difundió una sana iniciativa que lanzaron en la ciudad de San Nicolás, denominada “Campaña modelo para perros en situación de calle”. Entonces aparecieron en la pantalla sus responsables, y varios ejemplares vestidos, obviamente, con abrigos para homeless dogs. Y se habló de que habían convocado a voluntarios para coser la ropa necesaria, sin mencionar la situación crítica que atraviesa más de la mitad de los argentinos, ni percatarse de que su mensaje podía sugerir cierta contradicción con el gobierno: ¿por qué ser solidario con los perros en particular y las mascotas en general, si no lo somos con los pobres, los enfermos y los discapacitados? Finalmente, en otro bloque del programa la (casi con seguridad) diputada enseñó cómo preparar una torta de cumpleaños canina.