Javier Milei defiende la estabilidad del tipo de cambio y se niega a considerar la razonabilidad de una crítica que cuestione su orientación porque no es beneficiosa para la mayoría de los argentinos. Algo que hace, entre otros, Axel Kicillof.
El viernes 3 de enero se inauguró un nuevo componente dentro del herramental de comunicaciones que utiliza Javier Milei. Se trata de columnas de opinión sobre la política económica, empezando por una titulada El retorno al sendero del crecimiento.
El viernes anterior, 7 de febrero, apareció una nueva. Atraso cambiario: disco rayado de los economistas. Y sabremos el viernes 7 de marzo si tendremos que acostumbrarnos a leerlo los primeros viernes de cada mes durante un tiempo, o si los días de publicación fueron una coincidencia.
Los argumentos que expone en esa columna, igual que en la anterior, no tienen nada de didácticos. Tampoco se orientan a expresar definiciones políticas de ninguna naturaleza. Su finalidad es la de reafirmar la sabiduría del Presidente y el acierto de las políticas que adoptó. Recurre a un lenguaje abstruso. Utiliza los conceptos de los economistas que profesan la teoría del valor y la distribución del ingreso basada en la determinación de los gustos individuales. Una apuesta a la autoridad y la fe que inspiran quienes se muestran como expertos. Para los que están dispuestos a creerles, obviamente.
A Milei le respondió el gobernador Axel Kicillof con una columna publicada en Infobae dos días después.
Es interesante observar las contradicciones en las que incurre el Presidente, en tanto son expresiones de las ideas sobre las que se rige la práctica. También lo es prestarle atención al análisis de Kicillof, por su caracterización sobre la política económica.
Un concepto desechable
¿Por qué se le da tanta importancia al tipo de cambio? Al igual que con la cuestión del crecimiento, Milei lo elige como un tópico que adquiere centralidad en su propio discurso.
Lo que se llama “atraso cambiario” o “apreciación” consiste en que el tipo de cambio varíe menos que los precios. Milei se quejó de que la apreciación no equivale a atraso.
Para sostener eso, los economistas tendrían que ser capaces de calcular cuál es el tipo de cambio “real” (la relación entre el tipo de cambio y los precios) de equilibrio al que debería tenderse. El Presidente dice que eso es imposible, porque no se puede dar cuenta de las condiciones de producción que lo determinan, sean nacionales o internacionales.
También desdeña las aproximaciones empíricas, consistentes en recurrir a promedios históricos, porque dichas condiciones de producción cambian a la larga. Pero aun concediendo que éste sea un método, observa que se suele iniciar los análisis históricos con el kirchnerismo. Para evitar los sesgos que provoca la acción populista se debería comenzar por la convertibilidad, que según Milei da un tipo de cambio real más bajo que el actual.
Last but not least, hizo una referencia a un artículo de Rafael DiTella para recalcar una conclusión habitual entre los economistas: que el tipo de cambio estable suele ser un componente regular de los planes de estabilización exitosos. Como los precios al inicio del plan ascienden más que el tipo de cambio, entonces se “aprecia”.
Lo que sigue de la nota es una reiteración del mismo argumento con diferentes aristas, siempre con la connotación de que, por su compromiso con no caer en las tentaciones del populismo, la estabilidad está garantizada.
En principio, debería establecerse qué se define como tipo de cambio real de equilibrio. Conceptualmente, se da por sentado que las importaciones y las exportaciones varían con el tipo de cambio, y lo hacen en una proporción superior a las modificaciones del segundo. En la jerga de los economistas, son “elásticas”.
Las elasticidades del comercio exterior implican que, en el largo plazo, hay un valor del tipo de cambio al cuál el valor de las exportaciones y las importaciones se equilibra. Cuando se alcanza ese estado, el comercio exterior no tiene repercusiones macroeconómicas. Para los economistas que adhieren a esta forma de ver las cosas es el mejor de los mundos, porque no se altera el curso “natural” de las economías nacionales.
Sin embargo, así no funciona la economía mundial. Las relaciones comerciales entre países siguen un patrón estable en el que predominan las necesidades productivas, por lo que las variaciones de precio, si no se producen cambios de magnitud que conciernen a la economía mundial, se absorben. Esto quiere decir que las exportaciones tienden a ser inelásticas a modificaciones en los precios inducidas por el tipo de cambio, y dependen de la actividad económica de los países importadores.
Es decir que el tipo de cambio real de equilibrio es un concepto desechable. Pero si se lo considerara válido y relevante para la evolución de la política económica, los argumentos que emplea Milei pierden relevancia. Se vuelve necesario tener un mecanismo de observación de los hechos lo más preciso posible.
Apertura de la economía
No obstante, el Presidente tiene un punto: la estabilidad del tipo de cambio es determinante para el resto de la economía. Por eso, criticar la “apreciación” por sí sola carece de sentido. Distinto es concentrarse en los efectos de la política económica en su totalidad.
Por ejemplo, si fuese legítimo asumir que estamos frente a una estabilización, se trata de una estabilización con ingresos más bajos que los anteriores al inicio del gobierno, y sin perspectiva de mejora.
Pero como las condiciones de la administración cambiaria y la política monetaria conducen a que no se acumulen dólares para las reservas del Banco Central, tampoco puede decirse que realmente el movimiento de los precios se haya estabilizado. Simplemente, la variación de los precios es momentáneamente más baja porque se atenuaron sus impulsos, en gran parte gracias al control sobre el tipo de cambio.
Otro aspecto a considerar es el de la apertura importadora. Las facilidades para importar, sea en la forma de la eliminación de restricciones o la reducción de aranceles, son las que explican el “aluvión” de importaciones más que el tipo de cambio sin variaciones drásticas.
En todo caso, el problema es el desplazamiento de la producción nacional por la importada, que no opera por el tipo de cambio sino por medidas orientadas a ese fin. Lo cual atenta contra el crecimiento de la economía en el largo plazo, y no solamente por sus efectos directos. Indirectamente, como el conjunto de la economía requiere más bienes del exterior con un nivel dado de exportaciones, el nivel de actividad con el que no se cae en un déficit comercial es más bajo.
Kicillof empezó a llamar la atención sobre algo de eso, aunque se lo atribuyó al dólar barato en vez de la política comercial. Observa que “hemos visto cómo comenzaron, a un ritmo cada vez mayor, a cerrar empresas y a perderse empleos porque los bienes importados van sustituyendo a la producción nacional”, con lo que ya se perdieron 200 mil empleos formales desde el inicio del Gobierno.
También resaltó que la política económica actual favorece el carry trade y requiere de un egreso neto de dólares permanente para alimentar la especulación financiera. Para mantener la estabilidad de precios, se atrasan los salarios y las jubilaciones junto al dólar, lo que empobrece aún más a la población argentina, y por la contracción de la demanda provoca desocupación y desindustrialización.
Concluye señalando que el esquema dura hasta que se agoten los dólares, y finaliza con la población más pobre, un aparato industrial deteriorado y el país endeudado. Con la tablita fueron tres años, y con la convertibilidad casi once.
Milei busca reivindicar lo que hizo sin admitir la posibilidad de que existan contradicciones e insuficiencias. Mucho menos prestarse a considerar la razonabilidad de una crítica que vaya más lejos que lo que se podría concebir como inconsistencias de la política económica que despliega el Gobierno nacional, para cuestionar que su orientación sea beneficiosa para la mayoría de los argentinos.
Lo último es lo que intenta hacer Kicillof. El autor de esta nota discrepa con que el problema sea el “super peso-dólar barato”. Simplemente, se pretende contener la declinación de los ingresos ya provocada, y oportunamente señalada por el gobernador, para sostener un orden político que la ahonda. Es una contradicción intrínseca, deletérea para el pueblo, que da lugar a que se remarque la necesidad de que emerja una alternativa.
La política monetaria forma parte de ese orden por su configuración para rifar dólares, pero no es su centro, ni debería interpretarse por eso que hay un beneficio aparente en vivir devaluando. Es un error que se debe evitar cometer, porque ya tuvo sus consecuencias en la política argentina reciente.
Se trata de transformar
Hecha esta salvedad, es auspicioso que un dirigente encare una discusión sobre los problemas concretos de la política de Milei. Abre la posibilidad de avanzar en la elaboración de propuestas distintas, sin incurrir en el hábito de reivindicar el pasado con definiciones estereotipadas de modelos que carecen de contenido genuino.
El avance, es valedero recordar, tiene que dar lugar a propuestas propias. La historia argentina no se trata solamente del Gobierno de Milei. Si se quiere que lo suceda uno mejor, deberá tener una identidad propia. Y si lo que se pretende es llegar más lejos que lo que se conoció hasta ahora, no solamente hay que hablar de defender el entramado productivo y los niveles de ingresos existentes. Recordando a Karl Marx, podríamos decir que no se trata de interpretar la Argentina que deja Milei sino de saber cómo transformarla.