Marchas para malograr la victoria

El nuevo acuerdo con el FMI y el apoyo de los Estados Unidos a la gestión libertaria de Javier Milei puede constituir, de todos los escenarios posibles para la Argentina, el más riesgoso. La visita del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, fue un gesto fuerte de apoyo político, pero exigente de contrapartidas rayanas con la sumisión.

Al atardecer y a la noche del viernes 11 de abril hablaron Caputo y Milei, en ese orden, para referirse a la nueva etapa del programa económico en curso, que aunque parezca mentira nada tendría de reajuste, según ellos, para perfeccionar la transferencia y concentración de ingresos. También hablaron de las extraordinarias consecuencias del acuerdo con el FMI, de la devaluación disimulada que habrá de transcurrir entre bandas, del fin (incompleto, aparente, relativo, casi una flexibilización) del cepo, y de la creciente felicidad de los argentinos de cara a un futuro venturoso. Los dos discursos, sin embargo, podrían leerse como la crónica de una muerte anunciada, sobre todo porque no lograron serenar el entusiasmo de todos los sectores que venían remarcando precios, y continuarían haciéndolo inmediatamente después.

El ministro de Economía, con los gestos propios de un cómico de sainete criollo representando a un vendedor callejero de biblias usadas, casi omitió nombrar el aumento de 3,7 por ciento en el Índice de Precios Minoristas de marzo, tampoco fue muy claro sobre lo que los entendidos consideran una devaluación lisa y llana con bandas de intervención entre 1.000 y 1.400 pesos por dólar, con -1 por ciento y +1 por ciento mensual de ajuste para la inferior y la superior, respectivamente, como si de una tablita ancha se tratara, una tablita para surfear las aguas caudalosas de la economía nacional pero tablita al fin, por decirlo así. El nuevo esquema cambiario vino a reemplazar uno que estuvo muy lejos de arrojar los resultados publicitados por sus implementadores. Pero el que ahora se puso en funcionamiento, con la fijación de bandas reguladas entre las cuales habrá de operar el mercado cambiario local, tampoco garantiza cierta estabilidad en el futuro, o al menos hasta llegar a la próxima contienda electoral. 

Desbordante de optimismo, en apretadísima síntesis el ministro dijo que “este nuevo acuerdo con el Fondo implica que vamos a terminar con la etapa tres de nuestro programa económico”, luego de haber hecho lo propio “con el déficit fiscal”, así como también “con el déficit cuasi fiscal”. O sea, cumplidas las dos primeras etapas, la tercera significa “respaldar los pesos que el Banco Central ha emitido”, y lograr mediante el acuerdo con el FMI tener una moneda más sana. El acuerdo “también nos va a permitir a partir del lunes terminar con el cepo cambiario que tanto daño ha hecho”, y entonces comenzarán a entrar inversiones que “hoy están pendientes”, aseguró, seguirá creciendo la economía, se generará mayor superávit, y “un gobierno como el nuestro que no aumenta el gasto nos permitirá bajar impuestos para darle cada vez más recursos al sector privado, y va a permitir que haya más empleo y mejores salarios”.

A esa altura el ministro Caputo, como quien no puede reprimir el deseo de compartir su euforia, pronunció una larga lista de agradecimientos, que incluso trascendió a los principales funcionarios del área. El primero fue para “el chabón que tengo acá al lado, amigo, al presidente del Banco Central”, y le siguieron los dedicados al secretario de Finanzas, al viceministro de Economía, José Luis Gaza, “que largó todo y se vino para Argentina a sumarse a esta patriada”, y a varios otros altos funcionarios, como el secretario de Hacienda, todo el equipo del Banco Central y todo el Gabinete nacional. Faltaba agradecer al Presidente de la Nación y Caputo lo hizo con palabras que hubieran merecido, como corolario, un par de versos célebres del gran poeta peruano César Vallejo: “le hago una seña, / viene, / y le doy un abrazo, emocionado. / ¡Qué más da! Emocionado… Emocionado…” Fue así que el ministro Caputo agradeció a Milei “por su liderazgo, por su generosidad, por su valentía, porque cada vez trabajamos… porque cada vez que trabajo más con él, realmente más admiración me genera, y sobre todo hemos desarrollado una relación realmente de mutuo afecto: ya no es solo una valoración que le tengo a nivel profesional sino como persona”. Y llegado a este punto Caputo agregó, sin solución de continuidad: “Y digo ojalá todos pudieran conocerlo como yo lo conozco, porque además de sus dotes profesionales y académicas es una persona realmente admirable.” La lista de agradecimientos concluyó, finalmente, con su esposa y sus hijos, y las familias de los funcionarios que lo acompañan.

El discurso de Caputo ofreció pocas novedades. Primero habló de “la herencia”, tema remanido si los hay, y luego abordó las tres etapas del programa implementado por el gobierno libertario, todas ellas coronadas por el éxito en tiempo record, y con resultados asombrosos aunque para la mayoría de los argentinos sean difíciles de comprender y asimilar, y sumamente discutibles. Llamó la atención que asegurara que tenían cerrado con el FMI el nuevo esquema cambiario desde hace ocho meses, y que no se logró arribar a un acuerdo antes “porque cuando nosotros con todo el equipo económico de Economía y del Banco Central empezamos a correr los modelos de cuánto era el nivel de reservas óptimas que el Banco Central necesitaba para respaldar esos pesos, nos daba que el número era de 20.000 millones de dólares, y nosotros sabíamos que ese número al Fondo le iba a hacer ruido, le iba a sorprender”. Y así fue. El ministro contó que él y su equipo viajaron a Washington, le comunicaron el número requerido al Fondo, número que fue considerado imposible, pero como también los interlocutores conocían las medidas económicas implementadas en la Argentina, las que en su momento fueron consideradas por ellos imposibles, decidieron corregir con hechos sus apreciaciones erróneas anteriores hasta lograr financiar la marcha del plan con el número solicitado. El ministro intercaló entonces, luego de explicar cómo se había logrado el acuerdo por 20.000 millones de dólares, los agradecimientos para varios funcionarios del FMI, comenzando por la directora gerente Kristalina Gueorguieva, de la cual habló maravillas, y haciendo extensiva su gratitud para varios de sus colaboradores.

Día aciago aquel viernes 11 de abril, sin embargo. A los ciudadanos de a pie se les informó que el BCRA, siempre cuidando que las grandes mayorías no padecieran tormentos monetarios administrables, debió “calmar” a los mercados  vendiendo la friolera de 400 a 500 millones de dólares. O sea que en dos semanas Milei, Caputo y su equipo habían liquidado alrededor de 3.000 millones para mantener el dólar relativamente estable y los precios más o menos serenos. Y coronaron el periplo con esa venta del viernes que generó suspicacias, habida cuenta de que batió records justo durante la jornada en la cual el círculo áulico del gobierno libertario sabía perfectamente que a las pocas horas devaluaría. Pero no debe sorprender a nadie: en el mundo de las finanzas abundan los bandoleros (en principio, desarmados) a quienes siempre bendicen las fuerzas del cielo. Y esta vez pasaron por ventanilla para cobrar esa especie de premio, para embolsarse en un día la cifra que varios analistas calcularon superior a la necesaria para reconstruir Bahía Blanca.

A la noche del viernes 11 de abril habló Milei por cadena nacional. Fue largo, dijo cosas como que “en primer lugar aprobamos el examen fiscal: pasamos de más de 100 años de déficit fiscal crónico a ser uno de los cinco países del mundo que solo gastan lo que recaudan y ni un peso más”. También dijo que “en segundo lugar, aprobamos el examen monetario: pasamos de ser un país con inflación descontrolada por décadas, al punto que destruimos cinco signos monetarios, a haberle puesto un tope a la cantidad de pesos emitidos, que ha hecho caer la tasa de inflación entre 10 y 25 veces, según se mire el índice de precios al consumidor o el índice de precios mayoristas, lo que nos hizo ver una apreciación del peso sin precedentes, con su consecuente caída de la pobreza”. Y ya ganado por una franca inspiración poética, agregó: “Hoy en tercer lugar pudimos sacar la última espina que nos infligía un dolor profundo, nos deshicimos del cepo cambiario que era una aberración que nunca debería haber existido”. Después Milei agradeció a “todo el board del Fondo Monetario Internacional y en especial a Kristalina Gueorguieva, la presidente del organismo (sic)”.

Milei hizo cuentas y aseguró que para mayo las reservas brutas del Banco Central estarán en torno a los 50.000 millones de dólares, nivel con el cual podemos respaldar tranquilamente todos los pesos existentes de nuestra economía, brindándole más seguridad monetaria a nuestros ciudadanos”. Seguidamente se refirió a los principios básicos de la contabilidad pública en lo que al Banco Central y al tesoro se refiere, con algunas conclusiones personales no por conocidas menos asombrosas, como que “en los últimos 25 años, la política vía el Banco Central, le robó a los argentinos más de 100 mil millones de dólares”.

Respecto del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional dijo que su intención “es restaurar el activo del Banco Central y con ello su patrimonio, para que de este modo la inflación sea solo un mal recuerdo del pasado”. Y continuó desplegando tesis audaces, como la siguiente: “Puesto en otros términos, en los próximos días vamos a un nivel de reservas brutas tal que se podría rescatar la base monetaria a un tipo de cambio de 650 pesos, mientras que si tomamos la definición de base monetaria amplia, se podría hacer a 911 pesos. Es más, si utilizamos el techo de la banda presentada por el ministro Caputo, no solo podría rescatarse toda la base monetaria amplia, sino que sobrarían cerca de 15 mil millones de dólares. En consecuencia y retomando lo que mencionaba anteriormente, estamos finalmente aprobando el examen cambiario. Nos hubiera encantado eliminar el cepo cambiario más rápido, pero siempre le dijimos que preferíamos eliminarlo bien y definitivamente, por sobre eliminarlo rápido y que este apuro significara que la medida fuera transitoria como sucedió en el pasado.”

De nuevo en su cuerda poética, el Presidente brindó una imagen idílica del país, siempre bajo el imperio de medidas recesivas: “En este sentido, en un mar de volatilidad, ya no somos una balsa de madera a la deriva, somos un verdadero acorazado. Es más, frente a la posibilidad de que el shock externo se agudice, responderemos con mayor ajuste fiscal reduciendo el gasto público. Concretamente cuando estos shocks ocurren, se requiere que la economía mejore su cuenta corriente. A su vez, dado que nuestro compromiso de honrar nuestras deudas es inquebrantable, eso implica mejorar la balanza comercial. Esto es, tiene que bajar la absorción doméstica.” Denegó hasta la posibilidad de devaluaciones futuras “castigando así a los sectores más vulnerables”, y reivindicó la absorción de los costos de una crisis eventual mediante “una reducción del tamaño del Estado, de modo tal que el ajuste no impacte sobre el sector privado, el verdadero motor de la economía”.

El acuerdo con el FMI fue como una bendición para Milei, una noticia que podría distraerlo de muchos problemas y preocupaciones, como las inclemencias de una oposición rediviva en el Congreso, y los avances en las denuncias e investigaciones referidas a la estafa con $LIBRA. También disfrutó de la visita del secretario del Tesoro de los EE.UU. Scott Bessent, un hombre de veras poderoso que manifestó un apoyo explícito a su gestión, aunque se ignora si comprometió la llegada de recursos contantes y sonantes. En otro orden, las consecuencias de la visita de Scott Bessent serán notables en un futuro no muy lejano, como en lo inmediato quedó la exigencia de que se resuelva en un plazo perentorio cancelar el swap con China, y que el gobierno abandone la ubicuidad respecto de la tensión entre Estados Unidos y la potencia oriental. La reacción china, por supuesto, no se hizo esperar.

También los funcionarios, sobre todo del área económica, se mostraron desbordantes de felicidad, celebradores, a los abrazos limpios, aunque con el dólar devaluado un 12% y cotizando alrededor de 1.230 pesos, no faltaran quienes visualizaban la inminencia de un nuevo y jugoso carry trade, lo que justificaría que el martes se operaran 600 millones de dólares en total. O sea que la fiesta de los principales referentes del gobierno libertario demandaría cierta discreción, salir de las imposturas forzadas y grotescas, y podría matizarse con alguna partitura de uno de los más grandes compositores argentinos de música contemporánea, Mauricio Kagel, quien con fina ironía y sentido del humor escribió Diez marchas para malograr la victoria. Parecen compuestas a propósito, como si Kagel estuviera viendo y padeciendo las fotografías de los festejos y las expresiones divulgadas por muchos de los responsables de lo que habrá de ser una nueva frustración nacional.

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