El frenesí norteamericano ya se parece al argentino. Kamala Harris, la vice y de pronto súbita candidata demócrata, gastó los teléfonos, juntó un dineral de donantes importantes en cosa de un día y puso en fila a los posibles competidores para que salieran a apoyarla abiertamente. Hasta la llamó la pareja Obama.
El domingo pasado, 21 de julio de 2024, va a quedar como un codo en la historia de los Estados Unidos. Un presidente renuncia a la reelección a menos de cuatro meses de la votación. La vicepresidente surge como la primera mujer no blanca con chance de ganar. Y el insufrible candidato republicano se encuentra de repente en segundo plano, aunque estaba de estreno como héroe y mártir. No extraña ver a los periodistas ojerosos en televisión y a los analistas políticos con un ataque de nervios.
La semana pasada parece el año pasado, en esta campaña tan esquizofrénica. Después del debate, de lo único que se hablaba era de la decadencia de Joe Biden y de cómo el republicano Donald Trump se lo estaba comiendo crudo. Medio partido demócrata le estaba pidiendo al presidente que se baje, lo que incluyó a los editorialistas de The New York Times. Era una presión nunca vista que Biden contestaba con desafíos y discursos.
Hasta que llegaron los números.
El presidente se había retirado a su casa de veraneo porque, encima de todo, se agarró covid. La nube negra sobre su cabeza se espesó el viernes, cuando le trajeron las últimas encuestas, que mostraban una clara baja y una creciente ventaja de los republicanos. El sábado, Biden volvió a hablar con sus más cercanos, sus porotógos de confianza, y su mujer. Les prometió pensarlo y contestarles el domingo. Ese fue el día en que, minutos antes de salir al aire, le comunicó a su vice y a las más altas figuras del partido que se bajaba.
Es probable que el video de ese domingo pase al currículum escolar junto al cuadro de Washington cruzando el río Delaware y Lincoln hablando en Gettysburg. Biden fue un estadista, manejó el delicadísimo tema con la mayor altura, no le echó la culpa a nadie y prometió seguir trabajando hasta el final. Poco después, por X, apoyó la candidatura de su vice Kamala Harris.
En la entropía política que se vive hoy, y no solo en Estados Unidos, el gesto tuvo sabor a bronce. La oleada de elogios, de cariños, de respetos a Biden trascendió el alivio ante los números: hace rato que nadie veía un gesto de grandeza, alguien que pusiera al país por delante del ego.
La vicepresidente de inmediato comenzó a armar su campaña, primero que nada para ser la candidata oficial. Biden ya había ganado la primaria y ahora dejó en libertad a sus delegados. Su apoyo explícito le garantiza una mayoría a Harris, pero si surgían competidores la cosa se podía complicar. La vice gastó los teléfonos, juntó un dineral de donantes importantes en cosa de un día y puso en fila a los posibles competidores para que salieran a apoyarla abiertamente. Este viernes 26 le llegó la frutilla del postre, con un llamado cariñoso de Barack y Michelle Obama. Harris se guardó la cancha y mostró que es una fina operadora.
Su nombre energizó la campaña y a la famosa base partidaria. Harris es una mujer alegre, de las que sonríen con la voz. Uno la ve con el marido y le cree que lo ama, que no es para la foto. Es excelente hablando en público, no aburre, no necesita agredir, no se pone pastosa cuando elogia. Y tiene un lado duro, porque fue fiscal adjunta en California, algo que la izquierda partidaria no le perdona, y no tuvo empacho en hacer cumplir leyes que había criticado y después siguió criticando.
Y, por supuesto, es hija de un jamaiquino y de una india del subcontinente, lo que la potencia en un sector que los demócratas estaban perdiendo por erosión.
Mientras, en trumplandia
Después del atentado, Donald Trump era el centro de las cosas políticas. Por fin había tenido su minuto de héroe y eso de mostrarse en un acto con la oreja vendada le gustaba. El contraste entre su energía y la súbita abuelidad de Biden era tronante y conveniente, y ya aburría verlo como tema de tapa en todos lados.
De golpe se quedó en segundo plano.
Los trolls atacaron de inmediato, diciendo que si Biden no estaba para candidato tampoco debía estar para presidente, con lo que tenía que renunciar o ser declarado incapacitado para la función. Varios segundones republicanos levantaron la idea, pero ninguno de importancia porque es muy dudoso que les convenga que Harris gobierne por seis meses… a los norteamericanos les gusta reelegir al que manda.
Trump, por reflejo, fue al ataque en las líneas de siempre, insinuando que Harris es rara, extranjera. Por ejemplo, le pronuncia mal el nombre para hacerla sonar exótica y la acusa de ser la candidata más extremista en la historia. Más de un asesor se debe estar agarrando la cabeza, porque esa línea racista y misógina puede piantar votos entre las mujeres. Ya los números demócratas comenzaron a repuntar con la nueva cara del partido.
Y otra cosa que preocupa a los asesores republicanos es que el candidato se ofreció a debatir con Harris “todas las veces que quiera”. El contraste entre el machirulo agresivo y la señora solar puede ser vampírico, desastroso. Pero Donald es Donald y hace lo que a él le parece.