Terminó el primer año de Milei en la Rosada, y se hace imprescindible serenar la euforia de quienes fueron convencidos de que la Argentina está en los umbrales de la “Utopía Libertaria Prometida”, sin importar las penurias y efectos secundarios que padece más de la mitad de la población. En el arranque de un año electoral clave no queda otro camino que poner al frente nacional en Movimiento, a la par de la hiperactividad oficial y de sus fantasiosos relatos torrenciales diseñados para inhibir la capacidad de pensarlos críticamente.
Era inevitable: tarde o temprano el 2024 debía terminar para ceder el paso al próximo, al que habrá de funcionar como 2025 hasta su propio 31 de diciembre. El que terminó tuvo un rápido desenvolvimiento porque las autoridades nacionales pusieron especial énfasis en llenar cada uno de sus días con caudalosas series de medidas antipopulares, desaciertos, y presuntas y promocionadas realizaciones conducentes a la prosperidad. Fue un año falaz (con resonancias de aquel siniestro consejo: Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá) que pasó rápidamente por figurarse a los ojos de los observadores (también gracias al concurso de la virtual totalidad de los medios de comunicación llenos de novedades, por decirlo así), abrumador y abusivo, una suerte de barroquismo temático desbordante de variaciones de lo mismo y lo diverso, pero carentes de sentido.
Sin embargo el Gobierno demostró gran aptitud para retener la iniciativa política, y no pudo ralentizarse el pasaje del 2024 midiéndolo desde un punto en relativo movimiento porque precisamente el Movimiento Nacional, todavía desarticulado y lejos de superar las tensiones internas que lo paralizan, funciona para el caso como un punto relativamente fijo. Expresado esto en términos metafóricos, pero válidos, un Movimiento Nacional que no se mueve o que se mueve poco inhibe la idea formulada por Einstein respecto de la dilatación del tiempo, o sea, de que el tiempo reduzca su velocidad de tránsito y resulte más extenso por ser medido desde un sitio que también se desplaza, hasta inducirlo a transcurrir con la lentitud de un río pantanoso.
Dicho sin eufemismos, la forma de gestión de los autopercibidos libertarios –la mejor de la historia, según Milei– vista desde un punto relativamente fijo tiende a acelerar al tiempo, circunstancia por la cual se dificulta el análisis de los hechos, la separación de los que tienen algún anclaje con la verdad de aquellos encadenados, fundidos unos con otros, que son meras enunciaciones distractivas y fuegos de artificio para poner distancia entre el pensamiento crítico y su objeto. Es lo que sucede cuando el Movimiento Nacional permanece, aunque la idea parezca redundante y con vocación de oxímoron, inmóvil: entonces el tiempo de sus adversarios se hace más veloz, se llena de tantas acciones y episodios verdaderos o falsos (y meros discursos verdaderos en su falsedad, o falsos en su veracidad) que deviene lisa y llanamente inabordable, fuera de escala al punto que resulta hasta imposible pensar no solo cuántos perros suman el fallecido Conan y sus cuatro descendientes por clonación, sino también cuántos hermanos Milei detentan el poder, y cuántos ministros como Caputo, Sturzenegger, Bullrich o Pettovello les hacen juego.
Pero igual concluyó un año, y por más que se pregone lo contrario, la aplicación sistemática de políticas de ajustes a perpetuidad fabricó pobres, indigentes, hambrientos y amplios sectores de las clases medias en vías de extinción. Terminó un año que debió asomar la cabeza bajo la amenaza de ser abatido y suprimido del calendario por su pertinaz vocación de alcanzar un 17.000 por ciento de inflación –una hiper que a ojito le calculó Milei, con pocos creyentes en el ámbito académico–, motivo por el cual fue rápidamente disciplinado mediante una feroz devaluación del 118 por ciento, tarifazos a diestra y siniestra, y déficit fiscal nulo a costa de no pagar deudas, recortar áreas estratégicos del Estado y abandonar la obra pública. Claro que para evitar la reincidencia y a manera de consuelo el Gobierno libertario apeló a la liberación de precios sabiamente aprovechada por las grandes corporaciones, y allí radicaría uno de los motivos por los cuales la inflación anualizada se mantendría en el 112 por ciento, con salarios, jubilaciones y pensiones con fuertes pérdidas del poder adquisitivo, y la actividad económica en alarmante retroceso.
Pero todo fue rápido, prologado con frenesí a fines de diciembre de 2023, ocasión en que el flamante Gobierno libertario sancionó el célebre y vergonzoso DNU 70 intitulado “Bases para la reconstrucción de la Economía Argentina”, rechazado por el Senado y luego con extenso flotamiento en el limbo de la Cámara de Diputados, hasta que finalmente resultó ratificado por su inclusión en la Ley 27742, de “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”. Esta última norma, tan lesiva de las instituciones republicanas y de los intereses nacionales como pretensiosa, demostraría por añadidura la férrea intransigencia declamatoria de Milei y sus acólitos, a la par de su disposición a negociarlo todo igual que la “vieja” política, habida cuenta que de la versión original que tenía 664 artículos y anexos, quedó en pie una versión abreviada con apenas 238 artículos y anexos.
Lo demás fue (y es) repetición de lo conocido: concluyó un año con el mercado cambiario en calma gracias a su pertinente bicicleta financiera, un mecanismo con pisos alfombrados para que los brokers animen serenamente su carry trade arrimando al fogón divisas de los blanqueadores de evasiones y fugas pretéritas, o de grandes exportadoras y financistas, o de saldos debidos a la recuperación de la cosecha después de la sequía. Además todo pareció dispuesto para que Milei avanzara con la “destrucción del Estado” –un procedimiento conocido por su inevitable conversión en semillero de grandes negocios– y transfiriera los ingresos logrados a los “heroicos empresarios”, los indiscutibles ganadores de su primer año de gestión, mientras la motosierra proseguía suprimiendo áreas gubernamentales completas, abandonando obras públicas, siguiendo con los despidos y, por si no fuera suficiente, eliminando hasta la gratuidad de los medicamentos para los jubilados.
Todo lo anterior y más, muchísimo más, constituyó el estilo hegemónico del año que terminó, durante el cual los argentinos debieron asimilar que desde el poder se mezclara la crueldad con la risa socarrona frente a los sufrimientos ajenos, la competencia por ubicarse a la derecha de la ultraderecha, tanto a nivel local como planetario, y las internas indecorosas entre quienes solo debían gobernar con un mínimo de discreción y armonía. Se cruzaron denuncias apuntando a la hoguera de la corrupción, y el humo que emanaba de la misma provocó lágrimas en los ojos, incluso con acusaciones de gran calibre. Y tampoco faltaron abundantes salidas del círculo áulico del poder por motivos diversos, debiendo dar un paso al costado el exjefe de Gabinete, Nicolás Posse, la excanciller Diana Mondino, la exsubsecretaria de Coordinación Legal y Administración del Ministerio de Capital Humano, Leila Gianni, el exministro de Salud, Mario Russo, el exministro de Infraestructura, Guillermo Ferraro, la exsecretaria de Minería, Flavia Royón, la exsubsecretaria de Turismo, Ambiente y Deportes, Yanina Martínez, entre otros. También hubo renuncias expresivas de crujidos y diferencias insalvables en el seno del joven equipo de gobierno, como fueron las del exsecretario de Energía, Eduardo Rodríguez Chirillo, la del exsecretario de Culto, Francisco Sánchez, la del exsecretario de Agricultura, Fernando Vilella, la del exencargado de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), Silvestre Sívori, la del extitular de la ANSES, Osvaldo Giordano, y una salida intempestiva y muy sonada, la del exintegrante del Consejo de Asesores Económicos de Milei, Teddy Karagozian, que a pocos días de su nombramiento se le antojó manifestar que no veía la reactivación por ninguna parte, y respecto de la orientación del Gobierno dijo algo más: “Las medidas son financieras. Yo, como economista, entiendo la economía real, no la financiera. Digamos que tienen éxito, pero ¿después qué? ¿Cómo baja el gasto púbico en relación al gasto privado, si estamos despidiendo en las empresas por la recesión más rápido de lo que el Estado está despidiendo para bajar el gasto?”. Apenas se apagó el eco de sus palabras, Teddy Karagozian fue eyectado del cargo.
El Gobierno arranca el 2025 heredándose a sí mismo, con un Milei contento porque la recesión è finita, según él, y advirtiendo que desde el segundo semestre del 2024 todo comenzó a encarrilarse debidamente. Claro que la mayoría de los economistas han perdido la fe, y cuando analizan los números que fundamentarían tanto entusiasmo consideran que nunca estuvo en discusión que luego de la crisis autoimpuesta por la megadevaluación y el ajuste habría un cambio de tendencia, pero como el índice de precios al consumidor sería mayor que el difundido por el oficialismo, al hacer mejor las cuentas deducen que el retroceso de la pobreza y la indigencia, por ejemplo, resultaría fantasioso. Aunque tampoco esto importe demasiado, ya que cambiando de tema y puesto a heredar, lo cierto es que el Gobierno vería con buenos ojos que el 2025 repitiera al 2024 en lo que a la resistencia social se refiere, de modo que la población crea que no hay protestas en las calles, marchas y cortes de rutas, no porque fueron invisibilizadas, sino porque pasaron de moda. Y al respecto habrá que curarse en salud y ampliar por decreto la intervención de las Fuerzas Armadas en seguridad interior, y puestos a decretar, ¿por qué no hacerlo para meter dos jueces adicionales en la Corte Suprema de Justicia de la Nación?
Hay que pararlos. Apelando a una metáfora futbolera, habrá que pisar la pelota y pensar una estrategia, armar la táctica correspondiente y apostar al éxito. Pero nada de ello será posible con los jugadores desparramados y quietos en soledad en diversos puntos del campo de juego, mientras los otros hacen cuanto se les ocurre porque en tanto dominadores tienen la capacidad de desmovilizarlos y disponen, por añadidura, de todo el tiempo del mundo a la velocidad que prefieren. Así que habrá que pisar la pelota, pero incluso para eso, aunque suene paradójico, es imprescindible correr, alcanzarla, apropiarse de ella y no detenerse jamás: no hay otra manera de comenzar la disputa para que el tiempo reduzca relativamente su velocidad si no es medido desde un sitio que también se mueva, de manera que se dilate y habilite su intelección.
Hay que pararlos. El peronismo, principal fuerza de la oposición, en un año electoral que parece decidido a encogerse hasta cuando llegue el momento de votar, es responsable de la puesta en marcha del Movimiento Nacional para relativamente ralentizar el tiempo y llegar en las mejores condiciones a las urnas.
Hay que pararlos. La cuestión es compleja pero resulta imprescindible desplegar una militancia que tenga, entre otros objetivos, la unión de los trabajadores, sus sindicatos, los intelectuales, artistas y animadores de la cultura, los movimientos sociales, universitarios y estudiantiles, las organizaciones de derechos humanos y los feminismos. Uno de los ejes fundamentales de esa militancia sería contrastar con absoluta claridad la política productivista bonaerense con el rumbo que Milei adoptó para la Argentina. Hay que pararlos. Y ahora que resulta comprensible por qué los enemigos del Movimiento Nacional velan las armas para recurrir a la represión una vez más, amerita moverse lo antes posible para instalar al país en el tiempo recobrado.