En la primera media hora es cuando se puede ganar un debate presidencial. A Biden le fue mal en ese tiempo. Y Trump titubeó cuando Biden lo acusó de reducir drásticamente los impuestos de los norteamericanos más ricos en detrimento de los trabajadores.
“Aunque se puede perder un debate en cualquier momento, solo se puede ganar en los primeros 30 minutos”, suele repetir en los medios Ron Klain, el entrenador jefe de Joe Biden para este tipo de shows. Si su sentencia fuera lapidaria y si los debates presidenciales televisados inaugurados por Richard Nixon y John F. Kennedy en 1960 realmente tuvieran un peso decisivo en las elecciones norteamericanas, a esta hora Klain estaría ayudando a Biden a armar las valijas en la Casa Blanca.
A esa despedida contribuirían también los operadores tecnopolíticos y mediáticos que durante los últimos meses han instalado en el imaginario del electorado “la decadencia de un señor de 81 años que no está apto para conducir los destinos del país”, y sobre todo, el rol de la potencia en la geopolítica actual y las relaciones internacionales en materia de seguridad, que hicieron llegar a Biden al debate con menos del 40 por ciento de aprobación de su gestión.
Es demasiado temprano para saber cómo responderá el electorado, pero la resquebrajada capacidad de Biden para comunicar su posible segundo mandato pesa en la valija de quien parece condenando a abandonar la presidencia frente a un Donald Trump acostumbrado a navegar sobrio en las aguas de las autodescalificaciones, las falsedades sobre su anterior gestión, la mentira descarada sobre su responsabilidad en el ataque de sus partidarios al Capitolio en enero de 2021 y algunos que otros galimatías a lo que se suma la decisión repetida de que no reconocerá el resultado de las próximas elecciones si él no es el ganador.
No obstante la invulnerabilidad que los operadores del poder real y sus recursos de configuración de subjetividad le han construido a Trump, titubeó cuando Biden lo acusó de reducir drásticamente los impuestos de los norteamericanos más ricos en detrimento de los trabajadores. Habría que ver cómo lo toman los votantes que hace meses vienen diciéndoles a las encuestadoras que ni Biden ni Trump, sino una tercera vía que probablemente pueda ir más allá de los reproches, la edad y los lapsus mentales para profundizar, por ejemplo, en la reforma fiscal, quizás el tema más serio de este primer debate. O en la reforma judicial que Trump llevaría adelante y que acompañaría su vociferada deportación masiva de inmigrantes o en las profundas heridas de la sociedad norteamericana anestesiadas con fentanilo en Portland y Kensington.
El pim pom tiktokero de este primer show en los estudios de CNN en Atlanta nos dejó un Trump dominante frente a un Biden difuso al que le entraron las balas de las guerras en Ucrania y Gaza y del tratamiento de la migración al que los propios miran con recelo y preocupación cuando faltan casi dos meses para la convención demócrata y tratan de poner paños tibios como la vicepresidenta Kamala Harris: “Hubo un principio débil, pero un final fuerte. Biden es extraordinariamente fuerte”.
Habría que ver, más allá del entretenido show televisivo, cuál es la fuerza que decide acompañar el poder real y si finalmente Klein y Biden necesitan más de 30 minutos para armar las valijas en la Casa Blanca.