La fragilidad y el miedo

Donald Trump, Scott Bessent y Barry Bennett evitaron el naufragio de Javier Milei cuando todo estaba a punto de desmadrarse. Sin su intervención el escenario que se vislumbraba apenas unos días antes de la elección del 26 de octubre trazaba una secuencia de acontecimientos vertiginosos y definitorios para la suerte del gobierno: colapso cambiario y financiero, posible derrumbe electoral y crisis de gobernabilidad.

Hasta el momento de la intervención de los Estados Unidos, era previsible un “efecto dominó” que explicaba las conductas de quienes habían tomado distancia de Milei, alertados sobre el rumbo que conducía de nuevo al país al precipicio. En lo económico, desde hacía meses, el agotamiento del modelo libertario no solo se manifestaba en el deterioro de la economía real sino en la necesidad crónica de requerir ingentes recursos financieros para sostener artificialmente un equilibrio que se hacía cada vez más inestable, a costa de hipotecar aún más a la Argentina.

A medida que se fueron agotando las instancias de ayuda, incluyendo al propio FMI, el aumento del riesgo país y la fuga de capitales eran las señales que ponían en evidencia la insolvencia del programa y su incapacidad para afrontar los compromisos derivados del endeudamiento externo. A lo que se sumaba el aumento astronómico de la deuda en pesos de corto plazo, que llevó a las nubes las tasas de interés y los encajes al sistema financiero. Un coctel explosivo.

Esa lectura, negada por el gobierno pero compartida casi por unanimidad por la inmensa mayoría de los economistas, tanto heterodoxos como liberales, se basaba en hechos objetivos, verificables. Nadie tenía duda de que la Argentina, librada sola a su suerte, se encaminaba hacia otra mega-crisis y que el gobierno, independientemente de sus relatos, carecía de los instrumentos para evitar que esa crisis estallara. La sentencia no dejaba lugar a dudas: el programa ideado por el aspirante a premio Nobel y “el mejor ministro de economía de la historia” había llevado al país, una vez más, ante las puertas del infierno.

Desde antes de las elecciones del 7 de septiembre, pero decididamente a partir de la derrota en territorio bonaerense a manos del peronismo, junto a la profusa difusión de los presuntos hechos de corrupción que comprometieron al núcleo más cercano al presidente, los gobernadores dialoguistas, los legisladores que van y vienen, los periodistas que le hacían la corte al líder libertario al extremo de transformarse en aficionados a la ópera de los domingos en Olivos y los voceros conspicuos del círculo rojo, como quienes dicen “yo no fui”, se iban desmarcando raudamente del oficialismo. Dejaban a la intemperie al Presidente y su gobierno. Eran días de zozobra. Ni Milei ni sus ministros más allegados podían ocultarlo, a pesar de sus intentos de tapar el sol con las manos y disimular su decaído estado de ánimo.

Desde el punto de vista de la oposición, el problema electoral dejó de ser el centro de sus preocupaciones. Todos daban por descontada una derrota histórica del oficialismo y no pocos se interrogaban sobre lo que podía suceder, tanto en lo económico como en lo social y en lo político, si efectivamente se desataba la crisis que todos, o la mayoría, veían venir. La consecuencia fue (especialmente en el caso de la provincia de Buenos Aires) “hacer la plancha”, no agitar las aguas más de lo necesario, dando por sentado que, electoralmente, Milei se caía por su propio peso. Además, por si fuera poco, el caso Espert era la pieza de remate para consolidar una victoria sobre el oficialismo sin hacer otra cosa que esperar de brazos cruzados el resultado de la elección.

El freno a la crisis cambiaria

Sin embargo, justo en el momento en que todo parecía derrumbarse para el gobierno, la intervención de Estados Unidos evitó la anunciada y previsible catástrofe. Lo hizo, como se sabe, operando en forma directa la venta de dólares cuando quedó al desnudo que el gobierno se mostraba impotente para frenar la crisis cambiaria que todos vislumbraban como inminente, y cuyas consecuencias eran imprevisibles. Pero también, en simultáneo, interviniendo a cara descubierta en el proceso político-institucional, al operar sobre un amplio abanico de dirigentes políticos y empresarios que se avinieron a escuchar las razones esgrimidas por Barry Bennet, quien representando informalmente al gobierno estadounidense los llamó a reflexionar sobre la necesidad de evitar que se agudizara la debilidad política del gobierno libertario.

Dicho de otro modo, mientras Scott Bessent se hacía cargo de timonear el barco para evitar el naufragio financiero, Bennett, desde su rol de consultor, se ocupaba de llenar el vacío político de un gobierno (y de un Presidente) literalmente colapsados. El modo en que Donald Trump trató a Milei durante su reunión en la Casa Blanca exhibió el trasfondo de lo que en verdad estaba sucediendo. No fue recibido como un Jefe de Estado porque, sencillamente, a esa altura de los acontecimientos, las decisiones económicas y políticas que definirían la suerte inmediata del país ya no estaban a cargo del Presidente argentino y de su equipo, sino de los propios funcionarios norteamericanos.

Ni siquiera se guardaron las formas: el modo en que se instrumentó el salvataje fue el de una intervención abierta y desembozada en los asuntos internos de la Argentina, que incluyó la toma de partido a nivel político y electoral al condicionar el apoyo financiero al triunfo del oficialismo o, lo que es lo mismo, a la derrota del peronismo.

La resurrección

El carácter condicional del salvataje, tal como lo explicitó Trump durante su intercambio con la prensa en la Casa Blanca (que dejó perplejos a Milei y su comitiva, al punto de intentar desvirtuar el sentido del ultimátum planteado por el mandamás republicano) fue profusamente difundido por los medios argentinos y fuertemente viralizado en las redes sociales.

En el caso de los círculos opositores, se interpretó que la suerte de amenaza o chantaje planteada en forma explícita por Trump al pueblo argentino ante un Milei sumiso, al que el presidente de EEUU ni siquiera se interesó en escuchar cuando le propusieron volver a traducir sus palabras luego de que fallara el dispositivo de traducción en tiempo real, terminaría de sellar la fragilidad de un gobierno que, según lo reflejaba un sinnúmero de estudios de opinión, había perdido buena parte del apoyo del electorado.

Muchos trajeron al presente la consigna Braden o Perón, creyendo que la intromisión de Trump en el proceso electoral generaría una reacción compartida de rechazo por parte de la mayoría del electorado, amalgamando el voto negativo hacia el gobierno libertario.

Sin embargo, ocurrió más bien lo contrario: en una sociedad como la argentina, donde amplios sectores viven sometidos a las carencias del día a día, inmersos en la incertidumbre y ganados por el temor producido por la amenaza de un posible descontrol inflacionario, el enfrentar, como posibilidad cierta, la irrupción de una situación que se tornara caótica (y que agravara aún más las penurias existentes) parecería haber funcionado como un efectivo dispositivo de disciplinamiento social y electoral. Al mismo tiempo que condicionaba el apoyo financiero al triunfo electoral de Milei, Trump introdujo un nuevo ingrediente remarcando el carácter dramático de la situación: “los argentinos se están muriendo, están luchando por sus vidas…no tienen dinero, no tienen nada”.

Lo que para unos fue motivo de indignación y rechazo, para otros bien pudo haber significado un alivio ante el miedo que los desbordaba. El asomarse al abismo llevó a que buena parte del electorado se aferrara al salvavidas de Trump, aceptando conscientemente las condiciones de su chantaje político o minimizando el significado de sus palabras. Pero cualquiera sea el motivo, una vez más pareció funcionar aquello que hace más de dos décadas Naomi Klein describió en La doctrina del shock como técnica de manipulación emocional de las conductas sociales de quienes viven en la fragilidad de un presente que los torna vulnerables.

Un comentario sobre «La fragilidad y el miedo»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *