¿Me verás volver?

Si la lucha de clases vuelve por sus fueros, la inflación retornará. Ahí es cuando a Milei se le acabarían la ideología, el verso de la emisión, el mito del déficit fiscal y no le quedaría más remedio que enfrentar, para derrotar, al monstruo inflacionario real: justamente, la lucha de clases. Le guste o no, si se dan esas circunstancia no podría prescindir de proceder a palazos limpios. El síndrome de la motosierra sugiere –precisamente- que mucho no le disgustaría. Esa amenaza en el horizonte hace muy coherente el apego de Milei al odio anti woke en vista de los orígenes históricos de su ideología.

Los libertarios –fieles al credo monetarista más vulgar – proclaman que para liquidar la inflación hay que yugular la emisión de billetes y para lograr esto hay que sofrenar lo que la causa: el gasto excesivo y deficitario del Estado. Al gasto público también hay que bajarlo porque ahoga –a fuerza de presión impositiva- el más preciado bien de la sociedad civil: la iniciativa privada.

Durante su estadía en el Foro de Davos, en Suiza, la cuarta semana de enero, el Presidente reconoció que para la subsistencia y consolidación de la monserga “no a la emisión-menos impuestos”, hay otro “elemento fundamental, lo que nosotros llamamos ‘la batalla cultural’”.

“A usted no le alcanza con los logros económicos, no le alcanza con los logros políticos. Si la sociedad no comprende que el camino de la prosperidad es abrazar las ideas de la libertad tendrá un gobierno, dos gobiernos, tres pero tarde o temprano eso se va a perder”. Eso lo dijo en el reportaje que John Micklethwait -editor de Bloomberg- le hizo a Milei.

En el discurso que pronunció en Davos el jueves 23 de enero, Milei identificó como los enemigos a derrotar en la batalla cultural a los que se enrolan en el wokismo. La voz inglesa woke es de la jerga política anglosajona y es con la que se etiqueta –en un mismo lodo- a las ideas progresistas e igualitarias o de izquierda. Figura en el diccionario Oxford desde 2017. Ahí se define a woke como la actitud de estar alerta ante injusticias sociales.

Para Milei “el wokismo no es ni más ni menos que un plan sistemático del partido del Estado para justificar la intervención y el aumento del gasto público”, por lo que es una “ideología aberrante” que propende a poner en marcha esa “agenda siniestra”.

El problema de fondo con el enfoque libertario es que es pura ideología, entendida ésta como un conjunto de deseos de cómo debería ser la realidad. Pero se choca hasta inutilizarse con esa realidad. Estos deseos, generalmente, son expresiones de los intereses de las clases acomodadas, vendidas al resto de la sociedad civil que se ve perjudicada por esos intereses, como lecciones morales que las benefician, de cómo debe ser el mundo.

Por la fuerza de los hechos este sesgo ideológico los deja muy alejados del real funcionamiento de la economía y de la política como arquitectura del poder nacional. Como experiencia política están liquidadas de antemano, aunque los daños en el recorrido declinante del cenit al nadir pueden ser grandes y duraderos.

Cuando la suerte que es grela les hace ver a los que se comieron la galletita libertaria que todo es mentira, que nada es amor, que a Trump y al mundo nada les importa, la cáfila ideologizada fatalmente derrapa en aventurerismo autoritario si por las circunstancias y vueltas de la historia logra el espacio para hacer operativa tal salida política. Si no le da para eso –como en su momento no le dio a Fernando de la Rúa-, pronto se convierten en una sombra, en un recuerdo incomodo, algo que es mejor olvidar rápido.

El desagradable discurso de Davos es un primer síntoma de todo esto. Se puede aducir que la cercanía con el proteccionista de Trump del librecambista convencido Milei y la sonrisa comprensiva que debe haber recibido como toda respuesta cuando planteó el tratado de libre comercio Argentina- Estados Unidos, durante la ceremonia de asunción del POTUS 47, días antes de Davos, no le dejaban otra que patearla a la tribuna. Ok. Pero hay más de una manera de reventar la pelota hacia las gradas. En la elección de cuál usar, los fantasmas ideológicos juegan su papel. Incluso, si fue a sugerencia de la Casa Blanca.

La inflación

Que los libertarios habitan un planeta que no existe lo prueba sin desmentidas sus ínfulas sobre la inflación. El 2,7 por ciento del IPC (Índice de Precios al Consumidor) de diciembre fue proclamado por el oficialismo libertario como la prueba de “su” victoria contra la inflación. El testimonio irrefutable de que su batalla contra el gasto fiscal para bajarlo y para que un déficit se convierta en superávit y así evitar emitir dinero para financiarlo, fue llevada adelante –según propio relato- con coraje y tesón, sin defecciones y para honrar la promesa respectiva –la gran promesa- hecha a los votantes que los eligieron.

Dentro de unas semanas se sabrá cuánto cayó el PIB durante 2024. ¿2 o 3 por ciento o algo poco más? Posiblemente, y eso que el Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) de noviembre de 2024 fue en un levísimo 0,1 por ciento superior al del mismo mes de 2023. En rigor, el EMAE de noviembre resultó 0,9 por ciento mayor que el de octubre, en el índice desestacionalizado. En abril el EMAE dejó de caer. Durante los siete meses siguientes en dos permaneció sin cambios respecto al mes anterior y en cinco con modestas subidas.

En comparación con el efecto deletéreo de la sequía que afectó a Argentina durante la cosecha de granos 2022/23, la cosecha de granos 2023/24 fue significativa, aunque en el primer semestre de 2024 los precios internacionales del poroto, harina y aceite de soja fueron bastante más bajos que en 2022 y en 2023. El sector minería (Vaca Muerta) también hizo un aporte positivo. Un panorama nuevamente de sequía es aguardado para este año.

Lo cierto es que el apaciguamiento de la inflación bien vale el garrón recesivo y aguantar el recrudecimiento de las perspectivas de la pobreza, según rezan las encuestas de opinión pública. Y un sacrificio había que hacer dice con convicción –o quizás decía hasta hace un par de semanas- el ciudadano de a pie que se comió la galletita. La opinión pública es veleidosa.

Un 38 por ciento anual de inflación (el 2,7 por ciento mensual anualizado) no es para descorchar champaña en un mundo que cuando el IPC se pasa del 4 o 5 por ciento anual convoca de inmediato a la batalla para hacer retroceder tal espanto a no más del 2 o 3 por ciento anual. Lo que debe destacarse es que el diagnóstico libertario del control monetario por haber revertido en superávit el déficit fiscal no tiene nada que ver con la realidad y algunos pocos datos lo desmienten en su totalidad.

El cuadro es muy claro al respecto.

El superávit fiscal de 1,7 por ciento del PIB se “logró” con una emisión que creció 249 por ciento entre diciembre de 2023 y diciembre de 2024. El déficit fiscal del despilfarrador de Sergio Massa fue del 2,9 por ciento del PIB e incurrió en una emisión entre diciembre de 2022 y diciembre de 2023 de 111 por ciento. La inflación de Milei fue 173 por ciento y la de Massa 227 por ciento.

Esto deja muy a las claras que emisión nivel de precios y resultado fiscal tienen tanta relación como el tocino con la velocidad o el culo con tomar sopa. El apaciguamiento de la inflación se debió a la diferencia de devaluación del peso. Massa que es tan monetarista como Milei, devaluó el peso 119 por ciento entre diciembre de 2022 y diciembre de 2023. Creía que el control monetario bastaría para frenar la inflación. A la vista de lo que aconteció con posterioridad con el dueto Milei-Luis “Toto” Caputo, los toscos y rudimentarios massistas -haciendo gala de no aprender y olvidar nada- concluyeron que la inflación se les escapó por no haber ejercido a fondo- tal como hicieron los libertarios- el control a la baja del gasto público.

A partir del 14 de diciembre de 2023 y hasta fin de 2024 -luego del fogonazo devaluatorio del peso del 119 por ciento ordenado por Milei- el peso se encareció respecto del dólar 29 por ciento. El apaciguamiento de la inflación se logró controlando los costos salariales y del impacto del dólar sobre el precio de los insumos y no fue menor porque la renta inmobiliaria se escapó hacia arriba. También porque el capitalismo opera con costos decrecientes a escala, de forma que cuando bajan el nivel de actividad los costos lejos de ir para atrás van en gran forma hacia arriba. La austeridad es inflacionaria. El contrecho vocablo estanflación refleja bien esa contradicción. Si hay inflación sería por mayor gasto, pero resulta que hay retroceso y estancamiento. Resultado: estanflación, o sea: inflación porque los costos empujan para arriba pese a la malaria del estancamiento.

Costos y precios

Es el aumento de costos el que genera el aumento de los precios. La cantidad de dinero sigue al aumento de precios y no a la inversa como vociferan los monetaristas y su verso de “la maquinita”. Cómo es que los monetaristas han convencido a todo el mundo de que el gobierno tiene la facultad de controlar la cantidad de dinero, y que el aumento de tal cantidad es seguido a la par por los precios, es uno de los grandes misterios más misteriosos de la vida social.

El gobierno no tiene tal facultad justamente porque los precios aumentan y la cantidad de dinero le sigue. Tampoco se entiende como logran que todo el mundo se sugestione con “la maquinita” y no se pregunte cómo hace un zapatero de Valentín Alsina, un pizzero de Tierra del Fuego y un cuartetero cordobés para aumentar el precio de lo que venden al mismo tiempo y más o menos al mismo porcentaje, en respuesta a que aumentó la cantidad de dinero. Nunca se tuvo noticias de que el balance del Banco Central fuera un documento tan conocido y popular en grado sumo.

Ahora que los datos fehacientemente desmienten la prédica monetarista pueden seguir como siempre: culpando al déficit fiscal y la emisión de dinero para financiarlo. Son imperturbables. Y no es que estemos manifestado que “dato mata relato”, lo que es muy chusco para ser dicho. Ninguna teoría se desmiente empíricamente, porque los datos sin teoría no caminan, y puede haber en danza cuestiones de métodos de medición. Son cuestiones lógicas.

Pero los monetaristas son teóricamente un chiste. Hace más de un siglo que están tratando de encontrarle un precio al dinero (para que tenga demanda y oferta) y no hay caso, el bicho se resiste y lo único que tiene es paridad. Uno, veinte, cien pesos compran uno, veinte, cien pesos.

El frente de batalla

Al fin y al cabo tiene razón Milei. Si ellos no ganan la batalla cultural (es decir, si no incrustan en el corazón del argentino promedio que más vale ser pobre pero serio que próspero pero descocado inflacionario) esto está a un tris de irse a la mierda. Hablar todo el tiempo del dólar, el FMI y las reservas de divisas en el Banco Central y olvidarse de la lucha de clases en la puesta en hora de la bomba de tiempo, es un curioso cuarto berretín argentino. Si en 2001 la sociedad civil decía “siga, siga” nos hubiéramos comido de cuatro a siete años de terrible deflación sin que la convertibilidad se mosqueara.

Rodrigazo en cámara lenta

La actualidad acontece como si fuera un Rodrigazo en cámara muy lenta. Cabe recordar que siendo Presidente de los argentinos María Estela Martínez de Perón, su ministro de economía Celestino Rodrigo el 4 de junio de 1975 ordenó una devaluación del 100 por cien del peso. El autor intelectual del Rodrigazo fue Ricardo Mansueto Zinn, un intelectual orgánico de la reacción muy ligado a Alvaro Alsogaray, el numen liberal de esos tiempos. El ingeniero Alsogaray era tan bruto y negado que su latiguillo era que no había que emitir sin respaldo en un mundo de dinero fiduciario. El objetivo del Rodrigazo fue sacar a los trabajadores de escena e ir a una Argentina de libre empresa. Un anticipo de lo que vendría con la economía política de la masacre titularizada por José Alfredo Martínez de Hoz.

La Argentina de ese entonces tenía 4 por ciento de su población por debajo de la línea de pobreza. Tras la devaluación homérica del peso, la banda liberal quiso maniatar a la CGT, no lo logró y los trabajadores consiguieron que no les hicieran pagar el pato de la boda. Obtuvieron salarios que compensaron el aumento del costo de vida que operó tras la devaluación y el aumento de tarifas públicas. Conforme los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), el Índice de Precios al Consumidor (IPC) durante todo 1974 había aumentado 40 por ciento. En 1975 aumentó 335 por ciento. Los sindicatos en aquel entonces se habían movido a razón de 24 cuadros por segundo. La CGT actual está de comensal en el banquete de lentejas de Morón.

De manera que si la lucha de clases vuelve por sus fueros, la inflación retornará. Ahí es cuando a Milei se le acaba la ideología, el verso de la emisión, el mito del déficit fiscal y no le queda más remedio que enfrentar para derrotar al monstruo inflacionario real: la lucha de clases. Le guste o no, si se dan esas circunstancia no puede prescindir de proceder a palazos limpios. El síndrome de la motosierra sugiere –precisamente- que mucho no le disgustaría.

Las raíces ideológicas

Esa amenaza en el horizonte hace muy coherente el apego de Milei al odio anti woke y refiere sobre sus orígenes más remotos. Heinz D. Kurz, un economista heterodoxo nacido en Austria, profesor emérito del Graz Schumpeter Centre, de la universidad austríaca de Graz, en un paper de unos años atrás expone la relación entre poder y análisis económico a través del análisis de diversos autores de las distintas escuelas que dejaron su huella. Uno de los principales economistas de los “austríacos” (ultra liberales) que pasa por la vivisección de Kurz es Eugen von Böhm-Bawerk según las ideas que plasmara en el ensayo de 1914 “Macht oder ökonomisches Gesetz” (Poder o ley económica).

Böhm-Bawerk sostiene que los economistas no se equivocan demasiado al basar su razonamiento en el supuesto de la competencia perfecta, que implica una economía en la que nadie posee poder alguno. Dice Heinz que “Esta visión parece seguir dominando importantes campos de la economía convencional. Sin embargo, ya en el momento en que se publicó el ensayo, su mensaje parecía anacrónico en comparación con la tendencia hacia la monopolización y la trustificación subrayada por los institucionalistas estadounidenses, desde Thorstein Veblen hasta John Maurice Clark”.

Otro austríaco destacado Heinz es Friedrich von Wieser, uno de los principales arquitectos de la teoría marginalista, quien sin embargo, más tarde en su vida se distanció de ella y propuso una visión que contradecía la sostenida por su cuñado, Böhm-Bawerk. Haciendo eco, entre otras cosas, de las ideas del psicólogo social Gustave Le Bon en su tratado Das Gesetz der Macht (La ley del poder), Wieser –de acuerdo a lo que subraya Heinz- “vio que la fuente última del poder residía en la capacidad de una élite para capturar las mentes de las personas”.

En Milei hay una combinación de Böhm-Bawerk y Wieser, pero en el que se impone el primero. Böhm-Bawerk en ese ensayo de 1914 se preguntaba qué nivel del salario prevalecería a largo plazo. Böhm-Bawerk, opinaba que no hay ningún caso en el que la intervención artificial que eleve los salarios pudiera tener una importancia duradera frente a las contra influencias de “naturaleza puramente económica”. Tal “naturaleza económica” actúa de forma silenciosa y lenta, pero incesante y, por tanto, en última instancia con éxito, erosionando esa interferencia artificial y la nueva situación creada por ella. De ahí dedujo audazmente que los economistas harían bien en desarrollar su razonamiento general de largo plazo en términos del supuesto de competencia perfecta, en el que ningún agente posee poder alguno, y abordar las desviaciones de ese supuesto sólo si es necesario y en un contexto de corto plazo. “El mensaje fue escuchado y absorbido por gran parte de la profesión y ha llevado a una situación en la que el poder se considera típicamente como una cantidad insignificante, algo de lo que se puede hacer abstracción fácilmente sin afectar significativamente la corrección del análisis”, advierte Heinz.

Otro prócer del enfoque austríaco, Ludwig von Mises, respecto de la “naturaleza económica” sostenía que “no hay nada que descanse sobre un fundamento más débil que la afirmación de la supuesta igualdad de todo los que tiene forma humana”. Esto lo cita el filósofo Herbert Marcuse en un ensayo de mediados de la década de 1930 escrito con el objetivo de clarificar la disputa con el liberalismo en la concepción totalitaria del Estado. Marcuse apunta que “para conocer la verdadera imagen del sistema económico y social del liberalismo, generalmente encubierto y distorsionado, basta recurrir a la exposición que de él hace von Mises (1927). ‘El programa del liberalismo (…) resumido en una sola palabra podría rezar: propiedad, es decir: propiedad privada de los medios de producción (…)’ Todos los demás postulados del liberalismo son la consecuencia de este postulado fundamental (p. 17). El liberalismo ve en la iniciativa privada del empresario la garantía más segura del progreso económico y social. Por consiguiente, según el liberalismo, ‘el capitalismo es el único orden posible de las relaciones sociales’ (p. 75) y, por lo tanto, tiene un solo enemigo: el socialismo marxista (p. 13 y s.). Por el contrario, el liberalismo considera que ‘el fascismo y todas las tendencias dictatoriales similares (…) han salvado, por el momento, a la civilización europea. En este sentido, el mérito del fascismo perdurara eternamente en la historia’ (p.45)”.

Ante estos antecedentes y perspectivas hasta se podría coincidir en que el guarango discurso de Davos fue suavecito, suavecito.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *