El mileísmo se autopercibe superior políticamente, con raíces en una religiosidad pensadamente cultivada. Los discursos de Milei se asemejan a las arengas evangélicas escuchadas en la TV nocturna, que difunden promesas y milagros. Adoctrinamientos que apelan a la emoción de la feligresía. El papel de la oposición. El no reconocimiento de errores. Por qué el pueblo vota menos.
La visita de Milei al mega evento “Invasión del Amor de Dios”, del pastor Ledesma, no fue algo casual, sino la ratificación de una alianza estratégica. Los “ingenieros del odio”, “carismáticos”, “outsiders”, críticos de las antiguas castas, pero adoradores de las elites globales, son operadores eficientes del modelo usado ampliamente en varios países latinoamericanos. Estas fábricas de emociones colectivas mezclan sanaciones, música, retórica apocalíptica, eventos multitudinarios, venta de libros, merchandising devocional, cursos de “liderazgo espiritual”, dolarizaciones mágicas y diezmos vinculantes. El pastor ya no es un guía espiritual, sino un influencer que vende milagros en streaming. Son brokers de votos para lograr ventajas de todo tipo, incluidas las impositivas para su economía paralela, tipo “la salada”. Detrás de los intangibles religiosos están los intereses electorales, que aportan territorio, fiscalización y votos, más que imprescindibles en el conurbano bonaerense y en particular en la III Sección Electoral, donde pululan infinitas redes evangélicas, pastores que son punteros, con flexibilidad organizativa, crecimiento celular, adaptados a barriadas excluidas, zonas periféricas y contextos de migrantes extranjeros, ofrecen comedores, sanaciones donde falta salud pública o remedios muy caros, y empleo informal bajo el eufemismo de “ministerios”. La fe todo “lo cura”, sería su consigna convocante. El mileismo y estos evangelistas retroalimentan su clientela sobre una realidad palpable: aumento de la pobreza y la exclusión; ausencia de una política que modifique realmente, y no declamativamente, esta situación de precariedad y de abandono de un Estado verdaderamente ausente. Nada original: Duhalde (2002) y el kirchnerismo ya practicaron similares alianzas. Si le sumamos los problemas de la Iglesia Católica, tenemos el combo perfecto para esta alianza. Pero siempre hay dificultades ya que ciertas organizaciones evangélicas hicieron un duro cuestionamiento al gobierno por “no escuchar al pueblo que sufre”.
Antiestatismo selectivo
El antiestatismo libertario es muy selectivo y tiene poco que ver con un supuesto “fascismo”, cuyo original era fuertemente estatista y nacionalista. Su militancia antiestatal tiene un sesgo, una preferencia en contra de la solidaridad, contra lo social, lo público, lo comunitario. No se ocupa de la salud pública, de la educación y la universidad pública, de los servicios públicos, de la solidaridad sindical, de los clubes sociales y deportivos, de la obra pública, y de cualquier organización comunitaria. Más grave aún es que sigue una política des-industrializadora y favorable a los fabricantes extranjeros. Desfinancia a la Ciencia y Tecnología Nacional, a la investigación universitaria, y con una política ultraliberal de importaciones atenta contra nuestro desarrollo pyme industrial y la creación de empleo de alta calidad. Su declamado superavit fiscal se concentra en partidas presupuestarias para reforzar la seguridad interior (fuerzas de seguridad+ SIDE) mientras desfinancia la Defensa Nacional (FFAA) y toma decisiones geopolíticas contrarias al interés nacional.
Mientras ejecuta una selectiva destrucción del estado solidario y desarrollista, su política favorece al interés extranjero. Se olvida de la construcción del Poder Nacional, sin el cual no es posible sostener el desarrollo humano. Eso se combina con el refuerzo de las partidas de la vigilancia y la represión, tipo garrote, ya que con las más modernas herramientas de control social que realizan manejando las redes sociales, parece que no les está funcionando como antes, y la nueva realidad ya no puede ser achacada a la vieja casta, sino a su propio programa.
Batalla cultural y polarización afectiva
Su campaña de incitación al odio avanza no solo sobre sus adversarios, sino alcanza a sus propios amigos políticos. Los discursos polarizantes explotan el odio para movilizar a sus adictos y mantener el control, utilizando la fragmentación como herramienta política.
Aristóteles diferencia la ira (algo circunstancial) del odio, que es una emoción duradera, asociada a la idea de que no se puede cambiar o mejorar.
Así se van construyendo enemigos, fraccionamientos sociales y políticos. Al eliminar la empatía y la comprensión, se demoniza al “otro” y se impide la posibilidad de diálogo. Escalando los conflictos, se justifica la violencia verbal o física y la opresión o la represión. El odio es una técnica instalada transnacionalmente por las élites desde hace bastante tiempo, aunque Milei lo interpreta en forma natural. En la guerra cognitiva se la utiliza para impulsar la polarización afectiva (más que la ideológica), que es una forma de fidelizar a los propios, y de fraccionar y distraer a los demás. Se la ejecuta enfocada a las necesidades de respuestas rápidas que las estructuras comunicacionales (redes y medios) lo exigen. Esta estrategia casi siempre se reactiva en momentos de crisis propias o momento de decisiones sobre temas económicos o en épocas electorales, tal como son los casos en estos momentos, de grandes dudas sobre el futuro del modelo económico y el inicio de la campaña electoral. No todos los temas de la agenda pública polarizan por igual. Las batallas culturales exacerban los conflictos morales e identitarios y son fácilmente insertados, emocionalmente, entre el gran público, que vía las redes sociales movilizan y fraccionan a la sociedad. Por eso eligen la batalla cultural woke, o las cuestiones de lenguaje, o de cultura ciudadana. Pura técnica de polarización, facilitadas por la oposición kirchnerista. Por el contrario, hay otros asuntos racionales, vinculados con políticas públicas, económicas o de carácter más técnico que no generan fácilmente debate mediático, aunque sean más importante en la vida real de las personas.
Su batalla cultural molesta a propios y amigos y podría volverse en su contra porque, aunque gane las legislativas de este año no contará con votos propios para sus proyectos y si pirden aliados, seguramente se convertirán en una nueva decepción. El vacío de poder acechará nuevamente en el horizonte.
La oposición
La oposición electoral no tiene un proyecto alternativo; no tiene un plan, una idea, algo concreto. Solo críticas a Milei por su personalidad estrafalaria. No hay discurso opositor que vaya al hueso de los problemas reales de la gente. Su fracaso anterior ha dejado huellas en el pueblo, defraudado de tantas promesas y sloganes incumplidos. Siguen sin reconocer sus propios errores, pese al desastre estratégico que está haciendo Milei. Encima le hacen el juego con egocentrismos personalistas que sólo a una minoría importa. Y enfrascándose en batallas culturales perdidas, contribuyen a la polarización buscada por el gobierno y taponan un recambio dirigencial que refresque las ideas necesarias para esta etapa. Volver a usar al “peronismo” como slogan para estas elecciones tampoco ayuda, porque es obvio que el kirchnerismo se esconde detrás. Hoy sería más convocante hablar de un plan concreto y detallado para la creación de trabajo verdadero y de empleo registrado, que de “Cristina libre”, por más que sea cierto que la justicia federal tiene la tendencia de olvidarse de las causas del menemismo, del macrismo o el mileismo ($ Libra, las valijas del poder, “inside information” financiero) y de persistir con las de gobiernos populares. Sin oposición con algún futuro estratégico, esta crisis puede ser diferente a las anteriores, ya que esta vez la gente no solo está mal: está bastante resignada o quebrada; por eso se habían identificado con alguien como Milei, un outsider estrafalario.
Las cumbres de “unidad” electorales son expresiones tácticas que no resuelven los problemas de fondo. Ocurren en todos los espacios políticos. En el oficialismo y en la oposición. Son acrobacias, artilugios o maniobras de supervivencia, que simulan superar grietas mientras reciclan sus impotencias. Arreglos oportunistas más por necesidad que por audacia, mientras en las poco visibles mesas chicas se negocian trazos de poder y pactos de supervivencia, provinciales, municipales o personales.
Nadie reconoce errores ni se busca alguna renovación de un mito fundacional capaz de reactivar la esperanza popular. En las dos internas de la polarización se debate por el control de la lapicera que escribe los nombres en las listas o el color de la papeleta; duras peleas abiertas donde prevalece la desconfianza generalizada. No hay demasiada ideología, ni narrativa, solo una salida a una angustiante supervivencia. Seguirán prometiendo lo que no podrán cumplir. De todo este pragmatismo individualista solo puede esperarse renovadas frustraciones y un ligero recambio de la casta, lo que acelerará el peligro de una creciente fragmentación nacional.El pueblo se da cuenta y, resignado ante ese vacío, sigue solo y espera, diría Raúl Scalabrini Ortiz. Y después deja de votar.