Desde Londres.
La pretendida multiculturalidad del ethos europeo parece mostrar sus fracturas, mientras algunos partidos políticos y gobiernos prefieren mirar para otro lado. Por el momento, eventos como los que se vieron en Gran Bretaña pueden seguir ocurriendo, siempre con mayor violencia.
En redes sociales y en medios de comunicación se viralizaron videos de grandes y violentas movilizaciones en distintas ciudades de Gran Bretaña. Miles de personas, autodenominados como «ciudadanos británicos”, activistas ultranacionalistas y de extrema derecha, se juntaron en distintos puntos de las ciudades de Londres, Hull, Liverpool, Bristol, Manchester, Stoke-on-Trent, Blackpool y Belfast, entre otras. Su mensaje fue claro: frenar la inmigración ilegal, extracomunitaria y musulmana en su país.
El detonante fue el horroroso asesinato que tuvo lugar el 29 de julio en Southport, en el noroeste de Inglaterra, cuando un joven de 17 años entró en una academia para niños y acuchilló a tres niñas, de entre tres y seis años, que se encontraban en una clase de baile. Otros diez menores y dos adultos tuvieron que ser hospitalizados de urgencia, por la gravedad de sus heridas. Rápidamente, a través posteos y mensajes en redes sociales como “X” (ex twitter) y Telegram se viralizaron mensajes con información acerca del supuesto origen del asesino, cuya identidad finalmente se supo por decisión judicial y más allá de ser menor de edad. Se llama Axel Rudakubana, nació en Cardiff (Gales), y es hijo de madre y padre ruandeses.
Los menajes en redes sociales, por su parte, no decían lo mismo. Algunos afirmaban que era un inmigrante que habría llegado a Gran Bretaña en barco en el año 2023. Otros sostenían que era un refugiado de Siria. Pero más allá de la proveniencia del joven, hay un punto donde todos los menajes viralizados en redes sociales, y compartido entre determinados sectores de la población británica, coincidieron: era un inmigrante ilegal y, también, musulmán. La chispa no tardó en encender todo.
Durante días, el país fue el escenario de múltiples manifestaciones y disturbios, peleas feroces entre ciudadanos británicos e inmigrantes, enfrentamientos con la policía local, detenciones, saqueos y quemas de establecimientos. Los eventos de mayor repercusión, incluso en la prensa internacional, tuvieron lugar en las afueras de los “hoteles para inmigrantes”, en las ciudades de Rotherham y Tamworth, en el norte de Inglaterra, el pasado 4 de agosto. La situación se enrareció cuando los manifestantes quemaron estos establecimientos, dentro de los cuales estaban alojados miles de inmigrantes. La policía local logró evacuar a estas personas (no hubo víctimas letales), y establecer una logística para su protección, lo que enfureció aún más a quienes se habían movilizado allí.
Por su parte, el primer ministro británico, Keir Starmer, y otros funcionarios de las ciudades donde se desató el caos, adjudicaron estos eventos a grupos de extremistas de derecha, activistas antinmigración y ultranacionalistas, que utilizaron las plataformas de distintas redes sociales para expandir un mensaje racista y erróneo, que propagó “el odio” y finalizó con los numerosos destrozos en todo el país.
Es necesario aclarar la situación legal de los inmigrantes que se encontraban en los hoteles de Rotherham y Tamworth. Si bien muchos medios de comunicación definieron a este grupo como inmigrantes ilegales, la realidad es que son “buscadores de asilo” (asylum seekers, en inglés). Estas personas escapan de su país de origen y/o residencia por determinadas circunstancias de violencia y de persecución que ponen en peligro su vida, y solicitan refugio y protección al Estado del país que los acoge. Los organismos nacionales competentes deciden si la persona puede gozar efectivamente del derecho al asilo, convirtiéndose en este caso, y según el derecho internacional, en refugiados. En caso contrario, es decir, cuando se niega la solicitud de asilo, el inmigrante pasa (ahora sí) a ser ilegal. Entonces se le solicita dejar el país, o incluso se lo deporta.
En este sentido, las personas alojadas en estos dos hoteles son inmigrantes “a la espera de una resolución” que defina su situación, por lo pronto burocrática y legal, en suelo inglés. Podríamos definirlos como inmigrantes indocumentados. No pueden trabajar (por lo menos en el sistema formal de empleo) ni los chicos pueden asistir a la escuela, entre otras cuestiones, por lo cual su posibilidad de integración en la población local es casi nula.
En relación a esto, surgen dos interrogantes que, aunque algo incómodos, pueden acercarnos a un análisis más profundo del problema de la inmigración en Gran Bretaña, en particular, y en toda Europa Occidental en general. Por un lado, cabe preguntarse si los solicitantes de asilo pueden o deben permanecer en territorio inglés, hasta tanto el procedimiento de solicitud de asilo finalice. Por otro lado, ¿cuán efectiva es la integración de la población inmigrante –sea esta indocumentada o efectivamente ilegal- en la sociedad del país que los acoge?
En respuesta a la primera pregunta, y desde un punto de vista normativo, el solicitante de asilo y el refugiado no pueden volver a su país de origen, en tanto esto pone en peligro la integridad física, psíquica y la libertad de la persona. Esto último pone en jaque las salvaguardas y la protección jurídica que el mismo derecho internacional establece, y aplica, a estas personas. Sin embargo, la situación de la inmigración, “imparable” como la definen algunos medios y partidos políticos británicos, pone cada vez más entre la espada y la pared al gobierno, su capacidad de acción y su credibilidad frente al electorado. El tema de los solicitantes de asilo es un debate acuciante en la política británica, así como en la sociedad. Al fin de cuentas, se preguntan algunos, “¿por qué el Estado debería invertir millones en albergar, proteger y mantener a estos inmigrantes?” Por último, cabe recordar que uno de los principales argumentos a favor de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit), en el referéndum de junio de 2016, fue la recuperación del control de las fronteras, y con ello el cese del arribo de inmigrantes ilegales al país. Sin embargo, y hasta la fecha, los números de inmigrantes ilegales que arriban al territorio inglés no sólo no disminuyen, sino que demuestran los fracasos de las políticas gubernamentales.
Los fracasos se acumulan. Van desde leyes que establecen acuerdos con los denominados “terceros países seguros” adonde deportar inmigrantes ilegales (como en el caso de Ruanda, en un proyecto aprobado en el Parlamento en el 2023), y la seguida prohibición a entrar en territorio británico por parte de éstos últimos, hasta la puesta en marcha de un “hotel-flotante” donde albergar a solicitantes de asilo (el controvertido caso del “Bibby Stockholm” fondeado en Portland).
La segunda pregunta encierra aún mayores controversias. En los últimos años, el debate público en Gran Bretaña, así como en muchos países europeos, ha comenzado a centrarse en la pregunta acerca de si estos inmigrantes, provenientes en su mayoría de África y de Medio Oriente, pueden adaptarse y/o habituarse a los modos y las costumbres de las sociedades de corte liberal-occidental que los recibe. Cabe hacer una aclaración: Europa experimenta un constante flujo migratorio interno, desde el este hacia el occidente y desde los países meridionales hacia los del norte. Lo que realmente incomoda, lo que hace tambalear a las democracias y a los gobiernos de estos países, incluso a aquellos con un discurso “aperturista”, es la inmigración extracomunitaria (como también se la define en algunos medios de comunicación). ¿Es realmente posible su integración? Y no hablo sólo del derecho del inmigrante al trabajo, a la salud y a la educación, derechos que al fin y al cabo el Estado debería asegurar. Hablo de la posibilidad de que estas personas se incorporen/ sean incorporadas a la sociedad y a la cultura del país que los acoge.
En relación con esto, uno de los discursos que circuló por redes sociales, y que rápidamente “prendió” la furia de los activistas extremistas, difundió la falsa información acerca de que el asesino de Southport era musulmán. El elemento religioso ha comenzado a tener centralidad en las posturas ultranacionalistas y anti-inmigratorias en Gran Bretaña, y en toda Europa. Si bien el asesino no es musulmán, las movilizaciones y los disturbios fueron una ocasión perfecta para aquellos que se embanderan contra el islam, y contra los hábitos, valores y costumbres que derivan de las normas de esta religión.
Por último, podemos preguntarnos por la situación de las segundas generaciones, es decir, por los hijos de inmigrantes que nacen, en este caso, en suelo británico, como el caso del joven que asesinó a las tres nenas Southport. ¿Logran, en algún momento, incorporar los hábitos y los modos de sociabilización del país que acogió a sus padres? ¿A quién le adjudicamos su efectiva integración o no en la sociedad “local”? ¿Al Estado que los priva de los derechos de los cuales goza un verdadero ciudadano británico? ¿A los comportamientos xenófobos y racistas de parte de la sociedad? O, por el contrario, ¿a los mismos inmigrantes, a una supuesta incapacidad de adaptación, o a la necesidad de conformar comunidades “cerradas” donde sus tradiciones logran mantenerse?
No creo que haya respuestas acabadas a estos interrogantes. Las imágenes de las manifestaciones y disturbios —recordemos, con activistas de extrema derecha, fogoneados por mensajes equivocados a través de las redes sociales—, muestran cierto hartazgo por parte de la población local, frente a la situación de los inmigrantes. Un sentimiento que se expande, cada vez más, y de forma más virulenta, por muchos países de Europa Occidental. No es casualidad la llegada al poder de partidos de extrema derecha, caracterizados por un discurso ultranacionalista, soberanista y autoritario, en los gobiernos nacionales, y en el Parlamento Europeo. Más allá de esto, analizar los disturbios que se sucedieron en Gran Bretaña poniendo sólo el dedo acusador sobre «el avance de la derecha” es una lectura sesgada, e incluso, cómoda. Las políticas migratorias, por parte del gobierno británico y de muchos de los países europeos, en materia de integración de las poblaciones inmigrantes, y con ello, de su desarrollo en un entorno seguro y pacífico, donde las personas tengan posibilidades reales de progreso, demuestran ser cada vez más ineficaces. Dejemos algo en claro: que los inmigrantes, cualquiera sea su proveniencia, deseen mantener sus tradiciones, a través de organizaciones comunitarias, centros religiosos, e incluso escuelas, es más que esperable. Distinto es el asentamiento de poblaciones de inmigrantes sin posibilidad de integrarse con la sociedad receptora, ni de desarrollar un sentimiento de comunidad o de pertenencia con la misma. La pretendida multiculturalidad del ethos europeo parece mostrar sus fracturas, mientras algunos partidos políticos y gobiernos prefieren mirar para otro lado. Por el momento, eventos como los que se vieron en Gran Bretaña, pueden seguir ocurriendo, siempre con mayor violencia.