El Presidente está eufórico porque el canciller de los Estados Unidos dijo que CFK y sus parientes no podrán ingresar en territorio norteamericano. En su euforia, que lo hizo imitar el estilo de Manuel Adorni, olvidó qué fue del destino final de dos hombres que parecían los elegidos de Washington: Volodimir Zelensky y Leopoldo Fortunato Galtieri.
El otoño argentino empezó el 21 de marzo con la decisión del secretario de Estado norteamericano Marco Rubio de hacer una señalización de nombres para informar que no podrán entrar en los Estados Unidos por supuestos actos de corrupción en la Argentina. Rubio no dice “supuestos”. Omite que no hay fallo en firme de la Corte Suprema de Justicia contra Cristina Fernández de Kirchner, que es el nombre principal que figura en el comunicado de la cancillería norteamericana.
La lectura no debiera ser formal sino política.
Por un lado, porque una de las decisiones iniciales de Donald Trump fue suprimir la norma instaurada por el presidente James Carter de penalizar a las empresas norteamericanas que pagaran coimas a funcionarios extranjeros. Es decir que business are business y no hay que molestar a los que hacen negocios. En especial cuando otros países, como los europeos, que son competencia, disfrazan la coima de comisión para disimular que hacen la vista gorda ante sus propios empresarios. Primera comprobación: la corrupción no es un tema ni siquiera secundario de la agenda trumpista, y más aún si dificulta la toma de ganancias en medio de la guerra comercial con China y el reacomodamiento de gastos en relación con la Unión Europea. Primera hipótesis respecto de la Argentina: es la política, estúpido.
Por otro lado, una lectura política fina no debiera dejar de lado la respuesta de Su Excelencia. Siempre impulsivo, el Presidente Javier Milei no dudó en imitar a su vocero y tuiteó: “CHE Cristina… Fin.”. Con su costumbre de poner links tal como había hecho el 14 de febrero con $LIBRA, Su Excelencia citó en el posteo a la embajada de los Estados Unidos en la Argentina. Un texto reproducía las opiniones de Rubio sobre Cristina Fernández de Kirchner y la obra pública en la Argentina y su decisión de que, textualmente, “CFK, De Vido y sus familiares no puedan, en general, ingresar a Estados Unidos”.
Y esa respuesta no debiera ser dejada de lado porque no implica sólo impulsividad sino una muestra de lo frágil que se siente Su Excelencia. Como se sabe, avanzan en distintas instancias de los Estados Unidos (judiciales, financieras y en el terreno de la persecución penal) investigaciones sobre la criptoestafa de $LIBRA, sobre las relaciones de la secretaria general Karina Milei con ella, sobre los supuestos cobros de influyentes para llegar a Su Excelencia y sobre el involucramiento directo de Su Excelencia en una maniobra de la que fue protagonista decisivo: sin su tuit del 14 de febrero promoviendo a $LIBRA, el valor del memecoin no se habría disparado, nadie habría ganado nada y, simétricamente, nadie habría perdido. Imposible adivinar los ritmos que tendrá cada andarivel de la criptoestafa en los Estados Unidos, pero algo es seguro: Su Excelencia no es Trump como para que la Justicia norteamericana dé por olvidada una condena por presuntos sobornos a una actriz hard hot. Tampoco es un seguidor tan cercano de Trump como los que participaron de la toma del Capitolio y fueron perdonados.
Como también está desesperado por conseguir dinero en préstamo del Fondo Monetario Internacional, Su Excelencia debiera saber que el proclamado alineamiento automático con los Estados Unidos y con Israel no entraña necesariamente beneficios recíprocos. Es decir: puede ser que el FMI, por decisión política de la Casa Blanca de Trump Dos, principal influencia en el directorio del Fondo, y ya no sólo en el staff técnico, acceda a extender un préstamo para que a su vez sirva como una manera de pagar el megapréstamo que Trump Uno hizo conceder a Mauricio Macri en 2018 para que ganase las elecciones. Macri no las ganó y, a pesar de su proclamada profunda amistad con Trump, no figura hoy entre los elegidos por Washington como estrella de la política argentina. Si en algún momento fue una estrella, cosa por demás dudosa, hoy su luz es la tenue iluminación de un actor de reparto. Sólo se ve porque alguna vez existió.
Los políticos extranjeros que ignoran la riquísima amplitud de matices de los Estados Unidos y creen que un préstamo del Fondo o un tuit tienen valor estratégico, disponen de un espejo donde mirarse: Volodimir Zelensky. De ser el astro lisonjeado como símbolo de un ariete de la OTAN contra Rusia, terminó sin el Oscar al mejor desempeño extranjero. Hoy Trump lo reta en público. Lo hizo nada menos que en el Salón Oval, sede de grandes pasiones como le consta a Bill Clinton. Para Trump, el actor ucraniano que un día llegó a presidente es un hombre que ahora sólo debe aprender a pedir perdón mientras negocia, sin fuerza alguna, qué empresas se quedan con los 17 elementos químicos esenciales para la tecnología de punta, llamados eufemísticamente “tierras raras”.
Para ser el Zelensky del Cono Sur, Su Excelencia no solo coqueteó con su par ucraniano y le dio uno de sus abrazos de oso. En una voltereta, hizo que la misión argentina en las Naciones Unidas no adhiriese a una resolución mayoritaria que reivindicaba el principio de integridad territorial de los países. No sólo es parte de la Carta de las Naciones Unidas a la que adhirió la Argentina hace 80 años, casi en simultáneo con el nacimiento del peronismo. También recoge el principio yrigoyenista (recordar que Don Hipólito es otro de los Mefistófeles preferidos de Su Excelencia) de que “los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos son sagrados para los pueblos”. Y como en diplomacia ningún detalle queda suelto, no reivindicar la integridad territorial por parte de un gobierno argentino supone la chance de que el Foreign Office, integrado por gente atenta y puntillosa, exhiba ese renuncio como carta ganadora durante una eventual discusión sobre la soberanía efectiva de las Malvinas.
Si Su Excelencia no quiere ser comparado con su examigo Volodimir y prefiere un ejemplo local, aquí hay de sobra. Basta con uno: Leopoldo Fortunato Galtieri creyó que cuando desde Washington lo calificaron de “general majestuoso” sería para siempre, sólo porque majestuosamente la dictadura argentina había prestado torturadores argentinos senior para entrenar torturadores junior en América central. Leyó mal Galtieri. Desembarcó en Malvinas pero no recibió apoyo sino todo lo contrario. Hostilidad vía inteligencia en favor del Reino Unido.
Muchos presidentes argentinos tuvieron una obsesión que se repite incansablemente: cada uno se cree alto y Rubio. También Su Excelencia.