Estamos en un momento en que el cúmulo de conflictos mundiales es el más alto desde la Segunda Guerra Mundial. Sociedades polarizadas. Conflictos en Medio Oriente. China y Taiwán. La OTAN y Rusia. Las crisis políticas en Siria, Francia y Corea del Sur. Los recursos mineros y energéticos como la base de todas las batallas. El rol de la Unión Europea y sus vínculos con el Mercosur. La producción de hierro argentino abandonada a las fuerzas del mercado.
Según el Institute for Economics and Peace, el mundo alcanza hoy el pico más alto de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial. En estos momentos hay cincuenta y seis incidentes activos. Por supuesto, no todos del mismo calado e intensidad, pero algunos de ellos están provocando un terremoto en las placas tectónicas de la geopolítica mundial.
Lo que ocurre entre Ucrania/OTAN y Rusia, el conjunto de situaciones que se da en el Oriente Medio, con epicentro en estos momentos en la crisis de Siria, y la suerte que corra el contencioso entre Taiwán y China, se antojan decisivos para estas guerras que contienen un denominador común: todas llevan en su ADN la marca de la disputa por las fuentes de energía o la transformación de esa energía en alta tecnología. Por caso, Taiwán que es el mayor productor de semiconductores, indispensables por ejemplo para fabricar coches de movilidad eléctrica.
La otra característica que vuelve transversal a la política mundial es el grado de polarización de las sociedades, donde todo se ausculta en torno al blanco o el negro y desaparecen los matices, tan necesarios para entender un mundo lleno de complejidades. A su vez y aunque parezca contradictorio, estas polarizaciones dan paso a un escenario de alta fragmentación, donde los hechos profundos pasan a una velocidad alucinante, impidiendo a menudo comprenderlos y digerirlos.
Tomemos los casos de los últimos días. En Corea del Sur, país clave por su alto componente industrial (marcas como Samsung o Kia, son los buques insignias de esa potencia del Asia profunda), su Presidente Yoon Suk-Yeol, decretó la Ley Marcial y envió soldados al parlamento como un acto de gobierno y prometió “luchar hasta el final”. La respuesta fue inmediata. Yoon Suk afrontó un primer intento de destitución parlamentaria que salvó in extremis. Enfrenta, además, al momento de escribir esta columna, un segundo intento de destitución.
En Francia, su Presidente Emanuel Macron disimula malamente con la reinauguración de Notre Dame, una crisis de gobernabilidad que pone en jaque su Presidencia. La “grandeur” tan propia de los franceses puesta en práctica para reponer en valor la mítica iglesia gótica, le permitió reunir a Macron al agua y el aceite. Además se retrataron Donald Trump y el Presidente de Ucrania Volodimir Zelensky. Pero esos fastos no fueron óbice para que emergiera con fuerza una crisis de representación que tuvo su pico culminante con la renuncia del Primer Ministro Michel Barnier. Barnier representa a los Republicanos, herederos del viejo gaullismo, que en su última carrera electoral sacaron el 8% de los votos. Barnier intentó achicar el déficit público francés, que es de 6% del producto. ¿Cómo intentó achicar el déficit público? Con la remanida idea de meterle un hachazo a las jubilaciones. En la sempiterna pelea por adueñarse de lo que viene entre la ultraderecha de Le Pen y la izquierda del Frente Popular, Barnier salió eyectado, profundizando la debacle del modelo de la Quinta República.
En Siria la caída de Bashar al Assad abrió una caja de pandora. El dictador sirio mantenía con la ayuda inestimable de Rusia, las piezas de un puzzle complejo e hiperfragmentado. En ese país, vertebrador del Oriente Medio, el más occidental de esa geografía, habitan y mal viven, kurdos, cristianos, ex integrantes de Al Qaeda y todo tipo de militantes de las guerrillas que operan en la zona. La Rusia de Putin ya no pudo encargarse de la suerte de Al Assad. El Kremlin tiene bastante con la guerra que sostiene con Ucrania y la OTAN. No le da la fuerza militar para sostener a su protegido sirio, como sí lo hizo en 2014 y 2015 en la cruenta guerra civil, antecesora de la situación actual.
En estos momentos las cosas van de salvar los muebles en ese país y cada cual atiende su juego, mientras se espera que el nuevo líder, Abu al Jawlani, mueva fichas y muestre sus cartas. ¿Estaremos en presencia de una deriva islamista que radicalice aún más el volcán de Oriente Medio? Como decíamos, las potencias operantes no quieren perder pisada. Israel realizó bombardeos preventivos a supuestos arsenales químicos y penetró 15 kilómetros en territorio sirio. Rusia pugna para que las nuevas autoridades no le toquen las dos bases instaladas allí, una con salida al mar y los Estados Unidos mantiene 900 soldados instalados en pequeñas bases en el norte y este del país. Vale la pena recordar que, en 2017, Trump autorizó el lanzamiento de 59 misiles crucero contra una base aérea que la inteligencia americana identificó con armamentos químicos que Al Assad tendría almacenados allí. Este último apunte desmiente ese lugar común inexacto que dice que Trump en su Presidencia nunca se involucró en guerras.
Estos conflictos políticos y militares transcurren en paralelo a las negociaciones que llevan adelante los presidentes integrantes del Mercosur y las máximas autoridades de la Unión Europea. La foto de Montevideo, lejos de retratar un aire de familia armonioso entre representantes de países separados por el Océano Atlántico, pone de relieve la profunda disputa por los recursos energéticos que marcan el signo de estos tiempos.
Veamos cómo se observa desde una mirada eurocéntrica este posible acuerdo comercial entre dos regiones tan dispares en cuanto a sus desarrollos económicos y sociales. Y qué mejor para ello que reproducir los conceptos que vertió Úrsula Von Der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea y firmante del acuerdo de Montevideo, en el diario “El País” de Madrid.
Von Der Leyen escribe en el matutino español que “esta nueva asociación llega, además, en un momento crucial para Europa. El panorama mundial se ha tornado más fragmentado y conflictivo. El año pasado, el valor de las restricciones comerciales en todo el mundo se triplicaron con creces. Si pretendemos salir airosos de estos retos, debemos estrechar nuestros vínculos con socios que nos son afines”. La Presidenta de la Comisión Europea insiste en que “el acuerdo supone también una buena noticia para las industrias europeas que dependen de materias primas procedentes del extranjero. De aquí al final de la década, la demanda de los minerales fundamentales necesarios para las tecnologías limpias y digitales se habrá triplicado. De hecho, ya ha arrancado la carrera mundial para controlar su producción y comercio. Los países del Mercosur se encuentran entre los mayores productores mundiales de litio, mineral de hierro, níquel y otros elementos.”
Von Der Leyen deja claro qué pretende Europa con este posible acuerdo comercial. La Argentina posee los recursos primarios que el Viejo Mundo desea. Se abre una disyuntiva de hierro en este mundo convulso. Podemos ser Angola o podemos ser Noruega. Ambos países son ricos en recursos energéticos. La diferencia está en que una nación libra su destino a las fuerzas del mercado y la otra construye su porvenir con las fuerzas de su tejido social.
Roberto, querido, cómo estás. BRILLANTE ROBERTITO, SIMPLEMENTE BRILLANTE.abrazo fraternal hermano.