Puede hablar sin vueltas porque es una apasionada del hospital público. Fue directora ejecutiva de uno de los grandes, el Eva Perón de San Martín. La médica Amelia Franchi cuenta desde el barro y en detalle qué pasa hoy en el sistema sanitario.
Amelia Franchi es médica, sanitarista, periodista médica y fue directora del hospital Eva Perón de San Martín por voto.
–Había tres listas. Tenían que elegir un director ejecutivo y cinco asociados. Votaron 1800 empleados, del camillero al médico. En mi equipo éramos todos médicos y un enfermero. Teníamos el apoyo de la Asociación de Trabajadores del Estado y de Cicop, la Asociación Sindical de Profesionales de la Salud. Ganó mi equipo. Todos mis compañeros, con distintas ideas políticas, tenían el compromiso de trabajar con el hospital. Vivo a diez cuadras del hospital y me venían de mañana, tarde y noche. Me terminaron la guardia nueva, hicimos una nueva terapia intensiva y la unidad coronaria. Pasamos en cada caso de ocho camas a 16. Y una unidad de pediatría gigante.
–El sueño del pibe. O de la piba.
–Las pasiones que uno tiene por el hospital público son muy fuertes. Nunca trabajé en una institución privada. Cuando tenés pasión por el hospital público hasta sentís que no trabajás. Me pasó lo mismo cuando iba a un hospital de frontera, en el Delta, a tres horas de lancha. Me caían hasta partos. Estábamos nada más que un enfermero y yo y había que arreglárselas.
–Es exactamente lo contrario de lo que uno escucha que sucede hoy. La falta de clínicos, por ejemplo.
–Y si seguimos así no va a haber clínicos. Cuando llega un paciente yo hablo con él o con ella y les pregunto. Y a veces se asombran porque interrogo tanto. Los mismos pacientes buscan primero al especialista. Pero resulta que el traumatólogo da corticoides, el nefrólogo los saca, otro cambia, y cada medicamento hace eventos adversos sin que haya alguien con una mirada general. Pasa también con los antibióticos. La gente va a la farmacia y compra, y cuando haya otra pandemia los bichos serán más fuertes.
–Ya que nombrás la pandemia, ¿la forma de atención médica cambió por el Covid?
–No es sólo pospandemia lo que vivimos. Es la tecnología que va apareciendo con mayor fuerza. Y la individualidad exacerbada. La individualidad del que atiende y también la del paciente. Se meten en temas en los que no deberían meterse. Si no pedís estudios se extrañan. Todo esto empeora si uno tiene en cuenta que muchas de las resonancias las lee ahora Inteligencia Artificial. Está bien avanzar, pero el que piensa es uno. La IA tiene millones de datos. Pero la pregunta tiene que ser buena. Y además después tenés que utilizar tus propios conocimientos.
–¿Es una crítica a la tecnología?
–No. A la forma de usarla. Y a qué cosas vamos perdiendo. Te cuento un estudio comparado que estuve leyendo. Fue un experimento en Europa. Un neurólogo le dijo a un grupo de taxistas de Londres que hicieran todos los viajes con el Google Maps. Y a otros, en París, sin la aplicación. A los tres años les hicieron una resonancia. Los primeros tenían núcleos del cerebro atrofiados. Los otros, normales. Si eso pasó con gente adulta, imaginate cómo será dentro de un tiempo, cuando los chicos dejen de usar partes más importantes del cerebro y utilicemos pura tecnología.
–¿Qué recogés de las médicas y los médicos con que tratás hoy?
–De mis compañeros recojo que el sueldo es malo y que hay que tener cinco o seis trabajos para sobrevivir. Se están jubilando muchos. Se están yendo muchos médicos. En Pediatría y Clínica quedaron vacantes las residencias. Se presentan menos porque son especialidades que después, en el ejercicio privado, dan menos plata. Y en otros casos porque son diez años: seis años de carrera más cuatro de residencia. Una guardia de ambulancia una vez por semana te da más plata.
–¿No se aprende lo mismo?
–No. Los residentes se quedan sin una referencia que los guíe. Es gravísimo para la formación.
–¿Pasa lo mismo con los extranjeros?
–Casi el 70 por ciento de los residentes que ingresan son extranjeros. Muchas veces terminan la especialidad y se van. Se vuelven. Otros quizás se casaron acá, tuvieron hijos y se quedan.
–¿Qué va a pasar si la tendencia a que no haya residentes continúa o empeora?
–Que dentro de un tiempo no tendremos algunas especialidades. Y se van agravando otros problemas. Ya ahora los turnos de hospital se estiran, y pueden llegar a los dos o tres meses. A eso hay que sumarle la falta de materiales. Por eso el Programa Remediar, los programas de epilepsia y diabetes, o los de salud mental, están empezando a tener problemas. Además, como liberaron el precio las prepagas, que forman una de las tres patas de la salud junto a hospitales y obras sociales, la gente va al hospital con urgencias y la guardia no da abasto, porque además no tiene la cantidad de personal necesario. Al mismo tiempo faltan anestesiólogos, faltan sábanas, faltan drogas del programa del VIH, que ya era una enfermedad crónica y no como al principio…. Y si además en las obras sociales no hay turnos ni médicos, es todo peor, ¿no?
–¿Discutís con tus colegas?
–Sí, porque a veces les falta un poco de humanización. Hay una medicina defensiva. Tengo una paciente de 100 años, Martita. Se cayó y se fracturó un codo. Le pusieron una vendita en un brazo y le dijeron que fuera en tres días porque no había traumatólogo. Ahí se ve la falta de empatía. A una viejita de 100 años, si la dejás suelta se le cae el brazo. Los pacientes se quejan de que los atienden sólo diez minutos.
–¿Qué es lo correcto?
–Lo primero es una mano en el hombro y preguntar dónde vive, cómo vive, qué hace… No es la misma lógica que la de una guardia de doce horas. Claro, si lo que te gusta es la emergencia la pasás bomba. Pero lo habitual, en la atención primaria, son las quejas: “tengo diez pacientes más en la lista”, “vienen con lo del Google”… Tengo un programa que se llama “Qué locura”. Hablo pensando en el médico joven. Tiene que saber que la persona que está del otro lado no es la cama 2020 sino la señora Luisa. Todo el tiempo me cruzo con ellos, hablo, me cuentan. No puede ser que el centro de todo sea la guardia, que es el caos. Tendría que haber más ateneos. El hospital tiene comités de docencia e investigación y las residencias dependen de esos comités. Participo mucho. Se está perdiendo el ejercicio. A veces una se desespera cuando no hay una sola pregunta. Empecemos por aprender a comunicar. A tener empatía. A explicar en castellano. En el hospital, y también en la universidad. Daría clases sobre la relación entre equipo de salud-paciente.
–¿En las facultades de Medicina?
–Sí. Veo que las universidades públicas están cayendo en el abandono. Tratan de no cerrar, pero lo hacen buscando ser útiles empresarialmente. Y ésa no es la manera de salir. Soy hija directa de inmigrantes. Mis padres vinieron después de la Segunda Guerra en barco. No tenemos que perder esa tradición.