In God we trust pero, ¿cuál timbre hay que tocar en Washington?

Si a los Estados Unidos les llega el mal momento económico, deberían ajustar a la baja el gasto interno, para pagar la deuda externa. Ni mamados pagar con bienes reales lo que antes pagaba con papelitos. El extranjero tiene que seguir dando bienes reales a cambio de billetes de la imprenta. Es la consecuencia de creer en Dios, de las fuerzas del cielo que surcan los B-2 y los B- 52.

El gobierno a través de distintos funcionarios del área económica de jerarquías diferentes –desde el más encumbrado hasta el último orejón del tarro-, en cuanta ocasión se le presenta ha manifestado su fe inconmovible en el libre comercio. También enunció el compromiso de impedir hasta el más insignificante atisbo en materia de sustitución de importaciones y su aborrecimiento –no menos unánime- al proteccionismo. Desde hace tiempo están metiendo manos a la obra para convertir al país en un paraíso librecambista. 

En esa noble tarea no se privan del ridículo. El subsecretario de Comercio Exterior, Esteban Marzorati, un rudo librecambista, hace unos días en el transcurso de un reportaje que le hizo un medio especializado afirmó que “Argentina desnaturalizó el uso de las herramientas que son mundialmente aceptadas por la Organización Mundial de Comercio”. Parece que el señor subsecretario no se ha enterado que la OMC hace unos cuantos años está muy trabada en su funcionamiento –al punto de experimentar la nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser- porque los norteamericanos –primero Trump y luego Biden que siguieron profundizando un camino que abrió Obama- así lo dispusieron, al negarse a nombrar jueces en el tribunal de solución de diferencias. Ese tribunal es el corazón de la OMC. 

Aquellos experimentos aperturistas llevados adelante por los liberales que les antecedieron les salieron muy caros al país. Es casi seguro que la sociedad civil aún este lejos de haberse repuesto -en buena medida- de sus deletéreas consecuencias. Y encima ahora este mazazo. Lo que sucedió entonces y volverá a repetirse en la actualidad es que en vez de mayores incentivos a la incorporación de tecnología, a la innovación, a la competencia y a la inversión como argumento de venta de la apertura esgrimido por los librecambistas antes y ahora, cundió y cundirá el cierre de empresas y el aumento del desempleo, con lo que eso de invertir e innovar quedó y quedará, -como es de esperar con sentido de realidad- en la nada misma.

Marcado contraste

Para colmo, el contraste con la coyuntura mundial no podía ser más marcado. Federico Sturzenegger -ministro de Desregulación y Transformación del Estado- está embarcado en una cruzada para desburocratizar al comercio exterior. Verbigracia: que cualquiera importe lo que le dé la gana, prácticamente sin aranceles y sin trámites. 

Mientras tanto en Ciudad Gótica Martin Wolf, economista jefe del Financial Times, expresa irónico que “Donald Trump cree que los aranceles tienen propiedades mágicas (…) Tan grande es su fe en los aranceles que ha propuesto elevarlos al 60% para las importaciones de China y hasta el 20% para las importaciones del resto del mundo. Incluso ha sugerido un arancel del 100% para las importaciones de países que amenacen con abandonar el dólar como su moneda global preferida”.

No se va a quedar atrás de Joe Biden. El 27 de septiembre pasado fue la fecha en que la Oficina de la Representante Comercial de Estados Unidos (USTR) puso en vigor aranceles del 100% a la importación de vehículos eléctricos chinos, aranceles del 50% a los paneles solares y del 25% a otros materiales o productos como el aluminio, las baterías eléctricas y el acero. Quedó pendiente la fecha del año que viene en que los semiconductores chinos serán tasados con aranceles del 50%.

Para Wolf las políticas comerciales de Trump dañarían al mundo, en tanto sus nuevas sugerencias tendrían un impacto mucho mayor que el relativamente modesto «proteccionismo inicial» de su primer mandato. ¿Qué hay de los demócratas? Kamala Harris, la actual vicepresidente y candidata en las presidenciales de noviembre, sigue el libreto demócrata. Janan Ganesh -colega del Wolf en el mismo medio británico- no cree que sean similares entre ambos partidos tampoco en materia de política comercial.

Ganesh argumenta que la política exterior de Estados Unidos es demasiado volátil para liderar el mundo y caracteriza que –en general- los cambios entre presidentes demócratas y republicanos, en el apogeo de los Estados Unidos, no eran tan bruscos como ahora. Específicamente, que “incluso en materia de comercio, respecto del cual se ha producido un enfriamiento general en Washington, la diferencia entre los partidos es clara: los demócratas quieren un “patio pequeño con una cerca alta”, mientras que Trump habla de un arancel del 20% a todas las importaciones”. En este contexto contradictorio en grado sumo, Ganesh plantea lo que constituye un dilema real para la política externa de cualquier país: “¿Cómo traza un rumbo una nación mediana?”. En vista, además, de que “siempre ha sido obvio (…) a quién se llama para hablar con los Estados Unidos, pero ahora importa demasiado quién responde al teléfono cada vez”.

Similares en vez diferentes

En el mismo medio inglés, el historiador Adam Tooze, columnista habitual, en una nota de unos meses atrás difería de Ganesh sobre los alcances en el comercio exterior del candombe republicano-demócrata. Tooze refiere que “primero con Trump y luego con Biden, los responsables políticos estadounidenses han combinado la política industrial, la política comercial, la energía verde y la geopolítica en una potente fórmula nacionalista. Añadir el sistema monetario a la mezcla daría como resultado un cóctel verdaderamente explosivo”.

Lo del sistema monetario tiene sus bemoles. Entra en escena Robert Lighthizer, quien fuera representante de Comercio de los Estados Unidos durante toda la administración Trump y –actualmente- es considerado uno de sus asesores económicos más cercanos. A Bob -como lo llaman sus correligionarios republicanos- por su cercanía e influencia sobre Trump lo motejan como the consigliere y the enforcer. En su sonado ensayo del año pasado No Trade Is Free: Changing Course, Taking on China, and Helping America’s Workers (Ningún comercio internacional es libre: cambiar el rumbo, enfrentarse a China y ayudar a los trabajadores estadounidenses) y en recientes artículos de este año, Bob Lighthizer realzó su fama de halcón comercial. El historiador Niall Ferguson dice que si bien el primer gobierno de Trump tuvo su marca en el orillo con la improvisación, la falta de equipos y de experiencia, han aprendido la lección y están más que preparados.

Lo cierto es que Bob Lighthizer está cambiando su estrategia proteccionista. No reniega de los aranceles aduaneros. Le adosa las herramientas monetarias. El Wall Street Journal señala que son las ideas de Michael Pettis y Matt Klein, volcadas en Trade Wars are Class Wars (Las guerras comerciales son guerras de clases) las que lo están influyendo. Pettis es un economista que vive y enseña finanzas en Beijing, con pasada trayectoria en Wall Street y vocación por el rock (tuvo una grabadora y abrió un par de locales bailables en China). Klein otro, pero menos pintoresco. Estos autores sostienen que los superávits comerciales chino y alemán provienen de bajar los salarios de sus trabajadores (como ocurre con el argentino actual y de los últimos cinco años). Proponen impedirles a esos países que en vez de con productividad, se tornan competitivos con la pobreza, que inviertan sus dólares en los Estados Unidos y así obligarlos a equilibrar su comercio.

Tooze explica que “se ha establecido la conexión entre la política económica nacionalista de Lighthizer y la postura “hobbesiana” de Pettis-Klein (…) Mientras que Lighthizer favorece aranceles draconianos para reducir las importaciones estadounidenses y restablecer el equilibrio comercial, Pettis favorece un enfoque indirecto que tiene un alcance aún mayor: “Un cargo por acceso al mercado” para cualquier país que invierta los ingresos de su superávit comercial en activos estadounidenses, como letras del Tesoro”.

En febrero de este año Pettis publicó en el Carnegie (centro del cual es investigador) “China Can Trade Intervention Lead to Freer Trade? (¿Puede la política de comercio exterior intervencionista llevar a un comercio más libre?)” en el que entre otros temas, trata la repercusión política interna en los Estados Unidos de estas iniciativas. Señala Pettis que “restringir las entradas netas de capital reduciría el uso global del dólar y llevaría a un mundo en el que ninguna moneda desempeña el papel que desempeña actualmente el dólar estadounidense. Pero si bien esto beneficiaría a los agricultores, trabajadores, la clase media y productores nacionales estadounidenses, perjudicaría a tres sectores muy poderosos de los Estados Unidos. El primero es Wall Street, cuyo dominio global se sustenta en el dominio global del dólar estadounidense en el comercio y los flujos de capital. El segundo es el establishment de asuntos exteriores, que puede utilizar el dominio del dólar estadounidense para imponer sanciones a los países que se oponen a los intereses geopolíticos de Estados Unidos. Y el tercero está formado por las grandes corporaciones que se benefician de la fácil transferencia de inversiones fuera de Estados Unidos. Esto significa que Washington debe equilibrar los intereses a largo plazo de la economía estadounidense en su conjunto con los intereses a corto plazo de tres sectores muy poderosos”.

Adam Tooze comenta, escéptico, que “se puede estar de acuerdo con Pettis en que Estados Unidos con controles de la cuenta de capitales sería un lugar diferente. De hecho, tendría que ser un lugar muy diferente para que una política de ese tipo tuviera alguna posibilidad de implementarse con éxito. Después de todo, perjudicaría a Wall Street. Pero sugerir que esto pondrá fin a las muertes por desesperación, corregirá la enorme desigualdad estadounidense y restablecerá los empleos industriales es comprometerse no tanto con inevitabilidades como con un audaz acto de fe macroeconómica”.

Pese al aroma de voluntarismo, si ese fuera finalmente el caso Tooze, nota que “todavía está por verse cómo se desarrollará la agitación política. Una administración Trump, con Lighthizer al mando de la política económica que se tomara en serio la idea de los controles de capital, al tiempo que incurría en enormes déficits fiscales, sería una auténtica sorpresa histórica. Es difícil incluso empezar a calcular las consecuencias globales”.

Preocupación de fondo

La preocupación de fondo es la salud del dólar. El resto son serpentinas y papel picado. Más prosaica e instrumentalmente, medios para no convertir en una vil apostasía la confianza depositada en Dios. Los (-818.822) millones de dólares del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos de 2023 –con que los norteamericanos dotan de liquidez o sobrecargan de liquidez al mundo, según el caso- se acercarían peligrosamente al momento en que lo que tiene que pagar al extranjero por deuda externa -y no es reinvertido en unos Estados Unidos que se habían embarcado en abaratar su mano de obra relocalizando inversiones masivas en China- sobrepasa lo que entregan por déficit de cuenta corriente. 

Algo de ese rebasamiento –pinta que bastante- hay en perspectiva no muy lejana sino frenan la salida de inversiones norteamericanas hacia China y la mala distribución del ingreso. De acuerdo a los datos oficiales del U.S. Bureau of Economic Analysis la posición de inversión internacional neta (PII) de los Estados Unidos, la diferencia entre los activos y pasivos financieros extranjeros y de los residentes de Estados Unidos, fue de (-22,52) billones de dólares al final del segundo trimestre de 2024. Los activos totalizaron 36 billones de dólares y los pasivos, 58,52 billones de dólares. Al final del primer trimestre, la posición de inversión neta fue de (-21,29) billones de dólares (revisada).

Si bien la PII no es determinante para nada de la cuenta corriente, su prominencia sugiere que si el mal momento llega, deberían ajustar a la baja el gasto interno, para pagar la deuda externa. Ni mamados pagar con bienes reales lo que antes pagaba con papelitos. El extranjero tiene que seguir dando bienes reales a cambio de billetes de la imprenta. Es la consecuencia de creer en Dios, de las fuerzas del cielo que surcan los B-2 y los B- 52.

Ahí entra la prohibición que venden Pettis-Klein y compró Lighthizer. No se ve muy bien dónde es que Tooze encuentra difícil “calcular las consecuencias globales”. En principio los enormes déficits comerciales a consecuencia –en espejo- de los previstos “enormes déficits fiscales” serían disfrutados por los Estados Unidos a cambio de un educado gracias, luego de entregar al resto del mundo billetes estériles que no suben la circulación (no rinden interés en dólares que deberían salir de los Estados Unidos).

¿Qué pasaría si tras ganar las presidenciales Trump, Bob Lighthizer, para el que los tres pecados capitales que estropearon en gran forma a los Estados Unidos fueron la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995, la adhesión de China a la misma en 2001 y el acuerdo comercial con México y Canadá en 1994, impone controles de capitales? A continuación, el dólar mundial ¿se devaluará o revaluará? Los operadores de los países que reciban esos dólares –en la medida en que el déficit externo norteamericano se mantuviese igual al grado de expansión en que se incrementa la economía mundial- tienen compradores en los bancos centrales respectivos, los que estarían obligados a adquirir dólares para ajustar sus reservas con relación al nivel de actividad. 

Estarían haciendo lo mismo que hacían en la etapa en que la moneda mundial era provista por los sistema monetarios gold standard integral o del gold exchange standard (algo así como el lapso 1880-1971), pese a que en aquellas épocas el instrumento de reserva haya sido igualmente estéril, en el primer caso a causa de la naturaleza del metal (oro), en el segundo a causa de la obligación que imponía la ley de mantener sus reservas en forma ultra-líquida no remunerada.

El nombre del juego

El planteo librecambista del oficialismo libertario es una apuesta al fracaso, como lo demuestra el prontuario en el que quedó registrado las consecuencias reales de estas políticas cuando fueron puestas en prácticas. El cuento de que así las empresas vernáculas tienen incentivos para mejorar a través de la competencia, obvia el hecho evidente que al achicarse el mercado por la irrupción de las importaciones se deja de invertir, porque no hay a quién venderle. Encima, los muy caraduras lo manifiestan cunado hay una recesión machaza con una caída anual del PIB para 2024 del al menos 4%. 

Por otra parte, los países no se protegen para jugarle sucio a las ventajas comparativas. Ni tampoco se trata de una banda de lobbys forajidos aviesamente confabulados para asaltar a los pobres e indefensos consumidores, ahora amparados por San Sturzenegger, el santo del librecambio. Como además si entre los importadores nunca hubiera bandas de lobbies forajidos. Qué va, son toda gente muy honesta y encantadora. Es un mundo sin contrabandistas. Como se ve, por el subjetivismo no se va muy lejos, mientras se queda enredado en una discusión piruja o boludeado por los insustanciales e infundados argumentos y teoremas neoclásicos. 

Los países se protegen porque al ser el PIB mayor que el ingreso que genera (la diferencia es la tasa de ganancia) la política económica debe enfocarse en igualar ambos agregados o bien subiendo el ingreso (como en el caso del déficit fiscal) o bien mochando el PIB (como en el caso del superávit comercial generado por la protección). Lo que le pasa al pobre consumidor indefenso siempre es invocado para encubrir lo que realmente estropea la vida de un trabajador que quedó desempleado por las irracionales políticas aperturistas. 

Todo eso era así cuando de pico los países centrales hacían el verso de la libertad comercial y acá el gorilaje compraba encantado, porque –de última y sin la careta del pobre consumidor o el incentivo a innovar- significaba menos obreros y menos obreros eran menos peronistas. Cuando ya en los países centrales son todos proteccionistas -como fueron siempre- pero esta vez a cara descubierta, la desubicación, falta de pertinencia, y daño social de la política librecambista libertaria están superando los peores antecedentes históricos y eso que son de lo peor. 

Para colmo, lo que describió Ganesh de los vaivenes de la política en Washington –conforme se volcó más arriba-, pone en evidencia que la dudosa la farsa de realismo periférico que articula la política externa libertaria está para el bife de “quién responde al teléfono cada vez”.

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