Sin miedo al debate, que ya mismo queda abierto, el autor discute hasta con el propio Perón y dice que “es necesario revitalizar los espacios de discusión y poner ideas anquilosadas bajo escrutinio, a los fines de no seguir padeciendo la caída, que casi siempre nos encuentra con gobiernos tan inútiles como decepcionantes”.
Durante la primera mitad de 2023, al volverse evidente que el Gobierno que finalizaba contaba en la balanza más fracasos que méritos, se publicaron varios documentos en los que se indagaba sobre cómo modificar las condiciones económicas que fueron determinantes de la imposibilidad para que el Frente de Todos desarrollase la transformación que, se entendía, le otorgaba sustancia política.
Su principal énfasis consistió en señalar la falta de políticas para vigorizar la recuperación del poder de compra los salarios y las jubilaciones, que se recomendó llevar adelante en forma directa. Al mismo tiempo, se insistía fuertemente en la revisión del acuerdo alcanzado con el Fondo Monetario Internacional en el primer trimestre de 2022. El tercer aspecto remarcable es la sugerencia de estrategias para aprovechar la expansión de las actividades de la energía y la minería (la explotación Vaca Muerta, la producción del litio), y la enmienda mediante la participación del Estado en la producción de lo que se caracteriza como una “reticencia inversora”.
En mayor o menor medida, estas propuestas se hicieron presentes en gran parte de los documentos que tuvieron la finalidad de orientar una nueva plataforma para lo que luego fue el frente de Unión por la Patria. Sin embargo, su tono estuvo tan ligado a la permanencia del gobierno anterior, que ninguno sirvió como programa para edificar una fuerza política que influyera en el curso del país aun siendo oposición. Ni siquiera se lo logró tratándose del oficialismo.
Hechas a un lado las observaciones sobre la contienda política, es pertinente echar una mirada a contradicciones que permanecen irresueltas y requieren una revisión de posiciones. Para eso, se sugiere revisar la experiencia del segundo gobierno de Juan Domingo Perón, con la que la última guarda sus semejanzas.
La Caída
En el libro La Caída, editado en 2018, el economista e historiador Pablo Gerchunoff, que fue parte de los gobiernos de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, reconstruye los hechos históricos que precedieron al golpe de Estado que depuso a Perón de la Presidencia en 1955. Entre éstos se cuentan la confrontación con la Iglesia y el acercamiento diplomático a Estados Unidos para obtener asistencia económica destinada a financiar proyectos de inversión durante su segundo mandato.
El libro se divide en dos partes, la primera de las cuales toma la forma de un reportaje imaginario con Perón, mientras que en la segunda se desenvuelven los fundamentos que explican por qué las respuestas adquieren su forma.
El reportaje tiene seis secciones. La quinta se titula ¿No fue la economía?, en la que Gerchunoff, mediante su diálogo ficticio, sugiere que, aunque la economía fue objeto de contradicciones con la base de apoyo político del peronismo durante su segunda gestión, no se pueden explicar los conflictos que produjeron el derrocamiento solamente por los cambios introducidos en la política económica a partir de 1952 y sus resultados.
Aunque esas conclusiones se compartan, vale la pena examinar el viraje que tuvo lugar en la conducción económica, con la finalidad de extraer enseñanzas tanto por las limitaciones de Perón para evitar verse expuesto a ciertas presiones como para formular maneras alternativas de afrontar las dificultades que se suscitaron.
Gerchunoff señala que la política económica que se desplegó con posterioridad a la reelección de Perón en noviembre de 1951 hallaba su origen en un agotamiento de “la expansión económica fundada en el consumo”, que debía ser reemplazada por “una reestructuración en la que el crecimiento económico se fundaría en el ahorro, la inversión, y las exportaciones”.
Añade que “las épocas felices se habían terminado y el sol en el centro de la nueva economía sería la productividad. La ley de hierro del nuevo Perón: los salarios reales solo aumentarían si pari passu aumentaba la productividad, y el punto de partida sería la estabilidad de precios”. Acota también que no llegó a completar esta meta, lo que considera que “hubiera sido asombroso”.
El nuevo plan económico, encabezado por Alfredo Gómez Morales, tuvo el objetivo de revertir una escasez de divisas que se hizo presente a partir de 1949 (Gerchunoff, citando a Juan Vital Sourruille, afirma que sus primeros indicios se presentaron en 1948). Para hacerle frente se facilitaron créditos al sector exportador, y se lo retrajo para la importación de insumos, a la vez que se puso en funcionamiento un sistema de control de importaciones.
La mencionada falta de divisas, que se vio agravada por sequías en la región pampeana en 1951/1952, y caídas en los precios de exportación del trigo y el maíz, trajo aparejada la consabida inestabilidad cambiaria, con el necesario aliento al incremento de los precios. Gómez Morales impulsó un aumento de las tarifas de servicios públicos, y los salarios se actualizaban con pautas que corrían detrás de este ritmo.
La variación resultante del Índice de Precios al Consumidor fue del 40% anual en 1951. Para 1953 se redujo al 4%, y descendió al 3,8% en 1954, mientras que se registró una recuperación en aquellos años de la producción industrial, y mejoraron las cosechas de trigo y maíz.
Sin embargo, las perspectivas son menos alentadoras que lo que estos datos sugieren a primera vista. Para finales de 1951 Perón inició conversaciones con la Confederación General del Trabajo con la finalidad de que se moderasen las pretensiones de mejoras salariales. Al mismo tiempo, intentó fortalecer los controles de precios, inaugurando el concepto de “equilibrio económico del pueblo”, que consistía en una relación, vale decir, “equilibrada” entre los salarios y los precios.
En la órbita del Consejo Económico Nacional, se creó una subcomisión abocada al Equilibrio de Precios y Salarios, cuyo objetivo era el de establecer aumentos salariales entre la CGT y su contrapartida de la Confederación General Económica (CGE), representante de las empresas, para los próximos dos años. Una vez celebradas doce reuniones que resultaron en un fracaso, Perón intervino determinando incrementos salariales superiores entre los receptores de ingresos más bajos, y menores entre los de ingresos más altos.
Perón intentó convencer a los trabajadores de la necesidad de la austeridad, e incluso había quienes se jactaban de la austeridad del sector público. Gómez Mórales celebraba que se hubiese suspendido el uso del café en la administración pública, porque representaba el 25% del café importado, y elogiaba el hábito presidencial de utilizar mate cocido, incluso para convidar a los embajadores.
Sin embargo, se hizo presente la realidad de que los trabajadores no viven de la austeridad estatal, sino de sus propios ingresos. Para 1954 los salarios habían recuperado una parte del poder de compra mermado en los años anteriores, pero sin llegar a los niveles de 1949. Al comenzar 1954, los valores determinados en 1952 se tornaban insostenibles, y se llamó a negociaciones en las que la representación sindical solicitaba actualizaciones del 40% y los empresarios ofrecían variaciones entre el 3% y el 5%. Luego de que escalasen una serie de conflictos, se llegó a acuerdos entre el 15% y el 18%.
Con esto, los precios volvieron a elevarse. La solución política que encontró entonces Perón fue la de exhortar a la reivindicación de la productividad, a la que llamó “la estrella polar que debe guiarnos en todas las concepciones económicas” al introducir el Congreso de la Productividad y el Bienestar Social. También aseveró que “produciendo más bajaremos los costos y los precios, y el poder adquisitivo de cada uno aumentará”.
El problema de fondo
Por más que Gerchunoff les reste importancia a los efectos de la política económica en conducir a la degradación política de Perón, admite que provocaron una falta de vigor en el apoyo de los sindicatos ante la escalada conjunta de los militares y un sector de la iglesia, con el cual Perón consolidó una enemistad acre.
Sin embargo, lo interesante es que esta desorientación, si se la analiza por sí misma, presenta un agotamiento estructural. No es el que Gerchunoff observa, sino justamente el contrario.
La opinión que expresa el autor del libro es congruente con una posición que sostiene habitualmente: la de que en la Argentina las aspiraciones sociales contradicen las posibilidades económicas, y por eso emergen crisis recurrentes. Parte de este punto de vista se fundamenta en la premisa de que los cambios en la estructura productiva provocan ineficiencias que acaban por lesionar la capacidad exportadora, y conducen a empeoramientos de la balanza comercial que al extenderse se vuelven insostenibles.
Precisamente, creemos que son estos cambios los que se requieren para poder avanzar en una economía que permita alcanzar una mejora sustancial de la mejora en el nivel de vida de los argentinos, cumpliendo de esta forma con el cometido de una fuerza política que se propone transformar la sociedad argentina en un sentido progresivo.
Perón entendió que sus problemas de fondo se ubicaban en dicha necesidad. Su forma de resolverla consistió en buscar la asistencia de los norteamericanos para el financiamiento de inversiones en la siderurgia, la industria petroquímica, y la producción de petróleo, que adquirieron forma en los proyectos de SOMISA y los contratos con la Standard Oil.
El enrarecido clima político y la incapacidad de Perón para entenderse con la oposición retrasaron ambos. Finalmente, se concretaron en los años siguientes cuando se logró mantener un frente homogéneo para impulsar el avance del desarrollo argentino en oposición a las reticencias de la reacción anti-peronista. Sin embargo, la persistencia de este frente duró poco y fue oscilante, en gran parte por la indiferencia de los grupos que se referenciaban en Perón. Por su parte, en su tercera presidencia, abandonó los planes de transformación del país y recayó en la fórmula del equilibrio económico del pueblo mediante el Pacto Social comandado por José Ber Gelbard, con mayor poder político y con ende, más duro que el primer intento de 1952.
Fue el camino a otro gran fracaso político, insostenible luego de dos años. Eso sí, con una disminución inicial de los aumentos de precios, pero como suele suceder, con controles insostenibles, y aumentos de salarios que más tarde que temprano sobrevienen como respuesta.
Ese Pacto Social fue el sucesor directo del plan de 1952, y ambos representan un antecedente del Plan Austral. No es casual que Gerchunoff le atribuya al viraje la necesidad de sostener el crecimiento económico apuntalando “el ahorro, la inversión, y las exportaciones” simultáneamente con “la estabilidad de precios”. Son las mismas consignas con las que el equipo de Sourruille lanzó el Austral en 1985. Así les fue.
Ideas anquilosadas
El desapego de Perón al compromiso hacia los dos integrantes del mercado nacional, que son los trabajadores como las empresas, y necesariamente deriva en la actuación sobre la economía nacional como conjunto, decantó en una declinación en importancia de quien aún hoy conserva el enorme mérito de haber impulsado la incorporación de los trabajadores entre los posibles beneficiarios del crecimiento económico. Nada menos.
Tal finalidad demanda una modificación de esta economía, para adecuarse a las nuevas condiciones. Perón conservó una gravitación indiscutible en la política argentina hasta su muerte. Pero su tercer gobierno se caracterizó más por la segregación de fracturas políticas que por sus virtudes, producto de su giro conservador, que desconocía ese imperativo. Se comprende que, con requerimientos más modestos y resultados, en el mejor de los casos, magros, el ex Frente de Todos haya caído en desgracia.
Es menester comprender que las reivindicaciones de los trabajadores deben ser parte de una agenda permanente que contemple los cambios para darles lugar, en vez de limitarse a programas de gobierno que pueden parecer revolucionarios, cuando carecen de perspectivas duraderas y sus fundamentos son endebles.
Creer que el control sobre los grupos económicos y la actividad económica impulsada directamente desde el Estado pueden suplir las falencias del subdesarrollo es una ingenuidad, como lo fue la defensa a la estrella polar de la productividad de Perón. El Estado, en la medida en la que la Argentina siga siendo un país subdesarrollado, seguirá formando parte del desarrollo, y será un Estado tan subdesarrollado como las empresas que operan en el país.
Pero si se aprende a utilizar ese recurso intangible del Estado que es la política económica para orientar los recursos y los esfuerzos hacia el desarrollo con la economía y el mundo existentes, quizás se alcance una situación diferente que la de recaer en la incapacidad de atender a lo que se espera de gobiernos progresistas. Que el campo popular sepa hacerlo todavía tiene que demostrarse. Por eso, es necesario revitalizar los espacios de discusión y poner ideas anquilosadas bajo escrutinio, a los fines de no seguir padeciendo la caída, que casi siempre nos encuentra con gobiernos tan inútiles como decepcionantes.
Bueno, es la primera vez que sobre el tema del derrocamiento de Perón, leo argumentos de total fidelidad con lo ocurrido. Cuando se dice que Perón decide no cortraatacar para evitar derramamiento de sangre, yo creo que no le encontraba el agujero al mate y prefirió correrse sin admitir fracaso. No significa tampoco negar los avances que tuvo para el país la llegada de Perón al poder. ¿Entenderán tipos como Moreno y otros tantos cegados por una devoción enfermiza que les impide analisis correctos?