Quienes asistieron al acto de Parque Lezama, además de ser menos que los esperados, se aburrieron por la extensa retahíla de vacuos tecnicismos expresados a los gritos por el principal orador, y en consecuencia comenzaron a retirarse antes de que terminara. El debut de “El Jefe”.
Desde la noche del sábado 28 de septiembre los argentinos saben, gracias a las palabras de Karina “El Jefe” Milei dichas en el anfiteatro del Parque Lezama, que la casta tiene miedo porque La Libertad Avanza logró convertirse en partido nacional. En su primer discurso público, previo a la presentación en el escenario de su hermano, el presidente de la Nación, ante una concurrencia selecta de unas seis mil personas congregadas merced a una intensa campaña publicitaria, un importante despliegue de micros alquilados y otras motivaciones diversas, varias veces “El Jefe” forzó un poco la gramática, como cuando advirtió: “Quiero que le quede bien claro una cosa: los hermanos Milei las promesas que se hacen se cumplen…”
Ciertamente, “El Jefe” con seguridad no sabía que estaba parafraseando palabras referidas a otras personalidades históricas, dichas en otro tiempo y en otro contexto, como las que durante los años 1950 decoraron los carteles de toda la obra pública, ahora desfinanciada por el gobierno libertario (“Perón cumple, Evita dignifica”), o las publicadas por aquellos años en la revista quincenal “Mundo peronista”, que decían a propósito del General: “No podríamos vivir sin su palabra. Su palabra tiene sabor de aire puro, de fe. ¡Es la palabra que siempre se cumple!”
Para “El Jefe” Karina los hermanos Milei, y así lo aseguró en su discurso público bautismal, prometen y cumplen, aunque resulte imposible identificar con claridad qué o a quiénes dignifican sencillamente porque sus beneficiarios vienen con la marca de la dignificación en el orillo desde siempre. Por eso el acto en el Parque Lezama tuvo lugar sin importar que la imagen del presidente, que había sido el 61% positiva a comienzos de su mandato, ande rondando el 40%. También está en caída libre la evaluación de su gestión, al tiempo que aumentan quienes aseguran que no llegan a fin de mes, como no puede ser de otra manera si el nivel de pobreza alcanzó al 52,9%, 12,8% más que hace un año y 11,2% contra el semestre anterior, mientras la indigencia trepó al 18,1%.
Según la Encuesta Permanente de Hogares que elabora el INDEC, son pobres casi 30 millones de personas, 4,3 millones de hogares no alcanzan a cubrir la canasta básica total promedio ($709.318), y en esos hogares empobrecidos vive alrededor del 66% de los menores de 14 años y casi el 30% de los mayores de 65 años. Por supuesto que la responsabilidad de semejante cuadro social, como bien primerió exculpatoriamente el vocero (con rango ministerial) Manuel Adorni, no fue consecuencia de la megadevaluación de fines del año pasado, la seguidilla de ajustes de tarifas y servicios públicos que no cesa, el atraso de los salarios o los despidos masivos de la administración pública y del sector privado, etcétera, sino del populismo propio de los gobiernos precedentes que desembocaba sin lugar a dudas en una hiperinflación que hubiera llevado los niveles de pobreza al orden del 95%, de no mediar el acceso a la Presidencia de un “salvador” como Javier Milei. El vocero (con rango ministerial) Adorni, empeñado en dar a fondo la batalla cultural se refirió también al país hiperinflacionario inmerso “en un mar de pobreza absoluta” si el gobierno de La Libertad Avanza no hubiera contenido la catástrofe. Dicho de otra manera, y siguiendo por el sendero metafórico de Adorni, los populismos precedentes “nos habían dejado al borde de ser un país con prácticamente todos los habitantes pobres”.
El acto en el Parque Lezama fue planeado para lanzar el partido La Libertad Avanza a nivel nacional, a la manera de un festejo con aspiraciones de masividad. No todo salió bien, especialmente en lo que hace a la masividad, y también en lo que hace a la insistencia en festejar cuestiones que pueden ser molestas para la gran mayoría de la población (como el inolvidable asado en Olivos a raíz del no-rechazo al veto presidencial que echó por tierra una mínima mejoría para los jubilados), o cuestiones en última instancia burocráticas como en este caso (que sólo interesan a los eventuales beneficiarios directos y con vistas al calendario electoral del 2025, por haber suplido la ausencia de una estructura partidaria en todos los distritos del país). Pero importa demorarse en algunas consideraciones respecto de los animadores centrales del acto, los hermanos Milei, para tratar de formular ciertas conclusiones, sobre todo porque se pudo apreciar una diferencia de estilos.
El presidente Milei venía golpeado en las encuestas y sus últimas apariciones importantes, como cuando cuasi presentó el Presupuesto en el Congreso (allí lució banda y bastón de mando), o cuando estuvo en la Bolsa de Nueva York (donde la pasión dineraria lo tentó y no pudo reprimir algunos gestos de barra brava, pero fueron mínimos), o cuando discursó en la ONU, se lo vio pulcro y vestido de punta en blanco, igual que cuando grabó al promediar la semana una entrevista trascendental con Susana Giménez que sería transmitida a la noche siguiente del acto en el Lezama. Sin embargo el rating le jugó una mala pasada en todas esas ocasiones en que exhibió un estilo tan cuidado que hacía pensar en aquel breve y hermoso poema, “El gran hombre”, del francés Jacques Prevert: En la casa del tallista de piedra / donde lo conocí / se hizo tomar las medidas / para la posteridad.
El acto en el Lezama entonces no sólo sería un festejo sino también la oportunidad para ensayar un revival de aquel Javier Milei convocante, de aquel economista discutidor y pendenciero que aparentemente había logrado romper la cuarta pared del espectáculo, del estudio televisivo, para ingresar de la mano de las tecnologías digitales de comunicación en la política y llegar a la Presidencia de la Nación. Su hermana Karina “El Jefe” Milei, luciendo campera negra de cuero y vestida con onda ligeramente gótica, leyó a los tropezones un discurso bastante insípido, aunque necesario para presentar al presidente con fuegos artificiales y la reproducción en una pantalla al fondo del escenario, entre varias imágenes, la de Javier Milei emulando al Tío Sam (Uncle Sam) norteamericano, aquel símbolo de las grandes campañas de reclutamiento. Decía el Tío Sam original: “I want you for US Army”, apuntando al viandante con un dedo índice rígido. La versión criolla, más modesta, exhibe a Milei mirando fijo con ojos vertiginosamente almendrados, también apuntando con un dedo rígido y diciendo: “Te necesito para terminar con la casta”, o en una variación algo más refinada, “para echarlos a patadas en el culo.”
Sobre el escenario Milei se mostró con look rockero, movedizo pero repetitivo, cantando a capella su versión de “Panic Show” de La Renga, con la habitual campera de cuero negra pero sin la creatividad rupturista del pasado, con la misma colección de insultos y casi la misma nómina de enemigos y destinatarios (la maldita justicia social, los periodistas, sindicalistas y empresarios corruptos, los encuestadores ensobrados, los gerentes de la pobreza enquistados en los movimientos sociales, los gobiernos populistas y un largo etcétera). También el presidente desplegó una pormenorizada apología de sus primeros nueve meses de gestión, mintiendo éxitos sin pudor alguno, apelando a unas acrobacias aritméticas fuera de lo común y prometiendo un futuro venturoso para los justos. Pero quienes asistieron al acto, además de ser menos que los esperados, se aburrieron por la extensa retahíla de vacuos tecnicismos expresados a los gritos por el principal orador, y en consecuencia comenzaron a retirarse antes de que terminara.
Así concluía una semana que desde la perspectiva del gobierno había sido pródiga en dar pasto a las fieras, y éstas no lo rechazaron, pese a los rugidos amenazantes de un león en decadencia. El comedero estaba lleno de decisiones oficiales poco felices y malas noticias, y el acto en el Parque Lezama se presentaba especialmente tentador para que “la progresía” practicara su habitual iracundia contra los impolutos principios de los hermanos libertarios. ¿Qué no decir de Karina Milei? La Secretaria General de la Presidencia de la Nación fue muy criticada porque se mostró feliz pero no a la altura de las circunstancias, y abundaron quienes en línea con algunas observaciones de Jorge Asís la consideraron, por ejemplo, una “muy buena señora de barrio, que tenía una enorme habilidad para la pastelería y con una inclinación absolutamente natural hacia el esoterismo”. Y agregó Asís que la clave de su poder no es otra que su hermano dependa de ella emocionalmente, motivo por el cual varios la rodean y la inventan políticamente para acceder a la cúspide de la pirámide; pero esto, sin que implique animosidad alguna, como aclaró el escritor, “convoca a la piedad”.
Lo cierto es que el acto en el Parque Lezama estimuló a la oposición, como también hizo lo propio el anunciado veto a la Ley de Financiamiento Universitario, un frente de tormenta que motivó el repudio de más de un millón de personas movilizadas a lo largo y a lo ancho del país el miércoles 2 de octubre, y que el gobierno decidió “superar” mediante la provocación, ratificando el veto pocas horas después. De ahí que surjan nuevas pinceladas de pensamiento crítico respecto de lo que viene sucediendo en la Argentina, con un presidente que se contradice cada dos por tres, y que sólo disipa sus vacilaciones torciendo el rumbo hacia la derecha (hacia lo más a la derecha posible) y sin importarle las penurias sociales consecuentes.
Abunda la crítica, por cierto, pero la autocrítica escasea, o al menos no es tan copiosa, habida cuenta de que debería intentar una explicación satisfactoria del triunfo electoral de La Libertad Avanza concurriendo a las urnas con una propuesta confusa, antipolítica, de ajustes, recortes, licuaciones y enfrentamientos con “la casta”. ¿Cómo fue posible que los hermanos Milei accedieran al gobierno nacional? Para expresarlo en otros términos, de los numerosos abordajes críticos y con la intención de hacer pie en uno de los más interesantes y productivos, correspondería ensayar una primera respuesta seguramente parcial a partir de lo que manifestara Cristina Fernández de Kirchner en octubre de 2020, por ejemplo, cuando todavía era vicepresidenta durante la gestión de Alberto Fernández y en una carta se refirió a las dificultades que enfrentaba el gobierno por “los funcionarios que no funcionan”. Su visión era apropiada, y se complementó con lo dicho poco después en un discurso: “Todos aquellos que tengan miedo o no se animan, por favor… hay otras ocupaciones además de ser ministro, ministra, legislador o legisladora; vayan a buscar otro laburo, pero necesitamos gente que los sillones que ocupen sean para defender definitivamente los intereses del pueblo.”
La justeza de esa autocrítica daría cuenta del curso declinante del gobierno de Alberto Fernández, aunque fuera un esbozo. Quedaba para los futuros derrotados en las elecciones que ganaron los Milei, incluso para el progresismo en general, intentar completarla partiendo de la idea provista por Cristina Fernández de Kirchner respecto de los funcionarios que no funcionaban, pero pensada desde la perspectiva del Movimiento Nacional y Popular, emergencia socio histórica que en ciertas circunstancias también puede no moverse. Entonces correspondería recordar que parece inconcebible la existencia del Movimiento Nacional y Popular, como bien saben los conservadores de cualquier calaña, con ciudadanías desmovilizadas; o sea que, a contrario sensu, resulte requisito de la existencia del Movimiento Nacional y Popular, dicho esto sin rubor alguno ante la obviedad, la constante movilización política comunitaria.
El partido, la organización necesaria para elegir los candidatos que habrán de participar de los comicios, es una herramienta del Movimiento Nacional y Popular, y es el conducto por el cual esos candidatos pueden convertirse en funcionarios. Y aquí surgen varios puntos de tensión dialéctica, dado que una vez convertidos los candidatos en funcionarios deben funcionar en el seno de instituciones estatales burocráticas y severamente “burocratizadoras”, y también afectas a burocratizar al partido para que abandone su condición de herramienta electoral del Movimiento Nacional y Popular, esto es, del conglomerado de clases y sectores sociales articulados en torno de propuestas políticas favorables al desarrollo autónomo y la industrialización creciente, y contrarias al neoliberalismo en cualquiera de sus disfraces y al libertarismo.
Para completar la autocrítica y siquiera sugerir una explicación del triunfo electoral de unos hermanos que no vacilan en denunciar, luego de vetar la marcha de medio país defendiendo a las Universidades Nacionales, la existencia de “un nuevo frente de izquierda populista”, tal vez habría que retomar el fenómeno (partiendo de la imagen de aquellos funcionarios que ocupaban sillones y poltronas, pero sin ponerse a funcionar) y verlo al revés, desde el Movimiento inmóvil. Porque tal vez allí, partiendo de un axioma avalado por la experiencia histórica, sea posible hallar un principio de respuesta satisfactoria: cuando el Movimiento Nacional y Popular se mueve, el partido no se burocratiza; y es sabido que el motor del Movimiento Nacional y Popular es la militancia política.
El país atraviesa momentos dramáticos, pero no por las palabras de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, que a raíz de la marcha universitaria y tratando de asustar a los concurrentes, como de costumbre, planteó que participarían grupos que preparan y piensan dar un golpe “para noviembre y diciembre”, aunque luego precisó: “Un golpecito, porque no van a poder, es todo piripipí…” El país atraviesa instancias dramáticas porque el Movimiento Nacional y Popular carece de tiempo para retomar la movida, valga la redundancia, y para impedir que el partido, su herramienta electoral, inmerso en internas tan intensas como prematuras lo burocratice y trabe su desenvolvimiento. Y son momentos doblemente dramáticos, finalmente, porque mientras se posterga este abordaje de la autocrítica por parte del Movimiento Nacional y Popular, y su completamiento a través del único camino posible, el de la praxis, el flamante partido de los hermanos Milei podrá cosechar adhesiones de confundidos y oportunistas (que abundan) y habrá que preguntarse después, en un futuro cercano, cómo fue posible que sigan al frente de los destinos del país.