Bolsonaro y el bolsonarismo pasados por los rayos equis de Jefferson Miola, un gran observador de la política brasileña que también sigue de cerca la realidad argentina. El origen. Por qué cambió el Poder Judicial. Los villanos de ayer, héroes democráticos de hoy. La causa del apoyo popular a Bolsonaro. El papel de Washington. Los desafíos para Lula.
Docente, investigador, periodista, diplomático comprometido con el Mercosur en los primeros gobiernos de Luiz Inacio Lula da Silva, Jefferson Miola es uno de los más agudos observadores brasileños sobre el fenómeno de Jair Bolsonaro y el bolsonarismo. Y además conoce muy bien la Argentina. El tema con él podría ser cuál es la mejor pizza de la calle Corrientes, en Buenos Aires, pero hay otras noticias que relegan a la gastronomía. Una de ellas es la posible condena de Bolsonaro, que podría incluso quedar encarcelado.
–Es que tuvimos de Presidente a alguien involucrado en el mundo del crimen ‒dice Miola en diálogo desde Porto Alegre, en el Estado de Rio Grande do Sul‒. Si no se entiende esto como punto de partida, no se comprende a Bolsonaro. Cuando ganó la Presidencia y cuando asumió ya tenía vínculos muy profundos con el crimen organizado de Río de Janeiro. También por eso fue un gobierno atípico, por decirlo de alguna manera, en términos republicanos y democráticos.
–¿Por decirlo de alguna manera?
–Me refiero a que cometió un conjunto de delitos por los que aún no ha sido condenado pero sí está siendo investigado. Algunos son delitos de corrupción ya confirmados. Pesan sobre él en tribunales internacionales acusaciones de genocidio y crímenes contra la humanidad por delitos que tuvieron como víctimas a pueblos originarios de Brasil y por otros que afectaron a toda la población por su manejo de la pandemia. Otras acusaciones se relacionan con ataques sistemáticos a las instituciones. Al tribunal electoral y a nuestra Suprema Corte de Justicia. Y luego se agrega la planificación del golpe de Estado.
–El intento de golpe contra Lula fue en enero de 2023. ¿O sea que la planificación se realizó cuando todavía Bolsonaro era Presidente, antes del 31 de diciembre de 2022?
–Claro.
–¿Un ejemplo de delito de corrupción que esté en los tribunales?
–El robo de bienes del Estado. Recibió regalos de otros mandatarios y los contrabandeó a los Estados Unidos para venderlos. En la causa hay varios militares. En cuanto a la conducción del gobierno durante la pandemia, hay que recordar que hasta tuvimos una comisión parlamentaria de investigación. Esto involucra a militares. El proceso es inédito en la historia nacional. No solo se trata de Bolsonaro y un pequeño séquito. Hay cinco generales y un almirante que están siendo procesados, que ante las pruebas irrefutables pueden terminar condenados.
–¿Existe la probabilidad de que Bolsonaro pueda terminar preso, entonces?
–Sí, a corto plazo Bolsonaro podría ir a prisión. Y no es porque en Brasil tengamos una tradición de poner presos a los presidentes.
–Claro, porque Lula fue apresado. ¿En el caso de Bolsonaro sería una revancha?
–No. Justamente no. Es conocido que Lula fue sometido a un proceso que terminó siendo fraudulento, según se probó. Pero no estamos frente a un cambio de bando, o que se modificó el Poder Judicial. Lo que ocurrió es que la Suprema Corte, como vértice del Poder Judicial, detuvo el avance del plan golpista. En caso de que hubiera triunfado, hoy viviríamos bajo un régimen dictatorial autoritario. En cambio tenemos un gobierno democrático y con Bolsonaro y otros acusados se está llevando a cabo un proceso jurídico normal, ordinario, según todas las reglas.
–¿Entonces cuál es la clave del cambio?
–Que los héroes de la democracia de hoy son los villanos de ayer.
–Estamos hablando, en parte, del Poder Judicial. ¿Por qué no actuaron como ahora en su momento?
–Bolsonaro ni siquiera debería haber sido candidato, sobre todo la segunda vez. Pero dejaron que fuese para que alguien estuviera en condiciones de competir con el Partido de los Trabajadores. Y durante el gobierno de Bolsonaro las instituciones fueron cobardes. No tuvieron el coraje de enfrentar al gobierno de Bolsonaro. Y Bolsonaro se manejó en una alianza muy fuerte con el presidente de la Cámara de Diputados. Le dio un presupuesto secreto, que le sirvió a un grupo del Congreso para fabricar un sistema corrupto de reparto de fondos. Eso a su vez garantizó el blindaje de Bolsonaro y su gobierno en el Poder Legislativo respecto de un eventual juicio político.
–¿Por qué se fue dando el cambio de villanos a héroes de la democracia?
–Las clases dominantes y sus representantes en las instituciones se dieron cuenta de que Bolsonaro representaba una amenaza. Aunque fuera la respuesta más eficaz ante el petismo, también la elite nacional empezó a verlo como una amenaza para ella misma. Inviabilizaba el proceso de dominación capitalista en Brasil.
–¿Cuánto influyeron los Estados Unidos?
–Los Estados Unidos bajo la administración de Joe Biden a partir de 2021 envió funcionarios a conversar directamente con los militares. Les dijo que la administración Biden no reconocería un golpe, y sometería a Brasil a sanciones duras en caso de una interrupción institucional. Y luego está el factor Lula. Una vez que Lula recuperó los derechos que le fueron ilegalmente sustraídos por los villanos, y los héroes se los devolvieron, generó una enorme capacidad de reacción popular. Esto dificultó que el golpe avanzara y generó un patrón de solidaridad que fue decisivo para que el golpe no se consumara. Bolsonaro y su grupo se estaban convirtiendo en una amenaza: la amenaza de una república teocrática y dictatorial bajo el comando de los militares.
–¿Cuántos funcionarios militares llegó a haber en el Estado?
–La colonización del Estado brasileño, y no solo en los asuntos militares fue impresionante. Llegaron a tener diez mil funcionarios. Es un proceso que empezó en el gobierno de Michel Temer, tras el golpe de 2016. Hoy quedan entre 2500 y 2800 militares, pero la gran mayoría está en el el Ministerio de Defensa o en seguridad presidencial. Son menos, pero no hay que minimizarlos. En el propio gobierno de Lula hay una discusión sobre la participación militar en el gabinete de seguridad institucional, un organismo con gran influencia sobre la inteligencia. Militarizaron completamente el Ministerio de Defensa, que debería ser un órgano civil. De lo que digo hay documentación. Está documentado que en la conspiración contra Dilma Rousseff de 2016 hubo participación militar. También hubo presiones militares contra la Corte para apresar a Lula. Tengamos en cuenta que, a diferencia de la Argentina, en Brasil no hubo ni Justicia ni condena a los crímenes de la dictadura, y eso tiene un efecto tremendo: permite las intentonas contra la democracia porque sus protagonistas saben que quedarán impunes.
–Lula llegó al gobierno gracias una coalición electoral amplísima, que incluyó nada menos a Geraldo Alckmin, el ex gobernador de San Pablo, como candidato a vicepresidente. Digo que nada menos porque Alckmin fue también contrincante del PT en elecciones presidenciales. ¿Qué sucede hoy con el juego de fuerzas?
–Lula enfrenta fuerzas muy poderosas. Hay una tensión permanente con los empresarios más grandes, sobre todo los del sector de las finanzas. Es paradójico, porque el capital financiero sigue ganando y las empresas industriales están cada día mejor. El problema de Brasil es que el Banco Central secuestra la política monetaria. Tenemos la tasa de interés real más grande del mundo. Está en 11,25 la nominal. La tasa real es de alrededor del 8 por ciento, porque la inflación también bajó.
–¿Y el bolsonarismo?
–Es un enorme fenómeno político. La gran influencia de la ultraderecha cambió el debate político. Los partidos tradicionales casi desaparecieron en términos reales. El Partido de la Socialdemocracia Brasileña de Fernando Henrique Cardoso, por ejemplo, casi no tiene existencia verdadera. Creció enormemente la extrema derecha, que conquistó gobiernos de Estados y municipios. Es la primera minoría en la Cámara de Diputados, con 99 legisladores sobre 513, y tiene presencia en el Ministerio Público, en el Poder Judicial, en la Policía y en las Fuerzas Armadas. Frente a ellos, Lula logró atraer sectores democráticos nacionales y a esos sectores del capital preocupados por Bolsonaro. Se oponen al bolsonarismo y a las dos ramas de la extrema derecha.
–¿Cuál es cada una de esas ramas de ultraderecha?
–Hay dos ramas de la extrema derecha. Una rama secundaria, clave en el caos que sufrimos, fue la extrema derecha lavajatista, por el proceso de Lava Jato que encabezó el juez Sergio Moro. La rama principal es la extrema derecha bolsonarista. Sí tiene peso, y en el próximo tiempo la confrontación será entre Lula y lo que Lula representa, por un lado, y por otro lado esa extrema derecha liderada por Bolsonaro, incluso aunque eventualmente esté en la cárcel. No olvidemos que Bolsonaro en 2022 sacó 58 millones de votos. La diferencia de Lula fue de menos de dos millones arriba. En Brasil la clase alta, la clase media alta y la clase media media equivale a 10 millones. O sea que dentro de esos 58 millones están los votos de trabajadores precarios, pobres, negros, desempleados… Son sectores populares que fueron conquistados por el bolsonarismo. No conocemos mucho cómo fueron cooptados por el mesianismo fundamentalista dentro de los evangélicos, y no hablo de todos los evangélicos por supuesto. Deberíamos conocer más.
–Pero también hay razones políticas. O sociales. ¿Cuáles son?
–En la medida en que el Estado se aleja de funciones fundamentales en una sociedad tan injusta, las iglesias ocupan ese espacio. Sobre todo las evangélicas. De ahí vienen también las ilusiones populares de arreglárselas por sí mismos. Pasan a oponerse al Estado en lugar de reclamar que el Estado actúe como correspondería con políticas públicas para favorecerlos. Porque antes el Estado falló. La gente pobre fue atraída por la retórica salvacionista de Bolsonaro. Y por su prédica anticomunista, aunque las frases vengan de la Guerra Fría. El antipetismo es el anticomunismo contemporáneo. Inventa enemigos internos que luego deben ser combatidos. Así es la retórica de Bolsonaro. Crea una falsa histeria. Moviliza el resentimiento de los resentidos y busca darles sentido a su vida. Y además, es la sustancia que organiza la visión de las Fuerzas Armadas como una fuerza que debe combatir a los enemigos internos, o sea a la población, y en especial a los empobrecidos de las grandes ciudades.
Es una realidad compleja. Estamos ante síntomas nuevos que exigen nuevas respuestas. No podemos quedarnos quietos.
En lo que pocos se atreven a admitir o aceptar: que demasiados de sus votantes se parecen demasiado a ellos. Glup