Un joven de 17 años es secuestrado en los años de plomo. Y el relato está escrito en tiempo presente y en primera persona. El libro de García Conde busca reivindicar una vivencia personal, un triunfo de la voluntad de vivir por sobre las peligrosas condiciones que se padecieron entonces. Por eso la obra se diferencia de lo más frecuente que leemos en materia política, aunque está imbricada con la historia argentina del siglo pasado y el uso tan arbitrario como ilegal de la violencia para dirimir conflictos que desde entonces, y bajo otras formas, siguen presentes.
Con un título tan ambiguo como asertivo, llegó a nuestras manos el último libro del historiador y docente Luis Ignacio García Conde que nos beneficia con su amistad. Se trata, como advierte el autor y los editores, de una ficción verdadera, puesto que relata una experiencia de vida que es en sí misma muy impactante.
Lo hace con una fórmula literaria eficaz: relata en primera persona y en tiempo presente hechos terribles, lo que establece en el lector una cercanía muy estrecha con el día a día y los acontecimientos que se van sucediendo junto con los pensamientos que tiene el protagonista sobre lo que le ocurre y las personas con las que tiene contacto: carceleros y compañeros de infortunio en primer término y con su familia luego. Esto último recién cuando es reconocido bajo una cierta legalidad, muy imperfecta porque todo ocurre bajo un régimen de facto y se trata nada menos que de una represión que no se sujetó a las leyes sino que actuó de manera criminal contrariando principios básicos del respeto a la persona humana.
Como en esas películas que advierten que han sido hechas “a partir de hechos reales” este libro cuenta – y sobre todo reflexiona – las vivencias de un joven de 17 años que es secuestrado por un grupo policial en los años de plomo. Lo mantienen durante un largo tiempo desaparecido mientras padece tormentos y malos tratos, encapuchado y maniatado hasta que es reconocido como un preso político y llevado primero a la cárcel de Olmos y luego a una unidad penitenciaria “modelo”, en las cercanías de La Plata, destinada a este tipo de detenidos.
Dos meses en la oscuridad y el terror, un año encarcelado hasta su libertad, sin proceso, sin acusaciones ni razones mínimamente atendibles aún en las condiciones de violencia existentes en aquella época. Puro daño, con grueso compromiso del estado en esas acciones que no sólo no tienen justificación alguna sino que, siendo ilegales, disuelven y degradan instituciones que existen para protección de la sociedad y sus miembros, como la policía y las fuerzas armadas.
Tenemos el máximo respeto y devoción por el género novelístico, pero en esta ficción predomina la evocación de lo real por sobre lo literario. Más bien lo literario está al servicio de lo ocurrido, aun asumiendo que todo relato implica una interpretación que no puede confundirse con los hechos en sí.
Como virtud de esta obra cabe señalar, además, la claridad y precisión con que en ella se usa el idioma, que de este modo no genera obstáculo alguno de comprensión, sino que al contrario la facilita. Es un texto sencillo y diáfano para relatar hechos nada simples, sino complejos e impregnados de angustia y dolor. Una virtud adicional del narrador.
A diferencia de la abundante existencia de textos que describen la represión ilegal, en este libro no hay una intención reivindicatoria o, al menos, no explícita. En todo caso podríamos decir que busca reivindicar una vivencia personal, un triunfo de la voluntad de vivir por sobre las peligrosas condiciones que se padecieron entonces.
Eso fortalece este testimonio, que impacta sobre todo en jóvenes que no habían nacido en la época de los acontecimientos que allí se cuentan. La necesidad de comprender se impone por sobre la denuncia, siempre legítima cuando se trata de atropellos a la condición humana.
Son muy valiosas las reflexiones del protagonista sobre las personas que va conociendo en su calvario. Otros secuestrados, muchos de los cuales son asesinados y nunca encontrados, y también los carceleros/torturadores sobre cuya perversión hay más preguntas que respuestas.
No se trata de contar el libro, cuya lectura recomendamos, sino de señalar algunos pasajes que logran el milagro de la mejor literatura, tal es conmover al lector, decirle algo que no sepa. Por ejemplo, el contacto físico con una detenida sobre la cual es arrojado, siempre encapuchado y maniatado, cuando se desplaza para no aplastarla y de todos modos queda junto a ella, escuchándola respirar como un soplo de alteridad, un momento sublime dentro del infierno.
Ya en prisión, en compañía de su tío Francisco que es un sindicalista bancario con fuerte influencia benefactora sobre él, tiene mejores condiciones para observar a los compañeros de infortunio y lo cuenta de modo atrapante.
Va un párrafo para meditar: “Pienso en el uniformado que simuló pegarme con saña, pero fraguando los golpes para evitarme el dolor. Para que haya resultados efectivos en una cadena de mandos tiene que haber jefes y subordinados, quienes ordenan y quienes acatan. Los que mandan y los que obedecen. Los que dieron las órdenes y los que las cumplieron. Los que se rebelaron, los que rehusaron, los que atemperaron, los que cumplieron sin más, los que agregaron su propio sadismo”. (pág. 115)
Hace descripciones muy logradas de sindicalistas y hasta de personajes que en la vida política serían sus antagonistas ideológicos pero que en la cárcel compartida encuentran más razones para coincidir que para enfrentarse. Paradojas reales de la existencia que se proyectan sobre el presente con no pocas enseñanzas y reflexiones actuales, puesto que los argentinos tenemos muchas más cosas que nos unen que aquellas, siempre revisables, que nos dividen.
Son también muy interesantes las reflexiones sobre la parte de la sociedad que prefiere no darse por enterada de las realidades más extremas que acontecían entonces. Dolorosa constatación que tiene mucho que ver con lo que vivimos todavía hoy, expresado en el individualismo y la antipolítica como negación de todo compromiso solidario.
Cada tanto en el curso de la narración, este libro nos ofrece reflexiones que van más allá de lo inmediato, como este párrafo, que vemos como de inspiración agustiniana: “El tiempo. ¿Qué es el tiempo? Acá se estira, se vuele lento, infinito, parece congelado. Horas, horas, horas, días, días y más días. ¿Desde cuándo estoy acá, encadenado a la pared, sin poder mirar, en silencio? ¿Hasta cuándo? ¿Así será la muerte? ¿Un tiempo estático, sin final, puro pensamiento, como un largo sueño, con el cuerpo escindido de la razón? ¿Será la definitiva pérdida de la libertad? ¿La aceptación pasiva de un destino ineludible al que el alma debe hallarle un sentido?” (pág. 72)
Una obra que sale de lo común, pero que trata de un tiempo que fue ordinario y cuya sombra aún se prolonga sobre el presente, una vez que van decantando o desapareciendo las pasiones vinculadas de modo directo, incluyendo la explicable venganza, aunque adopte formas presuntamente institucionales.
Digamos que Luis García Conde nos hace una inducción a la vida auténtica, una apelación superior no exenta en su caso de espíritu religioso. Las creencias ayudan a vivir, cuanto más las consideramos justificadas.
Por último digamos que el autor, que siguió su vida y militancia (fue legislador en la Ciudad de Buenos Aires y secretario en el bloque del FREPASO en el Congreso Nacional) nos regala con este libro una reflexión serena desde su madurez personal, no medida en años sino en vivencias.
Tal vez no sea su última ofrenda, tiene mucho para dar. Varios de sus libros, como autor o coautor, iluminaron temáticas complejas, como Monseñor Podestá. La Revolución en la Iglesia; Algunos apuntes sobre Historia Oral y cómo abordarla y el más reciente Argentina, una historia de frontera, este último también producido por Barco Edita, con sede en Santiago del Estero, prueba palpable que la generación de cultura no se adelgaza más allá de la General Paz.
Cerramos este breve comentario con una reflexión general, pero extraída en circunstancias tan extremas como las que vive el protagonista, incluida en la pág. 86: “Los hombres no somos esencialmente buenos, pero podemos volvernos, hacernos buenos. Aunque condicionados, somos libres de elegir y dejar salir de nosotros lo mejor o lo peor. ¿Por qué alguien puede convertirse en un torturador, verdugo, criminal? Trato de entender a los sujetos que le pegaron al joven con saña explosiva hasta vencer su última resistencia, sordos a sus súplicas y quejidos. No me producen odio o pena, me dan miedo y una sensación de que no comprendo lo humano”. (La negrita es agregada)