Lo novedoso de las últimas semanas es que los “golpes de efecto” utilizados por el líder libertario para derivar hacia “la casta” el malestar social provocado por sus propias políticas, ya no tienen la misma eficacia. No por el hecho de que la antinomia política-antipolítica haya perdido fuerza en la sociedad. Todo lo contrario. Sino porque Milei, en la medida en que se van agravando los acontecimientos y se erosiona la esperanza que él mismo se ocupó de alimentar, sufre las consecuencias de comenzar a ser “visto” desde una perspectiva distinta: pierde fuerza su condición de símbolo excluyente de la “anti-casta”.
Es posible que la relación de Javier Milei con los sectores de la sociedad que lo catapultaron a la presidencia esté sufriendo un cambio sustancial, como consecuencia del efecto acumulativo del desgaste que produce entre quienes lo apoyaron, o aún lo apoyan, y la prolongación en el tiempo del empeoramiento de las condiciones que afectan la vida cotidiana de la inmensa mayoría de la población. Y que, para colmo, previsiblemente, seguirán agravándose en la medida en que continúen los ajustes (incluyendo los nuevos aumentos tarifarios) y restricciones que, si bien han permitido reducir la inflación, lo han hecho a costa de producir una descomunal recesión y descalabro de la economía real, con las consecuencias sociales que están a la vista.
Pero, además, tan grave como aquello en lo que se refiere estrictamente al estado del vínculo de Milei con su propia base de adherentes, es que no existe certeza alguna sobre el momento en que se iniciaría la esperada recuperación. Más bien, según lo revelan distintos estudios de opinión pública, hace ya algunas semanas que comenzaron a registrarse expresiones de ciertos reparos e interrogantes sobre si la esperanza que despertó el líder libertario se transformará, efectivamente, en una realidad palpable y concreta. Esa suerte de metamorfosis que parece estar modificando la percepción que la propia base de sus seguidores comienza a tener del propio Milei y su gobierno, bien puede ser el principio de una desilusión que, en la medida que se extienda en el tiempo, termine mutando en decepción. Es decir, en la antesala de una nueva gran frustración.
Desde Y Ahora Qué venimos señalando que, dada la naturaleza de su programa económico y social, si bien era difícil precisar cuándo sucedería, tarde o temprano, sería inevitable que se comenzara a romper el “hechizo”. Esa suerte de ensoñación que obnubiló a quienes quisieron ver en Milei lo que en verdad no es. En ese contexto, tal vez lo novedoso de las últimas semanas sea que los “golpes de efecto” utilizados por el líder libertario para derivar hacia “la casta” el malestar social provocado por sus propias políticas, ya no tienen la misma eficacia.
No por el hecho de que la antinomia política-antipolítica haya perdido fuerza en la sociedad, todo lo contrario. Sino porque Milei, en la medida en que se van agravando los acontecimientos y se erosiona la esperanza que él mismo se ocupó de alimentar, sufre las consecuencias de comenzar a ser “visto” desde una perspectiva distinta: pierde fuerza su condición de símbolo excluyente de la “anti-casta”, porque en la medida en que empieza a ser “puesto” por la propia sociedad en un lugar que lo ubica también como responsable de lo que sucede, se enfrenta a la amenaza de quedar emparentado con aquello con lo que Milei antagonizó y prometió cambiar. En otras palabras, terminar de ser visto como “más de lo mismo”, que es su principal fantasma o espada de Damocles.
De allí que, la modificación del vínculo construido por el libertario con buena parte de la sociedad se está dando, por decirlo así, de “abajo” hacia “arriba”, es decir, de “la sociedad hacia Milei” y no “de Milei hacia la sociedad”. Un proceso que, en su base, reconoce en última instancia, como se señalaba, el agravamiento de las condiciones materiales que afectan a la inmensa mayoría de los argentinos.
Por esa razón, luego de la vertiginosa irrupción que lo llevó a transformarse en la figura dominante de la escena nacional, el cambio al que aludimos bien puede significar el inicio de un descenso sostenido de la centralidad política del Presidente. Y la consecuente pérdida del poder referencial que supo acumular al explotar al extremo – sin ningún tipo de miramientos o reparos – la bandera de la anti-política bajo la consiga de batallar contra la demonizada “casta”. Incluso, como se recordará, autocalificándose como un “topo” que desde adentro se proponía “destruir el estado” argentino, cosa que – hay que reconocer – viene cumpliendo con extraordinaria eficacia.
¿Podrá sacar Milei un as de la manga y recuperar el efecto hipnótico con el que deslumbró a importantes sectores de la sociedad? Y, en ese caso, ¿Hasta dónde debería llegar con sus gestos, extravagancias y decisiones rupturistas para volver a recuperar el oxígeno que está perdiendo? Y de poder lograrlo, ¿Cuánto podrá retrasar las consecuencias inevitables que suponen la contradicción entre la esperanza de quienes lo apoyaron, o aún lo apoyan, y la agudización de una crisis social y económica que, por efecto de sus políticas, no hace otra cosa que extenderse?
El empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo, incluyendo a la clase media, hace su trabajo silencioso, revelando que los sueños que despertó Milei se van convirtiendo, día tras día, en insoportables pesadillas. Y en el caso de quienes aún, rehusándose a ver la realidad, mantienen la esperanza, se enfrentan cada vez más al dilema planteado por el paso del tiempo. Y en algún momento no podrán evitar preguntarse, aunque sea ante ellos mismo, ¿hasta cuándo?
Los múltiples conflictos internos de La Libertad Avanza (incluyendo los calculados movimientos de la Vicepresidenta), las idas y venidas con el ex presidente Mauricio Macri, la evidente incapacidad del propio Milei para ordenar su fuerza política, que ahora intenta revertir; junto a la formación en el Congreso Nacional de alianzas tácticas entre sectores de la oposición que permitieron infringir serias derrotas al oficialismo, son manifestaciones de un cambio en las ecuaciones de poder que están en pleno desarrollo, y que no deberían analizarse al margen del proceso que está afectando a la propia figura del Presidente y su gobierno.
Además, la debilidad de Milei no solo se origina en las dificultades presentes (aunque fundamentalmente futuras) que afronta su relación con la base social que lo sostiene. En los pasillos de “palacio”, o sea en el territorio superestructural de la política y sus instituciones, lo que hasta hace poco tiempo comenzó siendo una sospecha ahora se convirtió cada vez más en una certeza: los apoyos internacionales con los que Milei alardeaba, dándolos por descontados, en los hechos parecerían no existir.
En su momento muchos le creyeron, algunos dudaron y todos especularon, pero ya las evidencias son incontrastables. Hoy aquella especulación, como se decía, se ha prácticamente disipado, y buena parte de la dirigencia, antes sumisa, ahora parecería haberle “contado las costillas” al líder libertario y su ministro de Economía. Dicho en criollo: el retruco cantado por Milei en sus “partidas” con gobernadores, legisladores y dirigentes aliados o de la oposición no resultó ser otra cosa que una bravuconada: cada vez son más los que olfatean, con la agudeza intuitiva que caracteriza a la dirigencia argentina (especialmente entrenada para el juego corto del poder), que en vez de un ancho de espadas el presidente los corrió, una y otra vez, con un simple cuatro de copas. Cuestión que, además, vine a desmentir la supuesta infalibilidad con que el libertario construyó, mediante el autobombo, su presunta condición de “genio” de la economía y de la política. Todo ese mito parecería estar derrumbándose y este factor también potencia su debilidad.
Lo cierto es que, al día de hoy, los dólares que necesita el gobierno para intentar cerrar su programa financiero y evitar seguir vaciando el Banco Central con el propósito de sostener el tipo de cambio, siguen sin aparecer, más allá del respiro de las últimas jornadas. Ni la Reserva Federal, ni tampoco el FMI parecerían dispuestos a poner un dólar y las gestiones de Caputo con el mundo árabe están todavía en veremos. Y no solo eso. El Fondo, además de oponerse al uso de reservas (que en rigor ya no existen) para intervenir regulando el precio de la divisa, le está exigiendo al gobierno una nueva devaluación, poniendo en cuestión todo el andamiaje de política económica armado por la dupla Milei-Caputo. Mientras tanto crece en los llamados mercados la certeza de que el país no podrá cumplir el año próximo con el pago de la deuda, cuyo monto ronda los 24.000 millones de dólares.
Es en lo político una etapa de marcada inestabilidad, una condición inherente al proceso de pérdida de fuerza y centralidad de Milei. Una fuerza y centralidad que, en su fase ascendente, había puesto contra las cuerdas a todo el sistema político-institucional y que ahora, al parecer desinflarse, al igual que sucede con el efecto de un boomerang, se vuelve contra sí mismo.
Ya quedó atrás el tiempo en el que algunos dirigentes encumbrados del campo nacional no podían disimular la cierta fascinación que les provocaba el estilo de Milei, audaz e implacable, más allá de las insalvables diferencias ideológicas o programáticas que los separaban. Hasta hubo quienes creyeron ver en las formas de actuación del libertario cierta reminiscencia con el estilo del mismo Néstor Kirchner. Pero la sobrestimación de las “cualidades” de Milei se corresponde con una foto del pasado que, aunque reciente, ya fue superada por los hechos.
En síntesis, parecería estar en curso un conjunto de hechos concurrentes que se traducen en el debilitamiento político del Presidente, en la pérdida del poder de atracción ante la sociedad y ante la propia clase dirigente, y finalmente, en el agotamiento de los recursos efectistas, aplicados hasta ahora, para provocar tanto el deslumbramiento de sus votantes como el temor de buena parte de la dirigencia, sometida por el Presidente a todo tipo de agravios, desplantes y arbitrariedades. Ese tiempo parece haber terminado, aunque retóricamente Milei insista en aplicar las mismas fórmulas que lo llevaron a ocupar el lugar donde está.