Milei: la imperiosa necesidad de atacar y ser atacado

No hay que perder de vista que en el corto plazo la prioridad de Milei es político-electoral. La espiralización del conflicto es la fórmula de la estrategia político-comunicacional libertaria. Milei siempre redoblará la apuesta, identificando a sus oponentes como partícipes del “sistema que lucha por mantener sus privilegios”, a los que asocia con la “corrupción” y los acusa de “estafar a los argentinos de bien”. Por allí desfilan los “políticos corruptos”, los “periodistas ensobrados”, los “econochantas”, los “mandriles” y los “kukas”, solo por mencionar algunos de los epítetos que, a fuerza de repetirse, se transforman en etiquetas portadoras de un significado socialmente claro y definido para quienes son interpelados por su cruzada purificadora.

Durante las últimas semanas, luego de que bajara la espuma triunfalista que sobrevino al resultado logrado por La Libertad Avanza en la Ciudad de Buenos Aires, asentándole un golpe de gracia al macrismo, volvieron a resurgir una serie encadenada de dificultades y amenazas que jaquean al gobierno. De naturaleza económica y política. Con ello también volvió la reiteración de un interrogante que, una y otra vez, supo ocupar el centro de los análisis desde el inicio mismo de la presidencia libertaria: ¿estamos o no ante un acelerado desgaste y pérdida de poder del gobierno de Javier Milei? O dicho de otro modo: ¿podría afirmarse que nos ubicamos en la antesala, no diríamos ya, necesariamente, de una crisis política que ponga en jaque la gobernabilidad, pero sí del inicio del fin de la “ola mileista”?

Quienes responden por la afirmativa lo hacen citando un sinnúmero de hechos que en ningún caso deberían subestimarse. Y no nos referimos a los que reiteradas veces dieron por terminado el gobierno de Milei, pronosticando el inminente estallido de una crisis política que nunca alcanzó a cobrar la dimensión necesaria para poner en riesgo la gobernabilidad. Pero sí a los análisis que, reflejados en las crónicas periodísticas, vienen describiendo la irrupción de un sinnúmero de frentes de conflicto que representan indudables amenazas para el gobierno.

La lista es larga y variada. Desde las tensiones que se presentan en el frente cambiario y la imposibilidad fáctica de acumular reservas para cumplir las metas acordadas con el FMI hasta la aparición, en el terreno social, de signos que dan cuenta de los efectos y las reacciones provocadas por el ajuste y la motosierra. A lo que se suman las tensiones con los gobernadores y las desavenencias que dificultan lograr el número que Milei necesita en las cámaras para transformar en leyes sus “reformas”.

Sin mencionar, además, las expresiones de la crisis que afecta al empleo, el desgaste provocado por la caída del poder adquisitivo del salario y las jubilaciones, la crisis en el Garrahan, el desfinanciamiento a las universidades y a las instituciones que, como el Conicet, lideran las investigaciones científico-técnicas. También la indignación que ha ido ganando terreno en sectores de la población ante las manifestaciones de violencia verbal y la represión que ejerce el gobierno de la mano de Patricia Bullrich, siempre dispuesta a repartir palos y meter presos a quienes califica de “enemigos del orden público”.

En ese mismo sentido se inscriben los ataques virulentos por parte del Presidente Milei al periodismo que lo critica o al que no cumple el obligado ritual de rendir pleitesía a sus extravagancias y presunciones intelectuales, explicitando el reconocimiento del carácter único y excepcional de quien se considera a sí mismo la estrella más potente que ilumina el firmamento libertario en todo el mundo.

Aquellos ataques, naturalmente, provocan como reacción la réplica de quienes son el blanco de las diatribas de Milei. Responden a sus dichos agraviantes y exhiben en los medios, con pelos y señales, todo aquello que deje al desnudo las debilidades, flaquezas o presuntos ilícitos que comprometan al propio Presidente y su gobierno. Por ejemplo, el escándalo del “Caso Libra” y, en los últimos días, del “Caso Valijas”, cuyas crónicas ocupan los titulares no solo de los medios opositores sino de los llamados medios hegemónicos que ayudaron al propio Milei en su carrera hacia la presidencia.

Sin embargo, uniendo todos aquellos elementos y aun sumando muchos más, sería por lo menos aventurado concluir que reúnen las condiciones suficientes para definir un cuadro que, en lo político, ponga a Milei en situación de sufrir, como muchos quieren ver, un acelerado e irreversible desgaste, con la consecuente erosión de su poder. ¿Por qué? Intentaremos aportar algunas reflexiones para profundizar en ese análisis, que bien nos pueden llevar a conclusiones distintas.

El árbol y el bosque

Sin negar la significación de aquellos hechos que ponen en jaque el poder que supo acumular el líder libertario, hay que señalar que esa creciente tensión y la conflictividad que dan lugar a pensar en un debilitamiento del Presidente y su gobierno, no dejan de reflejar una realidad en cierto sentido parcial y en otros predominantemente “superestructural”.

Esa realidad está instalada, con mayor o menor fuerza, en el mundo de la dirigencia (incluyendo al propio “círculo rojo”), en parte del periodismo, en los sectores donde se concentran los puntos más álgidos del ajuste y en la población politizada que mantiene viva la confrontación en el terreno ideológico. Y que, como se sabe, no deja de representar socialmente una minoría.

Que a veces se manifiesta más activa, como pudo constatarse con la imponente masividad de la concentración que desbordó Plaza de Mayo el día en que se produjo la detención domiciliaria de la expresidenta Cristina Kirchner, y otras veces replegada en la pasividad provocada por la ausencia de una convocatoria clara por parte de la dirigencia opositora, especialmente de la dirigencia peronista.

Ahora bien, considerando a la sociedad como conjunto corresponde, a la vez, dimensionar junto a la conflictividad social o a las manifestaciones políticas opositoras, todo aquello que, por contraste, queda excluido de aquel universo. Es decir, de la parte mayoritaria de la población que ya sea por indiferencia, desconfianza o desinterés, permanece en estado pasivo sin participar de las demandas proyectadas hacia el gobierno, ya sean de signo social, económico o político.

Un amplio mosaico de sectores heterogéneos, aunque unidos por el denominador común de la no exteriorización de sus reclamos en la forma activa de una protesta colectiva, incluso del abandono de sus obligaciones cívicas, como se refleja en el crecimiento de la inasistencia electoral, aunque en la mayoría de ellos exista un trasfondo de malestar en estado latente.

Por caso, ¿quién puede dudar de que, en el marco del brutal ajuste de Milei, existe una insatisfacción generalizada en los trabajadores por la pérdida de la capacidad adquisitiva de los salarios? Y sin embargo: ¿por qué esa demanda no se exterioriza, en forma unificada, con la contundencia que debería tener, a través de un plan de lucha asumido por el conjunto del movimiento obrero y sus organizaciones? Ese vacío, ¿se explica acaso por la conducta de la dirigencia sindical? ¿Por su presunta o real deslegitimación ante las propias bases?

¿Se explica por el disciplinamiento que la propia incertidumbre creada por la amenaza subyacente del desempleo o de la precarización laboral produce en los trabajadores formales? ¿Acaso por el efecto de la reducción de la inflación a pesar del costo que ese “logro” trajo aparejado? ¿Por la amenaza de que un aumento “desmedido” de los salarios, según dice el gobierno, puede reinstalar la inestabilidad inflacionaria? ¿O por la combinación de todos aquellos factores a la vez?

Volver a las fuentes

La acumulación de frentes de tensiones y conflictos que tienen al gobierno como blanco principal bien puede hacernos caer en el error, como se señalaba, de generalizar un diagnóstico que, siendo justo y preciso para evaluar la dinámica que se desarrolla en una parte de la sociedad, no necesariamente aplica para el conjunto. En este sentido, nunca más oportuno aquello de que el error nace cuando una verdad relativa se presenta como absoluta.

Volver a las fuentes significa, en lo que se refiere al análisis político de Milei, no perder de vista aquello que explica las causas de su vertiginosa carrera hacia la presidencia, e interrogarse si los resortes sociales que lo impulsaron aún permanecen activos. Un razonamiento que reiteradas veces se omite, dando a entender implícitamente que los factores que influyeron como determinantes de su vertiginoso ascenso desaparecieron por arte de magia el día en que el libertario se puso la banda presidencial y dio inicio a una nueva etapa.

Por esa razón, no se trata de evaluar en forma “pura” el estado del vínculo que une a Mieli con los sectores que lo apoyaron haciendo abstracción de la valoración que esos mismos sectores sociales siguen teniendo de la dirigencia “tradicional” que, estigmatizada bajo el rótulo de “la casta”, le sirvió al actual Presidente para utilizarla como contraste.

Se trata de intentar explorar, transcurridos más de un año y medio de gobierno, si en lo esencial los términos de aquella dinámica confrontativa que sirvió para canalizar en beneficio de Milei las corrientes sociales profundas de la anti-política, sufrió una alteración sustancial al punto de hacer que la eficacia de los “argumentos” utilizados por el líder libertario hayan perdido la fuerza necesaria para imponerse.

Es un hecho, según lo relevan múltiples estudios de opinión, que Milei sufre un desgaste entre sus propios votantes. Sin embargo, de allí no se deriva necesariamente, que, a la hora de confrontar con la dirigencia estigmatizada, con “la casta”, con todos los calificativos negativos que la representan en buena parte del imaginario social (comenzando por el de la corrupción), esos sectores decidan soltarle la mano al Presidente o convertirse en opositores.

Porque, así como es necesario profundizar en el estado del vínculo de la sociedad con Milei, también corresponde en simultáneo hacerse otra pregunta: la dirigencia cuestionada, y estigmatizada, ¿pudo en todo este tiempo rehabilitarse y, aunque sea parcialmente, reconstruir lazos positivos con parte de la sociedad que le dio la espalda y la castigó?

Como en el judo, el ascenso de Milei se hizo gracias a la fuerza de sus oponentes. Una dialéctica que sigue siendo incomprendida por buena parte de la dirigencia que, genuinamente, lo intenta combatir. La estrategia libertaria, basada en estudios profundos sobre la relación de la sociedad con la política, tuvo como eje llevar al extremo la representación de Milei como el símbolo excluyente de la anti-política, siguiendo el guión aplicado ya por Donald Trump, aunque al servicio de un proyecto que en lo económico y en lo nacional se ubica, podría decirse, en las antípodas.

En tanto Milei “funcione” en calidad de símbolo como la antítesis de “los políticos” y, más ampliamente, del “sistema de la casta”, el conflicto con “el enemigo” (en primer lugar el kirchnerismo y sus figuras estigmatizadas más emblemáticas) es la principal fuente de energía que lo mantiene políticamente vivo. Y aquí cabe detenerse en un cambio que no debería pasar inadvertido.

La mayor agresividad del Presidente y la retórica que habla de un intento de desestabilización del gobierno por parte de los gobernadores, a quienes el propio Milei les atribuye la intención de desestabilizar el plan que produjo la baja de la inflación, parecería no ser producto de la casualidad. Cabe preguntarse si esa mayor agresividad de Milei responde a un brote impulsivo e irracional o una recalibración de su estrategia electoral confrontativa con vistas a las elecciones de septiembre. ¿No estaremos presenciando el inicio de una escalada destinada a enrarecer el clima en la fase previa a la decisiva contienda de la provincia de Buenos Aires?

Por de pronto, temporalmente, la escalada de dichos violentos que protagoniza Milei coincide con la etapa que se inicia luego de la prisión domiciliaria de CFK y su imposibilidad de participar como candidata en las elecciones, es decir, con el cambio abrupto del escenario que preveía Milei y su equipo, cuya principal hipótesis concebía a Cristina como candidata y protagonista activa de la contienda. Ante el vacío provocado por la ausencia en calidad de candidata de quien representa para el votante libertario, y el antiperonismo, todo aquello que merece ser condenado, la estrategia libertaria debe recurrir a otros ingredientes para lograr la polarización buscada.

Y si bien es previsible que la figura de CFK será utilizada por los libertarios para alimentar la polarización y nacionalizar la campaña bajo la consigna “vamos a terminar con el kirchnerismo”, en términos de la conformación del escenario buscado por Milei, no representa lo mismo una Cristina Kirchner protagonista de la contienda que aquella obligada a estar recluida en su prisión domiciliaria, más allá de todo el esfuerzo que se realice para exhibir su presencia activa en el plano simbólico de la campaña.

Un “vacío” que, para mantener la eficacia del contraste que se proyecta instalar, obliga a los libertarios a “refrescar” la figura del “enemigo”, robusteciéndola con el agregado de nuevos y renovados ingredientes que dispararen los temores y miedos más efectivos para lograr la polarización que los beneficie.

No hay que perder de vista que el apoyo que recibe Milei y la cierta inmunidad que aún detenta, y que le sirve como antídoto para protegerlo de las consecuencias provocadas por sus propias políticas, se explica en buena medida por efecto de la reacción de una parte significativa de la sociedad que, a pesar de todo, lo sigue “utilizando” como vehículo para canalizar su malestar y sancionar a la dirigencia y a los partidos que repudia. Y que, justa o injustamente, identifica como responsables del deterioro general de las condiciones de vida que desde hace por lo menos una década afecta a los argentinos.

En ese contexto, el apoyo que mantiene Milei en amplios sectores de la población nace no solo de sus acciones que testimonian su “innegociable batalla contra la casta” (que, por el imperativo de esa misma lógica, cuanto más espectaculares y sobreactuadas mejor) sino, al mismo tiempo, se nutre de los ataques y críticas que el propio Presidente recibe de “la casta”.

Ataques y críticas que la propia estrategia comunicacional libertaria se encarga no solo de magnificar y exaltar, sino a la vez de propiciar. Como queda demostrado con sus reiteradas provocaciones a periodistas, a quienes “obligá” a utilizar sus espacios de aire para reaccionar y denunciar sus propios excesos, exabruptos y abusos de poder.

La espiralización del conflicto es la fórmula de la estrategia político-comunicacional libertaria. Milei siempre redoblará la apuesta, identificando a sus oponentes como partícipes del “sistema que lucha por mantener sus privilegios”, a los que asocia con la “corrupción” y los acusa de “estafar a los argentinos de bien”. Por allí desfilan los “políticos corruptos”, los “periodistas ensobrados”, los “econochantas”, los “madriles” y los “kukas”, solo por mencionar algunos de los epítetos que, a fuerza de repetirse, se transforman en etiquetas portadoras de un significado socialmente claro y definido para quienes son interpelados por su cruzada purificadora.

Dicho en otros términos: Milei necesita imperiosamente atacar a sus enemigos, pero al mismo tiempo, y con la misma intensidad, ser el blanco de sus ataques y magnificarlos. Cuando las descalificaciones son de índole personal, más funcionales le resultan, especialmente si se tiene en cuenta que Milei ha logrado sintetizar aquello que en la comunicación se describe como la unidad del mensajero y del mensaje, transformándose el “uno” en el “otro” y haciendo de esa relación un vínculo indisoluble e indisociable. Una síntesis infrecuente que, hoy por hoy, solo comparte Milei con CFK.

En ese contexto, volviendo a la lógica mileista, no solo se trata de disputar la centralidad, como muchos análisis lo remarcan con justeza. Es la centralidad asociada siempre al tipo de conflicto que le sirve a Milei para sostener su condición de emblema de la anti-casta, de símbolo de la anti-política. Y por esa vía, alimentar la percepción socialmente extendida en los amplios sectores de la población que le sirven de apoyo, muy especialmente entre los jóvenes donde reina mayoritariamente la despolitización.

De allí que, ante la necesidad que tiene Milei de mantener vivo el conflicto, se entienda que la estrategia comunicacional libertaria esté plagada de constantes actos de provocación, utilizados como señuelos “caza bobos” para hacer caer en la trampa a los opositores (políticos, periodistas, medios, empresarios y todo aquel que le sea funcional a sus propósitos)

Esto sin contar con la “ayuda” involuntaria de quienes, gobernados por la indignación o vaya a saber por qué estrambóticas estrategias, entran a pleno en el juego del gobierno. A modo de ejemplo, allí están los destrozos producidos en las instalaciones de TN por militantes renombrados de La Cámpora o el escrache escatológico encabezado por la funcionaria provincial Alexia Abaigar en la casa de José Luis Espert, como respuesta a los insultos que el futuro candidato libertario había propinado a Cristina Kirchner al mencionar a su hija Florencia.

De aquí a las elecciones de septiembre/octubre lo previsible es que Milei acentúe su agresividad, busque atacar con violencia y ser atacado con la virulencia que él mismo instala contra los que designa como enemigos, sobreactúe su deriva autoritaria, incluso más allá del terreno discursivo o verbal. No solo porque lo necesita como fórmula para nacionalizar la elección, instalando la divisoria de aguas que más le conviene bajo las consignas de “enterrar definitivamente al kirchnerismo” y de “meterlos a todos presos”, sino porque se trata de la única estrategia posible para poner en un segundo plano de la discusión electoral, el resultado concreto de sus políticas, con sus efectos presentes y futuros.

Milei enfrenta una carrera contra el tiempo porque la realidad económica pone cada vez más al desnudo que, en esencia, su programa no tiene nada de original. Como ya sucedió innumerables veces, parecerían madurar las condiciones que presagian una nueva crisis en tanto el plan antinflacionario, como lo vienen señalando distintos economistas, se basa en condicione imposibles de sostener.

Una estabilidad fundada en el ajuste, el retraso cambiario, el estímulo a la importación que sirve para contener los precios pero que al mismo tiempo erosiona la producción y el trabajo nacional, la restricción del mercado interno como producto de la caída del poder adquisitivo de la población y, lo que es el eslabón más débil de la cadena, la necesidad de un constante endeudamiento para equilibrar las cuestas externas, con figuran un cóctel que, tarde o temprano, ya sabemos cómo termina.

Pero no hay que perder de vista que en el corto plazo la prioridad de Milei es político-electoral. Salvo en los momentos en que estalla una crisis general, que en la Argentina eclosiona a través de la fuga de capitales cuando el riesgo devaluatorio se hace incontenible, hay que recordar que los tiempos de la economía y de la política son la mayoría de las veces divergentes.

De allí que al mismo tiempo que se vislumbra en el horizonte de la economía la formación de una tormenta perfecta, en lo político-electoral aún Milei parecería llevar la delantera en su propósito de asestarles una derrota al peronismo y sus fuerzas aliadas, si es que éstas no reaccionan a tiempo y encuentran la forma de no quedar entrampadas en la polarización pergeñada por los epígonos de “los ingenieros del caos”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *