Izquierdas y derechas: ir más allá

Agotadas las fuerzas dinámicas en la etapa final del kirchnerismo, perdió fuerza el contenido productivista o cuasi-desarrollista de las políticas de gobierno, inherentes a la fase expansiva. Dentro del discurso oficialista de entonces fue creciendo en gravitación el contenido de las banderas propias del progresismo, centradas en las diversas causas que sensibilizan a los sectores de la ciudadanía que las militan o se identifican con ellas.

En un momento en el que parecerían abrirse los espacios para un debate a fondo sobre la necesaria reorganización del peronismo, la actualización de sus bases programáticas y, en definitiva, la refundación de un proyecto viable para el país que le ponga un freno a las políticas extremas del liberalismo libertario, se hace imprescindible recuperar las mejores tradiciones del pensamiento y de la acción del justicialismo y sus aliados históricos, e ir más allá del tipo de discusión que hoy plantea (tal como se da en los hechos) la controversia definida por la antinomia izquierda-derecha.

No porque se trate de una contradicción intrascendente. Todo lo contrario. La irrupción de la nueva derecha en la Argentina, con su ideología retrógrada (o abiertamente reaccionaria) y su desprecio por el drama social que provocan sus propias políticas, genera como reacción saludable la reafirmación, en distintos campos, de un conjunto de banderas que representan causas genuinas que movilizan a quienes se sienten identificados ideológicamente con el progresismo, ya sea en sus variantes de izquierda o centroizquierda. 

Sin embargo, los alcances de la controversia entre izquierdas y derechas, lejos está de incluir, salvo a través de la enunciación de principios o consignas genéricas, una discusión de fondo, llevada al campo de la economía, sobre la identificación de las causas (y el modo de revertirlas) que determinan nuestro estancamiento y retroceso. Y que nos imponen la condición de ser un país cada vez más periférico, debilitando nuestra condición nacional y al mismo tiempo esclavizando a la mayoría del pueblo argentino en la pobreza. Sobre esto escribe en esta misma edición Enrique Aschieri. La nota se puede leer haciendo click en: https://y-ahora-que.blog/app/no-es-necesario-recibirnos-de-boludos/.

Límites que hay que superar

Puede haber, como de hecho las hay, izquierdas que sean progresistas en la representación de causas sociales de innegable significación, como sucede con la lucha por la igualdad de género, la defensa de las minorías, la militancia por el cuidado ambiental, el matrimonio igualitario o el resguardo de los derechos de los pueblos originarios, y al mismo tiempo, aunque parezca contradictorio, sostener posiciones conservadoras (y aun retrógradas) en relación a la lucha por superar en la Argentina la condición de país periférico, subdesarrollado o dependiente, como mejor guste denominarlo.

En no pocos casos, ese carácter conservador nace del supuesto erróneo de creer, por acción u omisión, que aquellas causas sociales, centradas en el reconocimiento y la institucionalización de derechos, conforman en sí mismas el programa que nos conducirá a instaurar las condiciones para el desarrollo, la pluralidad y el bienestar de las mayorías. Dicho de otra manera, que la hoja de ruta definida por las banderas que levantan con más énfasis las corrientes progresistas representa el contenido concreto del programa transformador que se necesita para revertir el creciente empobrecimiento de la Argentina.

Sin advertir – ya sea por subestimarlo, no prestarle suficiente atención o, inconscientemente, estar influidos por las ideas dominantes que han definido el rumbo económico de la Argentina – que la superación de la condición de país periférico supone un programa diseñado a partir del propósito deliberado de impulsar en la base de nuestra estructura productiva un conjunto de cambios que, de no llevarse a cabo, condenan al país a seguir profundizando su decadencia

Incluso más allá de las etapas de crecimiento, como sucedió en parte del ciclo kirchnerista, que no lograron sin embargo revertir estructuralmente aquella tendencia dominante.  

A propósito, cabe señalar que en la fase expansiva de la etapa kirchnerista, que se prolongó hasta el 2011, la inclusión de las causas sensibles al progresismo permitió ampliar las bases ciudadanas que le dieron, en lo político y electoral, sustento al gobierno. Pero esa inclusión se dio en el contexto de un proceso motorizado por la recuperación real de la economía, la reactivación de sectores de la producción industrial que estaban paralizados o semiparalizados, el aumento del empleo productivo y las mejoras salariales establecidas en las negociaciones paritarias, impulsadas además por la caída en los niveles de desempleo

Es decir, que existía una dinámica económica y social que había vuelto a poner el centro de gravedad en la producción, haciendo que la relación capital-trabajo creara un círculo virtuoso donde las tensiones inherentes a los intereses opuestos que, objetivamente, representan ambos términos de la relación, se desarrollaran positivamente a través del movimiento expansivo de las fuerzas productivas.  

Agotadas las fuentes dinámicas del crecimiento, la política económica de esos años se concentró en administrar las restricciones que el propio modelo no podía superar, intentando sostener el nivel de actividad y preservar los derechos adquiridos (o incluso instaurando nuevos), pero en un contexto donde iba perdiendo fuerza el proceso de acumulación centrado en la reproducción del capital productivo y la capacidad de crear empleo. Es decir, cuando las condiciones materiales perdieron el impulso expansivo de la etapa en que la economía crecía a tasas chinas

Esa limitación, que por distintos factores el kirchnerismo no supo o no pudo revertir a tiempo, fue decantando en un cambio que tuvo también su expresión en el campo ideológico: perdió fuerza el contenido productivista o cuasi-desarrollista de las políticas de gobierno, inherentes a la fase expansiva, y fueron creciendo en su gravitación dentro del entonces “discurso” oficialista, el contenido de las banderas propias del progresismo, centradas en las diversas causas que sensibilizan a los sectores de la ciudadanía que las militan o se identifican con ellas. 

No es que exista una imposibilidad para congeniar las causas del progresismo con la lucha por el desarrollo y la justicia social. Todo lo contrario, en tanto la solución de las condiciones materiales para las grandes mayorías populares es la base sobre la cual se edifican las conquistas y los derechos que representan el centro de interés por parte de muchos de aquellos que han podido resolver o, mediadamente cubrir con dignidad, sus necesidades más acuciantes. No es el caso de la inmensa mayoría de argentinos que se debaten día a día en la incertidumbre de no saber cómo llegar a fin de mes y de qué manera sobrevivir superando los rigores impuestos por la pobreza o la extrema escasez, ahora agudizadas por las políticas libertarias.        

El juego de las derechas

Puede también haber derechas, como de hecho las hay, cuyas posiciones se definen por representar las banderas contrarias a las de las izquierdas y el progresismo en lo que se refiere a las mencionadas causas o tantas otras, pero que, al mismo tiempo, por sus acciones, intereses o ideologías, son las que con más énfasis obstaculizan el desarrollo del capitalismo en la Argentina. Aunque desde el punto de vista del sentido común suene incompresible, toda vez que se supone, aunque erróneamente, que las ideologías de derecha deberían ser, naturalmente, las más proclives a impulsar en el país la acumulación de capital y, consecuentemente, el desarrollo.

En la realidad sucede exactamente lo opuesto: las distintas versiones de las derechas en la Argentina, en el campo de la economía, están permeadas por las ideologías que expresan los intereses de los grandes polos que concentran la acumulación a escala mundial, cuyos actores dominantes, junto a los propios estados nacionales, son las grandes corporaciones multinacionales. En nuestro país, instaurando al mismo tiempo el juego de la especulación financiera como actividad lucrativa superior al promedio de la rentabilidad obtenida por el capital que circula en la órbita de la producción. 

Esos intereses, como se sabe, son contrarios a que los países periféricos busquen afianzar sus propios proyectos nacionales a partir de políticas que, afirmando el rol insustituible del estado, motoricen el desarrollo industrial, hagan crecer sus propios mercados internos y preserven todo lo posible su soberanía económica y política. La corriente de la nueva derecha liberal libertaria es la expresión más agresiva de esa concepción.

El hecho que las ideologías de derecha, incluyendo la corriente libertaria, hayan calado hondo en buena parte del empresario no significa, como se señalaba, que reflejen los intereses de una burguesía ávida por expandirse, y maximizar sus beneficios, convirtiéndose en una fuerza impulsora del desarrollo nacional. Más bien, salvo en el caso del núcleo de empresa que funcionan como socias del modelo que nos condena a la condición de país periférico, estas ideologías han llevado a la ruina a la inmensa mayoría de empresarios que, como consecuencia del empobrecimiento de la Argentina, la destrucción del consumo interno y, como vuelve a suceder ahora, la competencia subsidiada de la importación, no solo vieron limitados sus horizontes de expansión sino que se enfrentaron en no pocos casos al quebranto de sus empresas. 

De allí que, desde la perspectiva que pone el acento en la solución del problema estructural que históricamente nos condena a la condición de país periférico, el debate en abstracto basado en el antagonismo entre izquierdas y derechas, no conduce, necesariamente, a la clarificación de cuál es el camino para superar las condiciones estructurales que nos atan a las cadenas del atraso, con sus cada vez más dramáticas consecuencias sociales. O, dicho de otro modo, a echar luz sobre de qué manera y a través de qué políticas de resuelve el problema del subdesarrollo argentino, durante muchas décadas negado pero ya imposible de soslayar en una sociedad donde más del 70% de sus niños y jubilados están sumergidos en la pobreza.

Corolario: se puede ser de izquierda y progresista y, sin embargo, sostener una posición indefinida, e incluso abiertamente retrógrada, en cuanto a la solución del problema estructural que nos reprime e impide crecer como pueblo y como nación. Y se puede ser de derecha y al mismo tiempo, al revés de lo que comúnmente se presume, apoyar las políticas que más han dañado a la propia burguesía nacional, aunque a simple vista, como se señalaba, parezca un contrasentido. 

En el campo de las izquierdas y el progresismo, donde existe una sensibilidad social que no tiene su equivalente en el mundo de la derecha, que se muestra cada día más ajena y refractaria a asumir el drama social de las mayorías, fue consolidándose una cosmovisión que se centra más bien en reaccionar sobre los efectos de las políticas que acentúan las desigualdades, más que en identificar y construir una épica de la lucha por revertir sus causas profundas.

La manifestación, tal vez más patente de esa cosmovisión, es que al mismo tiempo que se centra el eje de la lucha en la defensa e instauración de derechos, resalta por su insignificancia la preocupación sobre cómo crear y desarrollar las condiciones materiales que los hagan posibles, no como conquistas transitorias sino permanentes. Y no porque, en lo discursivo, se dejen de mencionar esas condiciones materiales a través de consignas genéricas que hacen referencia, retóricamente, a la industrialización, al papel del estado, a la defensa de las Pymes o a la necesidad de mejorar los salarios y jubilaciones.  

Sino por la evidente falta de interés por ir más allá de dichas consignas y sumergirse, seriamente en las complejas discusiones programáticas que suponen encontrar las respuestas adecuadas a una serie de interrogantes claves, entre ellos: ¿cómo encontrar, en las condiciones actuales, el camino del desarrollo inclusivo y sostenido de la Argentina?, ¿cómo transformar nuestra economía para lograr mayores grados de autodeterminación nacional y dejar de ser un país periférico cuya suerte queda atada a los vaivenes del mercado mundial?, En definitiva, volviendo a las banderas históricas del peronismo y sus aliados, ¿cómo sentar las bases materiales para hacer realidad el ideal de la justicia social? Se ha dicho, con razón, que sin abordar el problema estructural de fondo que asfixia a la Argentina, toda política, aún la mejor intencionada o la que se presenta socialmente como la más avanzada de acuerdo a las corrientes progresistas imperantes a nivel internacional, no es más que reformismo. Porque no llega a erradicar la raíz profunda de lo que se propone combatir. Puede tener el efecto de impulsar causas genuinas y socialmente necesarias, incluso alcanzar importantes conquistas, pero en el marco de la irresolución del problema crucial que hace que el pueblo argentino sufra, cada vez más, los efectos de la pobreza y el atraso.

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