La estrategia económica de Trump: ‘un nuevo sheriff en el pueblo’

Donald Trump afirma que apunta a que Estados Unidos vuelva a ser la principal economía del mundo, recuperando el liderazgo industrial que viene perdiendo frente a China. Pero a meses de asumir, no queda claro cómo lo logrará.

Donald Trump anunció a comienzos de su mandato que la estrategia será la aplicación de, primordialmente, tarifas aduaneras y sanciones contra los demás países, sin presentar criterio alguno que explicara estas medidas, aunque sí esencialmente apuntando contra China. 

Sostuvo que habría aplicación de 25% sobre aluminio, acero, automóviles, chips y productos farmacéuticos—estos últimos tres el 2 de abril. A los miembros de la OTAN que no acepten gastar 5% de su PIB en armas militares (procedentes en gran medida de Estados Unidos) y comprar más gas natural licuado (GNL) estadounidense, se les impondrá aranceles del 20%. También dijo que cancelará las ayudas externas de su país (USAID). Los BRICS fueron amenazados de aranceles del 100% si avanzan en la idea de alejarse del dólar. 

También su postura pacifista podría considerarse ‘económica’. El mediático maltrato inicial a Zelensky. con el anuncio del corte de asistencia a Ucrania, derivó en unas pautas de cese de fuego inmediato de 30 días entre funcionarios estadounidenses y ucranianos en Arabia Saudita, escogido como sede con la expectativa de que invirtiera mil millones de dólares en Estados Unidos.

Aunque Trump, incluso antes de su encuentro con Zelensky en la basílica de San Pedro, acabó levantando la pausa en la ayuda militar y el intercambio de inteligencia con Ucrania, Rusia recibió las bases del acuerdo para que dé su conformidad. La respuesta de Putin reveló el cuidado por no caer en otro ‘Minsk’ que viabilice otro rearmamento ucraniano. 

Trump habló de reducir a la mitad el gasto con el Pentágono, sujeta a que Rusia y China aceptaran hacer lo mismo. Difícilmente estos países acepten porque el efecto de pérdida de capacidad militar sería mucho mayor para ellos porque, sumados, gastan menos que Washington.

Pero también porque, como se vio en Ucrania, Rusia y China no sólo utilizan su presupuesto militar de forma mucho más eficiente, sino que gran parte del presupuesto estadounidense es actualmente fraude, despilfarro y abuso. Así, la propuesta del Trump pacifista implicaría en efectos económicos positivos fundamentalmente sólo para Estados Unidos, que además saldría con una ventaja militar abrumadora sobre Rusia y China.

Un eje crucial en la economía de Trump es la restricción explícita, aunque vaga y confusa, sobre quiénes dentro de Estados Unidos son ‘americanos’. Claramente quedan afuera los inmigrantes ilegales, que Trump sostuvo serían expulsados inmediatamente mediante la utilización del ejército. También excluye latinos, asiáticos y negros. A partir ahí, no es evidente, y la mayoría de los estadounidenses blancos están en dura situación económica.

Resultados limitados

Trump comenzó aplicando tarifas aduaneras contra México, Canadá y China. Pero luego revertió muchas de ellas, y no es claro cómo quedarán. Quizás las respuestas de los afectados lo hayan sorprendido. La mandataria mexicana Claudia Sheinbaum no se abatió, los canadienses promovieron un boicot a productos estadounidenses, y China declaró con calma que responderá con iguales medidas. 

El fin de USAID, el programa de ayuda externa del gobierno, también tuvo poco impacto porque sus montos no son grandes—aunque para algunos países receptores son significativos— pero sobre todo a que su desglose comprobó que gran parte de ellos eran destinados a otros fines, como financiar prensa externa como la BBC. Se especula además que ese lugar podría ser ocupado por China, ayudando a que extienda su alcance global. 

Por último, surgen dudas sobre la mejora del bienestar económico para ‘los americanos’. El propio Trump, que prometió que Estados Unidos debía ser el “ganador” en cualquier acuerdo internacional, ahora dice que ‘no puede garantizar’ que no haya un efecto negativo, aunque ‘todo valdrá la pena’.

Pero también hay un contenido sociopolítico importante. El consenso es que los costos derivados de las tarifas aduaneras sean traslados a los precios al consumidor. Según algunos cálculos, estos aranceles iniciales aumentarán los costos entre 1600 y 2000 dólares al año a la familia estadounidense promedio. Según Tax Foundation “solo los aranceles a Canadá y México aumentarían los impuestos en 958 000 millones de dólares entre 2025 y 2034”.

La expulsión de los 12 millones de trabajadores ilegales, que, por su condición de indocumentados, aceptan menores salarios, implicarían aumentos en los precios. Esto se agrava porque los inmigrantes son importantes hasta en sectores claves como educación, salud y servicios profesionales.

Esto podría extenderse a que la política arancelaria termine causando caos en los mercados financieros estadounidenses y extranjeros o afecten las cadenas de suministro globales, con cierre de compras externas de productos estadounidenses de todo tipo (desde aeronaves hasta tecnología de la información) y, en consecuencia, de la necesidad de usar crédito en dólares.

La situación sería peor si los casi 35 millones de extranjeros legales (muchos por razones socioculturales también aceptan ingresos menores), pasan a ser expulsados, ya que constituyen un grupo homogéneo a los ojos de los militantes MAGA y son objeto del discurso de deportación: tanto republicanos como demócratas terminan equiparando inmigrantes a criminales.

En contrapartida surge la designación del multimillonario Elon Musk—quien gastó al menos 277 millones de dólares de su propio bolsillo en la campaña de Trump—al «Departamento de Eficiencia Gubernamental» (DOGE) con el objetivo declarado de recortar 2 billones de dólares del presupuesto nacional—aunque según el Washington Post, las distintas empresas de Musk recibieron al menos 38.000 millones de dólares del gobierno estadounidense desde 2006.

Mientras empleados federales recibieron un correo electrónico de Musk exigiéndoles que expliquen sus logros recientes, muchos otros fueron parte de sus despidos masivos indiscriminados, sin evaluación de desempeño ni auditoría—aunque a muchos se les debió solicitar que regresen por ejercer trabajos imprescindibles. 

Este impacto llevó también a reducción de trabajadores en el sector privado. En febrero hubo 172.017 despidos, la cifra mensual más alta desde julio de 2020—cuando se estaba bajo los impactos de la pandemia de COVID-19—y el registro más alto en febrero desde 2009, durante la crisis financiera mundial.

Musk sostuvo exultante que estaba recuperando ‘cien mil millones de dólares del dinero de los contribuyentes’ con el corte de 2000 programas federales de ayuda a estadounidenses en alimentos, vivienda, educación, atención médica, víctimas de violencia doméstica, prevención del suicidio, afectados por desastres, financiación para pequeñas empresas y cuidado infantil, entre otros.

La situación se presenta delicada si se considera, por ejemplo, que el 1% más rico vive en promedio siete años más que el 50% más pobre, según sostuvo el histórico senador Bernie Sanders. En ese marco, recientes encuestas revelan que 81 % de la población se opone a los recortes en la salud y cerca 70 % en ayuda alimentaria, al cuidado infantil y vivienda. 

Esto se contrasta con el anuncio de reducir impuestos a los ricos. Trump pretende atraer a los plutócratas del mundo creando una «tarjeta dorada» que otorgaría residencia permanente y un camino acelerado hacia la ciudadanía estadounidense por 5 millones de dólares, con lo que espera reducir la deuda nacional.

En el Foro de Davos Trump sostuvo: “Mi mensaje a todas las empresas del mundo es muy simple: vengan a fabricar sus productos en Estados Unidos y les aplicaremos algunos de los impuestos más bajos de cualquier nación del mundo”.

Esa postura se complementa con el deseo expresado por Musk de preservar categorías de migración cualificada, como las visas H1-B que permiten a los trabajadores temporales entrar al país hasta por seis años—bajo una total dependencia de la empresa patrocinadora que han sido denunciadas como forma de ‘servidumbre por contrato’.

¿Hay un nuevo sheriff?

Según el economista Michael Hudson, parecería que Trump cree que la economía estadounidense es ‘un centro de gravedad capaz de atraer hacia sí todo el dinero y el excedente económico del mundo’, lo que constituiría una ‘guerra económica contra el resto del mundo.’ Siendo así, Hudson señala que Trump estaría haciendo explícito lo ‘que ya ha estado implícito en la política estadounidense desde 1945.’

Esa autopercepción se basó en ser la única economía del mundo que puede ser completamente autosuficiente y exportar en cantidades considerables, haciendo que muchos países dependiesen de su comercio para subsistir. Además, su moneda nacional transformada en la global liberaba a Estados Unidos de las restricciones financieras que limitan a otros países. Así, una exorbitante deuda en su propia moneda le ha posibilitado gastar sin límites.

Muchos analistas consideran que Trump estaría repitiendo la estrategia de EUA en los 70 y 80 cuando se utilizó la capacidad de Estados Unidos de generar caos global para provocar que la Unión Soviética se desintegrase y sus rivales occidentales y países sub y en desarrollo—que promulgaban un Nuevo Orden Económico Internacional—acabaran sucumbiendo y aceptando sus términos. Este camino viene siendo llamado plan ‘al revés de Kissinger’ porque revertiría la asociación promovida por el entonces secretario de Estado, que se alió con la China de Mao para aislar a la URSS. 

Sin embargo, si ese fuera el caso, varias dudas surgen. En los ‘70, si bien ‘los milagros alemán y japonés’ eran importantes, la economía estadounidense seguía teniendo grandes capacidades industriales que en la actualidad ha perdido, en gran medida, frente a China. Además, no presentaba esos enormes déficits fiscales y comerciales que en el último casi medio siglo han sido sistemáticos. La deuda pública estadounidense era pequeña, pero hoy supera los 36 billones de dólares mientras su déficit comercial es récord.

Por otro lado, la URSS era rival de Estados Unidos en muchos aspectos, pero no económico-comercial. Los países que sí lo eran, europeos y Japón, eran dependientes suyos en muchos aspectos, incluso militarmente. Ahora, su principal rival, China, presenta independencia militar junto a su pujante economía.

Rusia, por su parte, sigue con su atención puesta en su seguridad por la Guerra de Ucrania, conflicto que llevó a sus principales líderes a la conclusión que no pueden volver a confiar en occidente como hicieron en los 90. En este contexto, no se les escapa, además, la importancia que tuvo el acercamiento con la propia China para afrontar las sanciones económicas que occidente, bajo liderazgo de Estados Unidos, les viene aplicando.

La alianza sino-rusa también ha posibilitado una agrupación de países no-occidentales promoviendo cambios en el orden internacional que ambos vienen demandando. En suma, resulta poco esperable que Rusia acepte ser el socio de Estados Unidos que China fue en los 70, cuando esa alianza también obedecía a objetivos económicos y geopolíticos chinos.

Recientemente el vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich con su reprimenda a los europeos pareció indicar una postura externa diferente de Estados Unidos. Pero, suelto en su discurso, aseguró que la reelección de Trump implicaba que había ‘un nuevo sheriff en el pueblo’. 

En definitiva, esa parece que será la base de la estrategia económica de Trump, movilizando por todo el mundo, como expresó un periodista, ‘un gobierno de plutócratas, por plutócratas, para plutócratas”.

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