El ruso visitó al norcoreano para comprar municiones y drones. El norcoreano recibió al ruso con besos, esperando petróleo, cash y sistemas de precisión para misiles.
El toque estrambótico, muy de allá, fueron los canteros de flores al borde de la inmensa alfombra roja. Era, diría el cowboy, un acre de alfombra roja y un jardín entero de lo que parecían tulipanes. El avión marcado “Rusia” en el fuselaje aterrizó perfecto, al centímetro para que la escalerilla se acercara y la escotilla se abriera. Ahí apareció Vladimir Vladimirovich Putin, que estaba tan en su papel que hasta sonrió, que no le sale mucho. Al pie, sobre el campo rojo, estaba su anfitrión, gordito, cuadrado y con la enorme sonrisa de siempre. Kim Jong-un hasta abrió los brazos de alegría.
Cosas de la vida y de la guerra, la Rusia postsoviética y la Corea supersoviética acaban de entrar en una alianza militar que dejó preocupada a media Asia. Putin necesita municiones de las más básicas, como balas de cañón, drones y misiles de corto alcance, de los que usa la infantería. Kim necesita dinero, petróleo y tecnología para misiles complejos, que todavía no le salen. Con lo que se entienden las demostraciones de cariño, el himno ruso tocado por una orquesta gigantesca, la hipérbole de los elogios mutuos.
Quien se pregunte por qué los rusos, que al final son una potencia mundial, necesitan municiones coreanas no tiene más que ver los uniformes de las tropas de Kim. Lo que verá son las botas de infantería a media pierna, las guerreras verdes, la gorra imperial y las charreteras “fratacho”, duras y extra anchas, del Ejército Rojo post Segunda Guerra Mundial. Es el mismo uniforme que usaban los chinos de Mao, que lo descartaron hace rato como un símbolo de cambio.
Los coreanos lo siguen usando, como siguen usando las matricerías y maquinarias industriales de la época soviética, donados en plan solidaridad internacionalista al primero de los Kim. Como Corea del Norte tiene un sector industrial militar completamente sobredimensionado, es de toda lógica que Rusia aparezca a comprar municiones naturalmente compatibles con sus sistemas. Para mejor, Putin puede pagar algo en cash, algo en petróleo y algo en sistemas de guiado para misiles.
Ya había denuncias, siempre negadas, de que Rusia usaba drones norcoreanos en Ucrania, y sospechas de que la munición de artillería era en parte importada. La visita de Estado de esta semana blanquea, y como, la situación, además de estrenar una alianza explícita entre ambos países. Putin y Kim firmaron un tratado de mutua defensa en el cual se obligan a prestarse ayuda en caso de guerra, un retorno al viejo pacto soviético-norcoreano de la Guerra Fría. Lo curioso es la ambigüedad del tratado, que no es de defensa mutua en caso de que alguno sea atacado – el “tocan a uno, tocan a todos” de la OTAN- ni es un contrato de ir a la guerra en ayuda del aparcero. Es simplemente ayudarse si hay guerra, aunque la empiece uno.
El piedrazo hizo olas que se sintieron en la región y más allá. China guardó un silencio espeso, en parte fastidiada porque no quiere una Corea del Norte potencia nuclear y en parte porque ya tiene su propia alianza con Putin. Japón y Corea del Sur, blancos directos de un potencial ataque de Kim, denunciaron con vigor. Los norteamericanos también, pero con la satisfacción del “yo te avisé”. Emmanuel Rahm, el vivísimo ex intendente de Chicago que ahora es embajador en Tokio, elogió la visión del presidente Joe Biden en “invertir capital político” renovando las alianzas en Asia. Eran para contener a China y tabicar lo más posible a Corea del Norte.
El problema con el régimen norcoreano es que nunca se sabe para qué lado va a saltar. Como es una paradojal monarquía roja, con este Kim el tercero en el trono, es un Estado de lo más dependiente del humor y el carácter del rey. Por ejemplo, hasta este año una política oficial de primer orden era amigarse con la otra mitad de Corea, buscar una paz y quién te dice una unificación. Pero este 2024 inauguró una nueva política muy hostil, con un repudio a la idea de amigarse y una declaración de enemistad hacia Seúl. Mientras, vuelan los misiles por encima de la península y Japón, y siguen los test atómicos.
Hasta ahora, el consuelo era que esos misiles iban medio de emboquillada y caían por ahí, en el rumbo correcto pero a ojo. Con sistemas de guiado rusos, precisos, la cosa puede cambiar. Por algo Kim despidió a un incómodo Putin con dos sonoros besos al pie del avión.