Todos los casos de nuevas ultraderechas mantienen una característica común: el descontento prolongado con el nivel de vida de la población de cada una de esas regiones. Es decir, la economía. Lo anterior no quita que el discurso de las fuerzas de derecha radicales sea vago en torno a la economía, cuando no inexistente.
Desde el punto de vista de la fenomenología sobre los partidos de gobierno en el mundo, los tiempos que corren son tan interesantes como álgidos.
Las nuevas derechas emergen en Europa como respuesta a la ineficacia de las coaliciones gobernantes que, por su parte, no atinan a hacer más que reafirmar sus insípidos buenos deseos.
En Estados Unidos, Donald Trump se convirtió en el primer ex presidente en ser condenado por un delito, lo que se le añade al rasgo distintivo de ser el más controvertido y criticado en la historia de la democracia moderna. A pesar de todo eso, permanece con buenas chances de derrotar a Joe Biden en la próxima elección presidencial, cuando es Biden el que lo sucedió. La gravitación electoral de Trump es algo que sorprende (y espanta) a varios observadores que no simpatizan con el hombre.
En Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano (CNA) perdió la elección general. Se trata del partido con el que Nelson Mandela ganó la elección en 1994, y hasta el domingo 29 de mayo, gobernó durante 30 años sin mayor oposición. Ahora se encuentra estudiando las alternativas para organizar un gobierno de coalición.
Y en Argentina, tenemos al pobre Jamoncito, Javier Milei.
Lo que tienen en común
Todos estos casos mantienen una característica común: el descontento prolongado con el nivel de vida de la población de cada una de esas regiones. Es decir, la economía.
En su edición del 14 de julio 2022, la revista inglesa The Economist llamó la atención en su nota principal sobre la pérdida de popularidad del partido Demócrata Norteamericano. En el semanario se señalaba que el partido mantenía un corrimiento persistente a la izquierda, adoptando consignas cada vez más radicales, pero irrelevantes en lo que concierne a la vida cotidiana de los estadounidenses.
En la nota se citan datos del grupo de estudios políticos Manifesto Project, que detecta una acentuación del peso de las propuestas “radicales” desde 2010 en las plataformas electorales. Sin embargo, los electores que se ven atraídos por estos cambios son principalmente las minorías de la elite blanca.
Los votantes negros, latinos o carentes de educación formal, en teoría beneficiarios de los programas del partido Demócrata, se vuelcan al partido Republicano, en el cuál encuentran respuestas a sus inquietudes. Aunque sea con rasgos desagradables, pero menos desagradables que la insustancialidad que alcanzan las consignas de izquierda sin contenido.
En los hechos, esto se observa en que, entre 2012 y 2020, en la participación del voto Demócrata crecieron principalmente los blancos universitarios, seguidos de blancos sin educación superior, mientras que los votantes pertenecientes a las minorías perdieron incidencia. Y los votantes del primer tipo –blancos con altos niveles de educación- ascienden, según datos mencionados en la nota, al 12% del electorado Demócrata.
The Economist publica estimaciones sobre la modificación en la composición del voto Demócrata. 14 de julio de 2022.
Más recientemente, el Financial Times publicó otro artículo el 29 de mayo de este año, cuyo título es “Cómo la derecha extrema está ganando entre los jóvenes Europeos” (How the far right is winning over young Europeans), en el cual se describen las preocupaciones que sirven de plafón a los partidos de extrema derecha en el viejo continente. Esto incluye a Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas originales), el Encuentro Nacional NR de Marine Le Pen o Hermanos de Italia de Georgia Meloni.
En donde existen, estas expresiones políticas reciben la adhesión de aproximadamente un cuarto (a veces más) de los votantes de la franja etaria intermedia. Es decir, aquella que comprende entre los 25 y los 65 años. El artículo enfatiza el caso de los jóvenes alemanes que se inclinan a votar a AfD, entre los cuales predominan temores sobre la gravedad de la inflación, la pobreza al volverse mayores, las crisis económicas y el crecimiento de la radicación de inmigrantes en Europa.
Con los años, los que responden que estos son temas que despiertan incertidumbre son más. Lo único que desciende en importancia es el cambio climático, una cuestión que curiosamente es la que más hacen propia los partidos políticos convencionales.
El Financial Times reproduce los hallazgos de una encuesta sobre las preocupaciones políticas de los jóvenes alemanes
Sin pronunciamientos atendibles
Lo anterior no quita que el discurso de las fuerzas de derecha radicales sea vago en torno a la economía, cuando no inexistente. Y el examen de los problemas reales de las economías posiblemente los exceda, porque ni siquiera aparece en sus proposiciones. Incluso es posible que no sean capaces de hacer mucho más que adecuarse a la estructura establecida.
Trump, quién en cierta forma expresa esta tendencia en Norteamérica, es una excepción que confirma la regla. Sus innovaciones consistieron en el endurecimiento del proteccionismo y en permitir una recuperación del poder de compra de los trabajadores, que oscila entre el retroceso y el estancamiento desde mediados de la década de 1970. Biden mantuvo este patrón, pero los asalariados no atraviesan el mismo proceso de mejoría que experimentaron con Trump, lo cual explica la incertidumbre sobre quién puede imponerse en las próximas elecciones presidenciales.
En cambio, en Europa, el énfasis en contenido se hace en la restricción a la inmigración. Varios europeos piensan que los flujos migratorios resultan perjudiciales para la población. Se da la paradoja de que, en la actualidad, Europa atraviesa una crisis demográfica, debido a que el porcentaje de la población en edad de trabajar (20-64 años) sobre el total cae, y se incrementa la participación de la población envejecida. Es decir que hay una menor proporción de personas en condiciones de mantener al conjunto.
La atracción de inmigrantes podría contribuir a mitigar la escasez de trabajo resultante. Así lo reconoció el gobierno de Meloni, que, además de adherir a las normas de política económica comunes en la Unión Europea, incrementó el número de permisos de trabajo otorgables a personas que no provengan del continente.
Esto le valió la discrepancia con algunos dirigentes de aspiraciones similares, como Le Pen. Por su parte, otros dirigentes que todavía no alcanzaron la envergadura de la líder del NR, particularmente los de Vox en España o los de AfD, apelan a consignas provocadoras, que se contraponen a las de la centro-izquierda y atraen tanto a las personas jóvenes como a las que les irritan estas últimas. Aunque de pronunciamientos atendibles, poco.
El caso sudafricano
Más acentuado es este rasgo en el caso sudafricano. Sergio Kiernan describió en una nota anterior en ¿Y ahora qué? el trasfondo del ocaso del CNA, que desde su arribo al poder no puso en cuestión la fractura delimitada con el apartheid, por la cual la minoría blanca vivía prósperamente dentro del circuito de la industria sudafricana, entonces más avanzada que la de cualquier otro país del continente, a costa de la pobreza de la mayoría negra. Simplemente les permitió acceder al mismo mecanismo de explotación a los negros que estuviesen bien conectados e insertados socialmente.
Cyril Ramaphosa, el Presidente que perdió la elección, formó parte de los acuerdos que condujeron a la erección de esta estructura social. La continuación deliberada del estancamiento no fue gratuita. En una reseña sobre la importancia de las últimas elecciones sudafricanas, The Economist da cuenta de que el PBI de Sudáfrica cayó por debajo de otros países subdesarrollados, siendo un 20% más pequeño que el de Malasia cuando en 1994 era el doble. La tasa de desocupación se mantuvo en aumento, y ahora alcanza el 33%.
Hace al deterioro la precariedad de la infraestructura. Eskom, la empresa energética estatal, planificó una serie de apagones para adecuar la demanda a la generación de energía. Kiernan explicó que Sudáfrica lleva 20 años sin ampliar su capacidad. También hay disfunciones en la provisión de agua potable, y en el transporte, lo cual afecta directamente a la economía porque provoca pérdidas de exportaciones.
El resultado, sintetiza la revista, es que “El decil más acaudalado es tan rico como su contrapartida en Grecia, pero el decil del piso está tan desposeído como los camerunianos más pobres”. Al decir de Kiernan, luego del aparteheid “la concentración de la riqueza varió ligeramente: antes el diez por ciento blanco tenía el noventa por ciento de todo, ahora el veinte por ciento mixto tiene el ochenta de todo. La mayoría siguió igual”.
Producto de un desencanto tan prolongado, la población sudafricana perdió interés en la política. Con todo, no hay reemplazos previsibles para el CNA, que no retiene la mayoría absoluta, pero sí la relativa.
El principal partido de la oposición, la Alianza Democrática (de los blancos anti-apartheid), no tiene mucho para ofrecer. Tampoco el más radical de los Luchadores por la Libertad Económica, una coalición que se remite a la nostalgia de la rivalidad con los Boer y se muestra próxima a plantear un ejercicio de discriminación hacia los blancos. Es decir que la CNA busca una alianza para alcanzar la armonía con una oposición superficial, porque nadie pone en duda el orden sucesor del apartheid.
El agotamiento del liberalismo centrista
Las situaciones que examinamos exponen un agotamiento de cierto comportamiento político. Se trata de una expresión del liberalismo centrista, que pregona la deseabilidad de la prosperidad y la igualdad colectivas dentro del propio orden liberal. Centrista es porque en su presunta aceptación de posiciones intermedias (ni tan críticas, ni tan conservadoras), no va para ningún lado.
El concepto de “orden liberal” reviste cierta vaguedad. Si quisiésemos darle un significado concreto, deberíamos decir que consiste en la aceptación ideológica de que ciertas limitaciones y desigualdades provocadas por el orden económico predominante son inamovibles, y en alguna medida deseables. Esta aceptación suele ser expresa entre los dirigentes políticos del centro, que la hacen parte de los discursos en los que enarbolan la fantasía de que se puede fortalecer el desarrollo económico evitando poner en juego la pobreza colectiva. Vaya paradoja.
En Estados Unidos y en Europa quedó claro que no es posible proclamar la veneración de las oportunidades para todos cuando los trabajadores tienen que dejar de comprar pizza o irse de vacaciones porque perdieron sus empleos o sus salarios quedaron bajos. En Sudáfrica, que gobernar con el estandarte de haber terminado con un orden injusto tiene un límite cuando ese orden se conserva con cambios menores.
En la Argentina de Milei ocurren las dos cosas. Los dos gobiernos que lo precedieron provocaron una situación económica que condujo al empobrecimiento de la población, y el último agravó los problemas del anterior que venía a resolver. Ninguna de las dos fuerzas políticas arribó a las elecciones con una propuesta de cambio que exceda los lugares comunes.
Las nuevas derechas capitalizan el descontento colectivo mediante la provocación. Pero carecen de soluciones. Cuando esto quede en evidencia, el malestar y las dificultades de fondo seguirán estando presentes. Es algo que aplica tanto a Argentina como a los países europeos. La cuestión es si se toma nota del problema para preparar una solución, o nos mantenemos en conflicto prolongando este insoportable estado de cosas.