A contramano de los EE.UU., el Presidente centraliza más el sistema de inteligencia en lugar de equilibrarlo. Y lo hace por DNU para evitar lo que llama “cadencia”, que vendría a ser la discusión parlamentaria en democracia. Cómo funcionan las 17 agencias norteamericanas y cómo Milei crea una Secretaría de Inteligencia de Estado que hasta pone en una sola mano el manejo del presupuesto.
Los emperadores chinos tenían su sistema de inteligencia. El emperador romano estaba al tanto de todo. O casi, porque uno de los césares murió acuchillado. Maquiavelo recomendaba contar con un buen circuito de información propia. Napoleón sugería que las esposas de sus embajadores fueran señoras finas y agradables, capaces de ofrecer buenas cenas, preguntar como quien no quiere la cosa y recoger información. Es menos conocida la red del Vaticano, que tiene sus similitudes con el Mossad israelí: además de los diplomáticos y los profesionales de la inteligencia, recurren a la colaboración gratuita y empática de los nativos cercanos en cada país. Su Excelencia el Presidente Javier Milei, que dice aborrecer el aparato estatal y se presenta como un topo encargado de destruirlo, porque a su juicio es “criminal”, se muestra sin embargo fiel a todas esas tradiciones. Y en pos de ellas acaba de cometer un sincericidio: su Gobierno anunció que vuelve la Secretaría de Inteligencia de Estado. Leyeron bien la palabra, sí: dice “Estado”. Los liberales libertarios endiosan a los monopolios pero, en este caso bajo la inspiración del asesor Santiago Caputo, quieren manejar los fierros del aparato demonizado en sus discursos.
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Su Excelencia acostumbra presentarse como pronorteamericano y como “alineado con los Estados Unidos y con Israel”, según su frase textual. Pero no copia el modelo que proclama como favorito. En los Estados Unidos no hay una secretaría de Estado anexa al Presidente que centraliza toda la inteligencia, como ocurrirá con la SIDE, sino nada menos que 17 agencias distintas dedicadas al trabajo de recopilación y procesamiento de información sensible. Las 17 forman parte de la Comunidad de Inteligencia. Entre ellas figuran la Agencia Central de Inteligencia (CIA, que asiste al Gobierno en el terreno exterior), la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, agencia independiente de 35 mil miembros que no integra la policía nacional), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, con énfasis en las comunicaciones) y la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA, encargada de hacer inteligencia sobre las fuerzas armadas extranjeras). Después del ataque que derribó las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001, el entonces presidente George W. Bush creó el DHS, por sus siglas en inglés, el Departamento de Seguridad Nacional, que ocupa a unas 300 mil personas. Ya es público que el DHS utiliza inteligencia artificial (IA) para evitar hackers infiltrados no sólo en los sistemas de inteligencia sino en redes de infraestructura como puertos, oleoductos y ferrocarriles.
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David Sanger es un prestigioso periodista norteamericano. Desde hace 40 años cubre asuntos de seguridad nacional de los Estados Unidos. El 6 de mayo último publicó un artículo en The New York Times en el que anunciaba que, incluso en medio del conflicto estratégico que mantienen, diplomáticos estadounidenses y chinos se reunirían para estrenar la primera ronda de negociaciones a los fines de controlar el uso de la inteligencia artificial. Expertos de todo el mundo ya vienen discutiendo cómo excluir el comando de los arsenales nucleares del alcance de la IA. El mismo tema fue tratado por el secretario de Estado Antony Blinken en la conferencia anual que se celebra en Silicon Valley sobre tecnología y seguridad en el ciberespacio.
Silicon Valley se constituyó en uno de los destinos preferidos de Su Excelencia. Hasta ahora el Presidente repite un mantra: “Voy a buscar inversiones”. Y otro más: “La Argentina será un paraíso de la inteligencia artificial”. No informó la verborrágica Oficina del Presidente si en las conversaciones figuran los temas de defensa y seguridad, algo que no podría descartarse dada la vocación de Su Excelencia por meterse, para citar un caso, en la guerra de Ucrania. Tampoco la oposición, tanto en su variante dialoguista como dura, parece interesada en las acciones de seguridad que Su Excelencia lleva a cabo más allá o más acá de su estilo bizarro.
Nathaniel Fick, el primer embajador encargado en el Departamento de Estado de la política digital y del ciberespacio, le explicó a Sanger: “Casi todo el mundo dice que la tecnología es un elemento importante de la política exterior, pero yo diría que no sólo parte del juego sino el juego completo”. Ejemplos dados por Fick: “Ventajas asimétricas en la guerra de Ucrania, competencia global con China en tecnología de punta, capacidad israelí y de sus aliados de interceptar ataques aéreos iraníes. Todo tecnología”.
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Sin embargo, ni siquiera la enorme preocupación por la ciberseguridad lleva a que en los Estados Unidos una agencia predomine sobre otra. Ya forma parte de la moderna tradición política norteamericana el criterio de equilibro, complementación e inclusive cierto grado de confrontación interna entre las agencias. Por algo, además, son agencias: el nombre alude a la autonomía de movimientos y a la equiparación de unas con otras, cosa que por supuesto no significa ausencia de control. Por un lado, porque el Comité de Inteligencia del Congreso es extraordinariamente poderoso y complementa y supervisa al Poder Ejecutivo. Por otro lado, porque el control se basa también en el equilibrio. Como clase dirigente de un Estado que se precia de serlo, los políticos norteamericanos y la academia ligada a ellos saben que si hay una sola agencia por sobre las demás, ocurrirá lo obvio primero las subsumirá bajo su poder y luego hará lo mismo con el gobierno entero.
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No es un tema para Su Excelencia, dado que quizás lo considere un asunto de zurdos, pero los fiscales que trabajaron durante años en el procesamiento de sospechosos de crímenes de lesa humanidad conocen perfectamente que el nervio conductor de la masacre fueron los oficiales de inteligencia. Saben también que en la historia más reciente un mojón es 1956. Nada casual: en 1955 se había producido la Revolución Libertadora, la Guerra Fría entraba en su apogeo con la conducción de Occidente a cargo de los Estados Unidos, y Francia avanzaba en la exportación de sus métodos de inteligencia, tortura incluida, sobre la base de la experiencia colonial. Es un tema que, dicho sea de paso, no le preocupa a la vicepresidenta de Su Excelencia, Victoria Villarruel. Quizás ignore que, en la Argentina, Francia también ejerció el colonialismo a través del entrenamiento de militares para equiparar al pueblo argentino como un enemigo interno al estilo de la población argelina sometida.
También de 1956 es el salto cualitativo de la inteligencia de la Policía Bonaerense. Fue un paso decisivo la construcción de lo que sería la DIPBA, la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Fue creada el 3 de agosto de 1956 como Central de Inteligencia por un decreto de la intervención federal de la Libertadora. Puso en valor los viejos archivos, por cierto muy detallados, y acrecentó los nuevos hasta llegar al punto máximo de eficacia con la jefatura policial de Ramón Camps en la última dictadura.
Los archivos, cruciales en la reconstrucción histórica y en los juicios a los criminales, fueron desclasificados y entregados en 2001 a la Comisión Provincial por la Memoria.
En esos mismos archivos es palpable la presencia, en el centro del sistema de inteligencia, de la SIDE. La misma que fue disuelta, en su forma vigente desde 1956, por Cristina Fernández de Kirchner en 2015 y convertida en Agencia, la Agencia Federal de Inteligencia.
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Su Excelencia acaba de emitir el decreto de necesidad y urgencia 614 del 2024. Disuelve la AFI y crea “la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) de la Presidencia de la Nación”. No es una errata: dice “de” Estado y no “del” Estado. A su vez, crea organismos dependientes de la nueva SIDE: Servicio de Inteligencia Argentino (SIA), Agencia de Seguridad Nacional (ASN), Agencia Federal de Ciberseguridad (AFC) y División de Asuntos Internos (DAI).
El decreto menciona como ejemplos de vulnerabilidad el atentado a la embajada de Israel de 1992, el atentado a la AMIA de 1994, “la muerte” del fiscal Natalio Alberto Nisman (es decir que asépticamente no usa ni la palabra “asesinato” ni la palabra “suicidio”) e incluye un párrafo que pasó inadvertido dentro del frenesí argento: “La tentativa de magnicidio a la exPresdiente de la Nación, Dra. Cristina Elisabet FERNÁNDEZ DE KIRCHNER, ocurrida en el año 2022, constituyó un hecho sin precedentes que puso de manifiesto una vez más las dificultades que atraviesa el Sistema de Inteligencia Nacional, por haber sido completamente inadvertida”.
Quizás ese párrafo, y la saludable exclusión del uso de la inteligencia para la investigación criminal o judicial, haya llevado a algunas mentes cándidas a tomar el nuevo DNU como una muestra de bellas intenciones y a pasar por alto el fondo: la centralización absoluta, contraria a la experiencia nacional y a las exitosas prácticas internacionales como la norteamericana o la israelí.
El cambio de SIDE a AFI, además, fue por ley. La recreación de una SIDE aún más centralizadora que la antigua se produce por DNU. Y el propio DNU dice por qué: “La cadencia habitual del trámite legislativo irrogaría un importante retraso que dificultaría actuar en tiempo oportuno y obstaría al cumplimiento efectivo de los objetivos de la presente medida”.
Como en el Estado administrar es firmar partidas, el DNU le agrega a la ley 25.520 un artículo 7 quater. Dice que la SIDE “tendrá amplias facultades de administración y control de las partidas presupuestarias de sus órganos desconcentrados”. A su vez, tanto la Dirección Nacional de Inteligencia Criminal como la Dirección Nacional de Inteligencia Estratégica Militar recibirán asignación de fondos según “el grado de avance y cumplimiento de los objetivos encomendados”.
La centralización de Su Excelencia hasta afecta, como puede observarse, las partidas de cada organismo de inteligencia. Y todo para evitar esa engorrosa cadencia de la democracia, tan molesta ella.