Milei se inventó un Gramsci de derecha

Al presentar su fundación Faro durante una cena en la que recaudó millones de dólares, el Presidente agradeció el aporte propagandístico y político de Agustín Laje. Dijo que gracias a él “hacemos Gramsci de derecha”. Director ejecutivo de Faro, Laje es uno de los ideólogos de la derecha más extrema y un propulsor de la articulación entre sus distintas vertientes.

Su Excelencia sonrió maléficamente, hizo una pausa y dijo: “Hacemos Gramsci de derecha, gracias al querido Agustín Laje”. Fue en la presentación de la Fundación Faro, la entidad de la ultraderecha argentina creada por los libertarios para recaudar fondos. Según escribió Leandro Renou en Página/12, la presencia empresaria en el Yatch Club de Puerto Madero el miércoles 13 de noviembre, a 25 mil dólares por cubierto le dejó a Faro unos diez millones de dólares. Por eso el “Viva la Libertad, Carajo” del Presidente Javier Milei pareció sonar más fuerte que nunca. La batalla cultural es divertida, pero armar un partido y pagar trolls tiene su costo. Y no alcanza con el aparato estatal que los libertarios dicen aborrecer pero usan a destajo.

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Antonio Francesco Gramsci, tan mentado como poco leído a fondo, nació en 1891. Fundó el Partido Comunista Italiano. Con el ascenso de Benito Mussolini al poder terminó preso. Condenado a 20 años, salió antes de la cárcel pero murió de inmediato por los vejámenes recibidos. En los años previos a la prisión y durante ella, a través de los textos recopilados en “Cuadernos de la cárcel”, Gramsci desplegó una gran discusión teórica y política. Después de la derrota de la revolución comunista en Alemania, que contrastó con la victoria previa de la Revolución Rusa de 1917, una de sus conclusiones fue que sería imposible el asalto al poder. En cambio, el proletariado y sus aliados, en el caso italiano los campesinos, debían desplegar una estrategia de guerra de posiciones. En lugar de asalto, asedio. Relacionado con este punto es que Gramsci desarrolló su teoría sobre la hegemonía, basada en la práctica política de las alianzas y la batalla de las ideas. No era cuestión de inventar la hegemonía cultural, que a su vez operaba en el terreno de la praxis, de los valores y del sentido común. Se trataba, para Gramsci, de luchar contra la hegemonía cultural impuesta por las clases dominantes. Una hegemonía que funcionaba, precisamente, como uno de los instrumentos de dominación.

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En la Argentina la dictadura dibujó una caricatura. Diseñó un Gramsci a la medida. Decía la doctrina militar que la “subversión” no sólo actuaba mediante la vía armada sino a través de las ideas. O sea que los comunistas, dicho esto en sentido genérico de la palabra, invadían las mentes. La reacción a ese supuesto plan fue el ejercicio de la masacre. Uno de los gobernadores de la dictadura, el general Ibérico Saint Jean, la justificó con el argumento de que no sólo había que matar a los guerrilleros sino a quienes supuestamente los inspirasen. Y así ocurrió, con miles de víctimas entre delegados obreros, periodistas, intelectuales o psiquiatras.

Con el retorno de la democracia y el Juicio a las Juntas de 1985, el aparato de inteligencia todavía remanente de la dictadura alimentó otra teoría: el gobierno de Raúl Alfonsín significaba el triunfo de los gramscianos. Los militares, según ellos mismos, habían ganado la guerra pero terminaron perdiendo la batalla cultural y política. Alfonsín, el Gramsci argentino, era la reencarnación de los “subversivos” asesinados. El Juicio a las Juntas, su principal acto de vendetta.

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Agustín Laje, el director ejecutivo de Faro y a quien Su Excelencia le agradeció el presunto aporte de un Gramsci utilizado desde la ultraderecha, es un politólogo de 35 años recibido en la Universidad Católica de Córdoba. Poco después de los 20 se enroló entre los partidarios de la “verdad completa”. Cuestionaban el concepto de Terrorismo de Estado y se fueron nucleando en torno de personajes como Victoria Villarruel y Nicolás Márquez. Laje incluso coordinó un llamado Movimiento por la Verdadera Historia. En los últimos años, se convirtió en uno de los propagandistas más leídos por quienes él llama “nueva derecha”, tanto en América latina como en España. Entre otros escritos fue el autor del “Libro negro de la nueva izquierda”, publicado en 2016, y de “La batalla cultural”, impreso en 2022. El objetivo declarado de Laje, que no oculta su motivación política al escribir, es articular a “libertarios no progresistas, patriotas no estatistas, conservadores no inmovilistas y tradicionalistas no integristas”.

En “La batalla cultural” le dedica un capítulo a Gramsci. Laje es de ultraderecha pero no burro. Hasta diferencia a Gramsci de lo que denomina, con vocabulario de izquierda, “marxismo vulgar”. Es la variante del pensamiento marxista que se limita a repetir que las condiciones económicas son las que de manera inexorable determinan el mundo de las ideas, del Estado y del Derecho. Laje no llega a la caricatura de los servicios de inteligencia de los genocidas. Sin embargo, exagera la importancia dada por Gramsci y los gramscianos a la lucha por la hegemonía, al punto de acercarse a presentarlos casi como desconocedores de la realidad material. Ese giro es el que, quizás, le haya interesado a Su Excelencia, deseoso de mostrar a su Gobierno no como la representación de intereses concretos, de grandes grupos nacionales, de una parte del sistema político tradicional y de las finanzas internacionales, sino como una cruzada histórica: la que se propone, como dijo en la cotizada noche del Yatch, “terminar con ochenta años de pensamiento de izquierda”. La cuenta (2024 menos ochenta) lleva a 1944. En la Argentina Juan Domingo Perón era secretario de Trabajo y Previsión. Dos años después ganaría sus primeras elecciones presidenciales. En Europa aún se libraba la Segunda Guerra Mundial contra el nazismo, que terminaría con la victoria de los aliados soviéticos, ingleses, estadounidenses y en una muy pequeña parte franceses. El período remataría luego en una Europa dividida y en la edificación, en la parte occidental, de un Estado de bienestar. Su Excelencia repudia tanto a ese Welfare State, izquierdista, como al socialismo soviético, naturalmente también izquierdista. Todo el mundo es zurdo. Todos menos el propio Milei, Santiago Caputo, elogiado como “una inteligencia superlativa” en la noche del miércoles, Laje y el subdirector de Faro, Axel Kaiser Barents von Hogenhagen, un libertario chileno-alemán ligado a los neonazis de José Antonio Kast.

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La falacia de la que parte Su Excelencia es que las ideas de izquierda, o progresistas, o populistas, son las que vienen dominando el pensamiento en el mundo. Es una visión ahistórica que omite momentos como las dictaduras que se impusieron de 1930 en adelante, y especialmente en 1976, y el clima ideológico dominante, por supuesto que ya en democracia, en los años del gobierno liberal de Carlos Saúl Menem, con Domingo Cavallo o con Roque Fernández al timón del Ministerio de Economía. También omite que en los países centrales no gobernó precisamente la izquierda, sobre todo si se piensa en Ronald Reagan (1981-1989) o en la idolatrada Margaret Thatcher. Omite pero a la vez tiene (por mentar al zurdo Sigmund Freud) algunos fallidos, porque simultáneamente no omite rescatar a Thatcher. En el discurso de Faro dijo que el triunfo de Thatcher fue haber logrado que el Partido Laborista se transformara en el New Labor de Tony Blair. Así se entiende mejor su apelación a extirpar las ideas de izquierda: el objetivo máximo es el ultraliberalismo de extrema derecha. Sus escalas intermedias son el desmonte no sólo de las ideas sino de los instrumentos clásicos de los sectores populares. Los sindicatos, en primer lugar. De ahí la insistencia en proclamar que todo derecho social es “un curro”. Mientras tanto, Su Excelencia avanza en un proceso que el estudioso Juan Gabriel Tokatlian define como de “desautonomización”. Un derrotero que tiene sus aspectos diplomáticos, como la disociación respecto de la Asamblea General de la ONU, para usar una palabra de la ex canciller Diana Mondino, su faceta económica en la pérdida del poder adquisitivo del salario y en el carry trade, y su cara científica en el desmantelamiento del sistema tecnológico, como lo explica muy bien en esta misma edición el renunciante al directorio del Conicet Manuel García Solá.

El modelo de la deriva autoritaria no es el pobre Gramsci sino Milton Friedman, el admirador del dictador que mercantilizó Chile a pura bala.

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