Por qué Milei detesta la justicia social

Entre los grandes cambios en curso a nivel mundial, con esta ominosa secuela local, se encuentra la manipulación del lenguaje.  Conceptos polisémicos de gran valor descriptivo se convierten en herramientas de confusión y disgregación social. De allí que la batalla cultural por el trabajo y la solidaridad, en cada pueblo, en cada chacra, en cada barrio deba darse también en el terreno del idioma, llamando al pan, pan, y al vino, vino.  

El titular del Poder Ejecutivo  suele embestir contra la justicia social, a la que considera aberrante. Explica que la aplicación del concepto establece una desigualdad al obtener recursos de quienes producen para entregárselos a reclamantes parásitos. 

Reporta así a una visión completamente insostenible a esta altura de la civilización de que cada ser humano es libre sin importar su condición y si progresa se debe a su esfuerzo y si no lo hace es consecuencia de su pereza o ineptitud. Ideas simples y falsas que calan hondo, no por la prédica del presidente sino que ya estaban instaladas como núcleo ideológico duro en determinados sectores sociales previamente dañados.

En el caso de la justicia social ella apareció como una aspiración reparadora de las inequidades que una distribución asimétrica de la renta genera en las diferentes sociedades según su forma histórico-concreta de acumulación y distribución de los resultados en la producción de bienes y servicios. Si no se asume que existe desigualdad, obviamente no se comprenderá qué es la justicia social. Se habrá producido entonces un cambio de sentido, o más bien una malversación de los conceptos sobre los que fundamos nuestra convivencia. 

La refutación de prejuicios en ejemplos como el señalado parece relativamente sencilla si se tratase de un análisis puro o despojado de interferencias y sesgos predeterminados, pero la cosa no funciona así, no estamos en un ágora idealizada donde el intercambio de ideas enriquece el debate y permite generar propuestas con apoyo popular que permitan el progreso general.

Por el contrario, vivimos en un contexto saturado de presuntas visiones certeras que además se consideran mutuamente excluyentes. Esto por el lado de los mensajes, entre los que la mayoría –generados por usinas de manipulación– son basura distractiva que alimentan la confusión general. 

Pero el receptor, dicho en general la gente (aunque nunca hay un patrón único de opinión pública y se presenta siempre segmentada y superpuesta entre grupos, sectores y clases), tampoco constituye un conjunto angelical que anhela saber la verdad y olfatea con buen tino por donde va el real conocimiento que lo oriente en sus acciones comunitarias más constructivas. 

La dura lucha por la supervivencia pone hoy a la inmensa mayoría de miembros del plexo social en situación minusválida, como receptores casi siempre pasivos que necesitan saber de qué se trata pero que no suelen disponer de todas las herramientas para poder separar lo certero de lo falso. Se aprende (experiencia) por el error y su corrección. 

La verdad en muchos casos no es evidente porque la mirada desde la cual se la busca esta velada o dirigida por esas íntimas convicciones que llamamos prejuicios esenciales, sin los cuales casi nadie puede vivir y sesgada por la relaciones de fuerzas. 

La ideología como consuelo

La confusión general en la que vivimos, por su extensión y profundidad, es un fenómeno relativamente nuevo en el devenir cultural del género humano. 

En la antigüedad y en la Edad Media las certezas compartidas se establecían como consecuencia de las luchas entre imperios y civilizaciones  y se justificaban con diversos argumentos de orden práctico o mágico sobre la necesidad de asegurarse el alimento y la defensa de territorios y recursos. 

Esto no ha cambiado mucho pero –Modernidad mediante a partir del siglo XVI– se ha sofisticado notablemente la forma de presentarlo

Y es escandaloso que ocurra en el marco de un enorme progreso tecnológico registrado en el último siglo que hoy permitiría reducir de modo sustancial las necesidades existentes para una inmensa mayoría de seres humanos que todavía padecen carencias graves y sufren violencia, desarraigo y explotación a través de diversas formas de esclavitud, brutales o sutiles.

Así pues la ideología, entendida como un corpus complejo de convicciones firmemente arraigadas en cada individuo, cumple el papel que anteriormente resolvía un discurso unificado y emparentado con la religión, dando certeza sobre la realidad en cada momento histórico. 

No es que no existiesen, pero las ideologías previas coincidían con una estructura social atomizada sobre un sustrato del pasado más antiguo de raíz campesina. Era otro mundo, donde las noticias demoraban meses y años en llegar. El mundo era estrecho y las certezas eran pocas y muy arraigadas, salvo en los influyentes y pequeños núcleos de debate y reflexión que lo hacían en los reductos de estudio y meditación que la Iglesia y sus órdenes religiosas mantenían diseminadas en Europa, siendo el resto del mundo un ámbito hostil al mismo tiempo que un circuito de intercambio comercial y de rapiña, alternados y complementarios.

En la actualidad, estamos en una ciénaga epistemológica, y no porque no exista el conocimiento objetivo, que se revisa y perfecciona con el paso del tiempo mediante la investigación y debate científico. La complicación resulta de la acumulación de poder y recursos que concentrados en pocas manos les hace pensar a sus detentores que pueden dominar el mundo y, como van logrando objetivos, creen que es posible mentirles a todos todo el tiempo. La particularidad actual es que no se trata de imponer una determinada mentira, sino un menú cambiante y esquizofrénico que mantenga a las masas fuera de foco. 

Los núcleos de veneno 

Como dijimos en alguna otra ocasión el problema no es Milei, un personaje cuya deriva puede durar un tiempo o acelerarse su caída, lo cual depende de diversas variables. Por ejemplo, hasta cuando el poder mundial neoconservador lo considere un vocero aceptable o le suelten la mano a medida que muestra mejor su naturaleza marginal.

La cuestión es cómo remover la usina venenosa que lo alimenta. 

Y en ese plano lo primero es sacar a la luz sus inconsistencias y explicarlas del modo más claro posible para que sirvan en la construcción de una alternativa que deje atrás el pasado y nos permita encarar el despliegue más amplio posible de las capacidades culturales argentinas. Ello debe ocurrir tanto en generación de recursos como en una administración sustentable del ambiente, un bien público irrenunciable, en conjunto con todas las posibles manifestaciones del genio nacional.

En un primer paso es necesario asumir que está muy instalado en amplios sectores el modelo ajustador perpetuo, sin incentivos sólidos para la expansión. Esa tara conceptual constituye un mecanismo de achique que conviene a planes ajenos a los argentinos, porque planificación existe, pero no es nuestra sino que, al revés, cuenta con nuestros recursos. 

Hay un trasfondo anti industrialista que no se combate sólo con retórica industrialista. Viene de lejos en el tiempo y está sustentada, y agotada, en la prosperidad que tuvo la expansión agropecuaria pampeana de fines del siglo XIX, que se cerró con la crisis del 29. 

Haber instalado que la industria argentina es por definición prebendaria y vive del campo es, convengamos, una obra maestra de la pedagogía retardataria. Apenas se rasca la superficie se advierte que esa visión perimida sigue vigente en las propuestas que se presentan como “renovadoras” en los modelos que intentan convencer que el porvenir argentino está asegurado si se rediseña la estructura productiva hacia la exportación, ocultando el genocidio implícito que ello implica con la población ya condenada a la pobreza. 

Para utilizar el célebre designio de Adam Smith, la riqueza de las naciones (hablando de la Argentina) en el siglo XXI no pasa sólo por especializarse en producción agraria o minera, incluyendo la exportación de gas, ni tampoco por reconstruir la industria dependiente de insumos importados de los años 30 ó 40 y menos por la venta de trabajo especializado en servicios y/o procesos informáticos y automatizados que aprovechan mano de obra capacitada con bajas remuneraciones comparativas a nivel mundial. Es otra cosa que incluye todo esto y mucho más. 

Consiste en vertebrar una economía nacional que pueda combinar con alta productividad la gestión del territorio, sus ciudades y espacios rurales, aprovechando recursos propios y aportes externos que multipliquen las oportunidades. Es todo lo contrario de tender un caño para exportar gas, cuyo precio además será tan oscilante como cualquier commodity

Pero aquí es donde nos volvemos a encontrar con otro conocido obstáculo ideológico, el bendito mercado, endiosado por los lenguaraces indígenas reducidores de cabezas. 

Al respecto, en su reciente visita al BID, buscada o aprovechada para tratar de superar el criptogate, Milei nos da una pista cuando dice que eliminó la prohibición de exportar chatarra que aplastaba su precio local y eso llevó (¿habrá sido así, contando con los costos de transporte?) a que ese subproducto reciclable tuviera un precio de mercado

Ese mercado al que se refiere, el único que existe en su estrecha invocación, está plagado de interferencias de todo tipo que solo un necio no vería. Hay, por un lado, un competitivo mercado mundial donde tallan fuerte los grandes jugadores monopólicos y por otro hay mercados nacionales directamente vinculados al bienestar de sus poblaciones. A mercados internos devaluados corresponden mayores niveles de pobreza. 

A propósito, si no existen los “fallos de mercado” como pregona, ¿cómo explicaría la estafa a los inversionistas de la moneda virtual con la que sus socios engañaron y robaron a una buena cantidad de crédulos –y no tanto– que se lanzaron a comprar $LIBRA siguiendo su recomendación?  La regulación antimonopólica surgió, precisamente, para corregir esas frecuentes consecuencias indeseables de la acumulación ampliada. 

Garantizar la abundancia y fluidez en el mercado nacional es una  precondición básica para un desempeño provechoso en los intercambios mundiales. 

Reiteremos: los países que más se benefician del comercio son los que tienen la base más sólida en sus propias economías. La contraprueba es Alemania, que renunció a la generación eléctrica de origen nuclear cerrando centrales atómicas, para hacerse dependiente del gas ruso y de la provisión francesa del fluido. Una genialidad para asegurar el retroceso. Todo mientras mantenía la producción carbonífera que, incluso, incrementaron en la pandemia. 

Son también interesantes los argumentos de Donald Trump al imponer aranceles al acero y el aluminio argentinos mirando sólo el último ejercicio cuando las exportaciones estadounidenses hacia la Argentina (balanza históricamente perdidosa para nuestro país) se revirtieron coyunturalmente por la fuertísima recesión local. Cada cual hace lo que le conviene, (o debiera) lo absurdo es aferrarse a presuntos principios que en la práctica nos empobrecen. 

Principios que no son tales, que no surgen de un análisis decantado y apenas constituyen enunciados dogmáticos ajenos al carácter científico de la verificación, pero con todas las pretensiones del mundo presentarse como la verdad revelada.

Cada vez que se intentó darle carácter científico a este mero pragmatismo ramplón (los hay mejores) los hechos terminaron rápidamente desmintiendo las bajadas de línea que con tantos humos se presentaban como inapelables contando, claro, con una relación de fuerzas favorable, lo cual suele ser en general algo que no se perpetúa irremediablemente en el tiempo. La relación de fuerzas es por definición variable y la reproducción del poder no es automática. 

Hay una lucha continua, más desembozada que lo habitual en momentos de gran crisis, por ganar posiciones de poder y hacerse de una porción mayor de la torta. Lo grave es que pareciera que hemos renunciado a agrandar el producto y multiplicarlo en diversos frentes. 

En este sentido no tenemos objeción sustancial a la estrategia defensiva del sindicalismo obrero y es razonable que empiecen a aparecer movimientos empresariales regionales y sectoriales que no practiquen obsecuencia hacia políticas que destruyen sus posibilidades de progreso, pero es obvio que no basta con eso, puesto que ya existe una porción inaceptable de compatriotas desposeídos cuyo futuro, y el de sus hijos, está cancelado. 

La política todavía va rezagada en materia de organización y propuestas, pero existen indicios de una reacción cuya amplitud brinda alguna esperanza de generar el necesario movimiento multipartidario y multisectorial que sepulte el pasado de estancamiento sobre cuyo fracaso se instala este perverso modelo ajustador. 
Mientras tanto el equipo a cargo del gobierno, los ingenieros del caos, sigue huyendo de su inocultable desnudez apelando a su inveterado aventurerismo, nombrando jueces por decreto y cambiando embajadores como quien voltea muñecos en la kermesse. Pero el criptogate, que tal vez no haya permeado aún entre sus votantes dañados por la antipolítica, los sigue hundiendo a nivel mundial.

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