La esfera política, a la que se le suele calificar de un “sólido sistema”, funciona sin resolver las principales urgencias que padece la población argentina. Es sólida hasta que se cae. No ha sido el caso del grupo gobernante actual, que ocupó el lugar que había dejado vacío una dirigencia más entretenida en asegurar sus privilegios que en contribuir a una salida integradora que convoque a la mayoría de las clases y sectores sociales cuyo porvenir depende de políticas expansivas.
En tiempos de confusión y oscuridad hay que buscar el camino de salida con los ojos del entendimiento y al mismo tiempo trabajar para alcanzar una convergencia fecunda de las fuerzas sociales en su mejor expresión política frentista.
Esto aplica a este momento histórico de la Argentina, cuando un gobierno elegido de carambola (la expresión es del propio Milei) improvisa acciones erráticas, reemplaza un programa por una sarta de consignas abstractas y, sobre todo, huye hacia adelante tratando de mantener la iniciativa que lo llevó donde está, hasta ahora sin resultados positivos para el conjunto de la comunidad nacional. Y hasta a veces acierta, cuando un asunto cae en manos de gente competente que no disputa cartel con los dueños de la escena.
Lo que se exhibe como un éxito es en realidad un retroceso, dado que el equilibrio fiscal se logra retrasando jubilaciones y salarios y postergando otros pagos, con medidas restrictivas que muestran una circunstancial baja de los índices inflacionarios que dejan intactas las razones estructurales del alza de precios como enfermedad crónica de la economía argentina cuando es manejada con criterios monetaristas. O sea, en el último medio siglo al menos.
La cerrazón ideológica a este respecto queda clara cuando los gobernantes que se suceden (los actuales son más improvisados y crueles) pontifican que la inflación es un fenómeno puramente monetario. Achican el problema a la medida de sus prejuicios y dañan el tejido social y productivo argentino al convertir la política del ajuste perpetuo en un programa limitado y único de gobierno.
La sociedad civil sufre el impacto y trata de mantenerse sin ceder mucho terreno. Aumenta la informalidad y el “sálvese quien pueda” determina que se agudice la fragmentación social y los índices de pobreza se disparen. (Insistimos en señalar que “hacer la propia” existió siempre, pero ahora se ha convertido en línea filosófica básica que inspira el magisterio gubernamental; vulgo: bajada de línea que instala odios y miedos).
Grupos de interés ligados a los grandes negocios que rara vez quedan expuestos a la crítica de la opinión pública ahora actúan descaradamente. Cuando propalan que hay que desmantelar el estado en realidad proponen incrementar la desprotección social y redimensionarlo para capturar una mayor parte de la renta nacional.
Esto no quiere decir que nuestro aparato público sea perfecto ni mucho menos, pero a su reforma (que debiera ser continua) le corresponde atender sobre todo al interés general, no profundizar las desigualdades como está ocurriendo aceleradamente ahora.
La ideología básica del ajuste
Durante la última y sangrienta dictadura esos mismos grupos de privilegio y acumulación reforzada financiaron una campaña que, según se mirara, hasta podía parecer anodina, aunque llevaba en su seno la podredumbre de la división social y el congelamiento de una estratificación que asegurara mano de obra barata y nula o escasa defensa de los derechos de los trabajadores.
Su consigna principal era “achicar el estado es agrandar la nación”. Los mayores de cuarenta años lo recordarán. Aparecía en las lunetas de los automóviles y en diversas cartelerías, y era una acción bien pensada para penetrar en la conciencia colectiva como el DDT en las patas de las hormigas, (que llevaban sin saberlo el veneno al interior del hormiguero), para enraizarse en los más profundos prejuicios de los sectores que sufrían diversas formas de agravio y postergación de sus necesidades básicas.
Ahí tenemos que ir a remover uno de los núcleos de la confusión actual, sembrado pacientemente durante décadas. Esa insidiosa acción, más dañina cuanto más sistemática, tuvo un momento de gloria cuando durante el menemato sus preceptos se convirtieron en inspiración de las privatizaciones regaladas a grupos inversores que aprovecharon condiciones excepcionales para hacerse de los grandes dispositivos de servicios públicos y, sin invertir en las escalas que hubiese correspondido, capturaron mercados muy insatisfechos que entonces se vivieron como un fenómeno expansivo, pero que fue tan breve como lleva el tiempo para hacer la diferencia, pasarse a dólares y partir a mejores destinos.
No fue una experiencia exclusivamente argentina. En el Reino Unido, durante el thatcherismo, se privatizó el servicio de agua corriente en Londres, resultando adjudicada una empresa australiana llamada Milenium que, actuando con la lógica de ese momento, empezó por cortar el servicio a quienes adeudaban el pago de sus tarifas. Sobrevino el caos, no el orden, y al cabo de cierto tiempo, cuando Milenium se retiró, dejó deudas por más de mil millones de libras. Esas experiencias eran casi contemporáneas a las nuestras y lo que iba a ocurrir se podía predecir mediante un análisis serio, pero a contracorriente de los eslóganes dominantes que anunciaban prosperidad simplemente por dejar actuar al mercado, tremendo error teórico y práctico que, cuando aconteció todo esto, ya era archiconocido. El mercado contribuye a la mejora social cuando funciona bajo regulaciones que impiden el canibalismo y favorecen la expansión productiva y laboral.
La operación ideológica que acompañó esos cambios no fue para nada menor y constituye el “circuito base” para estos ensayos de vuelo corto y enormes ganancias de oportunidad. Algo parecido ocurrió con las tarifas de servicios públicos durante el macrismo que se determinaron en función de los sectores sociales que podían ser esquilmados bajo la cobertura, falsa y sin demostración fehaciente, de que debían cubrir el costo de generación de esos servicios, invertir en su mantenimiento y ampliación y obtener una ganancia razonable. No comprobado, obvio.
Los historiadores sobre las relaciones entre sociedad y economía tienen todavía mucho que investigar para sacar a la luz los procedimientos empleados para rediseñar la vida y la suerte de los argentinos en ese período. Cierto es que en pocos años se consolidó una estructura donde la desigualdad era la nota características y la pobreza empezaba a mostrarse como un fenómeno estructural, permanente y expansivo.
La nación precede y sustenta al estado
A los efectos de sustentar una reflexión sobre el estado actual de la Argentina en el siglo XXI nos permitimos copiar a continuación el concepto de nación que en 1959 propuso Rogelio Frigerio en Las condiciones de la victoria, obra que siempre estuvo presente en la amistad que cultivó con Juan Domingo Perón.
Sostiene allí que “la nación es una categoría histórica que abarca, integra y armoniza en su universalidad a todas las regiones, grupos sociales, actividades económicas y las corrientes ideológicas y políticas”. Y en otras obras posteriores agregaría: “y el estado es su expresión jurídico-política”.
En ese primer momento de exposición del pensamiento integracionista ya señaló que “el órgano jurídico que sostiene la unidad social es el Estado nacional”, indicando que como elemento dinámico de la integración “debe ser fortalecido como condición esencial” de la tarea política que busca desenvolver las capacidades de ese conjunto humano al que sus creaciones, luchas y esfuerzos han definido como una cultura específica.
Cultura que no se limita a las más exquisitas formas espirituales y sensibles, que pueden representarla en sublimaciones irrepetibles, sino que abarca el conjunto de actividades humanas, desde las más pedestres para procurarse el sustento, el vestido, y la habitación hasta las más complejas como la ciencia, la filosofía, la política y la religión. Esa cultura precede y alimenta la institucionalidad jurídica del estado.
De allí que aquella fórmula burda y falsa, por su automatismo, de que achicando el estado crece la nación carece completamente de sentido. La nación abarca el conjunto, como dice la definición que hemos copiado, y como aquel detallado mapa que describió Borges, tiene las mismas dimensiones que la sociedad que alberga.
Cuando el estado se desarraiga, es decir, cuando funciona como una estructura en sí misma y se ve como una entidad autónoma está dando la espalda a su madre nutriente: la nación, la sociedad nacional, la sociedad civil.
Y, en sentido complementario y hasta contrario, cuando pierde de vista su cometido de servicio al conjunto social y nacional el estado se convierte en un freno al despliegue de las capacidades que tiene el pueblo con sus diferentes grados de desenvolvimiento. Todos son necesarios para el conjunto, no puede haber excluidos porque hasta los mismos grupos e intereses que hoy se nutren del atraso pueden encontrar una nueva función, mucho más constructiva, que la que desempeñan hoy.
Así como no puede haber despliegue de capacidades nacionales sin armonización de intereses y generación de recursos para desplegar esas potencialidades, tampoco puede desaparecer el estado, en tanto síntesis en el sentido aludido y como expresión directriz en la construcción del porvenir, expresión de la voluntad de ser nación.
Por eso el reduccionismo neoliberal, tan impúdico, no pasa de ser una provocación conceptual que, cuando se encarna en acciones estatales, resulta ampliamente destructivo de la sociedad civil. Ningún liberal serio, que los hay, concibe la extinción del estado como una panacea y su aporte en todo caso enfatiza la calidad del servicio público, algo perfectamente armonizable con el despliegue de aptitudes a cargo del estado que contribuyan a dinamizar y mejorar la calidad de vida del conjunto.
Lo que tiene de retrógrado el neoliberalismo, aunque se disfrace de anarco-libertario, es que propugna una organización estatal que no se corresponde con los niveles de civilización que han alcanzado segmentos muy avanzados de la humanidad. De lo que se trata es de poner estos avances al alcance de todos los miembros del género humano. A eso se refiere el contenido concreto de la libertad en nuestra época. Ya no se trata de derrumbar un ancien régime donde los privilegios de unos pocos definidos a sí mismos como nobles (ya para la época de la Revolución Francesa muy mezclados con los burgueses que habiendo reunido fortuna suficiente accedían sin grandes dificultades a los títulos nobiliarios) perpetuando la pobreza de las mayorías que tampoco encontraban por entonces en el campo y las tareas agrícolas un piso decente de supervivencia.
La eficaz denuncia de la “casta”, tan rendidora en términos electorales, parte de un gravísimo error conceptual puesto que los derechos de la persona humana están ampliamente reconocidos y las demoras y perturbaciones en trasladar los beneficios del progreso a todos los miembros de la sociedad es un verdadero desafío democrático que no se resuelve concentrando el poder en los sectores que ya se han enriquecido.
Suponiendo por un momento que pudiera eliminarse la “casta” de los políticos, con una visión tan achicada de la vida social al mero instinto económico de individuos sueltos e indefensos, lo que veríamos sería una monstruosa concentración sostenida necesariamente por procedimientos fuertemente autoritarios y represivos.
De hecho es lo que pasó en la cuna de la libertad, la igualdad y la fraternidad que propiciaron una concentración nunca antes vista entre los galos y desembocó en luchas sociales muy sangrientas. Hasta las mujeres de la nobleza, que podían administrar sus bienes cuando enviudaban, perdieron esa condición en nombre de una igualdad restringida a la mitad masculina de la población.
La expresión política nacional
Siendo la nación una y diversa, rica en contradicciones y obligada a resolverlas mediante la política, es fácil entender que deban existir una pluralidad de partidos. De allí que el frente nacional sea naturalmente la forma en que mejor se exprese esa diversidad con un sentido dinámico e integrador.
¿Quiénes no entienden esto? En primer lugar los se sienten los dueños de la pelota suponiendo que expresan una voluntad mayoritaria. Han pecado de eso, sucesivamente, radicales y peronistas. Y los grandes movimientos que encabezaron exitosamente sus líderes y creadores, Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, no procesaron del mismo modo su desaparición física, pero en ambos casos les costó mucho no pensar en términos hegemónicos.
Resumiendo, al Frente Nacional lo pedía a gritos la realidad compleja de las diversas clases y sectores sociales que tenían en común la necesidad de políticas expansivas para alcanzar sus objetivos de bienestar y despliegue de fuerzas productivas, pero las oligarquías políticas que se generaron al interior de esas fuerzas en su momento mayoritarias enfeudaron a sus partidos en callejones sin salida. Faltos de visión por ignorar lo que presumían de representar, llevaron a sus fuerzas al aislamiento y la derrota.
Así, por la vía de la adversidad y no de la virtud, se llegó a la construcción de lo que llamamos el bicoalicionismo conservador, unido muy felizmente por la grieta y sus festivales de fuegos artificiales que funcionó mucho más tiempo del esperado. Se quebró un dispositivo que le había resultado muy rentable a la casta política con la llegada del outsider, a caballo de la mutación mundial de las comunicaciones que estableció la confusión como sistema dominante, y que con la mayor irresponsabilidad se posicionó como la única opción para expresar el enorme pase de factura que estaba incubado en el incumplimiento de las más elementales metas de buena administración.
A Milei lo hicieron ganar los fracasos recurrentes de los bicoalicionistas anteriores. Y como todo improvisado (excepto en la autopromoción, con lo que se destaca) no asume la función de gobierno sino como una prolongación de sus propios éxitos.
Dada su insustancialidad es muy tentador considerarlo un fenómeno pasajero, pero resulta que la nada misma de sus opositores no sólo lo mantiene, sino que lo alimenta. Y si se agotara, no habiendo una construcción política seria enfrentándolo, lo que muy probablemente ocurriría es la perpetuación de la política errática, que no deja de incubar odio y violencia.
De este modo, se reconstruye la polarización, que es el paso previo a instalar un nuevo sistema de grieta autopropulsado. Y la culpa de ello no será, una vez más, del electorado sino de la falta de opciones con entidad suficiente como para desenmascarar y sustituir un sistema que hasta ahora no se siente realmente amenazado.
¿Dónde están los radicales –fragmentados en pequeños intereses locales– que asuman su deuda durante estos cuarenta años de sistema democrático insuficiente? ¿Dónde están los peronistas que han quedado atrapados en el vaciamiento doctrinario que les hizo el menemismo y no han logrado establecer un programa de integración económica y social?
Para ser coherentes en contra del ombliguismo: ¿la patética sumisión a estas políticas desmanteladoras de un bloque de diputados que se titulan del MID no nos llena de vergüenza?
La construcción de alternativas válidas
Donde no hay trabajo frentista, lo que supone reunir voluntades políticas e institucionales en un programa de integración y expansión productiva, recrudecen –por la propia dinámica del sistema electoral– las opciones perpetuadoras del statu quo. Hablar de candidaturas sin apelación a ese programa es tender un puente de continuidad al estancamiento.
En esto resulta flagrante la pasividad del movimiento obrero y el oportunismo de las organizaciones empresariales, tanto del campo como de la industria y el comercio.
El bicoalicionismo electoralista pone a la ciudadanía en un cepo de opciones falsas y entroniza una dirigencia que sigue considerando las cuestiones programáticas como secundarias, y esto no es un fenómeno nuevo, sino una de las causas por las que se degradó la representación y Milei pudo hacer su numerito sobre la casta, bien forrada por supuesto.
Para hacer una discusión/construcción programática superadora de la crisis estructural de la Argentina se requiere un diagnóstico que incluya una profunda autocrítica de todos los que han tenido responsabilidades de gobierno hasta ahora en el último cuarto de siglo por lo menos.
Una nueva dirigencia no bajará en un plato volador desde un planeta exterior. Surgirá de los acuerdos, demandas y correcciones que mutuamente surgen cuando los diversos sectores responsables se ponen a trabajar juntos.
Riqueza de lo real
El inventario de las grandes tareas pendientes debe realizarse con independencia de los intereses de ciertos grupos económicos que van un paso adelante en las decisiones del estado cuando no las inspiran directamente.
Tienen que ver con la ampliación de la actividad productiva al conjunto del territorio argentino, con los estímulos adecuados, que establecería una muy sana tendencia al poblamiento y el equilibrio demográfico.
La necesidad de vincular virtuosamente la gestión ambiental con los desafíos de cuidado y ampliación de los recursos que tenemos por delante nos permite diseñar una agenda de interés mundial, puesto que el calentamiento global no es un tema continental o apenas hemisférico.
Hay media docena de asuntos claves que definen un programa de integración económica y social y ellos deberían funcionar como alertas para definir candidaturas. Si eso no se establece antes, luego queda en manos de los poderes establecidos que no apuestan al futuro y aún en contra de los que les convendría, para lo cual tienen que superar su miopía actual. Por eso nos imponen presuntos candidatos, porque se trata de no poner en debate público las cuestiones centrales, siendo la primera, de lejos, la prioridad social de las mayorías hoy castigadas al subconsumo, mala atención de la salud y pésima alimentación. Agotado el asistencialismo como política de redistribución no queda otro camino que apostar al más esforzado y comprometido desarrollo del conjunto de las fuerzas creativas que disponemos, incluyendo por supuesto el potencial productivo, que de otro modo será capturado por inversionistas “incentivados” que diseñarán proyectos de exportación donde el valor agregado sustancial, que incluye la tecnología, se aportará en el exterior y nos dejará a los argentinos “la ñata contra el vidrio” observando el festín ajeno.
Y así será. No se ve una dirigencia lúcida. Ahora hablan de «espacios» ya ni siquiera de Partidos, lejos de concebir el frente nacional. Ni las internas de la UCR ni del PJ disputan proyectos de integración . Una mirada distópica describe un país desintegrado, con un patrón feudal en el Sur que responda al fondo Black Rock dueño del petróleo, el gas y la pesca en sociedad con las Falklands, un territorio en noroeste manejado por un señor del litio o Musk exportando por Chile y una Argentina reducida a la pampa húmeda donde se cantará el himno y entonará Aurora como en los vuelos de la muerte.
Se dislvieron tantas naciones en el siglo XX, por qué no la Argentina?
Es deprimente la mediocridad de nuestra dirigencia atrapada en la falsa polarización bicoalicionista.
Es tan claro el análisis de Ariza que si la dirigencia no se pone manos a la obra descubre su complicidad más que anomia