Era la economía, estúpido, y no lo escucharon a Sanders

En Estados Unidos, con lágrimas o con alegría, hay dos temas y sólo dos de los que se habla. Uno es qué va a hacer Donald Trump ahora que fue electo. El otro es por qué perdió Kamala Harris. Es el famoso post mortem al que son tan aficionados los humanos y sobre todo los contadores de porotos. El bebé puede estar llorando, el tren partiendo, el arroz pasándose, pero nadie puede dejar de hablar de esto.

La sensación es que el país cambió, o que apareció un lado ignorado de Estados Unidos. Es un poco en qué anduvimos o andamos los argentinos después que Javier Milei ganara la presidencia con un porcentaje casi idéntico al de Trump. ¿De dónde salieron todos esos votos? ¿Qué nos comimos? Como los argentinos, los norteamericanos van a hablar y hablar del tema por años.

Pero ya se saben algunas cosas de esta elección que te dejan pensando. Por ejemplo, que hubo la misma cantidad de votantes que en 2020, con lo que muchos cambiaron de bando y Harris no pudo compensar. Y que el voto en estados “azules”, sólidamente demócratas, se puso más rojo, o republicano. Hasta Nueva York, paraíso de los progres, le dio casi diez puntos más a Trump. Y que los republicanos ganaron muchos votos entre los hombres negros y los hombres latinos, y que arrasaron entre los hombres entre 18 y 30 de cualquier color o geografía.

Harris, no sorprende, conservó o aumentó el voto entre las mujeres negras y latinas, y congregó voluntades entre las mujeres en general, en buena parte por la amenaza chupacirios de cancelar el aborto. Pero no funcionó hasta el punto en que los demócratas apostaban que iba a funcionar: Trump ganó en estados que el mismo día y en la misma urna aprobaron plebiscitos para que el aborto siga siendo legal. 

Y esta elección le entregó todo en bandeja al “dictador por un día”, que ya tiene mayoría propia en el Senado y también en la Cámara de Diputados. El hombre de la cara anaranjada no va a necesitar decretos de necesidad y urgencia para hacer lo que quiera.

Los demócratas se consuelan destacando que perdieron por unos pocos puntos, y hacen la lista de cosas que estuvieron mal en la campaña. Que Joe Biden se hizo consagrar y luego no pudo, que Harris fue ungida sin una primaria que la exhibiera democráticamente, que no hubo tiempo para convencer a la mayoría, que el país es demasiado machista y racista como para votar a una candidata de color. Todo cierto, pero…

Ahí habló el que debe ser el político más agudo y coherente de los Estados Unidos, Bernie Sanders, que se reelegió caminando como senador por Vermont. Mientras las ondas radiales y televisivas se llenaban de interpretaciones, Sanders dijo muy plácido que el problema era que los demócratas hablaban de todo, pero de todo, menos de plata. Sanders es abiertamente socialista y es viejo, con lo que anda hace tiempo diciendo verdades que pocos se animan.

Lo que le criticó el senador a Biden, a Harris y a todo el aparato partidario es su timidez y moderación. Si, la candidata prometió rebajas impositivas a los que menos ganan. Sí, dijo que iba a haber un préstamo sin intereses para los que compraran su primera vivienda. Si, garantizó la continuidad del Medicaid, el sistema médico para los mayores, y del Obamacare. Sí a todo, pero ¿Y?

Trump se mostró enérgico, brutal, definiendo sus enemigos económicos. Prometió una guerra económica con China, el país que ya reemplazó la industria nacional en todo objeto que un consumidor pueda tocar en la vida cotidiana. Y prometió que no va a haber nada importado que no pagara una tarifa del veinte por ciento, y algo más para los productos chinos. Y todo esto para hacer algo fundante, reindustrializar los Estados Unidos.

Los demócratas maullaron que las tarifas de importación hacen que aumenten los costos al consumidor, creando inflación. Trump contestó que más industria significa más empleo, mejores salarios y soberanía nacional en tecnología.

Esto es un torpedo directo a la globalización construida a cuatro manos por republicanos y demócratas. Los grandes beneficiarios de este proceso fueron los chinos y las mayores corporaciones globales, que bajaron costos y ganaron mercados. El gran perdedor fue el sector industrial norteamericano, que se mudó o quebró, y dejó a sus obreros haciendo changas y asando hamburguesas. El país está lleno de obreros metalmecánicos jubilados que ganan más que sus hijos hamburgueseros y nietos desempleados.

Sanders destacaba todo esto con cara de haber avisado y cuando le preguntaban por qué los demócratas no habían propuesto nada semejante, señalaba simplemente que el partido hace añares que está en manos de multimillonarios muy cómodos con el status quo. Toda la agenda social pasa silbando, porque a las corporaciones no les va ni viene la temática de género, los derechos civiles, el racismo. Pero a la hora de hablar de economía, te bloquean por completo.

Trump, en cambio, puede hablar de contradecir los intereses corporativos porque tiene el arte de ganar las elecciones pase lo que pase y porque se apoya en gente como Elon Musk. Rico de toda riqueza, el sudafricano tiene base en Estados Unidos, no en China o algún paraíso fiscal. Es una versión 3.0 de la famosa burguesía nacional.

Quien quiera comprobar si Sanders tiene razón, que trate de sacarle el tema del dinero a un norteamericano. Verá la incomodidad ante un tabú acendrado, verá la incredulidad ante la idea misma de conflicto de clases. El amigo americano estará mucho más cómodo hablando bien o mal, depende del americano, de trans, aborto o libros prohibidos.

Un comentario sobre «Era la economía, estúpido, y no lo escucharon a Sanders»

  1. Siempre tuve admiración por Bernie Sanders, pero creo que el poder político de los EEUU, tanto demócrata como republicano, no quier saber nada con tipos como Sanders.

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