Jubilados en el fondo del mar

En la Provincia de Buenos Aires, debajo de Tapalqué, podríamos poner una gran granja para que los susodichos se conecten con la tierra y produzcan algo. Pero la tierra y la naturaleza están llenas de piojos y eso podría volverlos homosexuales.

¿Y qué tal si a toda esta banda desaforada de sesenta, setenta y ochenta años los mandáramos al fondo del mar a vagar con esas alimañas tan gráciles? Estarían chochos. Y las mujeres también. Hay que incluirlas.  Ahora sería mixto el rebaño, ahora no se separa por sexo como bien se hacía en mis tiempos. Es que antes la vida era más ordenada. Yo asistí y fui profesora del Normal de Señoritas Número seis. Mi marido a sus horas libres las dedicó a dictar Formación Moral y Cívica en el Nicolás Avellaneda, que era un colegio de varones. Pero, bueno, me estoy yendo de tema. Ahora, lo que hay es un verdadero desorden y se hace urgente limpiar. “Limpieza social” llamó Uribe Vélez al gran trabajo que hizo en la sufrida Colombia. Pero Argentina es diferente. Argentina sufre un exceso de Estado y eso hizo que la gente acá se acostumbrara a vivir con tantas cosas gratis. Sobre todo los viejos, perdón, los sexa, septua y octogenarios, que, además, se solazan estudiando artes varias, música, teatro, literatura en talleres que ocupan y ensucian por las noches a las escuelas primarias. Es que tanto hedonismo a una sociedad la puede volver peligrosa.

Urgente, tengo que pensar un plan y una solución para los sexa, septua y octo. Un plan que le guste a la hermana, porque él no me va a escuchar. Y que le guste también a la superministra de seguridad, cosa que va a ser difícil, porque ella ya está muy cómoda con el negocio de los fierros y no lo va a querer dejar. ¿Qué digo? ¿”Fierros”? Ay, estoy perdiendo la compostura. Si sigo empleando estos términos barriobajeros se me va a desarmar el peinado, mi adorado casquito castaño que luzco desde mis veinte, en los bellos tiempos del general Onganía.

Fui nombrada Ministra de Relaciones Exteriores porque viajé por muchos países y poseo una copiosa  colección de postales. Bueno, también estudié, siendo una mujer madura, “Comercio Internacional” en la prestigiosa  Urnegmn, Universidad Reagan de Márquetin y Negocios. Pero no quiero hablar de mí. Quiero encontrar con urgencia un plan para sacarnos de encima el costo de las jubilaciones y pensiones que tanto malgasto les ocasionan a los argentinos.  Tengo que ofrecer un plan. A ver… En la Provincia de Buenos Aires, debajo de Tapalqué, podríamos poner una gran granja para que los susodichos se conecten con la tierra y produzcan algo. Pero la tierra y la naturaleza están llenas de piojos y eso podría volverlos homosexuales. No. Pensemos otra cosa. Podríamos alojarlos en albergues deportivos distribuidos por todo el país. Todo bien cercado por alambrados y por fieles gendarmes. Allí los internos se dedicarían a jugar a las bochas y al ajedrez, que es lo mejor que saben hacer… pero no. Mejor, no. Eso los exaltaría, podrían quebrarse los huesos osteoporósicos y habría demasiados problemas y gastos para el presupuesto argentino.

Ay, ¿qué estoy pensando? A veces mi cabeza divaga o se me desbanda la memoria… Al principio hablé del fondo del mar. Era por ahí. Podríamos enviar a todos estos sexa, septua y octos a mecerse en el fondo del mar argentino con las estrellitas blancas esas tan delgaditas, o con la rojita culoncita, perdón, o con los peces psicodélicos. Mecerse en el agua sin sentir el peso del cuerpo ni del tiempo. A vagar con alguna luz dicroica que los ilumine y que ilumine el entorno. A besar y a plumeriarse con los corales. A levantar el polvo del lecho y marearse un poco más, perdiéndose sin estar perdidos, porque en el fondo del mar no hay partida ni metas, no hay apuros, no hay tensiones. Volver al vientre de mamá, pero más grande, mucho más grande, en un viaje larguísimo, sin punto de llegada, con esas plantitas tan bonitas, esas alimañas tan gráciles, sin osamentas, sin durezas.     Descenderíamos con esas máquinas tan modernas, y con unos buenos tubos de oxígeno bien cargados para quedarnos hasta que el oxígeno se termine.

¿”Descenderíamos”? ¿Eso dije? Ay, qué digo, si yo no me quiero jubilar. A veces pienso cosas que no quiero. 

No. Esto no puede ser. Nuestro gobierno tiene como propósito bajar el hedonismo de los argentinos. Y lo vamos a cumplir. No voy a llevar plan. Mejor dejemos en esto a la superministra que ya compró los fierros y así no tenemos que gastar más. Ella sabe muy bien lo que hay que hacer y lo cumple. Además, si le llego a decir que yo podría descender con ellos, me gasearía, me pegaría y me faltaría el respeto delante de todos y yo perdería mi compostura, mi peinado, mi adorado casquito castaño.

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