Para John Kenneth Galbraith quienes dirigían la economía estadounidense eran las grandes corporaciones. El estado actuaba por acción u omisión a su favor en lo que llamó “simbiosis burocrática”. Para asegurar las oportunidades y el progreso no solo de unos pocos, el Estado debía cambiar su rol y acotar ese poder.
Hoy, las ideas económicas impuestas por las clases dominantes permean no solo a casi todos los estratos de la población, sino también a los sectores dirigentes que deberían, en teoría, defender los intereses populares. Aquí, los economistas neoliberales se hacen famosos como nombres de canes y los cafés son copados por expertos en teoría monetaria y equilibrio fiscal.
En esos momentos parece interesante rescatar la figura de alguien que desde el centro del poder criticó como pocos al capitalismo americano: John Kenneth Galbraith.
Sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos había salido consolidada como la primera potencia mundial y las ideas keynesianas eran las predominantes en el universo de las políticas económicas. En ese momento algunos economistas se corren del “mainstream” y comienzan a tener una mirada crítica que supera la discusión del rol del estado para pasar a la crítica al sistema capitalista en sí y a su funcionamiento. Entre otros podrían nombrarse a Myrdal, Sweezy y Baran.
Si bien Myrdal recibió el premio Nobel, compartido con Hayek, fue Galbraith, asesor y amigo de Kennedy y Lyndon Johnson el economista más influyente, junto a Milton Friedman, en la segunda mitad del siglo XX. Un gigante hoy olvidado. Poco y nada se habla de él. Sus libros, que se leían en las universidades hasta de la URSS, solo se ven en las librerías de usados.

Friedman, izquierda (1,52 mts), Galbraith, derecha (2,05 mts).
Galbraith, canadiense de nacimiento y graduado en agronomía, se muda a Berkeley en 1931 y allí, en plena crisis, su vida gira hacia la economía.
Se incorpora a la administración Roosevelt en 1934 pudiendo observar desde adentro los efectos del New Deal. Es luego el funcionario encargado de controles de precios en la Berlín ocupada de 1946.
Tal vez esas experiencias lo marcaron y puede decirse que es el gran ideólogo del estado contra el poder de las grandes empresas. Es que para ellas no regían las leyes clásicas del mercado, sino que se gobernaban (y gobernaban), según su propia planificación.
El mercado
Galbraith en (The Affluent Society,1958)1 fulmina a la teoría neoclásica (y neoliberal) del valor subjetivo, y ello se proyecta en la crítica profunda que realiza al supuesto funcionamiento “perfecto” de la competencia y los mercados.
En otra de sus obras más importantes (The New Industrial State, 1973)2 sostiene que el capitalismo americano funcionaba con dos sectores diferenciados. Por un lado, un sector que se desenvolvía en mercados competitivos, que eran las empresas que no tenían capacidad de influir sobre los precios. El otro sector, era el sector de las grandes empresas que tenían capacidad para manjar los resortes de un mercado via precios, abastecimiento etc, al que llamó sector monopólico. En el sector más importante, el monopólico, los supuestos clásico y neoclásico de la maximización del beneficio empresarial y la “soberanía del consumidor”, son sustituidos por los planes elaborados por las grandes corporaciones que pueden, por momentos, restar importancia al apetito por la ganancia y también desentenderse de las tendencias que espontáneamente marcaría el marcado. Esto es crucial en la crítica que formula respecto de la teoría monetaria de las causas de la inflación de Friedman.
Galbraith entendía, consecuente con su posición sobre la naturaleza y evolución de los mercados, que las fuerzas económicas “libradas a ellas mismas” no funcionan para bien, “excepto el de los poderosos” es decir, los sectores “monopólicos”. Por esa razón el estado debía tener un “poder compensatorio” de los desajustes que naturalmente se producían en los mercados y en la sociedad.
La clave: la política fiscal
Uno de las formas más importantes de neutralizar a los poderosos, eran los impuestos. Por esa razón abogaba por impuestos altos y progresivos. Así, afirmaba que los impuestos no podían ser bajos puesto que el estado debía mantener servicios públicos como salud, educación e infraestructura que usaban fundamentalmente los sectores más pobres de la sociedad. De esa manera se creaba una sociedad más justa donde se tendía a reducir la desigualdad, a lo que se agregaban las instituciones del estado de bienestar como veremos más adelante.
Por otro lado, creía que el excesivo consumo y la acumulación de riqueza no promovían la inversión ni generaban crecimiento, por lo que eran desaconsejables social y económicamente. Exactamente a la inversa de lo que proponen los republicanos en Estados Unidos desde Reagan para acá, sin mayor éxito social, pero con éxito para los más ricos, y Milei para la Argentina sin perjuicio que por ahora ha quedado en la promesa.
El desarrollo
Galbraith era un ferviente defensor de la intervención estatal a través de programas que dieran un nivel de vida mínimo para todos los ciudadanos. Pensaba que el mero crecimiento económico con predominancia del sector monopólico en la economía y la política, no daba garantías de satisfacer los requerimientos mínimos de subsistencia de todos los ciudadanos. Fue, asimismo, un severo crítico del excesivo y muchas veces corrupto gasto militar como traba para el desarrollo y el bienestar de los pueblos.
Para Galbraith lo fundamental, antes que el desarrollo económico, era el “desarrollo político”, que sería un prerrequisito. apoyado fundamentalmente en la educación pública, universal y gratuita, y la infraestructura educativa. Un institucionalismo probablemente inspirado en Thorstein Veblen, uno los economistas que más leyó.
Sin embargo, advertía en “Introducción a la economía” (1973), que existían países que ya habían pasado por la etapa del “desarrollo político y cultural”, hasta un punto en que la inversión de capital es la primera necesidad. El ejemplo que daba era el de India, país que conocía muy bien por haber sido embajador de Kennedy, pero bien podía y con más razón en ese entonces, aplicarse al caso de la Argentina.
Concebía al desarrollo económico como un proceso histórico y por ello, las recetas correctas para los países más desarrollados del mundo, no necesariamente pueden trasplantarse a los países que transitan en otras etapas anteriores del desarrollo cultural, político o económico. Por eso, los países ricos debían ser muy precavidos a la hora de dar “consejos” sobre desarrollo.
La política monetaria
La política monetaria restrictiva, según Galbraith puede ser efectiva para bajar la inflación, pero tiene dos problemas. El primero es que frena las inversiones y provoca retracción, sobre todo en el sector no monopólico de la economía, y como consecuencia de ello, bajan los salarios y/o aumenta el desempleo. Galbraith fue la contracara del monetarista Milton Friedman en este debate.
Esto se explica porque las empresas monopólicas tienen por un lado capacidad de fijar precios con independencia de la demanda actual, mientras que por otro lado sus beneficios le dan una fuente de financiación propia con la que pueden afrontar la recesión que se crea restringiendo la oferta monetaria.
En cambio, el sector no monopólico, el de las pequeñas empresas de la ciudad y el campo, el sector la construcción, que es el que más empleo crea, necesita del crédito bancario, al que no puede acceder por la restricción mencionada. Por lo tanto, debe achicarse, despedir personal y eventualmente quebrar.
¿Se puede frenar la inflación de esta forma? Si, pero al enorme costo social de aumentar la desigualdad y mandar masas trabajadoras el desempleo y la pobreza.
Galbraith propone la política fiscal como alternativa a la utilización de la política monetaria. Había que ordenar la política económica y tributaria en particular para crear más bienes, lo que frenaría la inflación con menores costos sociales.
Piensa que el monetarismo es rudimentario pero tentador para los gobiernos. Parece una solución rápida y mágica que se aplica de forma simple y no requiere de debates parlamentarios ni estrategias o políticas económicas más sofisticadas.
La “Gran Sociedad”
Sobre estas ideas progresistas de Galbraith, el presidente Johnson en 1964 lanza una serie de programas que serían denominados “The Great Society” (La Gran Sociedad)
La “Great Society” apunta el fin de la injusticia social. Comenzando por la “Guerra contra la pobreza”, iniciada por la Ley de Oportunidades Económicas de 1964. En ella no se buscaba dar empleo público a los necesitados como en los 30, sino a ayudarlos que consigan empleos a través de diversos programas de capacitación y pasantías laborales para que los jóvenes sin recursos pudieran financiar sus carreras.
Los programas también contemplaban beneficios monetarios como los cupones de alimentos o “food stamps”. También se ofrecían créditos a pequeños empresarios y pequeños agricultores con problemas económicos.
Al año siguiente fueron implementadas las iniciativas de Medicaid y Medicare para los adultos mayores y personas pobres, y los programas para hogares monoparentales, también apoyadas en la filosofía de Galbraith, quién veía a la salud como un bien público que debería al que todos deberían tener acceso con independencia de sus ingresos
También el 1968, una semana después de asesinado Martin Luther King Jr, se sancionó la “Fair Housing Act”, que daba oportunidad de acceder a la vivienda a amplios sectores de afroamericanos postergados por el racismo que operaba en ese mercado
También se reformó el sistema nacional de hipotecas, ampliamente garantizado por el estado desde 1938, para hacer la vivienda más accesible a sectores de ingresos menores y medios, lo que provocó un boom en la construcción de inmuebles y mayores posibilidades de acceso para todos los estadounidenses,
Estos programas resultaron la base del estado de bienestar estadounidense, que en lo fundamental, aún con recortes continua hasta hoy, sin que los “neocons” hayan podido destruirlo del todo.
Finalmente, no puede decirse que Galbraith haya sido un marxista o comunista, ni siquiera que fuera un socialista, aunque sufrió acusaciones en los años del macartismo. Era un economista heterodoxo con ideas muy progresistas en lo social para los EEUU de mediados de los 50 y comienzos de los 60. Este progresismo social partía de entender claramente que allí donde no planificaba, dirigía u orientaba el estado en función del bien público, lo hacían las grandes corporaciones o el “estado simbiótico” y en beneficio de aquellas. Todos los aportes teóricos y políticos que realizó hacen que merezca ser rescatado y estudiado.