En un pasaje del discurso que pronunció el Presidente Milei frente al Cenotafio por los caídos en las Islas Malvinas quedó clara la cortedad de miras y la penosa banalidad de la concepción libertaria de la política. Además demostró la necesidad de analizar cómo supone Milei un escenario histórico futuro si “el voto más importante de todos es el que se hace con los pies”.
El 2 de abril, Día del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas, frente al Cenotafio erigido en la Plaza San Martín de Retiro el presidente Milei pronunció un discurso patético. Casi todo se ha dicho y escrito al respecto. Incluso en la edición anterior de Y ahora qué? la cuestión ocupó gran parte del análisis habitual de Martín Granovsky, La semana de Su Excelencia, destacándose que Milei entre otras cosas aseguró: “Y si de soberanía sobre las Malvinas se trata, nosotros siempre dejamos claro que el voto más importante de todos es el que se hace con los pies. Anhelamos que los malvinenses decidan algún día votarnos con los pies a nosotros. Por eso buscamos hacer de Argentina una potencia tal que ellos prefieran ser argentinos y que ni siquiera haga falta usar la disuasión o el convencimiento para lograrlo.” Habrá que volver sobre la cuestión.
Titubeante, con notables dificultades para concentrarse en la lectura, entre furcio y furcio Milei omitió referirse a momentos clave en los esfuerzos diplomáticos por la recuperación de las islas. Omitió mencionar siquiera la Resolución 1514 (XV) de la Asamblea General de las Naciones Unidas firmada en Nueva York el 14 de diciembre de 1960, o la resolución 2065 (XX) del 16 de diciembre de 1965, o la Resolución 37/9 del 4 de noviembre de 1982, poco después de finalizada la guerra, en la cual “tomando en cuenta la existencia de una cesación de hecho de las hostilidades en el Atlántico Sur y la intención por las partes de no reanudarlas”, la ONU pidió “a los Gobiernos de la Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte que reanuden las negociaciones a fin de encontrar una solución pacífica a la disputa de Soberanía sobre dichas Islas”.
Por lo tanto se deduce que Milei en su discurso no tuvo en cuenta que los habitantes de las Malvinas son una población originalmente implantada para consolidar la usurpación, pese a que desde 1965 quedó claro que las partes en disputa son la Argentina y el Reino Unido (no la Argentina y los pobladores, los kelpers). Tampoco aludió al hecho que desde entonces quedó claro que solamente los dos países deben negociar la solución pacífica de la soberanía, al tiempo que desde la sanción de la Constitución de 1994 “la Nación argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes por ser parte integrante del territorio nacional”. Y en este punto corresponde además tener presente otro mandato de la Constitución referido a Malvinas: “La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del Derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino.”
Casi concluyendo su discurso Milei se puso a derrapar feo. Poco antes de ceder un nuevo motivo para la perplejidad de gran parte de los asistentes, cuando concluyó sus palabras teñidas de opacidad y leídas como por obligación con el grito extemporáneo Viva la Libertad, carajo, reivindicó su convicción de que “si de soberanía sobre las Malvinas se trata, nosotros siempre dejamos claro que el voto más importante de todos es el que se hace con los pies”. Entonces vitoreó a la Libertad carajeando, y eso fue motivo de una suerte de reclamo de los presentes para que cerrara con el Viva la Patria, lo que finalmente hizo, pero a destiempo.
O sea que sin mencionarlo Milei se había referido a Charles Mills Tiebout, un economista y geógrafo estadounidense repentina y tempranamente malogrado (murió en 1968, a los 43 años) que produjo un par de ocurrencias académicas al estilo de “votar con los pies”, cuyos divulgadores describieron ampulosamente como una alternativa al proceso de votación propio del sistema democrático. La idea es simple, y deriva de los estudios sobre los bienes públicos: la ciudadanía podría manifestar sus aspiraciones programáticas sin necesidad de aguardar al siguiente proceso electoral para recién entonces votar a cualquiera de los partidos políticos en pugna, y en tal caso lo haría (manifestaría sus inclinaciones) desplazándose a otro territorio (a otra jurisdicción, por ejemplo) con políticas en curso más afines a sus preferencias. Y puestos a fantasear, los apologistas del planteo de Tiebout aseguran que los desplazamientos de aquellos aspirados por el canto de sirenas que les llega desde más allá, los auténticos votantes con los pies, no solamente resultarían dispositivos eficientes de asignación de recursos públicos, sino también inhibidores de la concentración discrecional del poder.
Cuando Milei dijo que “nosotros siempre dejamos claro que el voto más importante de todos es el que se hace con los pies”, se refirió a la perspectiva de análisis de acuerdo con Tiebout, suponiendo que los individuos así manifestarían (con los pies, como se verá) sus preferencias por cierta provisión de bienes públicos. El tema es una deriva de los escritos de Erik Lindahl, quien a comienzos del siglo XX elaboró un método de valoración de los bienes públicos, llegando a la conclusión de que habría un equilibrio cuando los individuos estuvieran de acuerdo en pagar cierta cantidad de impuestos por cierta cantidad de bienes públicos suministrados, y el costo del bien público estuviera cubierto por los impuestos agregados. Y como nadie quiere pagar de más, si fuera mensurable el beneficio y el costo sociales de una unidad adicional, dicho equilibrio manifestaría un nivel de producción de los bienes públicos eficiente.
Siguiendo muy sintéticamente a los estudiosos del asunto, apenas rozándolo con los dedos del espíritu, corresponde advertir que en 1954 Paul Samuelson publicó un artículo en el cual ratificaba que los bienes y servicios públicos se financian con impuestos, y que para los contribuyentes que deben honrarlos no quedaría otra que la resignación. Dos años después, sin embargo, Tiebout dijo que no, que para el modelo “cerrado” de Samuelson había otra salida, no pagar sino migrar, comportamiento que llamó “votar con los pies”. Y apenas formulada esa idea pintoresca de Tiebout, que muchos consideraron de una obviedad irreparable, llovieron críticas que pusieron en tela de juicio desde sus principales hipótesis hasta cuestiones de detalle.
Se observó que votar con los pies suena bien, pero es virtualmente imposible, por ejemplo, hallar perfecta movilidad de individuos y hogares (y de empresas, por qué no), así como tampoco resulta fácil encontrar financiamientos del gasto público en diversas localidades mediante sistemas impositivos siquiera comparables, o semejanzas en los ingresos y las políticas redistributivas, o fiel registro de las externalidades inter-regionales. O sea: una vez más la teoría tropezaba con un entorno muy resistente a la simplificación, y en principio imposible de modelizar exitosamente.
Dejando de lado las críticas a los supuestos de la equiparación del sistema impositivo (hubo quienes advirtieron que para atraer inversiones las localidades hasta suelen reducir la imposición al capital, provocando una sub-producción del bien público), de las externalidades inter-regionales (el bienestar que trasciende los límites locales y beneficia a quienes habitan otras localidades, atrayéndolos), y de la curiosa visión de Tiebout respecto de la distribución de ingresos como factor determinante de la migración, tampoco la movilidad de los individuos y los hogares es perfecta. Los críticos señalan que no sólo son condicionantes del “voto con los pies” la proximidad (desde una localidad a otra vecina, por ejemplo, verificándose que a mayor distancia y tamaño de la jurisdicción receptora resultaría menor el estímulo a migrar) sino también, y esto de veras importa, una serie de factores que distorsionan el modelo como son los costos de la movida, diversas cuestiones étnicas y religiosas, la familia, la posibilidad de ingresar al mercado laboral y la cultura.
En definitiva, así como numerosos economistas académicos aseguraron que internalizar (cobrar a quienes consuman) las externalidades de los bienes públicos es una cuestión propia de la política económica, también se aseguró que la distribución de ingresos entre hogares e individuos heterogéneos requería determinaciones formuladas desde la política. Pero si de las ideas de Tiebout, apenas esbozadas en estas líneas, se pretende extraer una suerte de sustituto de la democracia, y esa operación intelectual la intenta el Presidente de la Nación y la repite frente al Cenotafio por los caídos en las Islas Malvinas, aludiendo a los kelpers, cae de maduro que hay algo fuera de lugar en la Argentina, un peligroso brote de antipolítica, aunque se recomiende con total convencimiento y a los gritos votar con los pies.