“¿Qué pasa cuando una sociedad conmocionada se cansa del grito y empieza a ponerle freno al odio?” La pregunta atraviesa buena parte de la charla con Daniel Feierstein, investigador del CONICET, referente en el estudio de la violencia política, las prácticas sociales del fascismo y la construcción de memoria. Con su estilo filoso, Feierstein analiza el recorrido que llevó a Javier Milei al poder y el desencanto que hoy marcan sus votantes, especialmente en la provincia de Buenos Aires.
En esta entrevista, el sociólogo Daniel Feierstein advierte sobre la germinación autoritaria que encontró límites inesperados, explica cómo funciona la horizontalización del odio en la vida cotidiana, y se detiene en un punto clave: el voto joven, en especial de varones, que fue núcleo duro de Milei en 2023 y hoy aparece en crisis. También reflexiona sobre las derivas peligrosas de la coyuntura internacional —con el genocidio en Gaza y el resurgimiento del antisemitismo— y sobre el desafío de construir alternativas capaces de escuchar y ofrecer un horizonte distinto.
–En varias ocasiones has definido a nuestras sociedades como “conmocionadas”. ¿Qué significa que una sociedad conmocionada elija un gobierno de derecha como el de Javier Milei hace dos años y dos años después el Peronismo gane por 14 puntos en provincia de Buenos Aires?
–Es parte del mismo proceso, aunque haya derivado en resultados distintos. Hablamos de un crecimiento de la decepción y de la ajenización respecto de la política. En Milei encontraron una salida a esa decepción: una especie de 2001 dentro de las instituciones, pero por derecha. En 2001, la salida se interpretó como una reacción por izquierda que tampoco resolvió el problema. Lo que retorna es el “que se vayan todos”, un quiebre entre la representación política y un conjunto de la población que ve en Milei cierta autenticidad: alguien derrotado, que viene de afuera, que enfrenta a todos. Pero en realidad lo que aparece es el surgimiento de un subsuelo fascista.
–Ahora bien, considerando ese “subsuelo“, ¿qué escenarios se abren?
–Con el paso de dos años, Milei terminó siendo pura activación del resentimiento, sin mejorar la vida cotidiana, y atravesado por escándalos de corrupción. Ahí comienza el desbarranque: ¿es uno más de la casta? Lo que vemos es que mucha gente se retira, baja la participación electoral y existe el riesgo de confundir eso con entusiasmo popular. En la provincia de Buenos Aires no hubo tanto un crecimiento de votos del Peronismo, sino un abandono del electorado de Milei. Investigaciones recientes de Roberto Etchenique y Rodrigo Quiroga muestran que los votos de Milei en 2025 corresponden, en gran parte, al electorado del PRO en 2023: el voto más antiperonista que siempre estuvo ahí. La novedad que implicaba Milei terminó en la abstención, el voto blanco o la migración hacia otros partidos. Algunos volvieron al Peronismo, otros se fueron a sectores radicales, pero la mayoría simplemente se retiró. Milei expresaba un cansancio, y ese cansancio ahora se transformó en decepción. El horizonte es complejo: Kicillof resulta más tolerable que la insistencia con Cristina, pero todavía no logra encarnar una verdadera esperanza.
–La votación del 2023 parecía cristalizar una movilización reaccionaria, que definís como “irradiación capilar del odio”. Hoy pareciera que, más que reacción, hay decepción. ¿En qué podría derivar esa germinación reaccionaria en este viraje del voto?
–Tengo dudas. Veo dos escenarios posibles y me cuesta distinguir cuál es más fuerte porque estoy afuera. Mi forma de trabajo, inspirada en la investigación militante del colectivo Situaciones, no son focus groups ni encuestas: se trata de trabajar con organizaciones y lo que perciben en sus territorios. En ese marco aparecen dos escenarios. Uno es que este momento de Milei sea superado por derecha. Milei no provenía de esos sectores fascistas, los leyó e interpretó. En ese sentido, es un “Kirchner de derecha”: Néstor tampoco venía de las movilizaciones de los ’90, estaba en el menemismo, pero supo leer el momento y conducirlo. Milei hizo lo mismo: insulta mejor que todos y se sube a esa ola, sin haberla creado. En este escenario, Milei podría ser reemplazado por corrientes más orgánicamente neofascistas, con discursos antiinmigrantes y un uso más sistemático del resentimiento.
–¿Y el segundo escenario al que hiciste referencia?
–El otro escenario es que la sociedad haya encontrado un límite. El recurso al odio y al resentimiento produjo cansancio, y eso se vio en las elecciones recientes: muchos eligieron “lo normal”. Están las dos dinámicas a la vez: sectores más radicalizados y otros que acompañaron pero que hoy ponen un freno. La duda es hacia dónde va a derivar el proceso, no solo electoral sino socialmente. En lo personal, con cierta esperanza, percibo más lo segundo: límites a la radicalización, algo que también organizaciones de distintos lugares empiezan a detectar. Sobre todo en los núcleos más duros —varones, jóvenes, desempleados— la identificación inicial persiste, pero también aparece la duda. La primera experiencia política marca mucho, y es difícil confrontarla, pero incluso ahí algo empieza a resquebrajarse.
–Ponías en duda tu formulación de la “germinación autoritaria”, que se encausa en un gobierno con rasgos neofascistas. ¿Cómo se reconfigura ese concepto con el comportamiento social actual, no solo en las elecciones bonaerenses sino también en movilizaciones recientes por la educación y la salud públicas?
–Creo que ese proceso encontró un límite. Lo interesante de la dinámica sociopolítica es que nunca es lineal: varía, se interrumpe. La germinación autoritaria creció más rápido de lo que esperaba; la pandemia aceleró muchísimo el proceso. Pero esa vertiginosidad también le jugó en contra. Hoy vemos que se estabilizó en un 25 o 30% de apoyo, y ni siquiera logra sostenerlo con firmeza: ese núcleo duro también está en crisis tras los escándalos de corrupción, como el de Karina Milei.
–¿Qué ves en su estrategia comunicacional, sigue tan firme como antes?
–El control férreo de las redes empezó a resquebrajarse. No todo era trolls: había mucha gente de carne y hueso, y cuando esa gente entra en crisis, la maquinaria ya no alcanza. Ahora los ataques en redes se dirigen contra el propio gobierno. Eso no significa que el proceso terminó, pero sí que encontró un límite. Las movilizaciones recientes en defensa de lo público expresan esa reacción social: un “basta” frente a la demonización de docentes, médicos, investigadores o empleados estatales.
–En una entrevista previa, el politólogo Diego Reynoso me dijo que la elección de Milei en 2023 no implicó necesariamente adhesión programática a su oferta política, sobre todo en temas como Estado, educación o salud. ¿Coincidís? ¿Qué explica entonces ese voto masivo?
–Sí, creo que la adhesión fue más a un estado de ánimo que a un programa. Milei encarnaba el grito, la bronca, el enojo. Pero no había identificación con sus postulados sobre el Estado. De ahí los dos escenarios abiertos que observo. Uno es que, al entrar en crisis Milei, se radicalice el odio y surja una figura más autoritaria aún, con un discurso más fuerte contra inmigrantes, como vemos en otras partes del mundo. Por eso me preocupaba la figura de Villarruel, y también perfiles como Pichetto, Berni o Moreno, que usan recursos anticomunistas, antiinmigrantes o incluso antisemitas. El otro escenario es distinto: que el problema no fuera Milei en sí, sino la horizontalización del odio. Y ahí se abre el riesgo del antisemitismo. Milei sobreactúa un judaísmo que no tiene, mientras Israel comete un genocidio en Gaza. En el imaginario social, eso se combina: un presidente corrupto que se presenta como judío y un Estado israelí opresor. La gente confunde gobierno israelí, sociedad israelí y pueblo judío. Así puede germinar un antisemitismo que en Argentina no había existido con tanta fuerza. Es delicado y merece atención.
–¿Por qué?
–Porque el establishment pro-israelí tiende a equiparar cualquier denuncia de lo que ocurre en Gaza con antisemitismo, y eso genera más confusión. Decir que Israel comete un genocidio no es en sí antisemita; pero al mismo tiempo, muchas denuncias sí están teñidas de antisemitismo. Eso trivializa el término y lo vacía de sentido. Al mismo tiempo, percibo un agotamiento en otras formas de odio. La construcción del empleado público como enemigo se agotó, y lo vimos con el Parlamento rechazando vetos y con una sociedad que dice “basta” a ese señalamiento. No significa que el fascismo no pueda encontrar otros blancos —como inmigrantes—, pero muestra que la estrategia previa llegó a un límite. Y en la historia del fascismo, siempre fue más potente la figura del inmigrante como chivo expiatorio que la del empleado público o la del opositor político.
–En 2023 Milei ganó con el 56% de los votos. ¿Es posible volver a revisar las razones de ese apoyo?
–La gente lo votó por motivos diversos, sobre todo por el cansancio con lo previo. Nunca pensé que hubiera identificación programática, sí identificación con un estado de ánimo: alguien que gritaba lo que muchos sentían. Eso fue efectivo durante un tiempo, pero empezó a agotarse y derivó en una decepción aún más profunda. Lo decisivo es cómo se articula ahora esa decepción. Puede profundizar la horizontalización del odio o puede abrir un cauce de reconstrucción. Por eso digo que ambos escenarios siguen abiertos. Y no es un proceso que se define solo: depende de lo que hagamos colectivamente. No soy un mero observador, sino que creo que nuestra acción política e intelectual incide en cuál camino se impondrá.
–Me gustaría cerrar hablando de los jóvenes varones, que fueron el núcleo duro del voto a Milei en 2023 y que en 2025 parecen haberse retraído. ¿Cómo pensás hacia adelante la reconfiguración del voto joven, en el mediano y largo plazo?
–Ese es uno de los grandes desafíos. La primera experiencia política marca mucho, y esos jóvenes varones hoy están en crisis. Pero esa crisis puede derivar hacia distintos lugares, y es crucial cómo se los interpele. Si la reacción es la chicana, el “te lo dije”, o reforzar la idea de que son “agentes del patriarcado”, se los empuja hacia la radicalización y a buscar un reemplazo de Milei que podría ser peor. La alternativa es escuchar, hacerse cargo de su sufrimiento y ofrecer algo distinto. No se trata de disfrazarse de un nuevo Milei ni de asumir el vocabulario neofascista, sino de reconocer errores y abrir espacio a nuevas voces. La reacción social frente al desprecio de Milei y su equipo por la sociedad argentina mostró una potencia enorme. Pero también hay que revisar los procesos que nos trajeron hasta aquí.
–¿A cuáles te referís, concretamente?
–La legitimación de la corrupción, el daño de la inflación y la inseguridad, la chicana permanente, la estigmatización de lo masculino, la desvalorización del mérito y el esfuerzo. Todo eso alienó a sectores jóvenes. Cuando alguien está en crisis, puede escuchar, pero solo si también es escuchado. Esa es la oportunidad que abre la crisis de Milei: reconectar con un sector maltratado y ninguneado. La definición del rumbo dependerá de si somos capaces de escuchar y construir alternativas que hagan lugar a esos planteos. No es solo una cuestión electoral: se juega en la producción de sentidos sobre nuestra realidad, que luego, con muchas mediaciones, impacta en la política y en las urnas.