El sacerdote Roberto Ferrari, de Curas en Opción por los Pobres, cuenta cómo día a día mide la degradación que producen las políticas nacionales. Basura en la calle, todo más sucio y descuidado, falta de comida y ocio forzado son los primeros elementos que observa su vista experimentada.
“La Esperanza” es un barrio popular de la zona de Benavídez, en el partido de Tigre, al norte del conurbano bonaerense. Allí reside Roberto Ferrari, sacerdote del grupo Curas en Opción por los Pobres, párroco de la capilla Santa María de la Esperanza. Lo que narra es la postal de su barrio hoy.
Ferrari, que antes misionó y residió en un barrio de la zona Soleil, así llamada por la cercanía con el shopping homónimo, en el límite entre los partidos de San Isidro, San Martín y Tigre, ya pasó allí el macrismo. Cuenta que, según observa, ya comenzó lo que denomina “el proceso de degradación del barrio”.
“Para empezar, todo se ve más sucio y descuidado que dos meses atrás”, analiza. “Hay más basura en la calle, tal vez porque los camiones pasan menos, no sé si por resortes de personal o de combustible”.
La convivencia con la basura es una de las primeras señales de decadencia y abandono de los barrios populares, como señala Juan Grabois en su libro “La clase peligrosa”. Una de las primeras cosas que se deja de hacer, en crisis, es levantar la basura de los barrios pobres.
El otro dato que observa Ferrari, en la misma línea, es el pasto. “Está más largo, por donde mires”. No sabe si dejaron de pagarles a los cooperativistas que suelen recorrer la zona con la motoguadaña al hombro o si lo que les pagan ya no rinde, por el aumento del combustible.
El hecho es que antes, terminada su tarea para el municipio, golpeaban palmas y ofrecían cortar en la vereda o el jardín delantero a voluntad o por un monto accesible, pero casi nadie puede pagar lo que esa tarea vale ahora. Se los ve menos y casi no se los escucha.
Ferrari ejemplifica: “El mismo muchacho que no hace tanto, por mantener el parque, la vez anterior cobró seis mil pesos, ahora cobró catorce mil”. Nadie sabe cuánto será la próxima vez, ni si podrán pagarlo. Y la falta de mantenimiento coincide justo con el brote de dengue más importante del que se tenga registro, aunque el gobierno nacional lo minimice. La tormenta perfecta.
Lo más duro, cuenta Ferrari, es que se multiplicaron los pedidos de comida. “En la parroquia dábamos de comer los domingos a la noche, gracias a que un grupo de vecinas se organizó para cocinar, más o menos desde la pandemia. Ahora estamos viendo cómo hacemos para ampliarlo a otros días. Nunca entregamos mercadería, pero los pedidos son tantos que también lo estamos evaluando.”
Ferrari no tiene números, tiene impresiones, vivencias. “Antes esos pedidos eran ocasionales. Ahora son constantes.” Cuenta que se presenta gente por primera vez, gente que no sabía lo que era recurrir a un comedor, que nunca había experimentado esa necesidad.
En el barrio, además de la parroquia, cuentan con un centro comunitario. “Ahí estamos más organizados. También vemos cada día más gente preguntar por comida. La contracara de eso, o la explicación, es en buena medida la pérdida del trabajo, que suele ocurrir en los sectores informales antes que en los formales.
“Más gente en la casa, más gente sin actividad. Los muchachos se juntan al caer la tarde a tomar cerveza en el kiosco. Cada vez terminan más tarde, cada vez importa menos qué día de la semana es.” Para el que no tiene trabajo ni obligaciones, todos los días son exactamente iguales.
Ferrari también observa un cambio de estado de ánimo. “En estos barrios, siempre hay un grupo de gente con una sensibilidad especial, con una preocupación por el otro. Ésos están especialmente angustiados, preocupados”, dice el párroco que camina, recorre, interactúa pero, sobre todas las cosas, escucha.
Al resto de la gente, a la mayoría, la describe como “en tensión”. “No entre ellos, al menos no todavía. Por suerte no se ve un aumento de los conflictos entre vecinos, pero para la mayoría la lucha por la supervivencia se volvió un elemento sumamente tensionante.”
Ya en la campaña, especialmente en las semanas que separaron las elecciones generales de octubre del balotaje de noviembre, Ferrari había observado los comportamientos por sexo y edad respecto de las opciones políticas existentes.
“Las mujeres perciben mejor el peligro que representa Milei”, había afirmado entonces, en comparación con los hombres, y especialmente las mayores, muchas de ellas en cabeza de familias numerosas, con hijos y nietos a cargo, con la memoria vívida de otras crisis anteriores.
Precariedad
Aun perdiendo ingresos, muchas veces los pobres logran reacomodarse de alguna manera para sobrevivir. Pero el problema de esos equilibrios es la precariedad. Cualquier contingencia, cualquier viento, puede empujarlos un escalón más abajo. Por ejemplo, si se rompe una heladera o una herramienta que se usa para trabajar, como una moto. Pero también están los desafíos o contingencias estacionales. Una situación de éstas puede empujarlos a endeudarse, con tarjeta los que tienen, o con una cueva o con un transa. En los tres casos siempre a tasas usurarias. Una vez que se da ese paso, la salida es por lo menos difícil.
“El desafío ahora es que los chicos puedan empezar las clases. La gente se mueve de mil maneras para intentar hacerse de zapatillas, guardapolvos, mochilas, útiles escolares y todo lo necesario. Buscan precios, buscan donaciones, remiendan, arreglan, recorren lo que sea necesario.”
El inicio de clases también será un alivio para las familias. Casi dos millones y medio de chicos y chicas de la provincia de Buenos Aires realizarán una comida diaria en los comedores escolares del Servicio Alimentario Escolar, dependiente del Ministerio de Desarrollo de la Comunidad. ¿Quedará recortado el servicio, o el gobierno de Axel Kicillof trasladará la restricción de fondos nacionales a otras partidas y dejará intacta la de los alimentos escolares? Es otro de los temas de fondo que le ponen un contexto dramático a la crisis. Cuando se resuelva, el cura Ferrari sabrá si se le presenta un nuevo desafío cotidiano.