La fragmentación permite manipular

Es necesario llamar a las cosas por su nombre para poner el debate en el centro de gravedad desde donde podremos avanzar hacia una sociedad integrada. No por casualidad la tarea de los ingenieros del caos es profundizar la confusión y la fragmentación social.

Las palabras dicen mucho más de lo que entendemos en la primera lectura. Es lo fascinante del idioma: la arquitectura social con que ellas se organizan y, a través de sus conexiones, la multiplicación del sentido. 

Inventado y reinventado por los pueblos a lo largo de la historia, el lenguaje es ante todo el principal vehículo de entendimiento y colaboración con que cuenta la humanidad para progresar. Esto ilumina el aserto bíblico sobre que “al principio era el verbo” tan enigmático como seductor. 

Y viene a cuento de la necesidad de prestar atención al uso de los términos claves con que pretendemos mejorar la vida en común. 

En esta perspectiva vivimos épocas de oscuridad porque los ingenieros del caos han descubierto y aplicado con éxito el principio de subvertir el sentido comprensible del lenguaje para establecer un grado de confusión que haga posible, fragmentación social mediante, la manipulación sistemática de la opinión pública.

Confusiones siempre hubo y habrá, y en cierta forma eso es bueno porque la aclaración y revisión de lo dicho y hecho nos permite discernir criterios de entendimiento para poder avanzar. Pero no es lo mismo que establecer el malentendido como regla. 

Esta introducción es suficiente para ir al grano de la preocupación de esta semana, tironeada por la inminencia de la compulsa electoral en la provincia de Buenos Aires donde se juega, no sin contradicciones múltiples, la posibilidad de ir cerrando el círculo del desvarío protagonizado por el (des)gobierno libertario

Empecemos por decir que nadie la tiene fácil. Ni las fuerzas del cielo, muy zamarreadas estos últimos días por la oportuna difusión de grabaciones que destapan circuitos escandalosos de corrupción por parte de agentes gubernamentales, ni el partido opositor que a su vez es oficialismo en la provincia. Este último ha construido, sin apelar a una coalición amplia, una cierta unidad para la ocasión que no llega a ocultar sus profundas diferencias de cara al futuro (no el cercano, de octubre, elección de legisladores nacionales) sino en la perspectiva de la segunda parte del mandato presidencial asumido por Milei a fines del 2023. 

Grieta en estado puro, entonces, remachada y cultivada hasta el cansancio y por lo tanto ya bastante inverosímil, fabricando una polarización forzada que intenta conservar las posiciones adquiridas, todas ellas atadas con alambre que, abusando de las metáforas, se deshilachan como alfileres dejando caer los velos ocultistas. 

La excepción desde nuestra mirada es Mar del Plata, pero hay otras. Allí el camporismo cerró filas y pretendió monopolizar la representación del movimiento nacional y popular, frente a la gestión de un intendente saltarín (Montenegro, del PRO a LLA) quien se benefició en su momento con el respaldo del no peronismo, por no decir del antiperonismo, matiz no menor a la hora de sumar voluntades a través del voto. Frente a ese cepo, volvió al ruedo local Gustavo Pulti con una lista propia y amplia convocatoria a las fuerzas sociales realmente existentes que quedaban sin representación en el dispositivo polarizador. 

La experiencia nos dirá cuánto se avanzó en la conciencia necesaria de que la representación política genuina no se construye a partir de prejuicios –tal el caso de la polarización inducida y falaz– sino sobre programas sólidos y respuestas eficientes a los desafíos que va planteando cada realidad concreta. 

La escala municipal, más aun tratándose de una ciudad importante en el conjunto provincial, es propicia para avanzar con ideas integradoras y representativas de las aspiraciones de la población. 

Pero la cosa no acaba allí, porque tal propuesta debe y puede proyectarse al conjunto provincial y al contexto nacional, donde se libra la disputa principal sobre el porvenir de la Argentina. Las opciones son, por un lado y en diversas variantes epidérmicas, más de lo mismo o, enfrente y necesitada de ampliación orgánica, la alternativa de una construcción no sectaria que apunte a desenvolver las fuerzas productivas y creativas de que dispone el país y hoy están diluidas, debilitadas o anestesiadas. 

Tarea difícil como necesaria. Ya veremos cómo sigue con el resultado en la mano. Es, podría decirse, un caso testigo. 

Despejando confusiones

Ya hemos insistido en que encorsetar la nación en los límites del estado implica un error de perspectiva analítica, es decir del método con que analizamos la realidad. Del mismo modo que supone otro reduccionismo creer que la vida local, con toda su intensidad en la frecuentación y el cara a cara que a ella la caracteriza, resume la pertenencia comunitaria.

Son componentes necesarios de un todo (nacional) que mejora o retrocede en función de la calidad de vida que logra construir en un momento histórico determinado para el conjunto de su población. 

Las naciones no existían en la antigüedad y tal vez no sea la forma organizacional que la humanidad alcance en el futuro, pero esto no hace menos cierto que hoy siguen vigentes a despecho de toda la parafernalia universalista que nos riega a diario. 

Las naciones se reconocen por su cultura, por su identidad para definir su modo propio de vida, su lengua, sus lazos familiares, sus grupos y geografías y el dispositivo que permite su administración al que llamamos Estado, que alcanza el rango de Nacional cuando expresa y construye un patrimonio común, tanto material como espiritual

Las naciones burguesas nacidas del iluminismo, que aumentaron la producción y avanzaron a otro estadio tecnológico que el dominante en la Edad Media, se consolidaron en la medida que incorporaron a la gestión pública la atención de los intereses del conjunto social. Mientras no lo hicieron, vivieron la “era de las revoluciones” según describe elocuentemente el historiador Eric Hobsbawm hasta que trabajosamente y hasta con violencia descubrieron que la ampliación de los mercados internos con altos salarios potenciaba su economía y al mismo tiempo respaldaba rentables intercambios comerciales con el resto del mundo

Eso duró hasta los años noventa del siglo pasado, cuando el dominio de la innovación tecnológica en manos de las grandes corporaciones permitió dirigir el flujo de creación de bienes cada vez más sofisticados hacia nuevas cimas de producción con menos mano de obra y extraordinaria ampliación de ganancias financieras. Allí se empezó a registrar entonces una mayor desigualdad social aún en el seno de las sociedades avanzadas, mucho peor en los países periféricos. 

El mecanismo de acumulación había encontrado en apariencia su máximo ideal: la bonanza parecía infinita pero que, no obstante, terminó explotando en crisis combinadas de sobreproducción (por carencia de mercados solventes) y sobregiro, por desproporción y deschave de la instrumentación financiera de las grandes ganancias obtenidas. 

De allí que tenga todavía, y por un futuro largo, vigencia el Estado Nacional estableciendo condiciones de funcionamiento de la economía y las finanzas para que la locura especuladora tenga cauces racionales y no se desmadre. A cada desbarranque del sistema financiero vienen los estados en auxilio de los grandes bancos (esto pasó también en la Argentina en 2001/2002) para restablecer circuitos de normalidad, pero lamentablemente lo hace siempre con alto costo para ahorristas y asalariados.

Por eso la manía desreguladora tiene patas cortas. Frente a las malas, o anticuadas, regulaciones (cuando no digitadas por los grupos de interés) cabe establecer mejores reglas y contar con un competente funcionariado que las aplique con equidad, sin dejar colonizar el estado por intereses particulares que inclinan la cancha y empobrecen a muchos beneficiando a pocos.

Todo esto tiene que ver con lo que veníamos exponiendo desde el principio de estas reflexiones, refiriéndonos a las condiciones en que puedan desenvolverse reales políticas de desarrollo. Verdad es que el concepto de desarrollo se ha vulgarizado y perdido parte de su significado. Recuperar la precisión del lenguaje político es también una necesidad de su autentificación. Se lo utiliza como sinónimo de proceso, crecimiento (presunto o dibujado) o, incluso como progreso o prosperidad. Todas materias en las que venimos aplazados. 

La idea del desarrollo es como la de la libertad, o las disfruta el conjunto social o son un engaño. Si no son de todos, es moneda falsa.

El manoseo de la palabra libertad es lo que estamos viendo, un abuso por donde se lo mire porque la habilitación del sujeto dominante para expoliar al débil no tiene nada de libertario ni de liberal. Parece haber encontrado límites palpables la furia desmanteladora que inspira a este gobierno, que no solo incluye motosierra, real o fingida, sino que también abarca al propio sistema institucional, buscando una sociedad más fragmentada y, por lo tanto, más manipulable. 

Extremando el humor político podría decirse que ahora puede plantearse un escenario en que sea necesario sostener el sistema institucional para que no se derrumbe ante el fracaso de la actual gestión y lo que siga sea aún más caótico. Frente a este riesgo se agiganta la responsabilidad de la llamada oposición (todavía constituida por expresiones parciales de los anteriores oficialismos). No está preparada ni proponiendo alternativas programáticas que superen la estulticia monetarista ajustadora. 

Este escenario de riesgo es lo que confiere más valor a ensayos como el que veremos en Mar del Plata este fin de semana, que busca escapar de la nefasta polarización. La regeneración de la política tal vez se oxigene desde la base, si los votantes advierten que no sólo hay que huir de las administraciones nefastas para en su lugar construir visiones y programas para superar el estancamiento estructural que crea un país devastado, con cadenas de valor insignificantes y maltrechas y amplias porciones de la comunidad condenadas a una supervivencia plagada de dificultades. 

La desarticulación de la economía y la estructura laboral argentina no la inició Milei, porque viene de mucho antes, pero la profundizó de modo irresponsable. Sin embargo, no se desacredita por eso sino por la difusión de maniobras corruptas, con lo cual hay una enorme tarea pendiente de esclarecimiento sobre lo que hay que cambiar. La honestidad de los funcionarios y sus allegados es una condición necesaria, pero en modo alguno suficiente para salir de pozo en que nos encontramos. 

No teniendo compartida una estrategia de desarrollo, que empiece por definir en qué consiste desplegar la capacidad productiva, es bastante lógico que la confusión persista

Es verdad como dicen agudos analistas que en las candidaturas de la última elección presidencial había consensos sobre el modelo económico a seguir (más allá de los extremos verbales de Milei que contribuyeron a su diferenciación), resumidos en economía de mercado y visión exportadora como (falso) motor de prosperidad, con la sola excepción de la izquierda, tampoco aggiornada en cuanto a la problemática del despliegue productivo y todavía anclada en la demanda social reivindicativa. Pero lo que no se plantea es el cómo, porque allí no hay nada nuevo bajo el sol: se sigue pensando en que una vez ordenada la macro las inversiones “llueven”, cuando llevamos años y años de sequía invariable, sin otro programa que el ajuste perpetuo. 

Hemos renunciado a tener un programa nacional. Al menos es lo que parece. Y eso es condenarse al subdesarrollo. 

Falta hoy una descripción de las carencias estructurales que padecemos para establecer prioridades de inversión productiva y ampliación geométrica y geográfica de la oferta laboral. Demos una pista: falta producción eléctrica superabundante para que actúe como locomotora de inversiones en todo el territorio nacional. En su lugar hay jugosos contratos para baterías gigantes y barcos turcos generadores de electricidad que han terminado sus contratos en Brasil. Negocios lucrativos basados en las necesidades que incrementa la carencia de infraestructura energética. 

Se impuso la noción errónea (válida en economías avanzadas porque tienen ya desenvueltas y maduras sus estructuras productivas) de que el desarrollo sería espontáneo si se establecen condiciones de mercado y economía abierta. Una reverenda estupidez muy evidente ahora cuando Estados Unidos aplica proteccionismo torpe y China avanza como una aplanadora con su expansión comercial y de infraestructura. 

Es un acierto cuando se dice frecuentemente que aquí no hay debate de fondo, pero tiene sentido si es sobre qué modelo de inversión y expansión del empleo productivo tenemos que poner en práctica

Ya sabemos que “reformas estructurales” para las burocracias de las entidades financieras internacionales significa apenas en lo laboral desmantelar las organizaciones gremiales con el objetivo de bajar salarios y aperturismo a ultranza, de afuera hacia adentro, aun batiendo el parche del modelo exportador. Contradicciones insolubles en el dispositivo de creencias dominantes. 

Una suma de cuestiones que hay que poner en primer plano, y sólo puede hacerse con trabajo político amplio sin sectarismos ni “vacas atadas” por parte de las burocracias partidarias.

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