La globalización no está en crisis y además llegó para quedarse

La globalización responde a la lógica del desarrollo vertiginoso e imparable de la ciencia y de la tecnología, que necesitan de la ampliación generalizada de los mercados, en plural y sin fronteras, para colocar su producción.

Apple y Google se asocian con grandes empresas automovilísticas para avanzar en la fabricación de vehículos que se desplazan sin conductor o de conducción autónoma. Google ya está montando en Detroit (EE.UU.), junto a empresas automovilísticas, una gran fábrica que dará ocupación a no más de 400 obreros especializados. Actualmente, este tipo de automóviles ya funciona para distancias cortas y recorridos específicos. Son utilizados, básicamente, por grandes empresas.

Firmas dedicadas al desarrollo tecnológico de punta aplicadas a la informática y la comunicación desarrollaron una pulsera que, al colocarla en la muñeca humana, posibilita utilizar el antebrazo como una verdadera computadora que funciona debajo de la superficie del agua. Y, seguramente, mientras las teclas de mi computadora se desplazan para avanzar en la idea de este artículo, estos datos serán superados por nuevos acontecimientos tecnológicos que desbordarán nuestra capacidad de asombro.

Estas innovaciones tecnológicas, impensadas poco tiempo atrás, ocurren en los países desarrollados. En aquellos Estados nacionales que, previamente, supieron integrar sus economías y construir fábricas e industrias a lo largo y a lo ancho de sus territorios, siempre sobre los pilares de las industrias de base. Esta realidad tecnológica resulta inviable en las economías subdesarrolladas. Economías siempre dependientes de los insumos que provee la industria pesada del mundo desarrollado.

No obstante, el ejemplo de los avances tecnológicos nos sirve para otras reflexiones. La globalización, lejos de estar en crisis como creen algunos o muchos, llegó para quedarse. Responde a la lógica del desarrollo vertiginoso e imparable de la ciencia y de la tecnología que necesita de la ampliación generalizada de los mercados, en plural y sin fronteras, para colocar su producción.

Es en este punto donde no debiéramos confundir la globalización, que se nos presenta como una consecuencia lógica del desarrollo capitalista, con la vuelta a las políticas con sesgos nacionalistas, fuertemente proteccionistas, de algunos países desarrollados como EE.UU., China, Rusia y otros de la Unión Europea. No se trata de una mera tendencia o una cuestión de moda. Estas prácticas proteccionistas apuntan, básicamente, a completar y consolidar la integración de sus propias estructuras productivas y revitalizar su mercado interno. Ocurre en tiempos aun en transición hacia el mundo uno, para avanzar luego como aplanadoras y con altos niveles de competitividad en el mercado global, en el que son los principales actores.

Haz lo que yo digo y no lo que yo hago

El sostenimiento de estas prácticas tiende a la defensa y afirmación de sus mercados internos y al mejor posicionamiento competitivo en la generación de bienes y servicios. Responden a una planificación y a una estrategia. Luego, estos mismos países desarrollados, se preocuparán por difundir e imponer la teoría sobre las ventajas del librecambio en las economías más débiles, como la nuestra. Repetirán, una y otra vez, por medio de sus economistas locales, la falaz teoría acerca de las ventajas competitivas que nos ofrece la producción primaria.

Es importante saber que en el mundo predominan los intereses, no las ideologías, y que son éstas las que siempre se adaptan a los primeros. Sin embargo, lo que sí está en crisis es el capitalismo y, más específicamente, su sistema de distribución del ingreso.

Fue y es el capitalismo el gran motor que impulsó las grandes transformaciones en el plano económico y social. Hoy ya no funciona como el sistema de producción y de trabajo que estimulaba la libre competencia con la mirada permisiva de la «mano invisible» del Estado a la que tanto hacía referencia Adam Smith. Esa fase originaria, ya superada, estimuló la apropiación de grandes excedentes económicos y con ellos la irrupción de nuevas formas productivas.

El capital excedente inició y profundizó un proceso de fuerte concentración y centralización del poder económico a escala mundial. Fenómeno que explica la aparición de las grandes empresas y corporaciones multinacionales, a las que hay que entenderlas como un dato objetivo de la realidad, resultante de esta nueva fase del capitalismo y no como un castigo cruel de la historia, como erróneamente se ufanan en denunciar sectores de una izquierda voluntarista con mucha pereza intelectual y dogmática, pero carente, por completo, de rigor científico.

Es la propia evolución del sistema capitalista, que hoy vive la profundización de su fase monopólica, la que generó fuertes concentraciones del capital en muy pocas manos y una inmensa mayoría de población pobre, sin capacidad de consumo. Allí reside la gran contradicción y crisis del capitalismo actualmente. Grandes stocks productivos con posibilidades de mayor ampliación aún y, por otro lado, un mercado consumidor con inmensos bolsones de pobreza y sin recursos para adquirirlos.

Esa cruel paradoja que exhibe un sistema capaz de superar hasta lo infinito las posibilidades de aumentar la oferta de bienes y servicios, se ve progresiva y simultáneamente limitada por la incapacidad de consumo de la inmensa mayoría del planeta. La crisis del capitalismo es una crisis esencialmente de demanda. Capacidad instalada para un mercado muy restringido en sus posibilidades de consumo. Tan profundas y marcadas asimetrías no son vehículos para el logro de la paz social.

En esta nueva fase monopólica, donde el fenómeno de la concentración se muestra tan agresivo y voraz en la búsqueda del dominio de nuevos mercados, la presencia del Estado con fuerte poder regulatorio resulta vital e imprescindible para conservar algún poder de decisión y de protección a los sectores más vulnerables vinculados a su mercado interno. Los países desarrollados, donde más se difunden y pregonan las bondades de las políticas neoliberales poseen, puertas adentro, Estados muy fuertes, con gran poder de decisión para negociar exitosamente la estrategia del mundo sin fronteras. Para decirlo de otro modo: En la actual fase del capitalismo monopólico las políticas neoliberales no sólo son anacrónicas, sino que responden decididamente al diseño e interés transnacional.

Para superar esta contradicción, grave por cierto, no sólo resulta impostergable un Estado fuerte que planifique y oriente la actividad económica y mejore significativamente la distribución del ingreso, sino la urgente puesta en marcha de políticas públicas que eleven y expandan la calidad educativa como verdadero motor de la inclusión social. Las modernas formas productivas impulsan cambios de calidad en las cuestiones laborales que serán siempre mejor absorbidas en los países desarrollados porque además de las cuestiones vinculadas a los niveles de integración de su aparato productivo, poseen altos niveles educativos y salariales.

Ser o no ser

Argentina es un país subdesarrollado. Debiera cambiarse de raíz su estructura económica de origen colonial y simultáneamente montarse un sistema educativo que recupere la escuela pública de Sarmiento, la movilidad social ascendente de Perón y los niveles de enseñanza técnica impulsados por Arturo Frondizi. Esto último no con la idea de absorber a los obreros calificados de Detroit (EE.UU.), especializados en la tecnología de punta, sino para irrumpir masivamente en un contexto industrial que integre sus regiones y que siembre de profesionales y técnicos con aptitud suficiente como para desplegar sus conocimientos en la etapa posterior: la etapa de la tecnología de punta.

Así como resulta inviable un desarrollo sin integración nacional, de igual modo resulta inviable avanzar decididos en el desarrollo de la tecnología de punta sin antes integrar nuestros espacios jurisdiccionales sobre la base de las industrias proveedoras de insumos para ese proceso. Antes de ponerse el saco corresponde colocarse la camisa, o la media antes del zapato, no al revés. Es el ejemplo y los pasos que siguieron los países que apostaron a construir una verdadera nación.

Para concluir, es bueno tener presente que no sólo los tiempos del desarrollo tecnológico y científico son vertiginosos, también lo son -aunque cortos- los tiempos para construir una nación en el mundo de la globalización. Se trata de una decisión política. Ser o no ser. Si la idea de comunidad y de patria no se impone en lo inmediato, seremos arrasados en todas las manifestaciones de nuestra cultura forjada en una larga historia de luchas y de síntesis, para transformarnos definitivamente en un simple espacio geográfico donde exista sólo una administración. La decisión es nuestra, pero el tiempo es breve y nos apura.

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